Prólogo

LA llaman Quintana, la de la maldición. La última mujer nacida en Charyn, hace dieciocho años.

Ella dice ser Reginita, la pequeña reina. Receptora de las palabras escritas en la pared de su alcoba, susurradas por los mismísimos dioses. Aquellos nacidos los últimos crearán al primero, y bendito será el rey recién nacido, pues Charyn dejará de ser estéril.

Y cada otoño, desde el decimoquinto día de llanto, uno de los últimos nacidos en Charyn visita el palacio en un intento de cumplir la profecía. Pero nunca lo consiguen.

Lloran por miedo a hacerle daño. Pero ella no tiene lágrimas para sí misma.

—Acércate —dice con brusquedad—. Date prisa. Intentaré pensar en otras cosas, pero si tu boca roza la mía, la seccionaré.

La mayoría de las noches se concentra en el contorno del techo, donde la luz de la casa de los dioses del Oráculo entra por el barranco hasta sus aposentos. Alza una mano y hace formas en las sombras. Y dentro de ella, en el único lugar que puede esconder, Quintana canta su canción.

Y en algún sitio más allá de la roca que es Charyn, la sangre de uno de los últimos nacidos le devuelve el canto.

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