«La poesía es pintura vocal.»
Atribuido a Simónides de Ceos
Todo conducía siempre a Leisha Tanner.
—Ella es la clave —observó Chase—. ¿Dónde estuvo durante esos años oscuros? ¿Por qué ella es el centro de lo que sea que esté investigando Scott? Era lo suficientemente importante para que Gabe tuviera un archivo con su nombre. —Estaba tendida en el sofá con una abrazadera electrónica que le envolvía la pierna estimulando el proceso de curación—. Los años perdidos, ¿Por qué se apartó de la vista de todos durante años? ¿Qué estuvo haciendo?
—Ella estaba —dije yo con lentitud— tratando de averiguar dónde se encontraba lo que había hallado el Tenandrome.
Sí, coincidía. Si el arma solar había sido escondida, perdida, habría inquietud. Con ambos Sim muertos, nadie sabía dónde estaba.
De modo que Tanner se lanzó a la búsqueda.
—Es posible —dijo Chase, asintiendo con rigidez—. ¿Por dónde seguimos ahora?
—Tenemos a Tanner buscando una fragata y, doscientos años después, a Gabe buscando la misma fragata y extremadamente interesado en Tanner. ¿Qué sugiere eso?
—Que ella la encontró y registró la localización en algún lado.
—Pero no pudo haberla encontrado. O no habría estado allí para que el Tenandrome se topara con ella. Quiero decir, ¿cuál era el objetivo de la búsqueda, si al encontrarlo ella lo abandonó?
—Es verdad —admitió Chase irritada—. Aunque, después de todo, hemos estado detrás de muchas cosas que no tienen sentido.
Me levanté de mi asiento y comencé a pasear por el cuarto.
—Intentemos verlo desde otro ángulo. Debe de haber habido algún tipo de información que la guiara. De otro modo habría sido imposible. ¿De acuerdo?
—Sí.
—¿Qué forma pudo haber tomado esa información? Tal vez ella participó en el viaje a La Dama Velada. En ese caso, debió de haber sabido la distancia del viaje. O tal vez no fue, pero obtuvo datos de algún tripulante.
—Bien —dijo—. ¿Pero dónde obtuvo Gabe la información? Hemos leído todos los mamotretos que hemos podido encontrar sobre ella y no hay nada. Y, de cualquier modo, si estamos en lo cierto al creer que estuvo investigando durante años y que no encontró lo que buscaba, ¿qué grado de fiabilidad tendría su información? Quiero decir que, si ella no pudo encontrarlo, ¿qué podría decirnos?
¿Qué podría decirnos?
Había un eco en la frase. Me puse a jugar con ella. ¿A quién se lo dijo?
—¡A Candles! —exclamé.
—¿Qué?
—¡A Candles! ¡Se lo dijo a Candles! —Y, joder, yo sabía bien dónde estaba. Tomé la copia de Rumores de la Tierra con la que había reemplazado el volumen robado y lo abrí en Leisha—. Está dedicado a ella —dije—. Escucha:
Piloto perdido,
ella viaja en su órbita solitaria,
lejos de Rigel,
buscando en la noche
la Rueda estrellada.
Cruzando antiguos mares,
marca el curso del año;
nueve en el exterior,
dos en el centro.
Y ella,
vagando,
no conoce ni puerto
ni descanso
ni a mí.
—La poesía nunca fue mi fuerte —repuso Chase—. Pero eso me parece bastante malo.
Jacob puso en pantalla los datos acerca del trabajo crítico que se había hecho sobre ese poema: discusiones sobre el antiguo significado mítico del número nueve (nueve meses de embarazo, nueve puntas en el látigo de amor árabe, etcétera), con las implicaciones del yin y el yang sobre las estrellas duales y el eje. Leisha emerge como una representación simbólica de la madre total, haciendo (en apariencia) cierta clase de ajuste cósmico después de la muerte de su, igualmente simbólico, hijo de Rigel. El héroe se hace hombre, envuelto en la rueda de la mortalidad.
O algo por el estilo.
—Diablos —exclamó Chase—. Es una constelación, es obvio.
—Sí. Y me parece que tenemos la respuesta a una pregunta. «Rashim Machesney me dio una pista.» ¡Gabe se refería al banco de datos del Instituto Machesney! ¡Ellos deben de haber estado haciendo una búsqueda para él! —Chase esbozó una semisonrisa—. ¿Qué te hace gracia?
