EL charynita era de complexión delgada, como la mayoría de charynitas que Froi había visto. Llevaba el pelo largo hasta los hombros y, aunque parecía ser mayor que Finnikin, costaba determinar su edad. Tenía el rostro amoratado y estaba sangrando; Froi sabía, por uno de los monteses, que la paliza se la había dado Tesadora de los Habitantes del Bosque, a pesar de lo minúscula que era, que se encontraba al lado de Perri, con los ojos llenos de furia.
La esposa repudiada de Lucian se hallaba delante de ellos, temblando. Era menuda y algo rellenita, con un rostro redondo y dulce.
—Los míos no entienden por qué me habéis llamado, señor —dijo Phaedra en voz baja, mirando a Lucian, sonrojada.
—Hablamos lumaterano —dijo Lucian—, así que habla por nosotros. ¿Entendido?
Mientras tanto, Trevanion se agachó para acercarse al prisionero charynita y estudió al hombre con una intensidad desconcertante.
—Pregúntale a qué se debió el ataque —le ordenó Trevanion a Phaedra, sin quitarle la vista de encima al charynita.
Phaedra repitió la pregunta.
Froi vio el movimiento de la garganta del prisionero, cómo tragaba saliva por el miedo. No obstante, miró fijamente a Trevanion a los ojos.
—Porque había solicitado en más de una ocasión hablar con la reina… o su rey, y no dejaban de rechazar mi petición.
Phaedra tradujo las palabras.
—¿Y por eso le pusiste a Japhra un puñal en el cuello? —preguntó Lucian en charynita, olvidándose de su promesa de habla solamente lumaterano.
El charynita inclinó la cabeza a un lado para mirar más allá de Trevanion, hacia donde estaba Finnikin.
—Bueno, ha funcionado, ¿no?
Froi gruñó, pero no se dio cuenta de que lo había hecho tan fuerte hasta que el hombre miró en su dirección con miedo y una ligera expresión de. ¿sería satisfacción? Pasó un buen rato antes de que el prisionero apartara la mirada.
—Necesitamos a la chica —dijo el charynita en voz baja, señalando a Phaedra—. La mayoría de vosotros puede entenderme con claridad. ¿Verdad? —Miró a Froi, a Lucian y finalmente a Finnikin—. No hay muchos hombres en este lado de la nación con el pelo de ese color, Su Majestad —dijo.
—. Y todo el mundo sabe que la reina lumaterana y su consorte hablan el idioma de cada reino de Skuldenore.
Finnikin permaneció fríamente en silencio.
—Pedidle a la chica que se marche —repitió el charynita.
—Somos nosotros los que exigimos —dijo Lucian—, no tú.
—Pedidle que se marche —dijo el charynita, cansado—, puesto que si oye lo que digo, mis hombres tendrán que matarla, y son eruditos, no asesinos. Odian ver derramamientos de sangre.
A pesar del arrepentimiento que reflejaba la voz de aquel hombre, Froi sabía que estaba diciendo la verdad.
Lucian llamó a uno de los guardias monteses.
—Sacadla de aquí —ordenó—. Que uno de los primos la baje al valle. —Lucian centró su atención en la chica—. Regresa a casa de tu padre, Phaedra. De una vez por todas. Si te veo en el valle, ¡yo mismo te llevaré a rastras a tu provincia!
La muchacha caminó hasta la entrada de la celda y se dio la vuelta para mirar al charynita con vacilación.
—Vete —dijo el hombre con dulzura—. Ya has arriesgado suficiente, Gorrioncito, y te estamos muy agradecidos.
Lucian enseñó los dientes. El charynita soltó una risita forzada cuando Phaedra salió de la celda.
—Qué tonto has sido al dejar que abandone el lecho conyugal, montés. Si le hubieras dado la oportunidad, Phaedra de Alonso habría sido el primer paso hacia la paz.
—¿Qué te hace pensar que buscamos la paz con los charynitas? —preguntó Lucian. —Porque Japhra de las Llanuras lo mencionó mientras dormía.
Tesadora resopló de furia.
—No vuelvas a pronunciar su nombre o te atragantarás con tu propia sangre.
—Japhra vale mucho más de lo que imaginas —continuó, como si Tesadora no hubiera amenazado su vida.
