«Los límites no tienen existencia salvo en los mapas o en las mentes pequeñas. La naturaleza no dibuja líneas.»
Tulisofala, Extractos, CCLXII, VI
(Traducido por Leisha Tanner)
Pienso a veces en la observación de Christopher Sim acerca de que la batalla de las Termópilas no tendría que haber ocurrido.
Mi guerra particular con el Ashiyyur parece pertenecer a la misma categoría. No habría tenido lugar si no me hubiera pasado una tarde entera revelando todo lo que sabía a S'Kalian en el Maracaibo Caucus. Esa visita tal vez no fuese la mayor idiotez de la historia, pero seguro que quedaba entre las diez primeras. Estuvimos a punto de perder el Corsario y todo lo que contenía.
Chase tenía razón acerca de los armstrongs. No había ninguno, pero sí un sistema de propulsión mucho más sofisticado en su lugar. Y, a las diez horas del incidente con la nave de guerra muda, los ordenadores nos dieron el visto bueno y el Corsario nos llevó a casa.
No fue la deriva enfermiza en el espacio multidimensional ni los meses sórdidos en el túnel gris que habíamos experimentado a la ida.
Fue más bien como un parpadeo.
Las estrellas se volvieron borrosas para luego reaparecer. Si hubiésemos estado atentos, habríamos visto cambiar las constelaciones, la Gran Rueda desvanecerse, y las configuraciones familiares a Rimway en el cielo nocturno emerger enseguida de ese momento de confusión. El sol del Belmincour se había ido; nos aproximábamos al fantástico cielo azul y blanco de Rimway. El sistema de comunicación chisporroteaba por el tráfico. La luna en cuarto creciente flotaba y era visible desde las pantallas.
Fue solamente una brevísima sensación física: un momento durante el cual no hubo suelo, ni aire para respirar. Pasó tan rápido que no estaba seguro de que hubiera sucedido.
Bajo la presión de esa guerra desesperada, alguien, con toda probabilidad Rashim Machesney y su equipo, había resuelto una serie de problemas técnicos relacionados con las ondas de gravedad y había deducido una aplicación práctica. Reconociendo que las ondas gravitatorias, como la luz, son duales por naturaleza, siendo onda y partícula, ellos habían llegado a una conclusión obvia: la gravedad podía ser cuantificada.
Una amplia extensión de implicaciones surgía a partir de este simple hecho. La más importante para Chase y para mí, sentados en esa antigua fragata, sin ninguna seguridad de llegar sanos y salvos a casa, era la siguiente: los objetos físicos grandes son capaces del salto cuántico por parte del electrón. Esto es, que es posible moverlos de punto a punto sin cruzar el espacio intermedio.
El Corsario estaba equipado con un colector de ondas de gravedad ajustable amplificado por magnetos hiperconductores diseñados para reducir la resistencia eléctrica a un factor negativo. El resultado: la nave podía desplazarse en la estructura tiempo/espacio con un intervalo de tiempo cero.
Bien. Esto ya se sabe. Pero es por eso por lo que Chase y yo no estamos todavía en el flanco más distante de La Dama Velada.
El propulsor cuántico.
Su alcance es ilimitado, por supuesto. Es un factor de la naturaleza del propulsor y de la energía disponible. La energía se acumula en un anillo hiperconductor y debe ser aplicada en cantidades exactísimas en el momento de transición. La mínima distancia que cruzará es un poco más larga que un día luz. Después de eso, los intervalos se reducen mediante variables infinitesimales, aunque directamente crecientes. Es parecido a las estaciones. Todo eso está en apariencia ligado a la estadística, a la lógica cuántica y al principio de Certeza de Hays. Pero el resultado es que el método no resulta práctico para viajes que sean o muy cortos o muy largos.
