Capítulo 10

LADY BEATRiss llegó a la sala de reuniones de las Llanuras al mismo tiempo que Finnikin y su séquito. Buscó a Trevanion, pues sabía que estaría allí como parte de la guardia de su hijo.

Las últimas semanas lo había encontrado distante y estaba preocupada. Durante los primeros días en que el reino volvió a unirse, habían bailado una danza extraña el uno alrededor del otro, por lo que se intuía que no volverían a ser los mismos amantes que en el pasado. Diez años separados era mucho tiempo y los acontecimientos que habían tenido lugar durante aquel periodo no podían olvidarse. Pero, en primavera, las cosas habían cambiado.

Fue la noche del baile de la Luna de Cosecha cuando Beatriss notó que la miraba desde el momento en que cruzó el puente hacia el pueblo del palacio. Vestie, como siempre, echó a correr hacia él y se arrojó en sus brazos. ¿Quién habría dicho que Trevanion y su hija tendrían un vínculo que era una alegría contemplar? Aquella noche en las celebraciones, la Guardia de la reina iba vestida de forma impecable para la ocasión, con las botas limpias y un fajín púrpura alrededor de la cintura para hacer juego con los colores de la reina, así como un abrigo corto que a las mujeres les parecía muy elegante y atractivo. Y Beatriss se dio cuenta. Así es como percibió que algo había cambiado en su interior. Porque ahora se percataba cada vez que una mujer miraba al capitán de la Guardia. Pero aquella noche, él parecía no tener ojos más que para ella y los años de rechazo desaparecieron, puesto que Beatriss le miró a los ojos. Cuando se ofreció a acompañarla a ella y a Vestie a Sennington, en la entrada de su casa, cuando ella cogió a su hija de los brazos de Trevanion, él se inclinó para besarla por primera vez en trece años y, si no hubiera sido por la niña que había entre ellos, imaginaba hasta dónde habría llegado aquel beso.

Desde entonces, siempre encontraba una ocasión para pararse a cenar o a dar una vuelta por el pueblo y, aunque hablaran de tierras en barbecho y de la familia de su hijo en palacio, de aquel nuevo y valiente Lumatere, y aunque ella se moría por hablar del pasado, Trevanion se negaba a hacerlo.

—El pasado no importa, Beatriss. No miremos atrás.

En el pueblo del palacio ella oía rumores y sospechaba que pronto le pediría la mano, y practicaba la respuesta. Sí. Y sí otra vez.

Pero algo había cambiado las últimas semanas. La visitaba con menos frecuencia y cuando lo hacía, parecía distante. Lo intentaba como podía, pero Beatriss no entendía qué palabras o hechos habían cambiado las cosas entre ellos. La última vez que habían hablado, le contó que temía no poder alimentar a su aldea. Beatriss había heredado Sennington tras la muerte de su padre, un año antes de la maldición, y desde aquel momento se había asegurado de que su pueblo estuviera bien cuidado, incluso durante los diez años de terror.

—Hablaremos de eso cuando regrese —le había asegurado Trevanion.

Se había marchado para acompañar a Finnikin a Tressor a una reunión con los sarnak. Sabía que aquel día se había producido un incidente en las montañas con un charynita. Una semana después, a Froi lo habían enviado a Sarnak, según uno de los habitantes de su aldea que cortejaba a una chica del pueblo de Sayles. Beatriss sospechaba que algo había sucedido en la montaña para que todo cambiara.

Ese día Trevanion parecía un extraño salvo por su voz cavernosa.

—Te están esperando, Beatriss —dijo en voz baja.

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Dentro, los lores de las Llanuras ya estaban sentados. Beatriss encontró un lugar junto a August y él le cogió la mano.

—Abian dice que lleva unas semanas sin verte, Beatriss.

—Hay mucho trabajo que hacer —mintió, apretando la mano de su amigo.

Evitó mirar a los demás miembros sentados a la mesa. Lord Freychinet, Lord Castian y Lord Artor habían estado exiliados durante diez años y se decía que habían abandonado su pueblo para disfrutar de unas vidas cómodas en cortes extranjeras. Lord Nettice, que se había quedado atrapado en el reino, había actuado incluso peor, pero Beatriss no soportaba pensar en aquellos días. Se sentía humillada al estar en presencia de aquellas personas. Aunque nunca lo había expresado en voz alta, los detestaba. A ninguno más que a Lord Nettice. Notó que una negrura la invadía hasta que una mano se posó en su hombro y alguien la besó en la mejilla. Sabía que era Finnikin. Durante los pocos años que Beatriss había estado prometida a su padre antes de lo innombrable, había acogido al niño como si fuera su madre y lo había querido como si fuera de ella. Siempre había sido un chico de mucho fundamento y ahora les gobernaba con la querida Isaboe.

Rodeó la mesa y le guiñó el ojo cuando la miró antes de sentarse.

—Bueno, creo que es evidente por qué estamos aquí —dijo Lord Freychinet—. Está el asunto de Fenton y el asunto de Sennington. Así que no perdamos el tiempo.

Beatriss se puso tensa.

—¿Sennington? ¿Qué tiene que ver mi aldea con la reunión de hoy?

Lord Freychinet se levantó sin responder, ignorando la presencia del consorte de la reina. Beatriss advirtió la furia de Trevanion ante aquella falta de respeto, pero Finnikin parecía no inmutarse.

—Dividid Fenton entre los dos pueblos vecinos —ordenó Freychinet—. Y derrumbad Sennington.

