Capítulo 6

LUMATERE siempre había sido un festín a los ojos de Froi. Incluso durante los años de sequía, había un contraste entre la exuberante hierba verde y el espeso cieno que alfombraba las Llanuras y los pueblos del río. Pero Charyn era un reino rocoso, sin mucha belleza. Aquí el terreno era un sendero de tierra lleno de baches, con cuevas y colinas de piedra. A veces el paisaje seco estaba salpicado de flores silvestres o las montañas rocosas tenían formas semejantes a los demonios y los espíritus pintados en el Libro de los Antiguos que Froi había visto en la casa del sacerdote real. Se habían abierto unos respiraderos en las cuevas y desde lejos parecían las cuencas de unos ojos.

Rafuel y el rey sacerdote habían informado a Froi de que la mayoría de los charynitas había emigrado al reino desde todos los rincones de Skuldenore. Los únicos habitantes originales habían sido los serker, que ahora habían desaparecido, aunque existían historias de ciudades subterráneas donde los serker y otros nómadas se escondían del rey y tramaban su venganza.

Piedra, piedra, roca, piedra y más piedra.

Froi se reunió con su guía en el exterior de los muros de la provincia de Alonso, el lugar de nacimiento de la esposa que Lucian había repudiado. Era una provincia repleta de recién llegados no deseados, al borde de la guerra en el interior de su propia muralla. En aquellos días alojaba a sus vecinos desesperados de provincias más pequeñas eliminadas por la plaga y la sequía. Froi sospechaba que el matrimonio de la hija del provincaro con Lucian no tenía mucho que ver con una promesa entre dos hombres y sí con la necesidad de usar el valle lumaterano.

Aparte de la capital, que se conocía como la Citavita, había seis provincias más en Charyn, todas bastas, poderosas y con la tierra más fértil del reino. Había también un puñado de tribus en las montañas o nómadas que se mantenían más bien apartados. Rafuel le explicó que si un clan elegía quedarse en el exterior de las murallas principales de la provincia más grande, siempre estaba la amenaza de los jinetes de palacio que recogían jóvenes para formar parte del ejército del rey o para llevarse a sus últimas niñas nacidas. Al menos en las provincias, la gente estaba protegida por los provincari que todavía tenían poder contra el rey. El mayor miedo de palacio era que los provincari unieran sus ejércitos contra el rey, pero tras la aniquilación de Serker, ningún provincaro se atrevió a arriesgarse.

El guía se llamaba Zabat y provenía de la provincia de Nebia, al este de la capital. Pasaba la mayor parte del tiempo sin mirar a Froi directamente a los ojos, lo que nunca era una buena señal.

—Tienes un nombre extraño —dijo Froi, intentando ser amable—. Es distinto a Rafuel e incluso diferente al de la princesa Quintana.

—Los que somos de Jidia procedemos del reino de Sorel. Vinimos hace cientos de años, eso sí. Creerías que todos se han olvidado de ese dato, ¿no? Tenemos el mismo derecho sobre Charyn que el resto.

—¿Y quién dice lo contrario? —preguntó Froi.

—Los de la provincia de Paladozza —respondió el guía, al parecer a la defensiva—. Y los de la Citavita. Todos llegaron del reino de Sendecane durante la época de los Antiguos. Como la mayoría de los Habitantes del Bosque lumateranos y los de la Roca.

—Los charynitas y los lumateranos no proceden del mismo sitio —se burló Froi.

—¿Tenéis mujeres que se llaman Evestalina? ¿Bartolina? ¿Celestina? ¿Hombres llamados Raffo?

Froi no contestó.

—Son todos del mismo sitio —afirmó Zabat rotundamente—. Nada cambia. Los nombres son los mismos. Al igual que los rasgos.

El momento que Froi más disfrutó fue cuando el terreno quedó lo bastante llano como para galopar. Significaba que no tenía que escuchar la voz de Zabat con la misma perorata.

—… y bueno, ¿quién puso a Rafuel al mando? ¿Acaso te parece un guerrero…?

O cuando se toparon con un rebaño de cabras montesas y sus balidos ahogaron la voz de Zabat. Pero no tardó en comenzar de nuevo.

—¿Dijo que yo era un novicio? Lo dudo. ¿Qué? ¿Crees que son mejores que el resto de nosotros porque les han tocado dioses? Tocados por los dioses. —Zabat emitió un sonido de fastidio—. Es lo que siempre he oído durante toda mi vida. Los tocados por los dioses o los últimos nacidos. Siempre hay alguien más especial que la gente normal.

