12

«Es un hecho curioso que Sim, que se sitúa a la altura de Alejandro, Rancible o Black George, consiguiera con su muerte lo que fue incapaz de lograr con todas sus brillantes campañas.»

Arena Cash

Guerra en el vacío

Cargué el cristal, me senté y ajusté mi cinta craneal.

—Ahora, Jacob.

—Has hecho un largo viaje, Alex. ¿Estás seguro de que no quieres esperar hasta mañana?

—Ahora, Jacob.

Pausa.

—Como de costumbre, tienes dos opciones: ¿participante u observador?

—Observador.

—¿Histórico o alternativo?

—Histórico. Veámoslo tal como sucedió.

—Ten presente que esta es una reconstrucción de los hechos a partir de las fuentes más fiables. Hay cierta dramatización. ¿Deseas observar desde el Corsario o desde Kudasai?

Lo pensé con cuidado. Tener la experiencia de la acción final a bordo de la nave líder sería más dramático. Y afrontaría el reto de ver hasta dónde podría yo resistir, hasta que el programa mismo me sacara del peligro. Por otra parte, la visión desde el crucero de guerra de Tarien Sim sería más informativa y estaría menos sujeta a la imaginación de los escritores.

Kudasai —dije.

La habitación se oscureció, y la textura de los almohadones se transformó.

—Los hijos de puta han venido en masa hoy.

Con el uniforme de la Confederación, Tarien Sim estaba de pie delante de un portal ovalado mirando contrariado la nube de detritos y gas que circulaba alrededor del gigante Barcandrik. En la distancia, los residuos se convertían en anillos luminosos de encantadora belleza, sólidos y fulgurantes como nunca se habían visto. Tres lunas guías colgaban como antiguas linternas a lo largo de la huella, todas a espacios iguales.

Los rasgos preocupados de Sim se dibujaban contra el perfil más bajo del mismo planeta, cuya atmósfera amarilla verdosa destellaba a la luz del sol. Era imposible confundirle: los ojos grises de un hombre que tal vez había visto demasiado, el cuello rígido y el cuerpo firme de cierto grosor, el cabello rojizo y abundante y la barba. Más bajo que su hermano y aparentemente insignificante. Un individuo de aspecto bastante común. Hasta que uno escuchaba su voz.

Era un torrente firme, y venía respaldada por una convicción inquebrantable. Sonaba como el Tarien real. El corazón me latió un poco más fuerte. (Siempre había sentido que era inmune a ese tipo de caracterizaciones patrioteras y populares.) Sin embargo, el sonido de esa voz familiar me descolocó un poco. Tarien tenía las manos a la espalda.

En la parte superior de mi panel apareció un locutor que me dijo con voz amable y templada:

—Buenas noches, señor Benedict. Bienvenido a Rigel. Yo soy el monitor del programa y seré su guía durante la simulación. Está usted en el puente del Kudasai, el solitario crucero de los confederados en esta etapa de las hostilidades. Fue donado por una fundación privada de la Tierra y va a hacer frente a su primera acción. Está escondido en una nube de gas y polvo circunvalando Barcandrik, formando un anillo interior. El capitán de la nave es Mendel LeMara. Tarien Sim es técnicamente un observador.

—¿Por qué está aquí? —pregunté—. Parece haber elegido el peor momento. Esto debió de parecerles a todos la hora final.

—Esa es la razón. Él no espera sobrevivir a Rigel. Usted debería tener presente que, en este punto, todos sus esfuerzos por obtener ayuda han fracasado. La Tierra y Rimway continúan vacilando, ningún otro poderoso ha manifestado la menor intención de intervenir y la fuerza naval confederada se ha reducido a un grupo de naves. La única buena noticia en todo esto ha sido la revolución en Toxicón, que ha logrado consagrar un gobierno favorable a la causa en el poder y finalizar esa guerra de mundos con Muri. De hecho, recibirán ayuda de aquella zona enseguida, pero los aliados ya no pueden esperar más. En consecuencia, Tarien ha elegido compartir el destino de su hermano y sus camaradas.

Conté aproximadamente doscientas naves enemigas en pantalla. Aunque la mayoría eran cruceros de apoyo y destructores, también había tres naves grandes.