Pero Froi vio la frente del charynita húmeda y supo que la proximidad de Trevanion y la presencia de Tesadora le afectaban más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
—Algunas mujeres aprenden a escuchar mejor cuando hablan poco. —El charynita volvió a clavar la vista en Finnikin—. ¿No lo comprobaste en la época en que vuestra reina guardaba silencio?
Finnikin al final contestó en charynita:
—Me estás agotando la paciencia, charynita, y si haces una referencia más a nuestras mujeres, incluida mi reina, le pediré un puñal a alguno de los míos y te rajaré de oreja a oreja. Así que habla.
El charynita siguió centrado en Finnikin.
—Me llamo Rafuel, de la provincia charynita de Sebastabol. He venido al valle con siete hombres. —Esperó un momento para que Lucian tradujera a los demás. Rafuel se encontró con los ojos de Trevanion—. Tengo una manera de introduciros en el palacio, caballeros. Sé cómo hacer justicia en ambos reinos.
—Matando al rey de Charyn.
Froi se dio cuenta de que todos se habían quedado tan asombrados como él al oír aquellas palabras, pero no se produjo reacción alguna.
—¿Y por qué tenemos que confiar en ti, charynita? —preguntó Finnikin.
—Porque tenemos algo en común, Su Majestad.
—No tenemos nada en común.
—¿Ni siquiera una maldición? —dijo Rafuel, calmado.
Froi negó con la cabeza.
—Otra maldición de mala muerte, no —masculló.
Rafuel volvió a mirar a Froi a los ojos.
—Nuestra maldición fue antes —dijo Rafuel de Sebastabol.
—¿De verdad? —preguntó Finnikin, enlazando sus palabras con sarcasmo—. ¿Fue peor que la nuestra?
Rafuel suspiró con pesar.
—Si nos sentamos a comparar, Su Majestad, puede que gane, pero al final no ganaremos nada.
Finnikin pasó junto a su padre, apartándolo, cogió al hombre para ponerlo de pie y apretó los dientes.
—¿Cómo ibas a ganar? Mi reina sufre por esa maldición.
—Y he oído que también su rey.
El charynita tenía el poder de decir mucho con un tono más calmado.
—¿Notasteis algo peculiar al pasar por Charyn durante el exilio? —continuó el charynita.
Finnikin recobró la compostura y empujó al hombre.
—Solo he atravesado Charyn tres veces. La primera fue a los diez años, cuando visité el palacio con Sir Topher, el Primer Caballero de la reina. Nos mandaron a una cámara y no hablar con nadie. La segunda vez fue hace tres años, cuando estábamos buscando exiliados y no recuerdo ni una conversación amistosa de un charynita en aquel entonces. Y la tercera, un grupo de tus soldados cogieron como rehenes a treinta de los nuestros en la frontera osteriana y le dieron una paliza a nuestro chico —dijo, señalando a Froi.
—¿Vuestro chico? —puso en duda el charynita, mirando los ojos de Froi—. ¿Estáis seguro de eso?
Tesadora fue a lanzarse sobre él, pero Perri la contuvo.
—¿Por qué sigue respirando? —dijo bruscamente—. Es muy sencillo. Partidle el cuello.
Rafuel tenía la vista clavada en ella, casi con asombro.
—Te sale la charynita de Serker que llevas dentro, Tesadora de los Habitantes del Bosque.
Esta vez Perri la soltó y Froi vio cómo Tesadora se abalanzaba sobre el hombre para arañarle la cara. Froi había oído rumores de que la muchacha era medio charynita, pero nadie se atrevía a hablar sobre aquello. Perri esperó unos instantes, el tiempo suficiente para que derramara un poco más de sangre. Entonces avanzó con calma para apartarla. Froi se arrepintió por un momento de que hubiera terminado tan pronto. De algún modo siempre se veía atraído por el lado oscuro y nadie en aquella habitación tenía un corazón tan negro como el de Tesadora.
Rafuel continuó como si no le sangrara el rostro.
—Los charynitas tienen prohibido hablar con las personas de fuera. Y una norma como tal supone un obstáculo para una «conversación amistosa».
—¿Por qué está prohibido? —preguntó Lucian—. ¿Qué tiene que ocultar vuestro pueblo que nosotros no sepamos ya?
