«Para mí, el sexo es secundario. Antes prefiero tener al enemigo justo en el blanco.»
Alois de Toxicón
(Discurso en la inauguración del Centro de Estudios Estratégicos)
—Necesito estar aquí algunos minutos más. ¿Cuánto tiempo tenemos?
—Media hora más o menos. No podrás llegar en ese lapso. Pero no veo la diferencia. Lo único que puede hacer es saludarnos con la mano al pasar. Le costará varios días dar la vuelta y volver.
—Bueno. —Estaba más interesado en la plataforma en ese momento—. Enfócalo.
No tenía un par de botas de repuesto, y el sol estaba calentando la roca. Me puse un par de calcetines y avancé hacia la cúpula. Estaba descolorida por las inclemencias del tiempo, rota en algunas partes, desteñida en otras. Las piedras que habían caído y los movimientos de la tierra la habían descentrado un poco.
La tumba de Christopher Sim.
La superficie se parecía mucho a la de Ilyanda, donde él había sufrido otra clase de muerte. No era un final muy elegante, en esta losa de granito, bajo la estrella blanca de la nave que lo había conducido con seguridad durante largo tiempo.
La puerta estaba diseñada para funcionar, de ser necesario, como compuerta. Estaba cerrada, pero no sellada. Pude levantar el pestillo y abrirla. Dentro, el sol se filtraba a través de cuatro ventanas y una claraboya para iluminar cuartos que parecían ser bastante cómodos en contraste con la austeridad exterior de la cúpula. Había dos sillas tapizadas según el estilo de la nave estelar, atornilladas al piso, varias mesas, un escritorio, un ordenador y una lámpara de pie. Una de las mesas tenía un tablero de ajedrez. Pero no estaban las piezas.
Me pregunté si Tarien habría venido en ese largo vuelo desde Abonai y si habría habido una disputa final desesperada, tal vez en este mismo cuarto, entre los hermanos. ¿Le habría pedido Tarien que continuara la batalla? Debió de ser un terrible dilema: los hombres tenían tan pocos símbolos y la hora era tan terrible…
No podían permitirle quedarse fuera de la batalla (como había hecho Aquiles). Al final, justo antes de Rigel, Tarien debió de sentir que no tenía más remedio que quitar del medio a su hermano y despedir a su tripulación con alguna historia conmovedora, o quizá el mismo Christopher Sim, en su enojo, ya los hubiese despedido antes de enfrentarse con su hermano. Entonces los conspiradores habrían inventado la leyenda de los Siete, vinculándola con la destrucción del Corsario, y cuando terminó la batalla, lo llevaron allí junto con su nave.
De pie en la puerta me preguntaba cuántos años lo habría albergado este espacio reducido.
Debió de comprenderlo, pensé. Y si, de algún modo, pudo enterarse de que estaba equivocado y de que Rimway había intervenido junto con Toxicón y la Tierra, debió de hallar algún consuelo.
No había nada en el ordenador. Pensé que era extraño. Esperaba un mensaje final, tal vez a su esposa, tal vez a la gente que había defendido. Pero los bancos de datos estaban vacíos. Cuando me pareció que las paredes comenzaban a cerrarse sobre mí, salí volando del lugar, hacia la plataforma externa que había definido los límites de su existencia.
Helado, caminé alrededor del perímetro, observando las formaciones rocosas del límite norte, apurándome al pasar a la sombra de la pared de piedra y volviendo por el borde del precipicio. Traté de imaginarme (como había hecho en la isla hacía dos noches) cómo podía sentirse alguien abandonado en un lugar así, solo en un planeta, a miles de años luz de alguien con quien hablar. El océano debió ser muy tentador. Arriba volaba el Corsario. Lo vería moverse entre las estrellas, cruzando los cielos como una luna errante, un rato cada día.
Entonces vi la inscripción. Había grabado una línea de letras en la roca, a nivel del ojo, en un extremo de la superficie. Estaba profundamente marcada en la piedra, con trozos ásperos. Se notaba que la había hecho con furia. Pero no podía entender el idioma en que estaba escrito el mensaje:
—¿Chase?
—Lo veo —respondió al cabo de un rato.
—¿Podemos traducir algo?
—Trataremos de hacerlo. No estoy segura de cómo introducir el dato visual en el ordenador. Dame un momento.
Griego. Sim siguió siendo un clasicista hasta el fin.
El corazón me latía violentamente mientras contemplaba el lugar e imaginaba sus últimos días o años. ¿Cuánto tiempo habría aguantado bajo la eclíptica de un nexo sin fin con su casa?
Debió de ser una elección muy pensada y bastante difícil, lo mismo que mantener el silencio o la discreción cuando el Tenandrome llevó sus noticias a La Pecera y a Rimway. Me imagino los encuentros apurados de los oficiales de alto rango,, ya abrumados por el peso de un gobierno que se desintegraba. ¿Por qué no? ¿Qué tendría de bueno esta revelación? Y los hombres del Tenandrome, conmovidos por lo que habían visto, habrían llegado a un acuerdo enseguida.
—Alex, según el ordenador es griego clásico.
—Bien. ¿Qué más?
—Dice que tiene pocos idiomas en su biblioteca y que todos son lenguas modernas.
—La última palabra —dije— parece ser «Demóstenes».
—¿El orador?
—No lo sé. Tal vez. Sin embargo, no puedo entender por qué motivo grabó el nombre de un griego muerto en la roca. En esas circunstancias.
—No tiene sentido —opinó Chase—. Tenía un ordenador disponible en la cúpula. ¿Por qué no lo usó? Podría haber escrito lo que se le ocurriera. ¿Por qué se tomó el trabajo de grabar la roca?
—El medio es el mensaje, como dijo alguien. Tal vez una superficie electrónica no podía expresar apropiadamente sus sentimientos.