Y, contra ellos, veinte fragatas, un par de destructores y el Kudasai.

Mendel LeMara era alto, de piel cobriza y rasgos duros. Estaba de pie en la mitad iluminada del puente. Junto a una de las estaciones de transporte, su figura esbelta se destacaba contra el fondo del campo de batalla. Los oficiales trabajaban en sus diferentes puestos en silencio, enmascarando sus emociones. Tarien Sim miraba pensativo a través del portal al gran planeta que estaba en su tercer cuarto. Parecía indiferente a la tensión, como si ya hubiera aceptado lo inevitable. Se inclinó suavemente y buscó mi mirada, insinuando coraje.

—No llegó a ser una estrella —dijo el monitor—. Setenta años a partir de esa fecha tendría lugar un desafortunado intento de ignición. Es el sexto planeta de un sistema de once mundos. Abonai es el cuarto y está cerca del punto de aproximación más cercano.

—¿Por qué no marcharse ahora? —le pregunté al monitor—. ¿Qué importancia tiene Abonai?

—Abonai es el último de los mundos fronterizos de la Confederación original. Todos los otros han caído: Eschaton, Sanusar, la Ciudad del Peñasco, la misma Dellaconda. Por lo tanto, tiene enorme valor simbólico. Con su pérdida, la guerra deja de tener significado. Sim y sus aliados se convierten en un grupo de bandidos nómadas, dependientes por completo de la ayuda de gobiernos que repetidamente se han mostrado indiferentes o temerosos.

—No creemos —dijo el capitán, de pie en la conexión que unía a las naves— que sepan nada del Kudasai. Están esperando la acostumbrada flota de destructores y fragatas. Hace tiempo que no tenemos ningún poder real de fuego en esta guerra. Hoy estamos en condiciones de mandar a unos cuantos al infierno.

Estaba bastante exaltado. Alrededor del puente, los oficiales intercambiaban miradas tranquilas.

—Tenemos algunas otras ventajas —continuó—. Los voluntarios de Toxicón se enfrentaron con el cuerpo principal de los ashiyyurenses y desviaron varias naves de apoyo. No tendrán tiempo de regresar para la acción principal. —Recobró el aliento—. Yo sé que ustedes han escuchado los rumores de que la Tierra ha anunciado su intención de intervenir. Debo decirles que no podemos confirmar tal versión. No me cabe la menor duda de que es solo cuestión de tiempo; sin embargo, en este momento no podemos esperar ninguna ayuda de ellos. Las fragatas se nos unirán en unos pocos minutos. Haremos contacto a una distancia cercana a un millón y un cuarto de kilómetros respecto de nuestra posición actual. Nuestras unidades tratarán de hacerse seguir por el Ashiyyur y de atraerlos hacia este lugar.

La iluminación del puente decreció dando lugar a una proyección holográfica de Barcandrik. El gigante gaseoso flotaba en medio de sus anillos. Se veían media docena de satélites. Las flotas enemigas aparecieron como puntos de luz. El Ashiyyur en blanco, los dellacondanos en escarlata. Los tres grandes cruceros, escoltados por los buques menores.

Las dos flotas se aproximaron una a la otra en el otro lado del planeta, bien debajo de su sistema de anillos y lunas. Las fragatas confederadas se movían rápidamente hacia el flanco enemigo, mientras el Ashiyyur se aprestaba a recibir el ataque.

—No somos visibles para las naves enemigas —dijo LeMara—. Y no estamos solos. —Uno de los monitores mostró al Corsario, con su brillante color azul y plata en la densa luz—. Con un poco de suerte —continuó—, estaremos sobre ellos antes de que puedan darse cuenta del peligro.

Yo estaba completamente absorto. Sabía que las naves y las personas que me rodeaban eran simulacros, pero lo olvidaba. Pude oír los latidos de mi corazón y me pregunté cuál sería la experiencia de combate de Mendel LeMara y si seguiría en el puente cuando el Kudasai fuera volado unas pocas semanas después. Y también pensé en la misteriosa tripulación de leales y desertores de Sim, a bordo del Corsario en ese momento.

Los Siete.

Miré el ataque y, aunque me lo conocía de memoria, quedé atrapado en el drama del combate.