Rafuel soltó una risita forzada.
—Podría llenar una crónica de lo que no sabéis de nosotros, montés. Pero esas cosas se las dejo a Phaedra, que escribe sobre la llegada de nuestro pueblo a vuestra tierra con una mano más justa de lo que jamás será la mía. —Rafuel de Sebastabol se volvió hacia Tesadora—. He visto como de vez en cuando también te sientas a escribir tus crónicas. ¿Has notado algo extraño en el valle? ¿En toda esa gente, en esos cientos?
Trevanion pidió que se lo tradujeran.
Se volvieron hacia Tesadora, cuyos ojos parecían aún más felinos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Finnikin.
Tesadora sacudió la cabeza. Perri le soltó el brazo y durante un breve instante Froi la vio apoyarse en él. Sabía que eran amantes a pesar de la violenta historia que había entre ellos, pero nadie lo comentaba igual que nadie hablaba de la sangre charynita de Tesadora.
—No hay niños —dijo Tesadora en voz baja.
Lucian repitió las palabras en charynita y todos miraron a Rafuel para confirmarlo. Rafuel asintió.
—¿Dónde están? —preguntó Finnikin, atónito.
—Todos han crecido —respondió Rafuel.
Finnikin avanzó hacia él de nuevo, lleno de frustración.
—Preferiría no tener que adivinarlo, charynita. Si has pasado por todo esto para que subiera a la montaña, explícanoslo bien. Háblanos como si fuéramos tan ignorantes como un charynita.
Algo cambió en la expresión de Rafuel.
—No somos todos ignorantes, Su Majestad —dijo fríamente—, y no sé cómo explicároslo. Nuestras mujeres son estériles. Nuestros hombres, carentes de simiente. Hace dieciocho años que no nace un niño en Charyn.
La estupefacción les dejó a todos de nuevo en silencio mientras trataban de asimilar las palabras de Rafuel. Froi captó la expresión de confusión que reflejaron los rostros de Finnikin y Trevanion. El charynita se volvió hacia Lucian.
—Probablemente es otra de las cosas que avergüenza a Phaedra —dijo— y crea que decíais la verdad cuando la llamasteis inútil todas aquellas veces.
—Por lo visto sabes mucho de mi esposa —dijo Lucian, furioso.
—Lo último que he oído es que la delatasteis a pesar de ser vuestra esposa —comentó Rafuel de Sebastabol—, así que se supone que perdisteis el derecho a estar indignado porque yo conozca sus sentimientos.
Froi se maravilló ante la falta de miedo de aquel tonto.
—Recuerdo ver niños por las calles la primera vez que os visité con Sir Topher —dijo Finnikin con la voz llena de incredulidad—. También había uno en palacio.
—Si teníais diez años por aquel entonces, el niño más pequeño de Charyn tendría seis —contestó Rafuel—. Su Alteza Real, la princesa Quintana —añadió.
—No la conozco —dijo Finnikin.
El charynita respiró profunda y entrecortadamente.
—Ahí es donde comienza la historia de la maldición. Con su nacimiento.
—No estamos aquí para oír cuentos —replicó Finnikin, frustrado—. Vuelve a la parte donde nos introduces en palacio sin traicionarnos.
—Quiero oír lo que tiene que decir —dijo Tesadora—. Y, lo que es más importante, a vuestra esposa también le gustaría, mi señor —dijo, volviéndose hacia Finnikin con expresión burlona.
—Creía que hace un momento querías verlo muerto —dijo Finnikin.
No había mucha simpatía entre Tesadora y Finnikin. Froi creía que el motivo eran los celos. La reina tenía un vínculo con Tesadora y Finnikin envidiaba a cualquiera que tuviera ese tipo de relación con la reina. Froi conocía ese sentimiento mejor que nadie.
Finnikin se volvió hacia el charynita.
—Pues cuéntanos la historia, Rafuel de Sebastabol, pero date prisa.
Rafuel mantuvo la vista en Trevanion.
—¿Podríais tal vez decirle a vuestro padre que retroceda, Su Alteza? Soy un hombre pequeño y podría partirme en dos desde el otro lado de la celda.
—Está más cómodo donde se encuentra —respondió Finnikin. Rafuel suspiró.