—Tengo una conexión con el ordenador del Corsario. Hay solo dos referencias a Demóstenes. Una es del antiguo griego y la otra de un luchador contemporáneo.
—¿Qué dice del primero?
—«384-322 a. C. Antigüedad. El más grande de los oradores griegos. Se dice que había nacido con un impedimento para hablar y que pudo superarlo poniéndose guijarros en la boca y hablando frente al mar. Sus discursos persuadieron a los atenienses a hacer la guerra contra los macedonios. Los más conocidos son las tres Filípicas y las tres Olintíacas. Todos datan del año 350 aproximadamente. Los macedonios vencieron pese a los esfuerzos de Demóstenes, que fue enviado al exilio y murió por su propia mano.»
—Hay una relación —dije.
—Sí, Tarien también era orador. Y tal vez sea una referencia a él.
—No me sorprendería —comenté. Había observado otra inscripción en la roca, en la base, en letras de tipo diferente: «Hugh Scott, 3131». Grabadas con un pequeño láser.
—Es tiempo universal —explicó Chase—. Se equipara con 1410 o 1411 de Rimway. —Suspiró—. Al final, Sim debió de perdonar a su hermano. Tal vez reconoció que estaba en lo cierto.
—Considerando las circunstancias, es un perdón muy meritorio.
Me dolían los pies; los tenía lastimados. Los calcetines no me servían de protección y tenía que tener cuidado con los movimientos para no quemarme.
—¿Dónde está el visitante?
—Se acerca, sigue acelerando. Es realmente insistente. —El aire estaba pesado—. ¿Alex?
—¿Sí?
—¿Crees que ella sí lo encontró? Me refiero a si lo hizo a tiempo.
—¿Leisha? —Yo había estado pensando en eso casi sin cesar. Tanner buscó durante años el piloto perdido de Candles.
Y a Sim,
que camina bajo las estrellas
en la lejana Belmincour.
—Ella no tenía los recursos del Instituto Machesney. Dios mío, debió de pasar todos esos años viajando para tomar fotos y procesando la información para tratar de recrear la constelación.
—¿Qué piensas?
—No lo sé. Pero sospecho que esa es la pregunta que obsesiona a Scott.
Resistí la tentación de grabar mi nombre en la roca junto al de Scott y me dirigí a la cápsula. Estaba subiendo cuando me llegó de nuevo la voz de Chase en tono de urgencia.
—Alex, odio tener que darte malas noticias, pero ¡viene otra más grande!
—¿Otra qué?
—Una nave de los mudos. Un crucero de guerra, creo. Debí haberlo visto antes, pero estaba observando al más pequeño y no presté mucha atención a los controles…
—¿Por dónde?
—Está a diez horas de aquí. Viene rápido, pero va decelerando. La tripulación debe de estar furiosa. Es capaz de alcanzar la velocidad suficiente para entrar en órbita. Creo que sería mejor que volvieras enseguida para ver qué hacemos.
—No —repliqué. Estaba sudando—. Chase, sal cuanto antes del Centauro.
—Estás loco.
—Por favor —insistí—. No hay tiempo para discutir. ¿A qué distancia se encuentra el destructor?
—A cinco minutos aproximadamente.
—Ese es el tiempo que tienes para salir de ahí y meterte en el Corsario. Si no lo haces, ya no harás nada más.
—Tú tienes la cápsula.
—Por eso no podemos seguir charlando. ¡Sal como puedas, rápido!
Contemplé la explosión en lo alto del cielo del oeste: un chispazo de luz.
—¿Chase?
—Estoy bien. Tenías razón. Los hijos de puta han volado el Centauro.
Traté de ver al destructor con los visores de la cápsula, pero ya estaba fuera de mi alcance.
Chase, que tenía una imagen de él en el monitor del Corsario, no sabía cómo remitírmela. De cualquier modo, ya no importaba.
—Estoy de camino —le dije—. Estaré contigo en un par de horas. Quizá quieras dedicar el tiempo a ir viendo cómo manejar el puente de Sim. ¿Has enviado un mensaje a Saraglia?
—Sí, pero me sorprendería que lo recibieran. Esto no está equipado para una transmisión de tan largo alcance. Alex, creo que estamos anclados aquí.
—Nos las arreglaremos —la animé—. Ellos deben poseer un medio de transporte estelar. —Me elevé del peñasco y miré los números que Chase me transmitía.
En la frescura del interior de la cabina, en el atardecer de este mundo, pensé en Sim y en Scott. Me atrapó la melancolía de Scott. Tal vez porque Sim me resultaba remoto. Tal vez porque me di cuenta de que me estaba apropiando de la obsesión de Scott.
Llegué al Corsario algunas horas más tarde. Para entonces Chase ya había hecho funcionar los magnetos. Podíamos movernos por fin. La cápsula no estaba diseñada para ser transportada en un buque de guerra, así que la aferré a la coraza exterior. No quería dejarla aún a la deriva hasta ver cómo iban las cosas.
Chase me abrió la compuerta.
—Bueno —dije tan pronto como me hube quitado el casco—, vayámonos de aquí.
Parecía desolada mientras volvíamos al puente.
—No podemos hacerlo funcionar.
—Es el Corsario.
—Tiene doscientos años. Pero ese no es el problema. No tenemos propulsor estelar. Los ordenadores se comportan como si lo tuviéramos, pero lo cierto es que…
—Tenemos que suponer que lo hay. Si no, ¿qué vamos a hacer?
—Bien. Pero, aunque hubiera armstrongs escondidos, necesitamos tiempo para tener una carga suficiente para el salto.
—¿Cuánto tiempo?
—Eso es lo raro. Las indicaciones tendrían que ser exactas, pero el ordenador dice que entre veinticinco y treinta y dos horas.
—No creo que sea el momento de preocuparse por los detalles.
—Supongo. Bueno, he encendido los motores nada más llegar.
—¿Cuándo llegarán los mudos?
—En unas seis horas.
