«El hombre se alimenta de fábulas durante la vida y las deja creyendo que sabe algo de lo que ha estado sucediendo, cuando en realidad no ha aprendido nada más que lo que pasó bajo su mirada.»
Thomas Jefferson
Carta a Thomas Cooper
La estrella a la que apuntábamos era una enana roja tipo M. Flotaba benignamente en una de las regiones más polvorientas de la nebulosa, a unos mil trescientos años luz de Saraglia. No teníamos idea de cuántos mundos la circundaban.
Chase nos condujo al espacio lineal hasta un ángulo afilado del plano del sistema planetario en unos diez días de navegación. Fue una suerte (o una hazaña de navegación) llegar tan pronto.
Esa noche hicimos una pequeña fiesta en la cabina, brindamos por la estrella roja y nos felicitamos mutuamente. Por primera vez desde que la conocía, Chase bebió en exceso.
Durante varias horas el Centauro avanzó sin piloto. Estuvo alternativamente apasionada o muerta de sueño. Varias veces observé las miríadas de estrellas preguntándome desde qué dirección habríamos venido. Es difícil concebir que la vasta entidad política de cientos de mundos y mil billones de seres humanos pudieran perderse de vista con tanta facilidad.
Dos planetas flotaban en la biozona. Uno parecía estar en un estado de desarrollo primitivo: su atmósfera de nitrógeno estaba llena de polvillo arrojado por los anillos globales de los volcanes. La superficie aparecía desgarrada y escarpada debido a las continuas convulsiones y sacudidas. Pero el otro era un globo azul y blanco de increíble belleza, como Rimway o Toxicón o la Tierra, como todos los mundos terrestres en los cuales la vida podía desarrollarse. Era un lugar de vastos océanos y archipiélagos interminables que brillaba a la luz del sol. Un solo continente se extendía sobre el polo norte.
—Sospecho que hace frío allí —dijo Chase, mirando la masa de tierra a través de los visores—. La mayor parte está cubierto de glaciares. No hay luces en el lado oscuro. Creo que se encuentra deshabitado.
—Resultaría sorprendente que alguien viviera allí —le respondí.
—Parece ser confortable en las zonas templadas, en la parte central, quiero decir. ¿Qué te parece si salimos en la cápsula y bajamos a bañarnos? ¿Qué tal si dejamos un rato este encierro? —Se estiró placenteramente.
Yo estaba a punto de replicar cuando su expresión cambió.
—¿Qué pasa?
Pasó la mano por el control central de rastreo, y sonó una alarma.
—Por esto es por lo que hemos venido —sentenció.
Se levantó desde lo oscuro, sobre el límite, indistinguible entre las estrellas brillantes.
—Está en órbita —susurró Chase.
—Tal vez sea un satélite natural.
—Tal vez. —Buscó claves de análisis en las pantallas—. Su índice de reflexión es bastante alto para ser una roca.
—¿Cómo es de grande?
—Todavía no lo sé.
—Podría ser algo que el Tenandrome dejó abandonado —insinué.
—¿Como qué?
—No sé. Algún tipo de monitor.
Se protegió los ojos y miró por el telescopio.
—Vamos a tratar de conseguir más resolución —dijo—. Sostén.
Puso el campo estelar en el monitor del piloto, filtró la mayoría del resplandor y redujo el contraste. Solo quedó un punto de luz blanca.
Durante la hora siguiente vimos que tomaba forma, expandiéndose gradualmente como un cilindro, rígido en la parte media, redondeado en un extremo, ensanchado en el otro. Era inconfundible el puente de la proa, los arsenales de armas, el clásico diseño de la era de la Resistencia.
—Teníamos razón —exclamé sin aliento—. Joder. ¡Teníamos razón! —Le di unas palmaditas en el hombro. Me sentía bien. Me hubiera gustado que Gabe estuviera con nosotros.
Para las dimensiones de las naves modernas, esta era minúscula (me la imaginé enana al lado de la mole imponente del Tenandrome), pero estaba cargada de historia. Era la clase de nave que había apuntado a las estrellas durante los primeros tiempos de la ruta armstrong, que había llevado a Desiret, a Taniyama y a Bible Bill a los mundos que serían luego integrantes de la Confederación. Había participado en muchas guerras y había peleado contra el Ashiyyur.
—Tengo su órbita —manifestó Chase con satisfacción—. Voy a ponerme a la par. Justo debajo de su entrada.
—Bien —dije—. ¿Cuánto tiempo tardarás?
Ella movía ágilmente los dedos sobre los instrumentos.
—Veintidós horas y once minutos. Vamos a pasar cerca en aproximadamente una hora y media; tal vez a cien kilómetros, pero tardaremos un poco más en poder alcanzar su órbita.
Miré la imagen del monitor. Eran unas naves bellas. Nunca tuvimos algo así, ni antes ni después. Resaltaban a la luz del sol sus colores azul y plata. Las líneas ligeramente curvas evidenciaban un sentido estético que hoy día ha desaparecido en los grises buques modernos. La proa parabólica, con sus tubos luminosos, el puente y las cabinas hacia fuera, que solo eran útiles para el vuelo atmosférico. La nave poseía un aura conmovedora, no habría sabido decir si era por la familiaridad de un tipo de nave que simbolizaba la última era heroica, o si había algo de inocencia y desafío impresos en su geometría; o si era por la amenazadora fuerza de sus armas. Me traía recuerdos, me devolvía a mi adolescencia.
—Allí está la arpía —dijo Chase enfocándola con el telescopio. Casi pude verla, la oscura forma de ave detenida en pleno vuelo feroz contra el metal bruñido como si quisiera llevar el crucero detrás de sí. Ella trató de incrementar la magnitud, pero la imagen se tornó borrosa. Así que esperamos a que la distancia entre las dos naves se acortara.