—El año anterior al nacimiento de Quintana, atacaron la casa del Oráculo y asesinaron a los novicios —comenzó—. La reina del Oráculo sobrevivió, pero le cortaron la lengua y los dedos para que no pudiera hablar ni escribir la verdad. Un joven novicio llamado Arjuro de Abroi se había ausentado de la casa de los dioses la noche del ataque y se le acusó de haber sido cómplice en los asesinatos.
Finnikin lo tradujo enseguida para que los demás lo entendieran.
—El sacerdote real es vuestro líder espiritual, pero el Oráculo de Charyn era más que eso para nosotros. Desde el principio de la vida en Charyn, la mayoría de las decisiones tomadas por el rey y las provincias tenían que ser aprobadas por el Oráculo. El Oráculo y la casa de los dioses eran el modelo moral e intelectual de Charyn. —Los ojos de Rafuel brillaron de fervor—. He oído que sois un erudito. Pero no habéis visto los libros que tradujeron nuestros novicios. Os dejarían sin aliento, Su Alteza.
—He visto libros antiguos, ¿sabes? —dijo Finnikin a la defensiva—. En el palacio de Osteria. He pasado allí más de un verano.
Rafuel emitió un sonido de fastidio.
—¿Osteria? Es la gente más aburrida con la que me he topado. Puedo imaginarme sus traducciones. ¿Sabéis qué decimos en Charyn? Que un hombre aprende a roncar por la presencia de un osteriano.
Froi advirtió que Finnikin trataba de reprimir una sonrisa. El pasatiempo favorito de Finnikin e Isaboe era superarse en insultos hacia los osterianos.
—Pero todo cambió hace diecinueve años —continuó Rafuel—. El provincaro de Serker murió y su sucesor se negó a pagar los impuestos. Los serker aseguraban que el palacio les estaba dejando sin blanca. El rey, en cambio, situó su ejército fuera de las fronteras de Serker. Era un paso hacia una guerra donde los charynitas matarían charynitas, y el mayor miedo del Oráculo era que las otras provincias se decantaran por uno u otro bando en una guerra como aquella. El Oráculo ordenó al rey que retirara el ejército del exterior de Serker y al provincaro de Serker que pagara los impuestos al rey y le jurara lealtad. En caso de que no obedecieran, amenazó con quitar la casa de los dioses de la Citavita y la sagrada librería de Serker. No podríais imaginar un insulto mayor a la capital o a Serker.
»Aquella primavera atacaron la casa de los dioses del Oráculo en la capital y perdimos las mentes jóvenes más brillantes de nuestro reino cuando asesinaron a los novicios. Eran chicos y chicas formados para ser médicos, educadores y filósofos. Murieron desarmados y de manera brutal.
Aquel día, los sacerdotes, sacerdotisas y órdenes pasaron a la clandestinidad y así han permanecido desde entonces.
Finnikin se quedó callado. Aunque su rostro no revelaba mucho, Froi podía sentir su horror. Finnikin era un amante de los libros, la historia y los relatos. Fue Finnikin el que escribió las crónicas de su reino en su Libro de Lumatere, al que se le habían añadido ahora las historias de Tesadora y Lady Beatriss. Al seguir Finnikin en silencio, Froi tradujo las palabras a Trevanion y Perri.
—El palacio culpó a Serker —continuó Rafuel—. Como castigo por la masacre en la casa de los dioses, el rey de Charyn arrasó con la provincia. Está situada en el centro de Charyn y desde entonces ha sido tierra yerma.
—¿Y qué fue de la gente? —preguntó Lucian—. ¿Adónde se marcharon?
—¿Cuántos Habitantes del Bosque quedaron tras la invasión charynita? —preguntó Rafuel.
Froi vio la cara de asombro que puso Finnikin.
—Ningún charynita había dicho antes que los cinco días de lo innombrable fueran parte de su invasión —dijo Finnikin con voz ronca.
—El palacio nunca lo ha dicho —le corrigió Rafuel con voz calmada—. Pero lo que tuvo lugar en Lumatere hace trece años fue por culpa de Charyn. Las madres lloraban por los hijos que fueron obligados a alistarse en el ejército que fue enviado a vuestro reino junto al hombre que llamabais el rey impostor. Ahora, la generación de los últimos nacidos lloran por las historias que han oído sobre lo que sus padres hicieron.