Un escuadrón de diez fragatas y cuatro destructores combatieron con los líderes como estaba planeado, confiando firmemente en una moderada ventaja tecnológica para contrarrestar la disparidad numérica con el Ashiyyur. Los buques enemigos estaban demasiado juntos para combatir, se cuidaban de hacer excesivo fuego; a ningún capitán mudo le hubiera gustado herir a un compañero.

Los dellacondanos, por su parte, como en Hrinwhar, siempre encontraban blancos tentadores. Y durante varios minutos embistieron con fuerza contra el enemigo.

Pero dos destructores desaparecieron súbitamente de las pantallas. Y después, en rápida sucesión, un par de fragatas.

Esperé el regreso, pero no ocurrió. Durante diecisiete minutos hicieron incursiones entre las naves de los mudos. Cuando la señal de retirada llegó por fin, solo cinco naves volvieron hacia Abonai, que, gracias a la buena planificación y un poco de suerte, estaba en línea recta con el polvoriento sistema de Barcandrik.

Una nube de destructores y fragatas los perseguía.

Hacia nosotros.

Uno de los cruceros, incapaz de maniobrar con rapidez, fue abandonado, describiendo un arco que lo dejaría fuera de combate.

Yo sabía lo que venía. Abonai estaba a punto de caer y los dellacondanos se disolverían como fuerza de guerra. Pero el Ashiyyur debería pagar un alto precio por esta victoria. La muerte de Christopher Sim barrería las posiciones neutrales mundo tras mundo. Como resultado de Rigel, nacería la Confederación moderna, cuyo primer acto sería la creación de una armada aliada que, en un año, volvería sobre el Ashiyyur y los haría retroceder hasta el Brazo y más allá del Perímetro desde donde habían llegado.

El Kudasai sobreviviría otras dos semanas, justo lo suficiente para ver la intervención. En Arkady, sería destruido peleando junto a las primeras unidades de la Tierra, con Tarien Sim a bordo.

La tripulación del Kudasai estaba preparada para la batalla. Las armas desplegadas, los circuitos de voces saturados. Pese a todo, se entendían algunas frases.

LeMara estaba en su silla de comandante. Miraba a Sim, todavía de pie en el portal.

—Mejor que se siente, señor —le dijo gentilmente.

Tarien tenía los ojos entornados, pero tocó el botón del intercomunicador del brazo de su silla y miró al capitán. LeMara asintió y Sim abrió un canal.

—Habla Tarien Sim. Deseo que sepan que estoy orgulloso de estar con ustedes. Hay muchos que dicen que el futuro está de nuestro lado. Si es así, no puede estar en mejores manos. Dios los bendiga.

Junto a nosotros, saliendo en silencio de la nube de polvo, estaba el Corsario.

Alguien gritaba datos.

Rigel se veía débil desde esta distancia. El gas y el polvo por donde nos deslizábamos se iluminaban con la luz tenue de Barcandrik.

—En esta batalla —dijo el monitor—, el lapso entre el inicio de la retirada y la llegada de los dellacondanos del Kudasai fue de varias horas. Hemos comprimido un poco las cosas. Si usted mira el monitor inferior, notará un grupo de estrellas que brillan intensamente. Ahora nuestras naves se aproximan. —Una voló casi inmediatamente—. Solo siete de las naves de guerra sobrevivirían a esta acción. En contra de la opinión común, Sim cometió una serie de errores en Rigel, tanto en la planificación como en la ejecución. En ningún otro lugar se enfrentó directamente con una fuerza enemiga superior. Su fuerza durante la guerra radicó siempre en su táctica de golpear y retirarse. Cada vez que una unidad enemiga salía al hiper, Sim la estaba esperando. Su técnica usual era capturar un par de víctimas y marcharse antes de que la tripulación del Ashiyyur se recobrase de la desorientación que se produce durante el salto. Debió pensar que no tenía alternativa en Rigel. Nunca antes poseyó una nave con el poder de fuego del Kudasai. Debió de ser muy tentador poder usarlo. Él y sus aliados habían sufrido considerables pérdidas. Hablamos antes de la importancia simbólica de Abonai como el último mundo confederado. Afortunadamente, el Ashiyyur no comparte las percepciones humanas y pudo no haber reconocido la significación de su conquista. Si lo hubiera sabido, habrían venido con todo lo que tenían. En cambio, armaron con precipitación un par de destacamentos y los enviaron.