La atención de Chase estaba concentrada en una pequeña luz que parpadeaba en uno de los paneles. Escuchó un auricular, puso cara de espanto y arrojó el control.
—¡Tenemos una señal! —exclamó abriendo desmesuradamente los ojos. La cabina estaba en profundo silencio.
—¿Desde el buque abandonado? —murmuré.
Otra vez se puso el auricular, al tiempo que meneaba la cabeza.
—No, no creo. —Presionó el control, y se oyó un ruidito en el sistema de sonido.
—¿Qué es?
—Parece venir de la superficie. Se oye, pero no se ve nada.
—Son boyas —dije—. Las dejó el Tenandrome
—¿Y por qué se mueven todavía? ¿Quiere decir que las soltaron deprisa?
—Es evidente que no. Pueden ser muchas cosas. Lo más probable es que sean restos geológicos. Investigaciones usa transmisores para enviar diferentes tipos de impulsos a través del planeta en largos períodos de tiempo. Los sistemas hacen un registro, lo que proporciona una buena descripción de su dinámica interna. Si en algún momento una nave entra en el área, el registro transmite automáticamente. Puede ser que haya otras señales también; habrá que ver si se pueden detectar. —Sonrió como molesta por su tendencia a sacar conclusiones apresuradas.
—¿Cómo sabes tanto de esas misiones? —me preguntó.
—Leí mucho durante los dos meses pasados. —Estaba a punto de decir algo más cuando Chase se puso pálida y rígida como un cadáver. La vieja nave se había acercado, haciéndose más grande en el monitor. Seguí la mirada de Chase que contemplaba la imagen, pero no vi nada—. ¿Hay algún problema? —pregunté.
—Mira la proa —musitó—. La arpía.
Miré pero no vi nada raro; solo la proa con su símbolo plumoso…
… encerrado en un círculo luminoso…
… de luz plateada…
«Para que el enemigo me distinga.»
—Dios mío —exclamé—. Es el Corsario.
—Imposible. —Chase estaba repasando viejos relatos de la batalla final, deteniéndose periódicamente para especificar algo—: «…destruido mientras Tarien lo contemplaba indefenso… El equipo de operaciones de Sim y su hermano vieron desde el Kudasai cómo el Corsario hacía su desesperada carrera y se esfumaba en una llama nuclear…». Etcétera.
—Tal vez —dije— el Ashiyyur tenía razón: había más de uno.
Ella trabajaba con los instrumentos.
—La inclinación del eje es de unos once grados. Y está rodando. Creo que la órbita muestra signos de decaimiento. —Meneó la cabeza—. Sería lógico pensar que la habrían corregido, por lo menos. Me refiero al Tenandrome.
—Quizá no pudieron —repliqué—. Quizá no haya energía después de todo este tiempo.
—Quizá.
Las imágenes se sucedían en la pantalla de los comandos y en las secciones de comunicaciones. La propia nave comenzaba a empujar de nuevo.
—Si no se puede mover por sí misma, no habría forma de llevarla a casa. Aunque pudieran meterla en una bahía de carga, cosa que dudo. ¿Cómo diablos podrían asegurarla? Y esa cosa podría estallar en cualquier momento. ¿Te acuerdas del Regal?
—Chase, esta es la razón por la que Gabe deseaba un piloto extra. Por eso tenía a Khyber. ¡Para tratar de recuperarlo!
Parecía dudar.
—Aun si la conducción marchara correctamente, estarías arriesgando mucho. Si algo fallase en alguna parte durante el salto… —Meneó la cabeza.
La calidad de la luz cambiaba. Estábamos moviéndonos en la tarde. El Corsario se deslizaba rápido, cayendo a través del horizonte que marcaba la luz, del crepúsculo. Aún brillaba contra la oscuridad creciente. Lo vi durante esos últimos momentos, antes de que se perdiera la luz del sol, esperando, preguntándome tal vez si era un fantasma de la noche que, por la mañana, partiría sin dejar huella de su paso.
El objeto cayó en la sombra planetaria. Se hizo más oscuro, pero…
—Todavía lo distingo… —murmuró Chase, tensa—. Se ilumina. —Su voz se convirtió en un susurro—. ¿De dónde diablos viene esa luz reflejada si no hay lunas?
Brillaba con una luminosidad directa y pálida. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
—Luces —exclamé—. Las luces están encendidas.
—La gente del Tenandrome debe de haber hecho esto. Me pregunto por qué.
No podía creerlo. Sabía lo suficiente acerca del modo en que operan los profesionales con los artefactos tecnológicos: de ser posible, no los tocan hasta que se completan los estudios. Me pregunté si la gente del Tenandrome se había atrevido a abordar la nave.
Una hora más tarde seguimos al Corsario en su recorrido en la noche oscura. Para entonces, solo era una estrella sin brillo.
—Esto es suficiente para mí —dijo Chase levantándose—. Tal vez debimos hacerle caso a Scott y quedarnos en casa. Llegados a este punto, creo que sería bueno que uno de nosotros permaneciera en la cabina a todas horas. Sé que suena un poco paranoico, pero me ayudaría a sentirme mejor. ¿Estás de acuerdo?
—Sí. —Traté de mostrarme amable y tranquilo, pero no pude ocultar mi desazón.
—Como esta es tu expedición, Alex, a ti te toca la primera guardia. Yo me voy atrás y trataré de dormir un rato. Si decides dejar de lado todo este asunto, no objetaré nada. Y, mientras lo piensas, no dejes de vigilar esa cosa.
Se fue de la cabina y atravesó la nave. Oí como sus pasos se alejaban por el dispensario, cerraba puertas y finalmente se dirigía a la ducha. Me alegraba mucho de que ella estuviera conmigo. Si no, no habría podido llegar tan lejos.