Los ojos de Rafuel se encontraron con los de Finnikin.
—El silencio no es por mantener un secreto, Su Majestad. Es debido al dolor y la vergüenza. Nadie habló. Ningún lumaterano quería ver valía en un charynita. Sobre todo en un charynita que había llevado un puñal a una de sus mujeres.
—Cincuenta y cuatro —dijo Tesadora. Los demás se volvieron hacia ella.
—Se sabe que cincuenta y cuatro Habitantes del Bosque sobrevivieron a los días de lo innombrable.
Rafuel se quedó pensativo.
—La cantidad de personas que sobrevivió a la masacre de Serker hace diecinueve años es incluso más desgarradora. Lo sabemos porque había alguien allí para confirmarlo. La puta del rey de Serker. Vivía en el palacio cuando el ataque y es la madre de la princesa, Quintana.
—¿Y el resto? —preguntó Lucian.
—Los mataron a todos.
—¿Su propio pueblo? —preguntó Finnikin atónito.
—Cientos y cientos de ellos —aseguró Rafuel—. Aunque se rumorea que un puñado sobrevivió y han pasado todo este tiempo ocultos en las ciudades subterráneas.
Rafuel parecía resentido.
—La mayoría de ciudades lo aprobaron. Querían venganza por lo que había sucedido en la casa de los dioses. Pero otros creían que era el palacio el que estaba detrás de la matanza de los novicios. Sin embargo, tras la carnicería en la casa de los dioses, el rey llevó a la reina del Oráculo al palacio para protegerla. O eso dijo. Lo que le dejó en buen lugar entre la gente inconsolable por lo que le había sucedido a la diosa del mundo natural. Pero nueve meses más tarde, el día en que la puta del rey de Serker dio a luz a Quintana de Charyn, la reina del Oráculo se arrojó al bagranco desde sus aposentos del palacio.
—¿Al bagranco? —preguntó Finnikin.
—El barranco —respondió Froi, sin pensar.
La educación del sacerdote real había sido rigurosa y, cuando se trataba de las lenguas de Charyn y Sarnak, Froi era el que mejor las hablaba, aunque en presencia de Finnikin e Isaboe siempre fingía lo contrario. Notó los ojos de Rafuel y Finnikin clavados en él y apartó la mirada.
—No sabemos qué ocurrió primero —dijo Rafuel—, si el nacimiento de la princesa o la muerte del Oráculo, pero, desde aquel momento, se acabó la fertilidad de la tierra.
—No lo entiendo. ¿Cómo pueden cesar los nacimientos de la noche a la mañana? —preguntó Lucian.
—Aquel día, todas las mujeres que llevaban un niño en su vientre…
El charynita tragó saliva, incapaz de terminar sus palabras.
Lucian, absorto en lo que Rafuel tenía que decir, negó con la cabeza, lleno de frustración.
—¿Qué? ¿Qué ocurrió?
—¿Alguien puede traducirlo? —espetó Trevanion.
Finnikin se aclaró la garganta y su voz se cargó de emoción mientras repetía las palabras de Rafuel.
—Aquel día, todas las mujeres que llevaban un niño en su vientre…
—Lo sacaron de sus entrañas —completó Tesadora, en voz baja y apenada. Perri se la quedó mirando como si alguien le hubiera pinchado en la barriga y Tesadora respiró entrecortadamente—. Tengo que ocuparme de esa tonta, Japhra.
Rafuel alzó la vista.
—Dile que…
—¡No! —exclamó Tesadora con los dientes apretados—. Mantente alejado de ella.
Al cabo de un rato, ya se había marchado. Estaban sucediendo demasiadas cosas que Froi no comprendía.
—Continúa —le ordenó Lucian a Rafuel.
—Cuando Quintana de Charyn tenía seis años, se dice que apareció la primera señal, escrita en las paredes de su cámara con su propia sangre: «Los últimos crearán al primero». Estaba escrito en la lengua de los dioses. Nadie salvo los bendecidos por los dioses recibe el don de conocerla. Después, al decimotercer día de llanto, nuestro equivalente al cumpleaños, el rey decretó que todas las últimas niñas nacidas en el reino fueran marcadas.