Seguían los preparativos de combate.

—Así que Sim apostó todo a una tirada de dados.

—Sí.

—Y perdió.

—Solo su vida.

Sí, ganó la guerra aquí. ¿Pero qué clase de satisfacción pudo haber sido?

Concluía la actividad en el puente. A una orden de LeMara comenzamos a movernos.

—Bajo las actuales condiciones de combate, por supuesto, los puertos de observación estarían cerrados. Los vamos a dejar abiertos para usted. No importa. Las naves están demasiado distantes y los hechos se suceden con mucha rapidez. Pero hemos tratado de hacer algunos ajustes para brindarle una mayor inteligibilidad.

—Los destructores de los mudos están en la zona —aclaró una voz en el intercomunicador—. Parecen ser los primeros en llegar.

—Déjenlos ir.

Pude ver las lunas, globos de luz densa flotando entre las nubes.

Estábamos acelerando.

—Capitán, tenemos una lista de los principales elementos de persecución: dos cruceros, diecisiete destructores y diecinueve o veinte naves de apoyo. Los buques transbordadores están disponibles, pero no serán un factor importante en la primera fase.

Las dos fuerzas eran claramente visibles en la densa oscuridad. Parecían dos cometas.

—El escuadrón de destructores se encuentra en posición y listo para unirse a la señal.

Los dos cruceros estaban rodeados de naves menores. Ahora nos hallábamos cerca de los blancos. Desde el Corsario se escuchó la voz de Christopher Sim, dirigida a la flota:

—Espíritu, aquí Truculento. El escuadrón se mantiene bajo mi control. Dejen que se acerquen y maniobren como planeamos. Vamos a extraer el aguijón.

Nos elevamos por encima de la nube de polvo. La línea enemiga quedó enseguida frente a nosotros.

Y en ese momento los vimos pasar. El Ashiyyur. Sus naves eran claros puntos de luz brillando contra el polvo, los detritos y el vacío bajo Barcandrik.

—Aún no nos han visto —apuntó el piloto—. Todo cerrado.

Continuamos acelerando. Pude sentir el suave empuje de los motores.

Comprobé mi arnés. El monitor estaba en silencio. La línea enemiga se encontraba inmediatamente frente a nosotros. Entendía parte de lo que estaba ocurriendo.

Las velocidades del Ashiyyur eran tan grandes que, incluso si nos descubrían demasiado pronto, sería poco lo que podrían hacer para evitar los disparos a los cruceros. Por otra parte, no tendríamos una segunda oportunidad si nosotros perdíamos, ya que con la misma velocidad volverían a la carga. El tiempo total de tiro disponible para nosotros, de acuerdo con mis pantallas, sería aproximadamente de ocho segundos; y solo la mitad de esa cantidad se consideraba una buena oportunidad.

Traté de relajarme, preguntándome por qué estaba reaccionando como si el final fuera dudoso. Los dellacondanos lograrían tomar los cruceros por sorpresa. El Kudasai destruiría uno y el Corsario dañaría el otro. Pero una serie de disparos inutilizarían sus pantallas y, mientras el Kudasai se apresuraba a asistirlo, la nave de guerra muda, mortalmente herida, le asestaría el golpe final.

Tarien se hallaba sumido en sus pensamientos. Observé que el Corsario se estacionaba a un kilómetro. Brevemente, la luz del sol iluminó su casco. La arpía negra pareció estirarse hacia delante; se trataba sin duda de una ilusión óptica. Los dispositivos de armas estaban listos, los sensores rotaban con lentitud, las luces del puente eran débiles. Todo ello hacía que hubiera algo casi insustancial en la nave, como si se tratara de un fantasma.

Sonó como un claxon, que hizo eco en la nave.

—Hay algo detrás de nosotros —dijo uno de los oficiales de cubierta, ocultando a duras penas su sorpresa—. Vienen rápido. Son como doce o trece destructores.

—Confirmado —respondió otra voz—. Nos encierran.