Me hundí en el asiento, ajusté los almohadones y cerré los ojos. Pero seguí pensando en la nave perdida, el derrelicto, como se dice técnicamente. De vez en cuando, me levantaba y me apoyaba sobre los codos para mirar afuera, al cielo nocturno, y asegurarme de que nada nos amenazaba.
Después de una hora más o menos, abandoné la idea de dormir y me puse a leer una historieta cómica que había encontrado en la biblioteca. No me hacía gracia ese tipo de humor, débil y obvio. Pero los personajes tenían rasgos firmes, enérgicos y acordes con el humor de la audiencia. Eran reconfortantes, seguros. Eso es lo que pasa con la comedia, aunque sea mala: provee de un sentido de pertenencia y tranquilidad en el que las cosas están siempre bajo control.
Sin darme cuenta, me olvidé de la cabina. Era vagamente consciente de la quietud de la nave (lo que me daba la seguridad que Chase dormía, y de que, en cierto sentido, yo estaba solo) en un ritmo tranquilo y suave de las cinco bandas y del ocasional centelleo de las luces contra mis párpados. Cuando recuperé la lucidez todavía estaba oscuro. Chase había vuelto al asiento del piloto y ahí permanecía sentada, sin moverse, aunque yo sabía que estaba despierta.
Ella se me aproximó.
—¿Qué tal vamos? —pregunté.
—Bien.
—¿En qué piensas?
Las luces del tablero captaron su atención. Se la oía respirar fuerte, la nave ampliaba los ruidos, en parte por los silbidos y los pitidos de los ordenadores y en parte por el crujido ocasional de las paredes de metal frente a algún desajuste de velocidad. También por los miles de sonidos de accesorios que se oyen en el espacio.
—Pensaba —dijo— en una vieja leyenda que decía que Sim volvería en la hora de suprema necesidad de la Confederación. —Miraba a través de los visores.
—¿Dónde está? —pregunté.
—Al otro lado de la curva del planeta. Los radares no lo mostrarán aún en algunas horas. En unos veinte minutos va a amanecer.
—Dijiste anoche que deberíamos olvidar esto. ¿Lo dijiste en serio?
—Para serte sincera, Alex, sí. Estoy saturada de todo esto. Ese maldito aparato no debería estar ahí fuera. La gente del Tenandrome debe de haber reaccionado del mismo modo que nosotros. ¿Qué significa que ellos hayan abordado la nave, la hayan abandonado y luego hayan hecho jurar a todos los que querían saber algo que abandonarían la idea? ¿Por qué, por Dios, harían eso?
—Si nos vamos ahora —le advertí—, no volveremos a dormir tranquilos.
—Puede que sea una de esas situaciones en las que no hay manera de salir bien parado. Por lo que me dijiste de Scott, puedo deducir que se convirtió en un ser demente y errático. ¿Eso es lo que nos va a pasar a nosotros después de que abordemos la nave mañana? —Se reclinó y extendió sus largas piernas, estaba adorable bajo la pálida luz verde de la cabina—. Si yo pudiera hacer algo para olvidar esto, borrar los registros, irme y no volver más, creo que optaría por ello. Eso está ahí fuera. No sé lo que es, ni si es lo que parece; pero no pertenece a este cielo ni a ningún cielo. No quiero saber nada de eso.
Oprimió el teclado y apareció en la pantalla una imagen almacenada de la extraña nave. Enfocó el puente. Todo estaba oscuro, pero se percibía un estado de alerta similar al de las simulaciones de las batallas en Las Hilanderas y Rigel.
—Estuve leyendo un libro durante la noche —concluyó.
—¿El hombre y el Olimpo?
—Sí. Era un hombre complejo. No puedo decir que siempre esté de acuerdo con él, pero tenía un modo firme de posicionarse; es muy duro con algunos, como por ejemplo con Sócrates.
—Lo sé. Sócrates no es uno de sus favoritos.
—El hombre no tenía respeto por nadie —dijo, esbozando una sonrisa.
—Los críticos coinciden. Pero, por supuesto, Sim los insultó también en un segundo libro que no pudo terminar. Una vez afirmó: «Los críticos tienen todas las ventajas porque esperan hasta que uno se muera y después se quedan con la última palabra».
—Es una lástima. —Ella se sentó y puso las manos detrás de la cabeza—. Nunca presenta este lado de su personalidad en los libros escolares. El Christopher Sim que conocen los niños es perfecto, fiable, irreprochable. —Frunció el ceño—. Me pregunto qué habría hecho él con ese artefacto que está ahí fuera.
—Lo abordaría. O, si no pudiera, esperaría a tener más información o tal vez encontrase alguna otra cosa que hacer mientras tanto.
La cubierta tenía abolladuras, grietas y desconchones. Tenía un aire como de labor de retales impuesto por los rápidos reemplazos de piezas. Las cabina de navegación se hallaba llena de muescas, los escudos posteriores parecían combados y la carcasa de los propulsores parecía haber desaparecido.
—Sin embargo —señaló Chase—, no veo daños importantes. Con todo, hay algo que me extraña.
Nos aproximábamos desde arriba y por detrás de la cápsula Centauro. Estábamos acercándonos bastante. La cápsula misma no era mucho más que una burbuja de plástico con un juego de magnetos.
—La carcasa de los propulsores no la volaron, la retiraron. Y no estoy segura, pero parece como si las mismas unidades de propulsión faltasen. —Chase señaló hacia los dos objetos compactos que yo había pensado que eran los armstrongs—. No —prosiguió—. Lo único que hay son las corazas externas. No puedo ver partes centrales, pero deberían verse.