—Quinda.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando ella te robó la copia de Rumores de la Tierra, tenía la respuesta en sus manos.
Jacob concertó una cita con uno de los administradores y nos conectamos a la hora prevista.
Era un joven delgado y pecoso de nariz larga y voz temblorosa.
Echaba los hombros para atrás como a la defensiva y parecía incapaz de responder a cualquier pregunta si antes no consultaba su monitor, colocado delante de nosotros como si fuera un escudo protector.
—No —dijo, después de que le explicase el propósito de nuestra visita—. No tengo noticias de que se haya registrado ningún proyecto especial a cargo de alguien llamado… Benedict. ¿Por cuál de los canales habrá llegado hasta aquí?
—¿Perdón?
—Las solicitudes de investigación se reciben de una variada gama de instituciones gubernamentales, universitarias, corporaciones, recursos de fundaciones. ¿Cuál habrá usado su tío?
—No sé. Probablemente ninguna.
—No aceptamos peticiones de individuos. —Parecía estar leyendo la frase en el monitor.
—Escuche —le dije—. No tengo modo de saber cómo pudo haberlo arreglado. Pero es importante, y no tengo duda de que él debe de haber sido visto en un lugar u otro. Alguien más trabajaba con él.
El administrador tamborileaba los dedos contra el escritorio brillante.
—Eso estaría totalmente fuera de las reglas, señor Benedict. Me agradaría poder ayudarle. —Eso quería decir que la entrevista había terminado.
—Mi tío ha muerto hace poco —insistí—. La razón por la que estoy aquí es que él estaba muy contento con el trabajo que hizo su gente y deseaba expresar su aprecio de forma generosa.
Esbocé una sonrisa.
La expresión del administrador se dulcificó.
—Entiendo —dijo.
Tenía rasgos que lo asemejaban a un pájaro: los movimientos rápidos, la ligereza, el sentido de su atención volaba por la oficina, sin descanso, de aquí para allá, como posándose en distintos lugares.
—Desgraciadamente, mi tío olvidó identificar a la persona que le ayudó, y yo no tengo ningún modo directo de hacerlo. Necesito su ayuda. —Saqué una foto—. Este es mi tío.
El administrador lo observó con cuidado y negó con la cabeza.
—No lo conozco.
—¿Cuántos profesionales tiene en su equipo?
—Eso depende de lo que entienda por profesionales.
—Lo que a usted le parezca. Al menos uno de ellos tendrá que reconocer la foto. Desde luego, necesito estar seguro de dar con la persona correcta. Para probarlo, le voy a pedir, a él o a ella, que me describa el proyecto.
—Bien. —Asintió colocando la foto sobre una pila de papeles—. Veré lo que puedo hacer.
—No podría estar más agradecido. —Levanté mi muñeca izquierda con un gesto ostensible y hablé por el intercomunicador—. Jacob, vamos a hacer el giro ahora. —Y, dirigiéndome al administrador—: Necesito su número de cuenta. —Estaba demasiado feliz como para responder. Yo mencioné la suma a Jacob, quién tomó el dato y se preparó para ejecutarlo. Aproximadamente un salario—. Es suyo. Y habrá más si localiza a la persona que busco.
—Sí —aseguró con interés creciente—. Estoy seguro de que podré encontrarla.
—Para esta noche.
—Desde luego. ¿Dónde puedo contactar con usted?
Eric Hammersmith tenía el pelo color arena y barba; era gordo y bebía mucho. Enseguida me cayó simpático.
—Nunca llegué a conocer a su tío —me dijo. Nos encontrábamos en un local en la parte baja de la ciudad, con una botella de ron entre ambos, mirando a las bailarinas mientras conversábamos—. Él andaba en algún secreto. Insistía en hacerme creer que la investigación que me había solicitado era parte de un estudio estadístico.
—Bien.
—Perdone usted que lo diga —me tomó del puño de la camisa con el dedo índice y el pulgar—, pero era un actor lamentable.
Había una fiesta ruidosa en la habitación contigua y bastante barullo en el bar, de modo que tuvimos que aproximarnos más para oírnos.
Hammersmith estaba apoyado en una mesa, tan colorado que pensé que ya debía llevar bebiendo un buen rato antes de encontrarme.