—¿Cómo diablos hacen? —gruñó el capitán—. Informen, ¿en cuánto tiempo llegarán?

—Si continúan igual, en once minutos.

Escuché los ruidos de la parte inferior de la nave. Mi impresión general era que en el Kudasai todos estaban conteniendo la respiración.

Estaba un poco apocado. No tenía idea de que habían tenido esta clase de problemas. Y me preguntaba cómo, bajo tales circunstancias, habían podido ejecutar sus planes y asestar un golpe importante a sus perseguidores, según cuenta la historia.

La voz de Christopher Sim invadió el silencio.

—Mazo, al habla Truculento. Paren el ataque. Retirada.

—Esperen un minuto —dije yo—. Monitor, hay un error.

—Mendel —la voz de Sim se oía tensa—, es esencial que salvemos el Kudasai. Sáquenlo de aquí. Trataré de cubrirlos.

—¡No! —Tarien golpeó el respaldo de la silla con su enorme puño, mientras miraba la pantalla donde se veían los destructores que se acercaban—. Sigue con el ataque, Chris. ¡No tenemos alternativa!

—No puedo —replicó su hermano—. Nos atraparían mucho antes de que nos acercáramos a los blancos. Vamos a pelear con destructores hoy, queramos o no; así que es mejor concentrarse en elegir el lugar. Es mejor fortificarnos aquí que arriesgarnos en el espacio abierto. ¡Hacia Barcandrik!

—Un momento —objeté—. Las cosas no pasaron así.

—Por favor, no intervengas, Alex.

—Bueno, ¿qué diablos pasa, monitor? No recuerdo haber oído nunca nada de un ataque con destructores en el momento final.

—No estabas allí. ¿Cómo puedes saber lo que realmente pasó?

—Leí libros.

—Colaboren para enviar energía a las unidades armstrong —anunció la voz de LeMara—. Si es necesario, vamos a saltar.

—Eso sería el fin —masculló Tarien, sacudiendo la cabeza con fuerza—. No lo hagan.

Nos movíamos con dificultad. Yo estaba clavado en mi asiento. El sistema de soporte ambiental que provee de gravedad artificial también rechazaba la inercia causada por la aceleración.

—¿Alex? —Era la voz de Tarien en mi red. También era una sorpresa, pues se supone que los participantes no conversan con los observadores.

—¿Sí? —respondí, luchando para que me salieran las palabras—. ¿Qué sucede?

—No vamos a sobrevivir a esto. Sálvate, si puedes. —Levantó la vista para mirarme, me hizo una señal como para desearme suerte y volvió a la pantalla.

Era demasiado.

—Monitor, sácame. —Nada—. Monitor, ¿dónde diablos estás?

Me estaba asustando.

El capitán dio la orden de batalla. He averiguado que en esos tiempos las naves, durante las emergencias, podían incrementar la potencia temporalmente. Los sistemas se agotaban con mayor rapidez, pero por un tiempo limitado se podía usar a la vez la potencia para las armas, las defensas y la propulsión.

La atmósfera planetaria en la que esperábamos perder a nuestros perseguidores se veía descorazonadoramente lejana. Tomábamos velocidad muy rápidamente. Pero en las pantallas, los destructores se acercaban a gran velocidad y se desplegaban en forma de abanico como una cuña.

Presioné mi cinta craneal. Estaba empapado en sudor.

—¡Monitor, sácame!

Nada de nada.

Se cerró una coraza por encima de mi puesto de observación. Las luces fueron perdiendo intensidad.

Las instrucciones decían que, si todo lo demás fallaba, se podía escapar del dispositivo simplemente sacándose uno la cinta craneal.

Se supone que no debería hacerse eso porque se puede dañar el equipo, la cinta o alguna otra cosa. No lo recuerdo con exactitud, pero lo cierto es que tiré. Nada cambió.

Cerré los ojos y traté de sentir el mullido sofá de la sala de la planta baja. Me encantaba ese bendito sofá. No obstante, la única conexión que tenía entre este mundo y el otro era la cinta craneal. Incluso mis ropas eran diferentes. (Usaba el uniforme de los dellacondanos y me habían otorgado dos círculos de plata; era un oficial.)