—Tendrían que estar allí —indiqué—. A menos que alguien deliberadamente haya incapacitado la nave después de que llegase.
—¿Quién sabe? —dijo, encogiéndose de hombros—. El resto no parece estar en muy buen estado tampoco. Apuesto a que hay un montón de cables allí abajo.
—Reparaciones sin terminar.
—Sí, reparaciones hechas a la desesperada. No es el modo en que yo prepararía una nave para el combate. Pero, excepto por los armstrongs, su estado es bastante aceptable. —Los solenoides aguanos desde los que el Corsario había proyectado luz sobresalían en medio de un revoltijo de soportes—. Y ellos también parecen estar bien —agregó ella.
Pero la nave había sufrido el envite de la edad.
Chase se sentó en el asiento del piloto, perpleja, tal vez aprensiva. El multicanal estaba abierto señalando frecuencias que quizá fueran adecuadas para el Corsario, como si esperáramos una transmisión.
Solo se oía el silbido de las estrellas.
—Las historias deben ser erróneas —dije—. Obviamente no fue destruido en Rigel.
—Obviamente. —Ella ajustaba la imagen en los monitores, aunque era innecesario. Los ordenadores del Centauro estaban registrando esquemas del derrelicto con registros navales antiguos propios del Corsario;hacían con todo detalle y sin cesar—. Esto me hace preguntarme qué otras cosas deben de haber estado equivocadas.
—¿Quiere decir esto que Sim podría haber sobrevivido en Rigel?
—Maldita sea si sé algo —respondió Chase, meneando la cabeza.
Seguí con la idea.
—Sí así fue, si sobrevivió, ¿por qué venir a este lugar tan alejado de la zona de la guerra? ¿Pudo hacer el Corsario semejante viaje?
—Oh, sí —dijo Chase—. Los límites de distancia de estas naves están solo determinados por la cantidad de provisiones que puedan cargar a bordo. Sí, pudieron hacerlo. La cuestión es por qué habrían querido hacerlo.
Tal vez hubiese sido involuntario. Tal vez, de algún modo, Sim y su nave cayeron en manos del Ashiyyur. ¿Sería posible que hubiera sobrevivido en Rigel, pero que hubiera sido herido y después anduviera vagando por allí sin saber quién era? Ridículo. Aun considerando la hipótesis de que hubiera naves duplicadas, ¿qué podría estar haciendo allí cualquiera de ellas? ¿Quién habría tenido tiempo, en los días de la Resistencia, de alejarse tanto con una nave cuando se las necesitaba desesperadamente en casa?
Salimos a la deriva sobre el arco, contemplamos los fieros ojos y el pico de la arpía, las armas que se erguían en el morro de la nave. Chase nos llevó a una curva angosta. Perdimos de vista la cubierta; la superficie luminosa del planeta azul cubrió los visores. Luego también se desvaneció ese panorama, reemplazándolo la extensa inmensidad de un cielo negro.
Hablamos muchísimo. Parloteamos, más bien. Acerca de lo bien que se curaba su pierna, acerca de lo genial que sería estar ahora en casa, acerca del dinero que podríamos ganar con todo esto. Ninguno de los dos tenía la intención de permanecer en silencio y dejar morir la conversación. Y mientras tanto nos poníamos a la par del derrelicto. Chase condujo a lo largo de la cubierta y se detuvo junto a la puerta principal de entrada.
—Por si tienes alguna duda —me dijo levantando la voz para indicar que iba a decir algo significativo—, la nave se ha comportado como ciega y muerta. Sus sensores no han hecho nada para respondernos.
Nos pusimos los cascos en los trajes de presión que llevábamos, y Chase drenó el aire de la cabina. Cuando las luces verdes se encendieron, empujó la capota y salimos. Chase se dirigió a la entrada principal mientras yo hacía una pausa para mirar el conjunto de caracteres cirílicos grabados en la coraza.
Era la designación de la nave, y eran iguales a los caracteres del Corsario de los simuladores.
La compuerta se abrió. Una luz amarilla brillaba en el interior. Llegamos a tropezones hasta la entrada de aire. Había luces rojas en un panel situado en la bodega.
—La nave está con energía limitada —explicó Chase. Su voz se elevaba sobre el intercomunicador—. No hay gravedad. Me imagino que se debe a algún tipo de sistema de mantenimiento. Lo suficiente para mantener las cosas sin helarse.
Activamos los magnetos de nuestras botas. El circuito cerrado de la computadora externa no trabajaba. El perno se alzó cuando lo toqué, pero no sucedió nada. Peor aún, las lámparas se pusieron color naranja, y el aire comenzó a soplar en el compartimento. Chase empujó la puerta externa y la cerró. La aseguramos.
La presión del aire aumentó con rapidez. Se deslizaron los pasadores, las luces de alarma se pusieron blancas y la puerta se balanceó sin ruido sobre los cerrojos engrasados. Miramos hacia dentro y vimos un camarote oscuro. El interior de la nave más famosa de la historia. Chase sacó una de sus manos enguantadas, tomó la mía y la apretó. Después se hizo a un lado para dejarme pasar.
Yo erguí la cabeza y di un paso adelante.
La habitación estaba llena de gabinetes, consolas y grandes lugares de almacenamiento llenos de repuestos electrónicos. Los trajes de presión estaban colgados cerca de la toma de aire. Un diagrama informático de la nave cubría una pared. A cada lado de la habitación había una compuerta similar a la que nos había servido de entrada.
Chase miró el calibrador que llevaba en la muñeca.
—El contenido de oxígeno está bien —afirmó—. Un poquito bajo, pero es respirable. La temperatura no llega a tres grados. Un frío horrible. —Se aflojó las trabas que le aseguraban el casco, lo levantó e inhaló cuidadosamente.