—Entonces, movámonos.
—Nos capturarán mucho antes de que podamos dar el salto, aun con los cálculos más optimistas. —Había puesto en funcionamiento los sistemas internos. Cada una de las compuertas se abría cuando nos aproximábamos y se cerraba detrás—. He pensado que sería mejor mantener sellados los compartimentos individuales hasta estar seguros de la integridad interna.
—Sí —coincidí—. Buena idea. ¿Cómo es que no lo podemos hacer funcionar? Se supone que esta cosa es rápida.
—Probablemente lo sea. Pero ellos ya han alcanzado una velocidad muy alta. Nosotros nos moveremos cuando nos hayamos elevado.
Traté de visualizar la situación. Parecía semejante al problema de Sim en Hrinwhar. ¿Qué había hecho él?
—¿En cuánto tiempo estaremos en la línea de los mudos?
—¿Quieres hacerles frente?
—Por decirlo de algún modo.
—¿Por qué les tendríamos que facilitar las cosas? —preguntó espantada.
—Chase —le dije—, ¿qué sucedería si pasáramos junto a ellos a alta velocidad? ¿Cuánto tiempo necesitarían para dar la vuelta?
—Diablos. —Se le iluminó la cara—. Nunca podrían alcanzarnos. Desde luego, lo más probable es que nos hicieran un agujero cuando pasáramos.
—No lo creo. Se están tomando muchas molestias por esta nave. El ataque al Centauro fue para impedirnos subir a bordo del Corsario. No creo que se arriesguen a destruirlo.
—Podrían hacerlo, si pensaran que íbamos a irnos en él.
—Entonces tenemos que jugárnosla. ¿Tienes alguna idea mejor?
—No —respondió, y se sentó en la silla del piloto—. Los magnetos no andan del todo bien. Pero hay energía suficiente para el lineal. Si quieres, podemos ir a casa montados en ellos. Solo tardaríamos unos cincuenta siglos en llegar.
—Veamos a los mudos.
Hubo un estallido y una visión fugaz. Quedó todo oscuro con el color de un cielo nocturno y aparecieron los mudos. Nunca había visto nada igual. Al principio dudé que se tratara de una nave; de que pudiera llevar tripulación. Parecía una torre con unos veinte hiperboloides de medidas diferentes, que tenían un movimiento que sugería que se movían cada uno independientemente de los demás. Solo había una imagen estilizada de las naves enemigas de la era de la Resistencia. Para comparar, en el monitor de la izquierda se veía una silueta del Corsario. Éramos apenas más grandes que la más pequeña de las naves de nuestros enemigos.
—¿Estás segura de que son los mudos?
—No tengo ni idea —respondió Chase, meneando la cabeza—. Lo único que sé es que no son de los nuestros. El destructor era de los mudos. —Empujó la consola y me miró a la cara—. ¿De verdad quieres pasar junto a eso?
—Sí. No creo que haya otra opción.
—De acuerdo —dijo, y empezó a dar órdenes a los ordenadores—. Vamos a empezar a dejar esta órbita en unos quince minutos. ¿A qué distancia quieres pasar?
Lo medité.
—Me gustaría estar fuera del alcance de los disparos. ¿Tienes idea de su alcance?
—No.
—Bien, establezcamos un mínimo de diez mil kilómetros. Eso al menos amortiguará su poder ofensivo.
—Está bien —admitió ella—. A propósito, la nave está haciendo una reserva de potencia operacional. Vamos a tener suficiente combustible para hacer funcionar un gran interestelar. Sospecho que, de ser necesario, podríamos causarles bastantes problemas en un enfrentamiento.
—No vamos a explotar, ¿verdad? —Yo pensaba en el Regal.
—Sé lo mismo que tú.
Minutos más tarde los motores del Corsario funcionaban a pleno rendimiento. Chase me miró desde la consola de mando.
—Es un momento histórico, Alex. ¿Quieres dar la orden?
—No —respondí—. Vamos.
Ella sonrió y oprimió las teclas. Sentí el movimiento de la nave.
—Una vez que abandonemos la órbita, dale máxima potencia, a toda máquina.
—Alex, el Corsario puede acelerar más que tú o yo. Vamos a ir rápido, pero a menos de su capacidad real.
La nave alienígena se hacía más grande. Había empezado a palpitar y a emitir un brillo azul verdoso, similar al de las luces de un árbol de Navidad.
—Los niveles de energía operacional siguen incrementándose —dijo Chase—. Nunca había visto nada igual. Este hijo de puta tiene ahora potencia para golpear a ese monstruo, de ser necesario.
—Prefiero eludirlo.
Nos elevamos fuera de órbita una hora después y, con la proa, encaramos al enemigo —eso pensábamos que era la otra nave— y aceleramos. Casi inmediatamente, Chase informó de que la otra nave estaba cambiando su curso.
—Intenta acercarse —exclamó.
—Trata de mantenerte a diez mil kilómetros.
—Hago lo que puedo. —Estaba nerviosa—. Pero espero que tú o yo sepamos lo que hacemos.
Chase tenía razón. La presión de la aceleración constante nos agotó. Después de una hora, se la veía exhausta y yo había tomado aguda conciencia de los latidos de mi corazón. Incrementamos el contenido de oxígeno. Eso nos ayudó un poco.
Mientras, la distancia entre las dos naves se hacía menor.
—Viene rápido —gritó Chase.
—No van a disparar. La única razón por la que están aquí es para salvar al Corsario.
Pero en realidad yo no estaba tan seguro, y Chase lo sabía. De modo que esperamos mientras los ordenadores llevaban la cuenta atrás.
Los integrantes del contingente alienígena parecían estar moviéndose por sí mismos, haciendo luces y describiendo órbitas de formas topológicas. Era una nave de aspecto fantasmal, insustancial.
—Punto más cercano de aproximación —observó Chase—. Toma nota.