Ahora comprendemos mejor lo que fueron las relaciones entre los diferentes mundos humanos durante la guerra contra el Ashiyyur. (O al menos Chase y yo sí.) Aunque siempre hemos sabido que desconfiaban unos de otros, fue de gran impacto que los dellacondanos escondieran su descubrimiento a sus aliados. Y esto se mantuvo durante dos siglos después de Rigel.
Muchas cosas han cambiado desde que volvimos de Belmincour con el Corsario.
La unidad política a gran escala se ha hecho posible en la práctica y la Confederación parece estabilizarse. Lo hemos conseguido, después de todo.
También me hace feliz que el propulsor no se haya usado contra el Ashiyyur. No les tengo ni pizca de aprecio, pero creo que en todo esto hay una lección que señala un rumbo. Ahora poseemos una enorme ventaja tecnológica. Han cesado las tensiones y algunos expertos dicen que no se puede mantener ninguna rivalidad seria sin un equilibrio militar. Tal vez estemos entrando en una nueva era. Espero que así sea.
El Maracaibo Caucus sigue abierto en la Casa Kostyev. Nunca he vuelto, pero espero que les vaya bien.
Aún se ve la tumba de Matt Olander en las afueras de Punto Edward. Los ilyandanos han rechazado la historia de Kindrel Lee.
Se habla ahora de una misión intergaláctica. La energía sigue siendo un problema. El viaje debería hacerse en una serie de saltos relativamente cortos. La recarga es lenta y los expertos estiman que un viaje a Andrómeda costaría más de un siglo y medio. Pero iremos. Ya se han hecho varios progresos a partir de los diseños básicos de Machesney. Espero vivir lo suficiente para romper una botella en la proa de la primera nave intergaláctica. (Se han hecho promesas.)
La reputación de los Sim no ha sufrido grandes daños. De hecho, la mayoría de la gente rechaza la historia de Belmincour y cree firmemente que el guerrero murió en Rigel.
Hay una teoría que ha ganado prestigio entre los estudiantes y que a mí me resulta interesante: la idea de que hubo una confrontación final en el peñasco y que los hermanos se abrazaron al final y se separaron entre lágrimas.
Lo que nos lleva a la inscripción de las rocas:
La primera parte es un grito de angustia usado a menudo por el héroe en la tragedia griega clásica: «Oh Demóstenes». La mayoría de los historiadores interpretan el grito como un tributo de Christopher Sim a las habilidades oratorias de su hermano y, por lo tanto, como una demostración de perdón: «Qué agonía, oh Demóstenes», parece decir. Esto también conlleva la visión de la despedida final en el peñasco, considerando toda la ternura y la afección que ese hecho debió de generar.
Pero tengo mis dudas. Después de todo, ¡Demóstenes persuadió a sus compatriotas para que se embarcaran en una lucha sin sentido y suicida contra Alejandro Magno!
Si nosotros no hemos entendido la frase, creo que Tarien sí la entendió.
Siempre nos preguntamos, acerca de Tanner y de Sim, por qué ella lo buscó tan obstinadamente durante años. De algún modo parece que hubo mucho más que compasión o lealtad en esa búsqueda. Chase le daría un tono romántico. En una ocasión, mientras el viento soplaba fuera y el fuego nos calentaba, me dijo: «Ella lo amaba. Y lo encontró. Estoy segura. Ella nunca se dio por vencida».
Quizá.
Siempre sospeché que Tanner era parte del complot original. Y que fue ella y no una anónima tripulante quien vio la Rueda. Y que fue la culpa más que el amor lo que la llevó hasta allí.
Sin embargo, sabemos que él no volvió. Nunca más se supo de Christopher Sim después de Rigel. A veces pienso en él, solo en ese peñasco, y deseo, más que nada en la vida, creer que ella descendió de ese cielo azul claro para buscarlo.
Me gusta pensar en eso. Aunque no lo crea.
Y, finalmente, Gabe.
Hoy los diarios de a bordo del Corsario y unos apuntes manuscritos de Christopher Sim se exhiben en el Centro de Estudios Acadios. En el ala llamada «Gabriel Benedict».