—Bajaron la calefacción —repuse, sacándomelo yo también.
—Sí —confirmó ella—. De eso se trata precisamente. Alguien esperaba regresar. —Yo había tenido dificultades para apartar los ojos de las compuertas, como si pensara que en cualquier momento alguna de ellas se iba a abrir. Chase avanzó y se dirigió a la hilera de trajes a presión, con pasos cautelosos, como quien desde la playa entra en el océano frío. Cuando llegó a tocarlos, se puso a contarlos. Eran ocho—. Están todos aquí —agregó.
—¿Esperabas otra cosa?
—Pensé que los supervivientes de este desastre podrían haber salido para hacer arreglos en la nave y haber sido arrastrados al espacio.
—Tenemos que ver el puente —sugerí—. Allí podremos encontrar más respuestas.
—En un minuto, Alex. —Aflojó la compuerta, la empujó y pasó a través de ella—. Voy enseguida —dijo por el intercomunicador.
—Mantén el canal abierto —le respondí—. Quiero oír lo que sucede.
Escuché sus pasos durante varios minutos y luego el ruido de las cerraduras de otras compuertas que se deslizaban. Hice consideraciones de todo tipo respecto de cuáles serían mis opciones si algo le pasaba a Chase, y anhelé ansiosamente que retornara. Pensé en ir a buscarla y traté de recordar los pasos necesarios para pilotar el Centauro. Ahora tomaba conciencia de que no sabía en qué dirección estaba la Confederación.
Me paseé entre las cajas negras rotuladas y los cables y miles de otras cosas, basura que ni siquiera podía empezar a identificar, tableros, objetos de vidrio, tubos con un líquido verde y viscoso.
Algunos de los gabinetes parecían ser pertenencia individual de tripulantes. Estaban sus nombres: VanHorn, Ekklinde, Matsumoto, Pornok, Talino, Collander, Smyslov. Dios mío, ¡los siete desertores!
No había nada cerrado. Abrí los gabinetes uno por uno y encontré osciladores, medidores, cable, generadores, fundas. No mucho más. Lisa Pornok (cuya foto había visto en alguna parte y que era una mujer pequeña de piel oscura y grandes ojos luminosos) había dejado un antiguo intercomunicador, que debió de haber llevado en el bolsillo, y un peine. Tom Matsumoto había colgado en un gancho un sombrero de colores brillantes de la época. Manda Collander tenía algunos libros escritos en cirílico. Me aproximé nerviosamente al de Talino, donde encontré solo media docena de periódicos con datos tecnomecánicos, una camisa de trabajo (era bastante más pequeño de lo que me había imaginado) y varios listados que resultaron ser conciertos.
Encontré una sola foto: era de una mujer con un bebé; la había dejado Tor Smyslov. El niño era probablemente un varón, no estoy seguro.
Todo estaba fijado con bandas, abrazaderas o acomodado en compartimentos. No había nada tirado o suelto. El equipo estaba limpio y reluciente. Parecía haber sido lustrado el día anterior.
Oí a Chase aproximarse mucho antes de que pasara la compuerta.
—Bien —me dijo—, hay una teoría que ya no sirve.
—¿Cuál?
—Pensé que tal vez habían bajado a la superficie y había habido algún tipo de accidente. O tal vez que les falló la cápsula de aterrizaje y que no pudieron volver.
—Por Dios, Chase —repliqué, desechando la idea—, es imposible que todos hayan dejado la nave.
—No, no si estaba toda la tripulación a bordo. Pero tal vez únicamente hubo un par de supervivientes. —Estiró los brazos—. Diablos, me parece que esto tampoco tiene sentido. Parece que hubieran venido aquí a esconderse. La guerra estaba perdida, y los mudos probablemente no tomaban prisioneros vivos. Y entonces tuvieron un desperfecto. A causa de algún incidente en la batalla, tal vez. No pudieron volver a su casa. Si la radio estaba inservible, podría haber sucedido que nadie llegase a saber de ellos. De hecho, en esta clase de naves, la radio tampoco tiene demasiada capacidad de comunicación a distancia. Así que, si tenían problemas, tampoco podían pedir ayuda. Al menos, no a los humanos. Y aún hay más: yo tenía razón acerca de las unidades armstrong. Se perdieron. No hay nada aquí de sus instalaciones. Esta cosa no tiene propulsión estelar. Tiene el sistema magnético de propulsión lineal, pero no se puede pretender ir muy lejos viajando así. Lo verdaderamente extraño es que tuvieron que reparar la dirección cuando las unidades quedaron fuera de servicio. Ese es un trabajo muy pesado. No puede haber tenido lugar aquí.
—Entonces, ¿cómo llegó la nave hasta este punto?
—No tengo ni idea —respondió—. A propósito, la cápsula de aterrizaje está todavía en su sitio. Todos los trajes de presión están colgados aquí. ¿Cómo salió la tripulación?
—Pudo haber habido una segunda nave —dije.
—O están todavía aquí. En alguna parte.
La mayoría de los paneles luminosos habían dejado de funcionar. Los corredores estaban llenos de sombras que tomaban formas diversas mientras avanzábamos con lámparas portátiles. Tampoco funcionaban los ascensores, y había un tufo a ozono en el aire, que sugería que uno de los compresores estaba recalentado. Había un compartimento lleno de globos acuáticos; otro chamuscado por un cortocircuito eléctrico. Desde algún rincón remoto de la nave llegaba un lento y pesado latido.
—Es una compuerta que se abre y se cierra —informó Chase—. Otro desperfecto.