—Nos enfocan para disparar con láser —anunció el ordenador con voz femenina.
—Vamos, Chase.
—Mierda, Alex, hemos olvidado algo…
Fue interrumpida por una explosión. La nave se sacudió violentamente. El metal se rasgó y algo explotó. Sonaron las sirenas y las alarmas. Chase empezó a revisar los daños.
—Los magnetos —dijo—. Los han destruido con el primer golpe. —Me miró con desesperación y luego contempló la imagen de la nave alienígena, que crecía para luego disminuir. Las luces rojas se tornaban púrpura—. La nave se autosella, pero tenemos problemas. —Cerró las alarmas.
—¿Qué ha pasado? —pregunté. La presión de la aceleración había disminuido considerablemente.
—No sé cómo proceder. Han hecho un agujero en nuestro sistema de propulsión; así que, a menos que seas un experto en reparar unidades magnéticas, vamos a tener que resignarnos a ir muy despacio.
—Bien, pero por lo menos nos moveremos una velocidad corriente, ¿no?
—Sí, incluso algo mejor. Pero eso no sirve de mucho cuando ellos siguen acelerando. Lo que sucederá es que continuarán persiguiéndonos y nos alcanzarán. Para ellos, será como un pasatiempo, ¡pero lo que más me duele es que podríamos haberlo evitado!
—¿Cómo?
—El problema es que ninguno de nosotros dos sabe nada sobre la guerra. La nave tiene un escudo de defensa. ¡Pero no se nos pasó por la cabeza activarlo!
—Joder.
—Ahora entiendo por qué Gabe llevaba consigo a Khyber. Era experto en sistemas navales. ¡A él no se le habría pasado por alto! —Tenía los ojos llenos de lágrimas.
Después de todas las aventuras que habíamos compartido juntos, era la primera vez que la veía tan desalentada.
—¿Y qué pasa con el propulsor estelar? ¿Ha sufrido algún daño?
Ella respiro hondo y golpeó con suavidad unos mandos.
—La ignición estará lista en veintitrés horas, pero no sé qué nos va a propulsar ahora. Hijos de puta. Teníamos tiempo de sobra. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué hay en las pantallas? ¡Navegación normal! ¡Carajo!
—No sirve de nada seguir preocupándose así. ¿Cuánto falta para que nos alcancen?
Chase se fijó en el ordenador.
—Unas catorce horas. —Se hundió en su asiento—. Me parece que es hora de sacar la bandera blanca.
Tenía razón. La nave gigante giró alrededor del mundo que fuera la prisión de Sim y corrió detrás de nosotros.
Fuimos a la sección siguiente a inspeccionar los magnetos. Tres de las series estaban dañadas.
—Es un milagro que tengamos algo de aceleración todavía —aclaró Chase—, pero no es suficiente para establecer una diferencia.
Usamos el tiempo que nos quedaba con toda la prudencia que pudimos. Lo primero fue pedirle al ordenador una explicación sobre el sistema de escudos. Habría querido hacer una prueba, pero decidí que era mejor no dejar que los mudos lo vieran. Tal vez creían que ya no teníamos ninguna capacidad operativa. Después de todo, ¿qué otra explicación habría para no haberlo usado en una situación que a todas luces reclamaba defensas? Entonces, habiéndonos asegurado, tal vez demasiado tarde, de que nos estábamos completamente a merced de esos hijos de puta, comenzamos a inspeccionar nuestra capacidad de fuego.
Mientras veíamos cómo se aproximaban, estudiamos los esquemas y consultamos a los ordenadores. Aprendimos detalles del manejo de las armas, que se efectuaba a través de cuatro consolas diferentes. Comencé a entender por qué las fragatas requieren una tripulación de ocho hombres.
—No podremos disparar más que una o dos de estas malditas cosas —se quejó Chase—. Si tuviéramos más gente, gente que supiera cómo se utiliza esto y todo funcionara bien, creo que entonces podríamos pensar en un enfrentamiento decente.
—Ordenador —pregunté—, ¿pueden los mudos detectar nuestro realmacenamiento de energía?
—Lo desconocemos.
—¿Podemos leer el nivel de energía que llevan a bordo de su nave?
—Negativo. Podemos detectar solo la radiación externa. Puedo hacer deducciones a partir de la masa de las características de las maniobras. Pero serían únicamente estimaciones, cuyo uso real sería exclusivamente el de proporcionar valores mínimos.
—¿Entonces ellos no pueden leer los nuestros?
—Los desconocemos. Nos faltan datos de su tecnología.
—Alex, ¿adónde quieres llegar?
—No estoy seguro, pero prefiero que piensen que estamos indefensos.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Chase—. Sus pantallas están altas. Suponen que somos peligrosos.
—Ordenadores, ¿qué nos pueden decir de las capacidades del enemigo?
—El Corsario fue golpeado por un láser de concentración extrema. La energía requerida para producir el efecto que vimos, desde esa distancia, implica una fuerza que excede la nuestra en un múltiplo de, al menos, seis punto cinco. El análisis del módulo de control electrónico y la estructura física sugiere la generación de un campo de defensa casi magnético y tal vez también con capacidad de ataque. Probablemente una versión amplificada de nuestro propio escudo. Debemos ser conscientes de que supondrá una considerable dificultad atravesar sus sistemas defensivos. La propulsión parece ser normal. Las simetrías armstrong son detectables en los modelos de radiación y la pista magnética es del tipo que se utiliza en el sistema de transporte lineal…
Etcétera.
Durante varias horas, continuamos delante de los mudos. Pero ellos aceleraban a mucha mayor velocidad. En cierto momento, Chase me informó de que ellos excedían ya nuestra velocidad y que se acercaban rápidamente.
Sus luces verdeazuladas se hicieron más y más brillantes en las pantallas. Ya cerca, comenzaron a bajar la velocidad, presumiblemente para ponerse a nuestra altura.