—¿Qué tramaba? —me preguntó, con una sonrisa bonachona.
—Trataba de localizar un sitio arqueológico, Eric —le respondí—. En realidad, es una larga historia. —Confié en que no me pidiera que se la contara.
—¿En una constelación?
Bebí mi ron y adopté la actitud de un ignorante.
—Creo que es raro. La verdad es que no lo sé. Nunca presté atención a los detalles. —Las bailarinas me distraían—. De cualquier modo, él quería que usted supiera lo agradecido que le estaba por su ayuda.
—Me alegro —me dijo—. No fue exactamente por el libro, ¿sabe?
—¿Qué?
—Lo que estoy tratando de decirle es que yo tenía que tener cuidado. El reglamento no permite usar el equipo para propósitos individuales.
—Ah, entiendo. —Repetí el procedimiento de ordenar un giro, esta vez por el valor de seis salarios.
—Gracias —repuso Hammersmith con una sonrisa—. Permítame pagar la segunda ronda.
—Bueno —contesté encogiéndome de hombros.
Esperó a que diera la aprobación del giro a Jacob.
Cuando lo hice, llamó al mozo y le indicó que nos trajera otra botella.
—Supongo —me dijo— que usted no sabe más de lo que yo sé.
Me sentí intimidado. No creí ser tan transparente.
—¿Se refiere a la Rueda?
—¡Entonces lo sabe!
Bingo. Por fin, algún resultado.
—Desde luego. —En algún lugar de La Dama Velada había un mundo en cuyo cielo aparecía esa constelación circular. «Nueve en el exterior, dos en el interior»—. A propósito —añadí, tratando de no parecer demasiado interesado—, él solía hablar mucho del tema. ¿Dónde está exactamente el mundo que buscaba?
—Oh, sí. —Las bailarinas se movían de forma incitante en un halo de luz azul—. Me llevó varias semanas encontrarlo, porque no estábamos preparados para hacer esa clase de búsquedas y a veces los ordenadores no se hallan disponibles. Esta —bajó la voz— es la primera vez que hago algo así. Jamás había violado las reglas. Me juego el puesto si alguien se entera.
Seguro, pensé. Eso explica cómo el administrador te encontró tan rápido.
—Fue un trabajo descomunal, Alex. Hay dos coma seis millones de estrellas en La Dama Velada y, sin una configuración muy específica, dibujada por un ordenador, con ángulos precisos entre las estrellas y magnitudes exactas, es posible encontrar un número muy grande de variaciones. Por ejemplo, ¿cómo es la Rueda? ¿Es un círculo perfecto? Si no, ¿qué variación hay desde la línea de base del arco? ¿Son solo nueve estrellas? ¿O son nueve estrellas brillantes? Tuvimos que establecer algunos parámetros, y el resultado es básicamente una mera conjetura.
—¿Cuántas posibilidades encontraron?
—Más de doscientas. O mil doscientas, si uno se pone un poco liberal con los parámetros.
Me miró fijamente, disfrutando de la frustración que imaginaba que yo sentiría. Pero yo estaba pensando en el modo en que Jacob y yo, días atrás, habíamos estado mirando los modelos de las naves estelares y rebajado el área de búsqueda a diez mil estrellas. A partir de esos números, sería fácil eliminar la mayoría de las variantes de Hammersmith. Me sentí tentado por un instante de pagar una ronda de bebidas para todos los presentes.
—¿Podría darme un listado?
Buscó en su chaqueta.
—Traje este por si usted necesitaba pruebas.
—Gracias —le respondí. Completé la orden del giro y me levanté—. Su ayuda ha sido muy valiosa, Eric.
Ambos sacamos efectivo para pagar.
—Gracias —dijo—. ¿Alex?
—¿Sí?
—Gabe me dijo que no le hablara de esto a nadie. No lo habría hecho si él estuviera vivo.
—Entiendo.
—Quisiera pedirle un favor. Si alguna vez averigua de qué se trata, ¿volvería para contármelo?
Nos miramos a los ojos.
—Si puedo —le respondí, y salí a caminar en medio de una noche plácida de invierno.
El objetivo estaba localizado a unos mil trescientos años luz de Saraglia, en una región de La Dama Velada que solo tenía coordenadas y carecía de nombre.
—Dos meses, por lo menos —comentó Chase—. Un camino. Es un largo camino.