Avanzábamos despacio. La falta de gravedad y las compuertas trabadas nos retrasaban. Todas estaban cerradas. Algunas respondían a los controles; otras teníamos que abrirlas a mano. Chase trató un par de veces de establecer la energía normal a partir de los tableros secundarios, pero no tuvo suerte ninguna de las dos veces. En ambas ocasiones las lámparas verdes se encendieron, lo que indicaba que la función se había ejecutado, pero no pasó nada. De modo que continuamos tropezando en la semioscuridad. Una cerradura se resistió a nuestros esfuerzos con tanta firmeza que nos preguntamos si no había una cámara de vacío tras ella, aunque los registros indicaban que todo era normal. Por fin, bajamos un nivel, y lo circunvalamos.
Hablábamos muy poco y en voz baja.
—El comedor.
—Parece una sala de operaciones. Los ordenadores están funcionando.
—Cuartos privados.
—No hay ropa ni equipo personal.
—En realidad, tampoco había demasiado en las unidades de almacenamiento. Deben de haberse llevado todo con ellos cuando se fueron.
Ya hace varios años que Chase y yo atravesamos a pie el interior de la nave. Pero el frío denso que hacía en ese lugar todavía me visita por las noches.
—Duchas.
—Diablos. Mira esto, Alex. Es un arsenal.
Láseres, disruptores, generadores de rayos, pistolas de aguja. Bombas nucleares. Había como una docena de bombas nucleares del tamaño de un puño. Nos detuvimos frente a otra compuerta cerrada.
—Esta debe de ser —dijo Chase.
Me pregunté otra vez si, como Scott, estaría a punto de convertirme en un enajenado.
La puerta respondió a los controles y se abrió. Se podían ver las estrellas por una ventanilla de plexiglás. Las lámparas parpadeaban en la oscuridad.
—El puente de Christopher Sim —susurró uno de nosotros.
—Un segundo —ordenó Chase.
Se encendieron las luces.
Enseguida reconocí el lugar, gracias a los simuladores. Las tres estaciones, la burbuja como la que yo había ocupado durante la incursión en Hrinwhar, los bancos de navegación y comunicaciones y el equipo antiincendios.
—Basura primitiva —exclamó de pie cerca de la posición del conductor.
Su voz retumbó en las paredes. Me paseé por el lugar y me paré detrás de la silla del comandante, el asiento desde el que Sim había dirigido las batallas que lo convirtieron en un héroe de leyenda.
Chase inspeccionaba cuidadosamente las consolas y se le iluminó el rostro cuando encontró lo que buscaba.
—Pongamos una unidad de gravedad, Alex. —Tecleó una secuencia y no obtuvo respuesta. Lo intentó de nuevo. Esta vez algo se movió e hizo gemir las paredes, y luego se asentó. Sentí que mi sangre, mis órganos, mi cabello, todo se subía a la plataforma—. También he aumentado la temperatura —me anunció.
—Chase —le dije—, creo que tendríamos que escuchar al capitán Sim.
—Sí, desde luego. —Asintió con energía—. Vamos a averiguar qué pasó. —Experimentó con uno de los tableros de control. Las luces bajaron, los monitores de la nave se iluminaron y aparecieron vistas externas de la nave. Una enfocó hacia el Centauro y se quedó junto a él; otra nos mostraba la cápsula que nos había traído—. Control de batalla, probablemente —comentó—. No toques nada. No estoy segura de las condiciones en que están las armas. Todo parece poder activarse. No creo que haga falta mucho para cargarse nuestro transporte para volver a casa.
Traté de visualizar el puente como lo había visto desde el Stein: quieto, eficiente, iluminado por las lámparas estrictamente necesarias. Pero las cosas habían sucedido demasiado rápido entonces para que pudiera fijarme en los procedimientos. No tenía idea de quién hacía qué.
—¿Has podido encontrar el cuaderno de bitácora? —le pregunté.
—Todavía lo estoy buscando. No conozco ninguno de estos símbolos. Ayúdame. —El sistema general de comunicación de la nave se ponía en movimiento y dejaba de funcionar alternativamente.
—Deben de habérselo llevado —opiné, pensando en el equipo de aterrizaje del Tenandrome.
—El ordenador dice que está todo aquí. Solo queda encontrarlo.
Mientras Chase revisaba, me puse a observar el puesto de mando central diseñado por gente que poseía claramente un profundo y cultivado amor por el arco, la elipse y la parábola. La geometría era del mismo tipo que la del exterior de la nave: era casi imposible hallar líneas rectas en alguna parte. Quedaba claro también que los dellacondanos nunca habían adorado a los dioses utilitarios que dominan nuestra época. El interior de la nave poseía una riqueza y un lujo que sugerían la intención de ir a la guerra con estilo Parecía una afectación rara en gente que provenía de un árido planeta fronterizo.
—Bien, Alex, ya lo tengo. Estas son las últimas anotaciones. —Hizo una pausa momentánea para elevar el suspense o tal vez para permitirme agregar alguna reflexión—. La voz que vas a oír…
… No era en absoluto la de Christopher Sim.
—Cero seis catorce veintidós —dijo—. Abonai cuatro. Las categorías uno y dos completan la fecha. La categoría tres, reparada tal como dice el inventario. Los sistemas de armas están recargados por completo. El Corsario retorna hoy a servicio. Devereaux, soporte técnico.
—Probablemente sea el jefe de mantenimiento —murmuré.
—Si le devuelve el mando al capitán, debe de haber más.
Lo había. Christopher había dejado pocos discursos, nunca había hablado en los parlamentos y no había vivido lo suficiente para preparar discursos de despedida. Al contrario que la de Tarien, su voz nunca se le había hecho familiar a los escolares de la Confederación. Sin embargo, la reconocí enseguida. Me impresionó la habilidad de los actores para reproducirla.