Los dos estábamos petrificados ante la precisión del disparo del láser que, a tanta distancia, había logrado destruir los motores y ninguno de los dos nos hacíamos ilusiones sobre el resultado en caso de que se hiciese necesaria una confrontación.
Sin embargo, nos concentrábamos en nuestras armas. Teníamos rayos de partículas aceleradas, proyectores de protones y media docena más de equipos que no sabíamos emplear. El más prometedor (lo que significaba que era el más fácil de manejar) parecía ser uno que Chase denominaba «desparramador»: un rayo de amplio radio de alcance, hecho de fotones gantner, electrones calientes y una especie de «sopa de partículas». Su efecto, según el ordenador, era el de desestabilizar la materia a corta distancia.
—Pero hay que tenerlos cerca —advirtió el ordenador—. Y hay que atacar primero los sistemas defensivos. Con esto no se puede penetrar el escudo.
—¿Cómo podemos hacerlo? —preguntó Chase.
El ordenador expuso una compleja estrategia que requería rápida maniobrabilidad y operadores en tres de las consolas.
—Una consola —dije—. Solo podemos manejar una. O dos, si usamos el piloto automático.
—¿Por qué no les entregamos la nave? —replicó Chase. Pude ver que tenía miedo y dudé si seguir escondiendo mis propios sentimientos—. Eso es lo que quieren. Es nuestra única oportunidad de salir con vida.
—No creo que debamos entregar el Corsario. Bajo ninguna condición. De cualquier modo, ya has visto lo que le hicieron al Centauro. No creo que tengamos otra alternativa que pelear. O huir, si podemos.
—Es un suicidio.
No se lo discutía. Pero todavía teníamos la nave. Y ellos la querían. Eso podía darnos cierta ventaja.
—Ordenador, si se inhabilitara el escudo de los alienígenas, ¿cuál sería el blanco lógico para el «desparramador»?
—Yo recomendaría el puente o la planta de energía. Le informaré si tengo capacidad para localizarlas.
Chase miró por las ventanas a la nave muda, cuya sombra ocupaba ahora el cielo.
—Para el caso, lo mismo podíamos tirarles piedras —dijo.
Desconectamos lo que quedaba de los magnetos. Nos desplazábamos ahora a velocidad constante. Los alienígenas se pusieron en paralelo, a un kilómetro. Chase los miró y dejó caer la cabeza sin esperanza.
—No pueden ver la cápsula —observó—. ¿Qué te parece si ponemos una bomba con temporizador, volamos la nave y nos vamos? Todavía podríamos volver al planeta.
—Pasarías el resto de tu vida allí si lo hicieras. —Le respondí.
—Lo primero es lo primero. —Se encogió de hombros y volvió a la pantalla—. Me pregunto qué esperarán.
—Mi hipótesis es que están tratando de encontrar la forma de capturarnos sin dañar la nave. Tal vez esperen que vuelva el destructor. ¿Dónde está?
—Todavía falta un día y medio para que pase por aquí. De cualquier modo, ¿para qué necesitan el destructor?
Miró a través de las ventanas a la nave gigante que flotaba frente a nosotros.
—¿Tiene los escudos levantados?
—Sí. Sería bueno que se nos ocurriera alguna idea. —Se le nubló el rostro—. Acabo de tener un pensamiento desagradable. ¿Pueden leer nuestras mentes desde allí?
—No creo. Tienen que estar bastante cerca. A pocos metros, me parece. Y, a propósito, si entran en tu cabeza, te enteras.
—Son unos cabrones bastante desagradables, ¿no? —Miró el tablero—. Los niveles de energía han dejado de subir. Creo que estamos listos para la batalla. Si estos cacharros aún funcionan.
—Que todo ande bien. Eso es lo que necesitamos para sobrevivir. Así que confiemos. Si surge algún problema, el hecho de conocerlo de antemano no nos va a ayudar.
—¿Entonces qué hacemos?
—Esperar. Mantener el «desparramador» listo. Si tenemos la oportunidad de usarlo, dispararemos y saldremos volando.
—Ellos nos van a hacer volar —me corrigió.
—Benedict.
El sonido salía del sistema de comunicaciones de la nave.
—Proviene de los mudos —dijo Chase.
—No hagas caso —repliqué.
—Alex. —La voz era cálida, comprensiva y razonable. Y familiar—. Alex, ¿estás bien? He estado preocupado por el riesgo que corría tu vida en ese lugar. ¿Hay algo que podamos hacer?
Era S'Kalian. Defensor de la paz. Idealista. Amigo.
—Lamento lo del Centauro. El destructor solo tenía que impedir que alguien abordara el artefacto.
—Quédate en el disparador —le ordené a Chase.
—¿A quién apunto?
—Elige el blanco —respondí.
—Preferentemente al centro —observó el ordenador—. Sin conocimiento específico, la localización más probable de la planta de energía es en la parte central.
—¿Alex? —dijo de nuevo S'Kalian.
—Listo —confirmó Chase—. Ahora tienes la oportunidad de decirle que baje las pantallas.
—Alex, sé que puedes oírme. Tenemos la oportunidad de ponernos de acuerdo en paz. No es necesario que se produzca un derramamiento de sangre.
Abrí un canal. Apareció su imagen en uno de los monitores auxiliares. Se le veía solícito, compasivo.
—Usted no puede quedarse con el Corsario, S'Kalian.
—Nosotros ya lo tenemos. Por suerte para ambos pueblos, lo tenemos.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué es tan valioso para su pueblo?
—Seguramente ya lo habrás adivinado, Alex. —Su tono de voz descendió una octava—. Los secretos de Sim están seguros bajo nuestra vigilancia. No somos una especie agresiva. Tu gente no tiene nada que temer.
—Eso se dice fácil.