Se abrieron nuestras baterías. La nave vibró bajo la descarga. ¿Qué diablos iba a pasar?

Lo que yo ya sabía: si la nave se desgarraba, si yo era herido de gravedad en acción o muerto, mi cuerpo físico entraría en estado de choque. Alguna vez había sucedido. Y también había habido víctimas fatales.

—¡Jacob! ¿Estás ahí?

—Los destructores comienzan a maniobrar. Al menos, hemos ganado algo de tiempo.

En la parte superior, pude ver al Corsario junto a nosotros. Otra pantalla mostraba los restos de algún objeto atacado por el Kudasai. Alguien informaba sobre el abastecimiento de energía. Pero la mayor parte de la conversación en los intercomunicadores había cesado.

Los disparos pasaban sin hacer daño entre las naves mudas.

—Todo está perdido. Habrá que intentarlo otra vez.

—Esperen —dijo el capitán—. Conténganse hasta que estén más cerca. Les diré cuándo.

Durante un largo rato nadie dijo nada. Los únicos sonidos venían de los aparatos electrónicos, de los sistemas de soporte vital de la nave y de su sustento energético. El oficial de combate informó que los destructores habían disparado y que en respuesta habíamos tomado medidas defensivas. Estaban usando fotolos nucleares, que viajaban a la velocidad de la luz. Afortunadamente no nos dieron.

—En cuatro minutos ya estaremos dentro del hidrógeno —anunció el capitán.

Hubo un segundo intercambio de fuego. Uno de los destructores explotó y otro se balanceaba fuera de la formación. Alguien vitoreó.

—Podríamos hacerlo ya —dijo una voz femenina en el intercomunicador.

El capitán frunció el ceño. Tarien lo miró con curiosidad.

—¿Qué pasa? —le preguntó un momento después.

—El Corsario todavía no ha disparado.

—Capitán —gritó el piloto—, controle la pantalla del puerto.

Todos miramos. Era una visión del Corsario. A todos nos pareció no ver nada fuera de lo común. Al principio hubo perplejidad y enojo; después terror.

Miré de nuevo y entonces entendí: ¡las armas nos apuntaban a nosotros!

El capitán dio un salto en su asiento.

Corsario—demandó—, ¿qué diablos está pasando?

No hubo respuesta.

—Ridículo —dijo Tarien inclinándose sobre su propio intercomunicador—. ¡Chris!

—¡A todo gas a refugiarse a puerto! —ordenó el capitán—. Huida. Vamos a autobloquearnos. Rompan la comunicación con el Corsario. Sigan mis órdenes: vamos a cero tres ocho, marca seis.

—¡No! —rugió Tarien—. Necesitamos hablarle. Averiguar qué está pasando.

—Hablaremos luego —respondió LeMara—. Por ahora no quiero que se nos aproxime ese lanzarrayos. —Se volvió impacientemente al oficial que estaba a su derecha—. Helmsman, ¡ejecute!

La nave se movió bajo mis pies. Volví a sentirme aplastado.

—Todavía está allí. —La mole del Corsario permanecía en línea recta a la dirección de mi vista—. Esto es físicamente imposible. —Susurré la frase en el intercomunicador sin esperar respuesta.

Pero la voz del monitor volvió.

—Tienes razón —dijo—. Así es. Pregunta al Ashiyyur. Ellos te dirán que el Corsario no está regido por las leyes físicas y que Christopher Sim es mucho más que humano.

La nave de Sim rotó mostrando otra línea de fuego.

—Pulsadores —ordenó el capitán.

—Extensión punto blanco —comentó una voz distante.

No hubo señal de advertencia. Los bólidos viajaban a la velocidad de la luz, de modo que solo podía percibirse un ruido de áspero metal, una repentina oscuridad, el gemido de la atmósfera y la ansiedad de la huida.

Se elevó un grito y se cortó enseguida. Un repentino escalofrío recorrió mi cabina. No había aire. Algo se deslizó entre mis costillas. Tomé conciencia del brazo de la silla que tenía a mi derecha. La nave, la cabina, el problema que tenía para respirar, todo se concentraba en esa pequeña manufactura de metal.

—El hijo de puta se prepara para disparar de nuevo.