—Cero seis catorce treinta y siete —dijo una voz de barítono—. El Corsario recibió la orden por trabajo dos dos tres kappa. Destacar que los transformadores delanteros reaccionan a nueve seis punto tres siete, lo que no es un nivel aceptable para el combate. El mando entiende que los utilitarios de salida están bajo presión justo en este momento. Sin embargo, si mantenimiento es incapaz de efectuar las reparaciones, al menos deben darse cuenta de sus deficiencias. El Corsario retorna al puerto. Christopher Sim, comandante.
Otra ronda de anotaciones anunció la reparación de los transformadores y la voz crispada de Sim que aceptaba sin comentarios. Pero, incluso después de dos siglos, se podía leer la satisfacción en su tono. Le gustaba tenerla última palabra, pensé divertido.
—Estas debieron ser todas las reparaciones que hicieron en Abonai —comenté—. Justo antes de que la tripulación se amotinara.
—Sí, las fechas coinciden.
—Dios mío —dije—. La traición, los Siete, lo tenemos todo. ¡Veamos el resto!
Ella se volvió hacia mí con lentitud y esbozó una pálida sonrisa.
—Esta era la última anotación. No hay nada más. —Su voz se debilitaba y su rostro sudaba, pese al aire frío del lugar.
—¡Entonces la gente del Tenandrome se lo llevó! —exclamé.
—Este es el cuaderno de bitácora, Alex. No puede ser borrado ni destruido, ni cambiado sin consecuencias. El ordenador dice que está intacto. —Se inclinó sobre el teclado, escribió algo, miró los resultados y se encogió de hombros—. Aquí está todo.
—¡Pero si el Corsario entró en combate poco después! ¡Tiene que haber más anotaciones!, ¿no?
—Sí —respondió—. No me puedo imaginar que un servicio naval trate de funcionar sin un diario de a bordo. Por alguna razón, Christopher Sim contrató una tripulación de voluntarios para la batalla decisiva de su vida y no quiso poner los datos en el diario.
—Quizá estaba demasiado ocupado —sugerí.
—Alex, eso no puede ser.
Ella se sentó con cierta deferencia en la silla del capitán y le dio nuevas órdenes al ordenador.
—Veamos qué dicen los registros anteriores.
Volvió la voz de Sim.
—No tengo dudas de que la destrucción de los dos cruceros de guerra focalizará la atención del enemigo en las pequeñas bases navales de Dimónides II y de Chippewa. No podría ser de otro modo. Esos sitios serán percibidos por el enemigo como una espina en su garganta y serán atacados tan pronto como concentren fuerzas suficientes. El Ashiyyur probablemente reservará a su principal grupo de batalla para realizar la tarea…
—Creo que esto es del principio de la guerra —opiné.
—Sí. Por lo menos, es bueno saber que usaba el diario.
Escuchamos cómo Sim describía la composición y fuerzas del ejército que esperaba. Se complicó en una descripción detallada de la psicología del enemigo y su probable estrategia de ataque. Me impresionó su intuición tan certera. Chase escuchó un rato, luego se levantó y anunció que deseaba explorar el resto de la nave.
—¿No quieres venir?
—Me quedaré aquí —respondí—. Me gustaría escuchar un poco más.
Tal vez fue un error.
Después de que ella saliera, me senté en la semipenumbra y me puse a escuchar los comentarios de Sim acerca de las necesidades energéticas, de la tecnología del enemigo, con ocasionales informes de batalla y descripciones de su táctica de golpear y huir contra las flotas enemigas.
¡No me extrañaba que Gabe hubiera estado entusiasmado! Me preguntaba si habría sabido con exactitud lo que estaba acechando.
Gradualmente fui arrastrado al drama de esa vieja batalla y vi las monstruosas formaciones del Ashiyyur a través de los ojos de un comandante que triunfó con claridad haciendo retroceder a un enemigo poderoso con flotillas de naves ligeras. Comencé a entender la importancia de su capacidad de relacionar de forma inteligente, de introducirse en las líneas enemigas, de analizar el movimiento de las flotas, incluso su captación de la psicología individual de los comandantes enemigos. Como si no pudieran hacer nada sin que Sim se percatara.
Los acontecimientos individuales eran cautivadores.
Fuera de Sanusar, los dellacondanos, asistidos por unas pocas naves aliadas, atacaron y destruyeron dos pesados cruceros con el costo de una simple fragata. Escuché a Sim informando de su golpe en Las Hilanderas. Había otras acciones, muchas de las cuales no conocía. Pero siempre, pese a las victorias, el resultado era el mismo: retirada, recuento de pérdidas, reagrupamiento. Los dellacondanos no pudieron nunca detenerse y pelear. Una y otra vez, Sim tuvo que retroceder, porque carecía de fuerzas completas para sacar partido de las victorias.
Y entonces llegó Ilyanda.
—Pensamos que podemos derrotarlos aquí —anunció crípticamente—. Si no es aquí, me temo que no será en ninguna otra parte.
En ese momento, me di cuenta de que la historia de Kindrel Lee era cierta.
Sim nombra, pero no describe, el instrumento de la ejecución: «Helios».
El arma solar.
Hizo una pausa, casi desconcertado.
—Tan seguro como que estoy sentado en este asiento que la historia juzgará duramente lo que estoy por hacer. Pero, Dios me ampare, no veo otro camino.
La evacuación de Ilyanda fue más lenta de lo previsto.
—Alguna gente se resiste, reclama su derecho a quedarse. No puedo permitirlo y, cuando sea necesario, recurriremos a la fuerza. —Y luego—: Es improbable que podamos evacuarlos a todos. De todas maneras, haremos lo que podamos. ¡Pero cualesquiera que sean las circunstancias en que estemos cuando lleguen los mudos, lo haremos explotar de acuerdo con el plan!
La tensión creció y las unidades de la Armada ashiyyurense aparecieron en los mundos externos.