Aparte de aquellas distracciones, no había mucho más alrededor de Froi que alejara su atención de las quejas de Zabat. El mundo fuera de las provincias no era más que matas marrones de hierba y piedra. Kilómetros y kilómetros de tierra que se habían utilizado de forma excesiva para el pastoreo o estaban demasiado lejos del agua para sacarles provecho. De repente comprendió por qué Alonso estaba superpoblado y el deseo de los charynitas de permanecer dentro de los muros de la provincia.

—. y en mi opinión.

No, a Froi no le interesaba su opinión.

—… los serker eran los peores —continuó Zabat—. Su pueblo construyó la primera biblioteca, así como los anfiteatros más grandes de Charyn. Entonces ¿no eran los más grandes de la nación a sus ojos? Creo que es bueno que Serker esté ahora en ruinas.

Más tarde, Froi se atrevió a preguntar qué era aquel gran muro de roca que se veía a lo lejos. Fue un error.

—La provincia de Jidia —respondió Zabat cuando comenzaron a bajar por la cadena que les llevaba a otra montaña de piedra.

—Porque la verdad, ¿a quién le importa si los jidianos construyeron la primera carretera que lleva a la Citavita? ¿Tendremos que oírlo el resto de nuestras vidas?

Froi se mordió la lengua para no hablar. Los dos días con Zabat habían tenido un precio. Lo que era peor, el sendero hacia la base del barranco que llevaba a la Citavita pronto desaparecería y tendrían que dejar atrás sus caballos. A pie, la voz de Zabat estaba más cerca de su oído, así que Froi practicaba un canto interno que le había enseñado el sacerdote real.

—Algunas personas dicen que ven a los dioses cuando perfeccionan este canto —le dijo una vez el bendito barakah.

Froi estaría agradecido si los dioses decidían no visitarle, pero consiguió acallar la lengua de Zabat y alimentar a los perros que guardaban su reino.

Al llegar al muro de roca que parecía ir más allá de lo que le alcanzaba la vista, dejaron a los caballos. Froi siguió a Zabat hacia un túnel de piedra, tan estrecho y tan largo que sentía que se quedaba sin aliento. A Froi le resultaba incomprensible que miles y miles de años atrás alguien se hubiera abierto camino por aquella piedra. Por otro lado, se hallaba siguiendo a Zabat por un desfiladero donde una corriente continua de agua caía de la montaña de roca en lo alto. Donde estaban, los árboles y los juncos crecían por la ribera, pero rodeándoles, a ambos lados, se alzaban imponentes las paredes de piedra, que bloqueaban la luz del sol.

—La base del bagranco —aclaró Zabat.

Froi se asomó para ver hasta dónde le alcanzaba la vista río abajo. Zabat le dio unos golpecitos en el brazo y señaló hacia arriba.

—La Citavita está por allí.

—¿Esperas que trepe todo eso?

—Si seguimos río abajo, tendrás que subir de todos modos y el camino es incluso más traicionero. No es tan malo como parece.

Aquel tenía que ser el lugar de reunión con el hombre al que llamaban Gargarin de Abroi, que vivía en esas cuevas. El plan hasta ahora había funcionado como Rafuel había previsto. Rafuel y sus hombres habían averiguado unas semanas antes que a Gargarin de Abroi, tras estar ausente dieciocho años de palacio, le habían concedido una audiencia con el rey. Al oír la noticia, Rafuel le había enviado un mensaje a Gargarin bajo el nombre del provincaro de Sebastabol, pidiendo al antiguo arquitecto del rey que acompañara a la provincia al querido último nacido de Sebastabol. El nombre del verdadero muchacho era Olivier y su cómplice sería detenido y hecho prisionero en las cuevas rocosas fuera de la provincia donde Zabat garantizaría su seguridad. En cuanto a lo que sabía Gargarin de Abroi, le estaba haciendo un favor al provincaro y no se imaginaba que estaba acompañando a un asesino a entrar en el palacio.

Río abajo, Zabat se detuvo y alzó la vista a las moradas cavernosas que formaban parte de la pared del bagranco.

—Hola —gritó Zabat, dejando caer su fardo al suelo—. Hola, repito.

Froi oyó retumbar la voz de Zabat una y otra vez por el desfiladero. Maravilloso. Los dioses habían encontrado un modo de multiplicar la voz de aquel idiota.

—¡Hola! —volvió a gritar Zabat y de nuevo se oyó el eco—. ¡Ho-la!

—¿De verdad crees que no te he oído la primera vez?