—Nosotros no tenemos una historia sangrienta como la vuestra, Alex. La guerra no es nuestro modo de vida. No nos gusta matar. Cuando peleamos contra vosotros fue porque nos vimos obligados y no pudimos evitarlo. Todavía nos atormenta el recuerdo de esa guerra terrible.
—¡Eso fue hace doscientos años!
—Y esto —dijo tristemente— es lo que nos diferencia. Para el Ashiyyur la tragedia del ayer sigue viva. No es mera historia.
—Sí —repliqué—. Hemos visto cómo os molesta la violencia.
—Lamento el ataque al Centauro. Pero quisiera evitar esta situación desagradable. Sin embargo, no vamos a permitir que el Corsario retorne a sus creadores. La triste verdad de todo esto es que nos podríamos ver forzados a tomar vuestras vidas.
—¿Qué quiere?
—Solo la nave. Devuélvala. Estoy dispuesto a otorgaros pasajes seguros para volver a casa y recompensaros generosamente por la pérdida del artefacto.
Lo miré tratando de leer sinceridad en aquellos rasgos compuestos.
—¿Cómo sería la rendición? ¿Cómo propone que sea?
—No es una rendición, Alex —corrigió con dulzura—. Es un acto de coraje bajo circunstancias difíciles. Podemos simplemente enviar un equipo a bordo. En cuanto a vosotros, todo lo que pedimos es que demostréis vuestro consentimiento dejando la nave. Los dos. Nada más. —Asintió expresando alegría por ver que nos entendíamos—. Sí, solo dejar la nave y venir hacia nosotros. Tenéis mi solemne promesa de que seréis bien tratados.
—¿Y liberados?
Dudó un instante. Luego dijo:
—Desde luego.
Sonrió como para darnos ánimo. Sin embargo, durante la conversación que tuvimos en la Casa Kostyev, el hecho de que sus labios nunca se movieran había sido menos desconcertante, tal vez porque podía ver el equipo de comunicación a través del que me hablaba, o quizá porque las circunstancias habían cambiado radicalmente. Por la razón que fuera, el diálogo aquel había sido tranquilo y llevado a cabo con una especie de contacto mental directo. Me pregunté si lo había subestimado, si estaba atravesando ahora el vacío y llegando a mi mente.
—¿Estáis preparados para partir?
—Estamos pensando. —Chase miró hacia adelante.
—Bien. Esperamos. En deferencia con vuestros sentimientos, no haremos ningún esfuerzo por entrar hasta que la nave esté desocupada.
»A propósito Alex, sé que es difícil para ti, pero llegará el día en que nuestras dos especies se unirán en una amistad duradera y sospecho que serás recordado por tu contribución a ese momento feliz.
—¿Por qué es tan importante tener la nave? —pregunté.
—Es un símbolo del tiempo del mal. Creo, con toda honestidad, que no hubo período más negro que ese. Estamos otra vez cerca de la guerra. Esta nave, con todos sus recuerdos, puede agitar una marea de belicismo. No podemos, en conciencia, permitir que tal cosa suceda.
«¿A quién quiere engañar?», me preguntaba Chase con los ojos.
—Entiendo.
—Por favor, denos un momento para pensar.
—Desde luego.
—¡Hagámoslo! —dijo Chase tan pronto como la imagen del mudo se desvaneció—. Es la única forma de salir. Ellos no ganan nada matándonos.
—Los hijos de puta quieren matarnos, Chase. No nos van a liberar.
—Estás loco. Tenemos que creerles. ¿Qué otra elección tenemos? No estoy dispuesta a dar mi vida por el derrelicto. Tú sabes tan bien como yo que, si ellos no lo consiguen, lo van a destruir con nosotros a bordo. Y todas esas ideas de pelear con este maldito monstruo no son sino fantasías. Quiero decir que esta antigualla no tendría ninguna oportunidad contra aquello, aunque estuviera toda la tripulación y el mismo Sim la dirigiera.
—No decías lo mismo hace un rato.
—Hace un rato pensaba que no tenía elección.
Se me había secado la boca. Traté de calmarme.
—No estoy de acuerdo, Chase. Ellos quieren esta nave. En tanto estemos aquí, estamos seguros; no pueden abordarla ni destruirla.
—¿Por qué no? Si todo lo que desean es evitar que nos volvamos a casa con ella, pueden volarnos cuando les plazca.
—¿Y por qué no lo han hecho todavía?
—A lo mejor porque no quieren matar a alguien si no es necesario.
—¿Crees eso?
—Mierda, Alex, no lo sé.
—Bueno. —Yo estaba fuera del asiento de mando, caminando por el puente, tratando de tomar una decisión—. Si estás en lo cierto, dime entonces por qué han atacado el Centauro. Allí no han tenido miramientos con tu vida. Lo que quieren es que salgamos de aquí para liquidarnos.
—Tal vez tengas razón —admitió con enojo—. No lo sé. Pero no quiero que me maten.
—Entonces, quedémonos donde estamos. ¿Cuánto falta para que los armstrongs se activen?
—¡Por Dios, Alex, no tenemos armstrongs! —exclamó desesperada.
—Vamos, Chase. ¿Cuánto falta para que eso que tenemos se active? ¿Para que podamos saltar al hiper?
—Medio día —respondió llorando—. ¿Piensas que tendrán tanta paciencia?
—Me parece que es la mejor oportunidad. —La tomé de los hombros y la abracé—. ¿Estás conmigo?
Me miró un largo rato.
—Vas a hacer que nos maten a los dos.
—Lamento que te sientas impulsado a seguir una dirección que solo llevará a derramar sangre. —S'Kalian apareció de nuevo en pantalla, disgustado—. ¿No hay nada que pueda decir para modificar vuestra determinación?
—Váyase al diablo —le dije—. Tendrá usted que volar el artefacto. Así que, ¡adelante! —Corté la comunicación.
—Has estado persuasivo —comentó Chase oscuramente—. Espero que no te haga caso.