—Tenemos que haberlo evacuado todo y eliminar cualquier movimiento inusual antes de que investiguen el lugar.
Habló de sacrificar algunas fragatas para retrasar los hechos, pero concluyó que no le iba a permitir al Ashiyyur que adivinara que habían sido detectados.
Mientras tanto algunos de los transportadores esperados no llegaban.
Los dellacondanos respondieron usando los compartimentos de los transbordadores, que se utilizaban solo en vuelos interplanetarios, acolchados con mantas y ropas. Luego se llevaron a los restantes evacuados y se fueron.
—Con suerte, no serán vistos. Tendrán hambre y algunos resultarán heridos, pero tendrán su oportunidad.
En las cinco horas de plazo que quedaban para la huida, Sim coordinó las operaciones de evacuación y recuperación también de las obras de arte y literatura de Ilyanda.
—Tarien dice que ningún precio es demasiado alto para detener a los mudos. Supongo que tiene razón.
En el último minuto la mayoría de la gente estaba en Punto Edward. Fueron cargados en los dos transbordadores que quedaban. La pequeña fuerza de combate de Sim había partido en unidades menores en un esfuerzo por ofrecer el menor blanco posible. Finalmente, solo quedaba el Corsario. La mayor parte de los traslados restantes se realizó de forma apresurada.
Seguí ansioso las siguientes anotaciones. El Corsario se trasladó a una distancia de medio pársec y se detuvo a observar. La flota ashiyyurense se acercó, transmitió advertencias a los dellacondanos y le ofreció a Sim la oportunidad de rendirse.
Sim registró esas peticiones:
—La resistencia es inútil —decía la voz del enemigo. Era mecánica, medida, fabricada, artificial. No tenía emotividad—. Salve la vida de su tripulación.
Miré hacia el puente. Era difícil darse cuenta de que todo eso había transcurrido allí. Fuera, el volumen del planeta, de nuevo a la luz solar, empezaba a verse. ¿Dónde habría estado Talino mientras esperaban?
La estación abrió fuego sobre las naves enemigas con sus enormes baterías. Las armas se inutilizaron enseguida. Sim informaba que varios destructores tuvieron que realizar un repliegue forzado.
—Ahora —agregó. Había una pregunta muda en su tono—. Ahora.
Fue un momento terrible. Pude leer su angustia.
Y pensé: Matt Olander está sentado en un bar en el aeropuerto espacial. Ha quitado el automático del gatillo y alguien ha distraído su atención.
El Corsario desembarcó a sus pasajeros en Milenio cuatro días más tarde. Revisé las tablas. Un buque moderno, viajando desde Ilyanda a Milenio, tendría que estar a ocho días normales y medio solo en el espacio armstrong.
¿Cómo lo logró 1
Había algo más, otro registro que seguía a una serie de informes de mantenimiento:
—Tenemos que averiguar qué pasó. La cosa todavía puede explotar. Tiene que ser desarmada y asegurada.
Después de eso, el registro está distorsionado. Estaba tratando de leerlo cuando volvió Chase.
—No hay restos por ningún lado —dijo.
Le conté lo que había oído.
Ella me escuchó e hizo un esfuerzo personal para arreglar la transmisión, pero no pudo.
—Es algún código de seguridad. No quería que nadie lo leyera.
—Esa frase me inquieta —le comenté—. Desarmada y asegurada. Es una redundancia. Sim es muy preciso habitualmente. ¿Qué hay que hacer para asegurar un arma solar después de haberla desarmado?
Nos miramos y de pronto algo nos hizo saltar al mismo tiempo.
—Está hablando de seguridad —exclamó Chase—. Nadie debe de saber que tienen el arma.
—Lo que quiere decir es que tienen que explicar la evacuación. —Me senté en la silla de Sim. Era un desafío para mí.
—¿No fue una suerte —me dijo ella despacio— que los mudos actuaran de forma tan atípica en Punto Edward? Eso salvó a Sim de tener que responder a muchas preguntas.
Me miró durante un largo rato. Yo entendí, finalmente, por qué había habido un ataque contra la ciudad vacía. Y quién lo había conducido.
Encontré más anotaciones del diario. Sim y el Corsario participaron en varias batallas más en un montón de lugares diferentes a lo largo de la Frontera. Pero ahora él había cambiado. Comencé a leer, primero en su tono y luego en sus comentarios, una desesperación que crecía en proporción con cada éxito y cada subsiguiente retirada. Oí sus reacciones ante la derrota de Grand Salinas y la pérdida, uno por uno, de los mundos aliados. Debió parecerle como si las naves negras fueran infinitas. Y al final llegaron las noticias de que también Dellaconda había caído. Sim respondió musitando tan solo el nombre de Maurina.
En todo esto no había ninguna mención al arma solar.
Se quejaba de la estrechez de miras de Rimway, de Toxicón y de la Tierra, que se creían seguros en la distancia, que temían azuzar la fuerza de la horda conquistadora y que se miraban unos a otros con más viejos recelos y sospechas que al invasor. Y cuando Sim pagó por su victoria en Chapparal con la pérdida de cinco fragatas y un crucero ligero donado por voluntarios de Toxicón, comentó:
—Estamos perdiendo a los mejores y a los más valientes. ¿Y para qué? —Un largo silencio seguía a la frase. A continuación dijo lo inconcebible—. ¡Si ellos no vienen, entonces es hora de que hagamos nuestra propia paz!
Mientras la larga retirada continuaba, su carácter se tornaba más sombrío. Y cuando dos naves más de su ya diezmado escuadrón se perdieron en Como Des, estalló su ira:
—Habrá algún día una Confederación, pero no la constituirán sobre los cadáveres de mis hombres.
Era la misma voz que acusó a los espartanos.