«Una nave estelar no es un buen lugar para un hombre con prisa.»
Nolan Creel
Revista Arnheim, LXXIII, 31
Tomamos el Grainger para Saraglia. El Grainger era la nave gemela del Capella. Pensé mucho en Gabe mientras nos conducían a través del largo túnel gris.
Los puestos de observación estaban, por supuesto, cerrados. La vista de fuera es un poco deprimente para la exigencia de comodidad de la mayoría de los pasajeros, pero hay algunos lugares de la nave donde un pasajero curioso que desea ver el otro mundo puede darse el gusto. Uno de esos rincones era un saloncito de descanso, llamado Bar del capitán, en la sección delantera de la plataforma superior. Chase y yo nos retiramos allí después de que yo me recuperara del salto al hiperespacio. Mi reacción es cada vez peor que en los viajes anteriores. Me senté allí esa primera noche, sin querer hablar con nadie, recordando malhumorado mi juramento, hecho ya hace tiempo, de no volver a salir de Rimway.
Bebimos demasiado. Los bares de las naves estelares están bien provistos. Y como uno tiene mucho tiempo para pensar, me lo pasé preguntándome por qué el equipo de investigaciones del Tenandrome había acordado no decir nada de su hallazgo. Me preocupaba.
No comí bien. Después de un rato, hasta Chase me molestaba. Así íbamos avanzando a través del flujo sin forma de una dimensión cuya existencia, según algunos, sería de naturaleza puramente matemática.
Ocho días después, según el tiempo de la nave, dimos el salto al espacio lineal. Los pasajeros, mientras se recobraban del efecto del tránsito, se agolpaban en los puestos de observación de la nave que ahora sí estaban abiertos para asistir al espectáculo de La Dama Velada.
A esta distancia, nada guarda la medida humana. Hasta la estructura de la nebulosa se hace irreconocible. Más bien, estábamos mirando una vasta congregación de estrellas individuales, una multitud centelleante de puntos luminosos de color que conmovían el alma, un río de luz que fluía hacia el infinito. Qué pobre había sido la representación de Jacob en el estudio de casa.
Después de un rato, cuando no pude soportarlo más, me fui al bar.
Estaba lleno.
Quedaba por hacer la parte más larga del viaje: el trayecto hasta la entrada de Saraglia, que requería dos semana y media. Leí mucho. Jugué a las cartas en el Bar del capitán con un grupo fijo de pasajeros. Chase se dedicó a hacer gimnasia y a nadar junto a un joven cuyo nombre no recuerdo.
Se nos unieron un par de transbordadores en la tercera semana. Traían pasajeros y cargamento para la fase siguiente del traslado. Subieron los pasajeros que iban a Saraglia. Chase se despidió de su amigo.
Me sorprendió descubrir una sensación de bienestar cuando llegamos.
Saraglia era una construcción de la medida de una pequeña luna aproximadamente, que orbitaba alrededor del remanente de una supernova colapsada. Su misión era servir como puesto de observación. Pero su proximidad a la estrella superdensa había hecho que se desarrollara como centro comercial especializado en una variada gama de servicios de procesamiento para manufacturas, cuyos productos requieren la aplicación de presiones ultraaltas durante períodos extensos de tiempo.
La estación presentaba una mezcla caótica; la estructura original era poco menos que la de una plataforma. Pero fue creciendo en tanto se le agregaron plantas ambientales, edificios de manufacturación, redes de energía, utilitarios de carga y almacenamiento y fábricas automatizadas.
Una nube de polvo, que se mantenía fija por medio de gravedad artificial, describía órbitas alrededor del complejo y actuaba como escudo protector de la luz excesiva de La Dama Velada. Una vez dentro del perímetro de la nube, el observador se sentía impresionado por la iluminación relativamente suave del mundo cilíndrico, que se derramaba a través de cientos de miles de puertas, ventanas, paneles transparentes y acogedoras bahías.
Si bien Saraglia estaba en el borde del universo humano, era quizá el más cálido de sus hábitats.
El transbordador entró a una de las bahías, desembarcamos y nos registramos en un hotel. Chase hizo inmediatamente los preparativos para la segunda fase del viaje.
Yo necesitaba un poco de tiempo para recuperarme. De modo que me fui a pasear por los bosques y los prados y me pasé un par de tardes disfrutando en un refugio en la costa.
Varios días después de nuestra llegada, estábamos de nuevo en camino en un Centauro alquilado. No era tan grande como el vehículo que Gabe había utilizado, y las comodidades eran (como señaló Chase con aspereza) más que espartanas para un viaje tan largo. Pero a mí, que no me había acostumbrado todavía a manejar grandes cantidades de dinero, el precio que pagué por el Centauro me pareció exorbitante.