Los mudos se aproximaron. La lenta oscilación de sus componentes se aceleraba.
—El análisis —nos informó el ordenador—. Sugiere que todo lo que podemos ver es la parte de un sistema de empleo de energía.
Chase soltó unas palabrotas por lo bajo.
—¿Dónde está el centro de operaciones? ¿Dónde son vulnerables?
—En este momento no dispongo de suficiente información para sacar conclusiones.
—Tu hipótesis es tan buena como la suya —dije.
—Creo que es hora de colocar el escudo.
—¡No! —grité.
—¿Por qué no?
—No vamos a ganar nada con eso. No podemos acelerar ni podemos pelear. Los escudos solo van a retrasar lo inevitable. Tratemos de reservarnos un factor sorpresa. —Algo me había estado molestando en la conversación con S'Kalian. De pronto me di cuenta de qué era—. ¿Por qué fueron tan amables con nosotros?
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué se ofrecieron a esperar a que saliéramos antes de enviar el equipo a bordo?
—Todavía pienso que nos decía la verdad —respondió Chase, meneando la cabeza.
—No —repliqué—. Te diré qué es lo que pasa: que no nos creen. A sus ojos, somos unos embusteros. Por eso quieren tenernos al alcance de la vista. Eso significa que piensan que les podemos hacer algún daño. ¿Cómo?
Chase cerró un instante los ojos y luego asintió.
—Te puedo dar una buena hipótesis. El equipo de abordaje. Tienen que bajar las pantallas para venir. Durante unos segundos serán vulnerables.
Sentí una ráfaga de temor y nerviosismo.
—No nos creen —repetí. Y pensé en el tablero de ajedrez de Sim—. Tal vez pudiéramos convertirlo en una ventaja.
—Adelante —sugirió Chase—, estoy abierta a nuevas ideas.
—Necesito que vayas a la parte trasera y tomes dos trajes de presión. Prepara la cápsula para poder manejarla desde aquí y simula que estamos nosotros en ella.
—¿Por qué? ¿Qué beneficio obtendríamos?
—No estoy seguro de cuánto tiempo tenemos, Chase. Hazlo, ¿de acuerdo? Avísame cuando esté lista y entonces la bajaremos.
—Bien —dijo levantándose y extendiendo la mano—. Y, a propósito, si no te veo nunca más, quiero que sepas que ha sido una aventura maravillosa, Alex. —Se fue enseguida.
En el silencio de la nave, pude seguir sus pasos a través de las compuertas.
—Hay movimiento —advirtió el ordenador—. Algo pasa.
La danza ovoide del buque alienígena cambió su esquema y se oscureció mientras las luces brillaban con más intensidad. Pequeñas luciérnagas en la boca de un cañón. Duró varios minutos.
—Psicología —expliqué al ordenador—. Están jugando con nosotros.
—No sé lo que significa. Pero detecto una forma metálica familiar en su configuración. Ocho tubos. El tipo de arma que se usa para penetrar un acorazado y quemar el interior. El análisis confirma que solo uno de los tubos contiene un arma.
—¿Qué efectos tendría sobre el Corsario?—pregunté casi sin poder hablar, consciente de pronto de que no sabía instalar el escudo.
—¿Están las defensas activadas?
—No.
—Destrucción total.
Pensé en llamar a Chase, advertirla y traerla de vuelta, pero deseché la idea.
Pude oírla en la sección posterior. Una lámpara roja encendida, una compuerta abierta.
—Han cerrado —dijo el ordenador.
Cerré los ojos y esperé.
—Misil a lo lejos.
En ese momento final, lo que pensé fue que no habíamos disparado ni un solo tiro para defendernos.
El armamento dañó la cubierta de metal y dejó sin funcionamiento un par de dársenas. Otra vez sirenas y alarmas advirtiendo de peligro para todos los sistemas de la nave. ¡Pero estábamos vivos!
—¿Qué ha pasado ahí arriba? —preguntó Chase con un eco que indicaba que se había puesto el traje de presión.
—Nos han disparado. ¿Estás bien?
—Sí. ¿Crees que quizá sería oportuno poner el escudo? —inquirió vacilante.
—¿Ya has terminado?
—Casi. Pero tal vez deberíamos enviar el señuelo mientras tú y yo nos largamos.
—Vuelve aquí rápido —dije—. Ordenador, informe de daños. ¿Cómo es que estamos todavía enteros?
—El misil no ha detonado. No sé por qué, a menos que fuera una cápsula vacía. No es seguro, ya que ha pasado totalmente a través de la nave.
—¿Dónde ha golpeado?
—En el compartimento que hay justo debajo del puente. Necesitamos reparaciones inmediatas. Mientras, he sellado el área.
La voz de S'Kalian se dejó oír de nuevo.
—Todavía estás a tiempo, Alex. —Juntó sus manos en un gesto de súplica.
—Usted es un hijo de puta.
—Admiro tu valor, bajo estas circunstancias. Por favor, entiende. Podemos asestar varios golpes a la nave sin dañar el sistema básico. ¿Cuántas demostraciones necesitas? Sal mientras puedas. Con tu muerte y la de tu… mujer… no ganas nada.
Chase abrió la compuerta trasera y entró.
—Listo —murmuró.
El ordenador interrumpió la conexión con la nave enemiga.
—Capitán —dijo—, han cargado otro misil.
—Si tienes intención de hacer algo —me increpó Chase—, esta es tu oportunidad.
—Ordenador, conecta de nuevo con el mudo.
S'Kalian reapareció.
—Espero que hayas tomado la decisión correcta —manifestó.
—No creo que le vaya a gustar. —Hice una pausa efectista y traté de mostrarme un tanto enloquecido—. Activaré una de las armas y me sentaré a esperar que explote y mande el Corsario al mismísimo infierno.
—No te creo.
—Crea lo que se le antoje.