Froi se dio la vuelta para ver a un hombre que salía de una de las cuevas. Tenía unos fríos ojos azules, la piel muy pálida y el pelo negrísimo. No sería mayor que Trevanion o Perri, pero era de complexión delgada y cojeaba, por lo que caminaba con ayuda de un bastón en la mano izquierda. Vestía una gruesa túnica gris que colgaba de su fino cuerpo y unos pantalones sueltos y raídos que parecían haber visto mejores épocas. Sus zapatos no eran más que piel de vaca atada a los pies. Rafuel no había hablado mucho de Gargarin de Abroi, salvo para decir que vivía como un ermitaño y prefería su propia compañía. Zabat alzó una mano y Froi se preparó para hacer lo mismo. El sacerdote real le había hablado a Froi de la costumbre de estrecharse la mano. En Lumatere, los hombres se abrazaban o alzaban una mano para saludarse. En Sarnak, las personas se hacían una reverencia. Froi no entendía el apretón de manos. Tan solo lo había visto una o dos veces en las circunstancias más corteses. En su última noche en palacio lo había practicado con Finnikin. Terminó en un pulso que les hizo rodar hasta los pies de Isaboe mientras le daba el pecho a Jasmina y le murmuraba a la princesa sobre la idiotez de los hombres.

—¿Sir Gargarin? —preguntó Zabat.

—Tan solo Gargarin.

Se trataba de una voz apocopada y fría.

—Me presento a vos, Olivier de Sebastabol.

Froi extendió la mano cuando Gargarin de Abroi se volvió hacia él. El hombre se estremeció, con una expresión de sorpresa en el rostro. No, no de sorpresa, sino de horror. Cuando Gargarin se negó a tomar su mano, Froi la dejó caer a un lado, conteniendo la furia. Se sintió examinado. Juzgado. «Recuerda tu compromiso —se dijo a sí mismo—. Cuando sientas cólera, cuenta hasta diez. No escupas. No le des un puñetazo a nadie. Cuenta hasta diez, Froi».

—¿Eres de Sebastabol? —preguntó Gargarin con incredulidad en su voz.

—Sí, señor —respondieron Zabat y Froi a la vez.

¿Ya habían fracasado? Froi se había imaginado que se encontrarían con problemas a manos de los jinetes del palacio en la Citavita, pero por lo visto aquel erudito de fría mirada ya había averiguado su estratagema.

—¿Dónde está el resto de sus guardias? —preguntó Gargarin, señalando a Froi con un gesto brusco de cabeza.

—Tan solo le acompaño yo, señor —respondió Zabat—. Ha habido un cambio de circunstancias —continuó con firmeza—. El provincaro de Sebastabol ha enviado un mensaje en el que decía que debo escoltar a Olivier solo hasta aquí. Debo regresar lo antes posible.

—Todo un cambio —dijo Gargarin, mirándolo a ambos con recelo—. ¿Por qué iban a enviar a un último nacido al palacio sin guardia?

—Es una época difícil, señor. El provincaro visitará la Citavita la tercera semana de este mes por el día de llanto y necesitará a su guardia.

—Lo último que he oído es que el provincaro de Sebastabol no podía viajar a la Citavita el día de llanto, y de todas formas he estado en Sebastabol bastantes veces para saber que el provincaro tiene más de un guardia. Así que ¿qué te hace tan especial, Zabat? ¿Estás tocado por los dioses?

Froi rezongó. Estaba seguro de que iba a tener lugar otra lamentable diatriba por parte de su guía.

—Olivier conoce bien la espada —contestó Zabat—. Y, sinceramente, no creo que nadie tenga que estar tocado por los dioses para ser capaz de hacerlo todo hoy en día. Yo me las he apañado para llegar hasta aquí sin ningún talento que añadir a mi nombre.

Gargarin de Abroi se quedó mirando a Froi. Ya había acabado con Zabat.

—Ningún último nacido sabe manejar la espada —le interrumpió Gargarin—. A los últimos nacidos se les ha enseñado a mantenerse alejados del peligro porque Charyn no puede permitirse perderlos.

—Me gusta pensar que soy único entre los muchachos —dijo Froi. «Demasiado formal, idiota», se dijo para sus adentros.

Gargarin no respondió, pero continuó con la misma mirada penetrante. Froi se tomó un rato para despreciarle.

—Acamparemos por la noche y partiremos con las primeras luces —dijo Gargarin, volviendo a la cueva—. Y si por algún absurdo motivo llevas armas encima, ten en cuenta mi advertencia. No te dejarán pasar por el puente levadizo ni con un palillo.