—¿Marcadas? —preguntó Lucian, horrorizado.
Rafuel alzó su pulgar y dos dedos para señalarse la nuca y los grilletes que le rodeaban las muñecas repiquetearon.
—Quintana de Charyn nació con la antigua marca del tres en la nuca.
—Pero ¿por qué marcó a las últimas a los trece años y no el día de su nacimiento? —quiso saber Finnikin.
—¿Por qué crees? —preguntó Rafuel—. A los trece años las chicas están en edad de quedarse embarazadas.
Froi se sintió aliviado porque Tesadora estaba fuera de la habitación y no había escuchado aquella información.
—Quintana de Charyn también aseguró que era la elegida tras su decimotercer cumpleaños y solo ella debía llevar al primero en su vientre. Un niño. Un rey que rompería la maldición, engendrado por su prometido, Tariq.
—¿A los trece años y ya tenía un prometido? —preguntó Lucian con indignación.
—Tu yata estaba prometida a los catorce, Lucian —dijo Finnikin.
—Quintana decía que el niño nacería antes de que ella alcanzase la mayoría de edad y si otro hombre se atrevía a romper la maldición con una de las últimas nacidas, la diosa de la fertilidad prendería fuego a Charyn.
—Está claro que está loca —dijo Finnikin—. Tan loca como los que la creen.
—¿Tan loca como una reina que asegura caminar por los sueños de su pueblo? —dijo Rafuel descaradamente—. ¿Tan loca como los que la creen?
Una furiosa inhalación retumbó en las paredes. Lucian agarró al charynita justo cuando Froi estaba a punto de cruzar a toda velocidad la habitación para darle un puñetazo en la mandíbula.
Finnikin permaneció tranquilo mientras se encaminaba hacia Rafuel de Sebastabol.
—Me gustaría saber qué fue lo que sucedió de verdad, charynita, y odiaría tener que matarte antes de que llegue ese momento. Así que tal vez puedas contenerte y no sacar más a mi reina.
Rafuel de Sebastabol tuvo el buen sentido común de parecer arrepentido. Al cabo de un rato, asintió.
—El mes que viene Quintana de Charyn alcanzará la mayoría de edad. El último nacido de la provincia de Sebastabol viajará a la Citavita, la capital, y se acostará con la princesa para intentar plantar la semilla. Así lo han hecho los últimos nacidos de cada una de las provincias durante los últimos tres años. Antes lo intentó su prometido, Tariq. Pero cuando Quintana cumplió los quince, un pariente de su madre le sacó de palacio a escondidas después de que su padre muriera misteriosamente. Es el primo del rey y el único heredero.
—¿Tienen algún don los últimos nacidos? —preguntó Lucian.
A Rafuel le hizo gracia la pregunta.
—La verdad es que son bastante. inútiles. Les valorábamos mucho, algunos eran unos malcriados y otros, unos reprimidos. La mayoría de los padres temían lo peor para sus hijos y les evitaban cualquier peligro. Cuesta encontrar un último nacido que sepa usar un arma o montar a caballo. A las hijas se las recluía en casa. Algunas son las muchachas más frívolas que jamás hayas conocido, mientras que otras son las más tímidas y vergonzosas. Diría que la mayoría de sus parientes están a punto de enviarlas bajo tierra por miedo a lo que ocurra cuando la princesa alcance la mayoría de edad.
Finnikin se restregó los ojos y negó con la cabeza. Al cabo de un rato dijo:
—Un relato triste, charynita, pero sigo sin entender por qué estás aquí.
—Porque tenéis a un chico que habla nuestra lengua, que tiene la misma edad que uno de los últimos nacidos, y que no es tan inútil. Y, lo que es más importante, lo han entrenado para ser un asesino. —Rafuel miró a Froi a los ojos—. ¿Verdad?
Nadie habló. Froi se puso tenso, sin apartar la vista del charynita. Froi sabía que el hombre escondía algo. Le habían enseñado a reconocer las señales.
—Caballeros, vuestro reino o el mío no podría haber pedido un arma más perfecta para deshacernos del peor de los reyes. Vuestro muchacho de las Llanuras es nuestra única esperanza.