Beatriss se esforzó por reprimir un grito ahogado. Sospechaba que todos los lores salvo August ya habían hablado de aquel asunto en privado, en sus hogares.

—Tan solo dos de sus pequeños campos producen cosecha y no es suficiente para que sobrevivan ella y su aldea —continuó Lord Freychinet y se volvió hacia Beatriss—. Así que vende el campo sur a Sayles, el campo norte véndemelo a mí, y cuenta tus pérdidas. Si Nettice y yo vamos a quedarnos con Fenton por el bien de este reino, necesitaremos a tus trabajadores.

—¿A mis trabajadores? —preguntó, horrorizada—. Son mis aldeanos, Sir Freychinet, no mis trabajadores. Piensan por sí mismos y si aceptan elegir la oferta de una casa en vuestra tierra, nadie se lo impedirá, pero no… ¿Cuál era la palabra? No derrumbaré mi aldea porque necesitéis que ellos trabajen en vuestra tierra.

—Trabájala tú mismo, Freychinet —dijo August en tono de burla—. Es sorprendente el efecto que consigues sobre la moral de tus aldeanos cuando trabajas con ellos.

Lord Freychinet negó con la cabeza con desdén.

—A veces pienso que todavía crees que estás en el exilio, August, y que no hay diferencia entre tú y tus campesinos. Tu padre se revolvería en su tumba.

—Oh, cuento con que mi padre no deje de revolverse en su tumba —contestó August—. Si alguien se merece un sueño agitado para la eternidad es un lord que no levantó ni un dedo por cuidar de sus aldeanos.

Finnikin se aclaró la garganta.

—Ya han comenzado a confundirme, Lord Freychinet —dijo el consorte de la reina con un tono tranquilo—. ¿Veis? No estoy seguro de quién es «ella». Al decir eso de «sus pequeños campos» y «ella y su aldea».

Se hizo un silencio incómodo.

—Lady Beatriss de las Llanuras —respondió Lord Freychinet.

—Entonces creo que sería mejor que os refirierais a Lady Beatriss por su título o su nombre, si ella os invita a hacerlo —dijo Froi con voz acerada—. ¿Entendido?

—Sí, mi señor.

—Bien.

Finnikin ojeó las páginas que tenía delante.

—Sé que insistís mucho en el protocolo, Lord Freychinet, y desgraciadamente no se me había mencionado el tema de Sennington antes, así que no se discutirá sobre la aldea de Lady Beatriss en esta reunión.

Finnikin alzó la mirada.

—Tal vez si me permitís tomar medidas, podamos discutir el tema de Fenton.

Miró alrededor de la mesa para contemplar a todos sus ocupantes.

—Fenton se vende.

—¿Se vende? —bramó Lord Nettice y Beatriss se estremeció ante el sonido de su voz.

—Es lo que Lord Selric habría querido —dijo Finnikin—. Habría pedido que el oro ganado con la venta se repartiera entre los aldeanos supervivientes.

—Es absurdo —dijo Lord Freychinet—. ¿Y quién os informó de lo que quería Lord Selric, mi señor? ¿Alguno de los aldeanos? ¿Fue su decisión?

—No, en realidad creo que fue decisión de mi esposa —contestó Finnikin con total naturalidad—. ¿La recordáis, verdad, Lord Freychinet? ¿La reina? Es alta. Tiene el pelo oscuro. No es de las que repiten las cosas dos veces cuando pronuncia las palabras: «Diles que si tienen algún problema con mi decisión, me veré obligada a investigar los crímenes que se cometieron contra mi pueblo mientras los lores les dieron la espalda». Suelo acatarlas a rajatabla.

Ya no era el pequeño pinzón, pensó Beatriss, con orgullo y tristeza. Allí se encontraba un hombre nacido para gobernar junto a su amada reina.

—Si queréis observar el comportamiento durante esos diez años, tal vez deberíais mirar a otros —dijo Lord Castian, tosiendo, y sus ojos se encontraron con los de Beatriss—. Según Nettice, no todas las mujeres son tan virtuosas como dicen.

Beatriss oyó el resoplido de ira que emitió August. No se atrevió a alzar la vista para mirar a Trevanion. Se le erizó el vello de los brazos y se le revolvió el estómago.

Los ojos de Finnikin eran de un gris frío mientras miraban a Lord Nettice, luego a Lord Castian y después otra vez a Lord Freychinet.

—Estáis agotando mi paciencia, caballeros.

—¿Qué hay de Fenton? —preguntó Lord Nettice, quien era lo bastante listo como para volver a encauzar la conversación hacia el asunto que se llevaban entre manos.

—Fenton no se repartirá entre ninguno de vosotros. La aldea ahora pertenece al palacio. Si queréis Fenton, compradla a un precio justo —dijo Finnikin—. Y los supervivientes de ese pueblo se repartirán los beneficios de la venta entre ellos. Tienen derecho a quedarse allí y trabajar para vosotros, si queréis. En caso contrario, podrán coger su parte y establecer su hogar en otro lugar del reino.

Miró alrededor de la habitación con los ojos fríos y los dientes apretados.

—¿Está claro?

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Fuera, Trevanion alcanzó a Beatriss y la cogió del brazo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, furioso—. ¿Te habían hablado antes de esa forma? ¿Te ha calumniado ese perro de Freychinet a tus espaldas?

«No, la verdad es que lo ha hecho en mi cara», quería responderle, pero se soltó de su mano.

—Pertenece al pasado —dijo Beatriss con amargura—. El pasado no es importante, ¿recuerdas? No miremos atrás.