Froi se aseguró de mantener las distancias con el hombre que actuaría como acompañante de Olivier de Sebastabol. Colocó fuera su saco de dormir, a pesar del frío nocturno, pues prefería pasar la noche alejado de los demás. Cuando Zabat desapareció, para tranquilizarse con los sonidos y olores de por allí, Froi subió por el sendero de peldaños que llevaba hasta la parte superior del bagranco. Cerca de allí, encontró una gran roca, más parecida a una cueva baja y estrecha, en cuyo techo estaba grabada la imagen de un pájaro con las alas extendidas. Froi sacó la vaina y la espada corta del hombro y las dos dagas de la manga. Cogió el anillo de rubí de la reina que llevaba en el bolsillo, pero no quería marcharse sin él y lo guardó en la bolsa oculta de sus pantalones. Se arrastró por el suelo y metió las armas por el borde de la cueva antes de volver a salir a rastras.

Cuando Zabat regresó, Froi estaba ya en el arroyo.

—Sabe que estamos mintiendo —susurró Froi—. ¿Podemos confiar en él?

Zabat se quedó callado un momento y miró hacia la cueva en la que Gargarin había desaparecido.

—¿Quién sabe? Los que nacen con inteligencia creen que están por encima de los que son como nosotros.

—Me gusta pensar que soy inteligente —dijo Froi. Zabat le ignoró.

—Gargarin de Abroi no era tan solo un arquitecto, sino uno de los consejeros del rey en el palacio cuando la casa de los dioses fue atacada hace dieciocho años. No sé de qué lado está, pero no importa. Puede introducirte en el palacio.

—¿Qué más sabes de él? Rafuel no entró en detalles —dijo Froi.

—Lo único que sé es que a los dieciséis años entró en palacio al mismo tiempo que su hermano novicio en la casa de los dioses. Se le consideraba un genio y a los veinticinco años desapareció y no se le ha visto por aquí en los últimos dieciocho años.

—¿Por qué se marchó si era tan valioso para el rey?

Zabat se quedó callado un momento.

—Su hermano fue el novicio arrestado por traición y encarcelado tras la matanza del Oráculo en la casa de los dioses. Algunos dicen que Gargarin de Abroi estaba avergonzado por las acciones de su hermano. Aseguran que se marchó de la Citavita porque se creía indigno del respeto del rey. Fuera cual fuese la razón, se le consideró un traidor en palacio y no se le ha permitido regresar hasta ahora.

—¿Y qué dicen los otros? ¿Los otros como Rafuel?

—¿Quién sabe qué piensa Rafuel? —masculló Zabat—. Son muchas las cosas que no nos cuenta. Froi sabía que iba a recibir otra diatriba de autocompasión.

—Necesito más que eso —dijo Froi bruscamente.

Zabat negó con la cabeza, negándose a responder. Froi se acercó de forma amenazadora.

—Si vas a enviarme con él para hacer el trabajo sucio de Charyn, ¡al menos ten la decencia de decirme de qué es capaz!

—Es un ermitaño. Se niega a decantarse por alguna provincia. Pero todas quieren a Gargarin.

—¿Todas le quieren? —preguntó Froi sin dar crédito—. ¿A un lisiado?

—Todos los provincari de esta tierra. Ha diseñado vías fluviales y fue el arquitecto de un sistema de cisternas en la provincia de Paladozza que les ayudó durante los años de sequía. Conoce la historia de este reino y de esta nación mejor que cualquier novicio. Aunque es extraño el hecho de que no esté tocado por los dioses.

—¿Cómo es que no se inclina hacia ninguna provincia?

—Nació en un pueblo llamado Abroi. Un lugar que ninguna provincia reclama como propio. Es un pantano inmundo entre Paladozza y Sebastabol. Los de allí se han estado reproduciendo entre ellos durante mucho tiempo porque nadie más los quiere. Un dicho famoso en este reino dice que hasta el zurullo de una oveja tendría más inteligencia. Lo único de valor que ha salido de Abroi fueron los hermanos gemelos, Arjuro y Gargarin. Uno estaba tocado por los dioses y el otro era arquitecto. Inseparables durante la primera mitad de sus vidas y enemigos desde entonces.

Froi no podía evitar estremecerse cada vez que oía la palabra Abroi. Después de lo que Rafuel le había dicho, ¿era demasiada coincidencia que el nombre de Froi compartiera el mismo sonido que el agua estancada de Charyn?