—He visto tu psique, Alex. En cierto sentido he sido tú. No crees en nada tan fervientemente como para hacer eso. Tu voluntad de sobrevivir es mayor…
Corté.
—Eso es todo —le dije al ordenador—. No deseo recibir ninguna otra transmisión de la nave enemiga. Nada. Rechaza todo.
—Es inútil —replicó Chase—. ¿Qué estás tratando de hacer? No te creen. Esperan alguna trampa. —Se le agrandaron los ojos—. Eh, espero que no lo dijeras en serio. No tengo interés en salir convertida en una bola de fuego.
—No, desde luego que no. Y ellos no lo creen tampoco. Eso es lo que cuenta. Quédate junto al desparramador. En seis minutos enviaremos una cápsula a pasear. Poco después bajarán el escudo. Prepara el gatillo. Apunta al centro y dispara.
Empecé a contar el tiempo.
—¿Qué pasa si los escudos no bajan?
—Que tendremos que pensar en otra cosa.
—Me gusta saber que tenemos un plan.
—¿Estás lista para maniobrar la cápsula?
—Sí.
Esperamos. Pasaron los minutos.
—Quiero que se aleje de la nave de los mudos. Debería ir atrás, hacia el planeta.
Al darse cuenta que temblaba, Chase sonrió.
—No se lo tragarán —dijo—. Estamos demasiado lejos del planeta. Saben que no podemos hacerlo.
—Hazlo. Ahora.
Chase activó una palanca en la consola.
—Cápsula disparada.
—No lo sabrán. Probablemente no sepan nada de nuestras capacidades. Y, si lo saben, creerán que nosotros no. Lo único que deben de estar pensando es que los dos tratamos de huir y que el arma está activada aquí dentro. Humanos tramposos.
Contemplamos la cápsula por uno de los monitores y esperamos. Se veía bien. Dos personas en traje de presión, una inclinada sobre los controles.
—Pareces borracho —bromeó Chase.
—Estupendo. Lograremos engañarlos.
Ella estuvo de acuerdo.
—Me gustaría estar ahí de verdad.
—No, todo va a salir bien. Trata de maniobrar hacia la oscuridad. Que parezca que nos queremos ocultar.
—Bien. —Asintió sin convicción.
—El misil enemigo está en el puente —informó el ordenador.
—Espero que esto tenga la suficiente carga para quitarlos de en medio —manifestó Chase dudosa.
—Estate lista —le apremié—. Solo tenemos segundos. Tan pronto como se apaguen las luces verdes…
—Capitán —dijo el ordenador—, la nave enemiga hace señales de nuevo.
—No respondas. Avísame cuando se detenga.
—Ahora están en condiciones de ver la cápsula, Alex.
—Bien. En cualquier momento. Será rápido.
—Capitán, la señal de los mudos se ha interrumpido.
—Alex, ¿estás seguro de que esto va a funcionar?
—¡Por supuesto que no!
Contemplamos las consolas, las lámparas verdes, mientras aguardábamos.
—Actividad en uno de los ovoides —avisó el ordenador. Teníamos varias vistas simultáneas en las pantallas. Se abrió un portal y apareció un vehículo plateado. Parecía armado.
—Allá vamos. Es la unidad de depósito de bombas.
Chase dio un suspiro de alivio.
—Tienen redaños —dijo.
Las lámparas parpadearon y se apagaron.
—Han bajado los escudos.
Chase apretó el gatillo.
Hubo una fuerte sacudida y giramos. Un gruñido profundo estremeció la parte central de la nave.
Yo activé una fila de teclas para poner el escudo.
Una luz cegadora se esparció a través de los portales y las pantallas se apagaron. Chase salió despedida de su asiento, pero siguió firme con el arma. Se encendieron los cohetes de corrección del rumbo.
Algo nos golpeó. La nave dio un topetazo y las luces disminuyeron de intensidad.
—Estallido de protones —anunció el ordenador—. Escudo activado.
Uno de los monitores volvió a dar imagen y contemplamos de nuevo la nave de los mudos: sus luces se encendían y apagaban frenéticamente. Se veían parches oscuros que se agrandaban. Las oscilaciones se cortaron de repente. Salieron despedidas algunas bolas de fuego y se convirtieron en una lluvia de chispas. Cuando todo hubo pasado, solo quedaba una red negra formada por tubos y esferas.
Chase cerró el desparramador.
—Creo que hemos agotado nuestros recursos —murmuró.
La lancha plateada y su equipo de asalto pasaron cerca y siguieron viajando en espera (pensé) de no ser notados en el desastre generalizado.
Nos golpeó otro rayo.
—Otro estallido de protones —informó el ordenador—. Muy lejos del blanco. Sin daños.
—Ordenador, prepara un arma nuclear.
—Alex, esta es la oportunidad de irnos.
Voló algo más alrededor. No sabía si era el buque de guerra que se desintegraba o que continuaba disparándonos.
—Dentro de un momento.
—Armado y listo para disparar, capitán.
—Alex, ¿qué vas a hacer? Esto ya ha acabado. Vámonos.
—Estos hijos de puta han tratado de matarnos, Chase. Voy a terminar con ellos, si puedo.
Escuché los sonidos en el puente: el martilleo de los generadores de energía, las cadencias de los procesadores de datos, el suave murmullo del intercomunicador.
—No es necesario —replicó Chase con la respiración agitada.
Apunté.
Ella me miró y me dijo:
—Me gustaba la Tanner que le ofrecía su brazo a un mudo, no la otra.
En la nave enemiga se encendieron otros fuegos.
—Capitán, se está moviendo.
—Dejémoslos ir —me apuró Chase—. Tratemos de hacer las cosas bien esta vez.
Me senté con el dedo todavía cerca del botón.
—Ellos sabrán que pudiste haberles matado y que no lo hiciste. Siempre lo recordarán.
—Sí —asentí—. Que sea para bien.
Los vimos alejarse en la oscuridad.