Tan pronto como los motores tuvieron la carga suficiente, saltamos al espacio armstrong.
—Vamos a reingresar en un lapso de tiempo entre cinco y siete días —dijo ella—. Días de navegación. También debemos tomar una decisión.
—Adelante.
—Es un vuelo largo. Las autoridades confederadas no saben en realidad adónde vamos, pero se supone que de algún modo las respetamos. Si seguimos las líneas guía, nos podremos permitir 300 ua para reinsertarnos de nuevo en el espacio lineal. Teniendo en cuenta nuestra incapacidad de ser precisos, podríamos encontrarnos fácilmente a 500 o 600 ua fuera de destino. Ahora bien, un Centauro es muchísimo más lento en el espacio convencional que una nave comercial grande. Si no tenemos suerte, vamos a tener que viajar mucho para llegar adonde vamos. Lo mejor sería decidirnos y tratar de saltar tan cerca de nuestro destino como nos sea posible.
—¡No, por favor! —exploté—. Hemos esperado todo este tiempo. No me importa que haga falta un poco más de paciencia.
—¿Y qué tal si hablamos de mucha paciencia?
—Uf. ¿De cuánto tiempo estamos hablando?
—Prácticamente un año.
—No creo que hayas mencionado antes esta cuestión.
—Estaba preguntándome cómo te gustaría manejar el asunto, Alex. —Sonrió seductoramente—. El peligro de materializarnos dentro de algo es virtualmente nulo. Hay una enorme cantidad de espacio vacío en el área de entrada que estamos usando. Es más seguro que ir en deslizador a casa. —Sonrió de nuevo con franqueza.
—Eso no me tranquiliza mucho —le dije.
—Confía en mí —respondió, radiante.
Siempre he sido muy cuidadoso a la hora de graduar mi exposición a la fantasía electrónica.
Pero este largo viaje a La Dama Velada me dio la excusa perfecta para dejar de lado mis inhibiciones. Me retiraré a mi cabina relativamente temprano.
Viajé mucho gracias a la biblioteca de la nave, vagando en diferentes puntos lejanos. Algunos de ellos ya existían, algunos no, algunos quizá. Siempre había al menos una mujer adorable a mi lado. Y su carácter, por supuesto, era congruente con el programa.
Chase lo sabía. Ella se quedó en la parte frontal de la cabina la mayor parte del tiempo, leyendo y mirando hacia fuera del túnel gris que se abría sin fin delante de nosotros. Apenas me dirigía la palabra cuando iba periódicamente a sentarme a su lado. Siempre resultaba un tanto embarazoso, no sé por qué. Y yo me irritaba con ella.
Al final me cansé de esos escenarios irreales que había fraguado a partir de la colección de Gabe. Eran aventuras elaboradas, ubicadas en ruinas míticas, en lugares exóticos. Yo tenía que encontrar o identificar un curioso artefacto en un templo sumergido, poblado de imágenes grotescas y animadas, traducir un conjunto de símbolos tridimensionales flotando junto a un puñado de pirámides en una tundra helada, componer el significado de un antiguo ritual de sacrificios que parecía contener la clave para explicar cómo los habitantes originales degeneraron, en poco tiempo, en una raza salvaje.
En todo esto había algo sorprendente.
Cuando tenía problemas para salir de un pasaje inundado del templo, era rescatado y llevado hasta una base de piedra por una exquisita mujer semidesnuda a quien recordaba pero no sabía de dónde.
Ria.
La mujer de la foto de la habitación de Gabe.
Ella se me aparecía como una adorable salvaje en la ciudad en ruinas, y entre las pirámides, como una espléndida criatura alada nacida del viento.
Siempre estaba allí para rescatar al aventurero e informarle de que había perdido el juego. En una ocasión en que llegué hasta el final, me estaba aguardando.
Su nombre era siempre Ria.
Me sentí cada vez más absorto, hasta que en una ocasión, mientras era atacado por un objeto invisible en una fortaleza en una montaña que parecía no tener salida, la secuencia se disolvió y yo quedé de espaldas en un espacio oscuro.
Durante un largo rato, el corazón me golpeaba con fuerza mientras me iba dando cuenta, poco a poco, de que había retornado a la cabina. Entonces sentí un movimiento y detecté una silueta.
—¿Chase?
—Hola, Alex —me dijo. Su voz se oía diferente. Pude oír también su respiración—. ¿Te apetece un poco de realidad?
En el decimoséptimo día vimos una sombra en los controles armstrong. Fue momentánea.
—No era nada —comentó Chase.
Pero luego la vi fruncir el ceño.