—He oído que los nombres de Charyn riman con el lugar donde han nacido —mintió, tratando de buscar de algún modo la verdad.

Zabat volvió a emitir un sonido de fastidio.

—¿Eres tonto? ¿Acaso nos parecemos a los osterianos? ¿Tienen que hacerlo rimar todo para recordar de qué pueblo cabrero vienen? Karlo de Sumario. Florence de Torence. Tinker de Stinker.

—Te lo estás inventando —se burló Froi—. No existe ningún lugar llamado Stinker.

—¿Y tú qué sabes?

—Los sarnak son peores —dijo Froi, aliviado de no ser Froi de Abroi—. Les gusta mezclar dos nombres en uno.

Zabat le miró de manera inquisidora.

—¿Jocasto de Sprie? —probó Froi.

Zabat se quedó pensando un momento y negó con la cabeza.

—Casprie —respondió Froi.

—Ridículo.

Froi trató de no estar de acuerdo. Había tardado años en averiguar la extraña lógica de los juegos de nombres en Sarnak.

—¿Lester de Henobon? —continuó Froi—. Sigue. No lo acertarías nunca.

Estaba disfrutando con la estúpida expresión en el rostro de Zabat mientras trataba de averiguarlo.

—Vagabon —aclaró Froi.

Zabat frunció el entrecejo.

—Dime otro. Comienzo a ver el patrón.

—Ah, sí, un patrón —mintió Froi esta vez—. ¿Y si nuestro hombre Vagabon fuera de la ciudad Flechata? Los sarnak no querrían desperdiciar tres palabras para pedir arco y flecha, ¿no?

Zabat estaba perdido, su rostro se retorcía mientras intentaba resolver el rompecabezas.

—Estrecha —anunció Froi.

Zabat negó con la cabeza sin dar crédito. Froi asintió, con aire de gravedad.

—Te está tomando el pelo —oyó que decía una voz detrás de ellos.

Froi se levantó de un salto. Los ojos de Gargarin de Abroi se movieron hacia la mano de Froi, que se había movido para coger un arma que ya no estaba allí. Se miraron a los ojos un instante antes de que el hombre se acercara cojeando al arroyo.

—¿Crees que su hermano novicio traicionó al Oráculo y lo dejó en manos de los serker?

—preguntó Froi en voz baja, mirando a Gargarin.

—Es peligroso creer lo contrario —masculló Zabat.

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A primera hora de la mañana siguiente, Zabat se despertó.

—Me marcho ya —dijo.

Froi bostezó, entusiasmado por dejarlo atrás.

—¿Tienes claras las instrucciones, lumaterano? —susurró Zabat.

Froi asintió.

—En la carta de Rafuel, dice que tu capitán le ha asegurado que las muertes serán limpias. No somos salvajes. Pero es importante que estén muertos.

Froi de pronto se sintió confundido. Se incorporó con dolor en la espalda e intentó aclararse la cabeza después del sueño.

—¿Muertes? Te refieres al rey, ¿no?

Zabat bajó la mirada.

—Y a ella.

—¿A quién? —exclamó Froi—. ¿Quién es ella?

Como Zabat no respondía, Froi le gruñó con tanta ferocidad al hombre que retrocedió.

—A la hija del rey —contestó Zabat.

Froi se quedó mirando al hombre.

—¿A la princesa Quintana?

—¿Eres tan remilgado para matar a una mujer?

—No es parte de mi compromiso.

—Tiene que morir —susurró Zabat—. Maldijo al reino.

—He dicho que no forma parte de mi misión —dijo Froi con firmeza.

—Entonces no lo habéis comprendido bien. ¿De verdad crees que tu reina quiere que Quintana la puta viva? ¿Después de lo que su padre el rey ordenó hace trece años, cuando envió a esos asesinos a Lumatere?

Froi pensó en las palabras de Trevanion. «No te acuestes con la princesa, pero haz lo que tengas que hacer». ¿Se refería a eso?

—Rafuel no dijo nada de…

—Hay muchos que están de acuerdo en que Rafuel no da órdenes —dijo Zabat.

Ambos se dieron la vuelta al oír a Gargarin de Abroi salir de su cueva. Zabat alzó una mano para despedirse.

—Me voy ya, Sir Gargarin —dijo Zabat.

—Abrumador, cuanto menos —masculló Gargarin, levantando la vista al cielo gris. Zabat volvió a mirar a Froi.

—Lo diré otra vez, muchacho. No has entendido tu misión. Tu reina y su consorte quieren muerta a Quintana, la de la maldición.