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«El nombre de una buena persona ha sido injustamente arrastrado por el fango. Si pudiéramos, aunque fuera en cierta medida, ayudar a rectificar su condición, habríamos servido a una causa noble. Y si en el camino lográramos pasar una hora de apacible amistad, embellecida con uno o dos brindis apropiados, ¡cuánto mejor!»

Adrian Coyle

Propósito de la fundación de la Sociedad Talino

Machesney le había dado una pista. Aunque yo sabía positivamente que la referencia era Rashim Machesney, muerto doscientos años atrás (como la mayoría de los protagonistas de este curioso asunto), le di instrucciones a Jacob para que contactara con cualquiera que tuviera ese apellido.

No eran muchos.

Ninguno sabía nada de Gabriel Benedict ni tenía ningún lazo con la Resistencia; nadie había escrito sobre eso, ni se había interesado en los tiempos de la guerra, ni era coleccionista de antigüedades. (Había cierta dificultad en adquirir esta información porque las personas que poseían tan famoso nombre tendían a asumir una actitud teatral cuando les hablábamos de la Resistencia.)

Mi paso siguiente fue aprender lo que pudiera acerca del gran hombre. Pero, si el problema con Leisha Tanner había sido la escasez de datos, en el caso de Machesney sucedía lo contrario. Había una enorme cantidad de cristales, libros, artículos, análisis científicos, de todo. Sin contar las propias obras de Machesney. Jacob contó unos mil cien volúmenes escritos específicamente acerca de él, sobre sus logros científicos y diplomáticos; y muchos, escritos por él mismo. Rashim Machesney había sido tal vez el físico más eminente de su época. Y, cuando se inició la guerra, mientras la mayoría de sus colegas se mantenía neutral, él advirtió acerca del peligro común y decidió apoyar a los dellacondanos «hasta los límites de mis fuerzas». Su mundo natal trató de detenerlo (una vergüenza que a día de hoy aún no han logrado superar) pero Machesney escapó con algunos de sus seguidores y se unió a Sim.

Su valor para la causa confederada fue, hasta donde se sabe, primordialmente diplomático. Puso en juego su enorme prestigio en el esfuerzo de inducir a los neutrales a unirse a esa guerra desigual. Hizo campañas a través de unos cincuenta mundos, suscribió brillantes tratados, convocó audiencias planetarias, sobrevivió a intentos de asesinato y, en una memorable escapada, fue capturado por el Ashiyyur y rescatado unas horas más tarde. La mayoría de los historiadores le atribuían haber convencido a la Tierra para que interviniese.

—Jacob —dije, saturado ya de tanta información—, de ningún modo puedo procesar todo esto. Hazlo tú; encuentra la relación. Yo voy a intentar otra clase de aproximación.

—¿Qué tengo que buscar exactamente, Alex?

—Resulta difícil. Pero lo sabrás cuando lo veas.

—Eso no ayuda mucho.

Estuve de acuerdo. Le pedí que tratara de trabajar lo mejor posible y me conecté con la institución que había sido creada en memoria de Machesney.

El Instituto Rashim Machesney es en realidad un templo de estirpe griega. Construido en mármol blanco, adornado con graciosas columnas y estatuas, se yergue majestuoso en los bancos del Melony. En la rotonda, puede verse la estatua del gran hombre esculpida en piedra. Más arriba, alrededor de un techo circular, está su famosa frase, dicha a la Legislatura de Toxicón: «Amigos, el peligro espera a que bajemos la guardia».

El Rashim albergaba una estación receptora de datos astronómicos que actuaba como central transmisora a unos mil observatorios de los vuelos de Investigaciones, de las búsquedas en el espacio profundo y de Dios sabe qué. Aunque primordialmente era un muestrario de ciencia y tecnología, un lugar al que la gente llevaba a la familia para ver cómo era la vida en las afueras de los mundos cilíndricos. O cómo los ordenadores y el pulsar Hércules X-l se combinaban para crear el Tiempo Universal Uniforme. Era una simulación de un paseo por un agujero negro ambientado en un teatro.

Por suerte, la biblioteca y la librería estaban bien provistas de material sobre Machesney. Me habría gustado llevar a cabo una investigación en los archivos de la biblioteca para ver si Gabe había hecho su búsqueda, pero el empleado dijo que no era posible obtener ese tipo de información.

—Lo más que podemos hacer es mirar fuera de la guía. Tenemos mejores registros en la línea externa que hay que revisar físicamente. Aunque haya inconvenientes, lo lograremos, pese a todo. —Se encogió de hombros.

—No se preocupe —le dije.

Había ido allí esperando encontrar algún experto para poder hablar en privado y encarar de lleno el asunto. Pero al final me di cuenta de que no podía formular una sola pregunta; así que terminé tomando algunos materiales de la línea externa, los copié en un cristal y los agregué a la pila que ya tenía Jacob. Este no obtuvo ningún progreso en su primera búsqueda.

—Estoy procesando a baja velocidad, para obtener una mejor percepción. Pero eso funcionaría si usted pudiera definir los parámetros de la búsqueda.

—Busca sugerencias acerca de un artefacto perdido —insinué—. Preferentemente un rompecabezas para el cual el doctor Machesney habría de encontrar una solución. O algo que se hubiera perdido, que pudiéramos considerar un artefacto.

Me hice casi experto en Rash Machesney. Arriesgó todo en esa guerra. La comunidad científica lo condenó. Su mundo natal abrió contra él procesos criminales y lo sentenció in absentia a dos años de prisión. El Movimiento para la paz denunció su proceder y dijo que debía equiparársele a Iscariote. Y el Ashiyyur lo equiparó a una prostituta, diciendo que vendía su ciencia para fabricar armamentos. Fue un cargo que nunca negó. También fue acusado de ser un excéntrico, un mujeriego y de darle a la botella. Empecé a sentir un afecto especial por él.

Como no llegaba a ninguna parte, me di por vencido después de varias noches. No había indicaciones de nada valioso perdido y ninguna conexión con La Dama Velada. Esa nebulosa estaba lejos del escenario de la guerra. Fue un sitio sin batallas; no había blancos de ataque en sus pliegues ondulantes. (El interés estratégico en La Dama Velada era un tema que solo recientemente estaba empezando a desarrollarse, debido a la expansión de la Confederación en esa zona. Durante el tiempo de Sim, no habría habido ningún punto de avanzada en el interior de la nebulosa, ya que había rutas más fáciles en el corazón de la Confederación. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado.)

Chase se ofreció a ayudar. Acepté. Ella se hizo cargo de leer y mirar un paquete. No era importante.

Cuando la Sociedad Ludik Talino celebró su encuentro mensual al mes siguiente, yo estuve allí.

Jana Khyber tenía razón: era más un encuentro social que académico. La conversación en el vestíbulo se desarrollaba con buen humor y risas, y se veía con claridad que todos estaban dispuestos para una fiesta. Parecía una función de teatro. La gente acudía bien vestida, iba de un lado a otro a saludar, se relacionaban con facilidad. No era el tipo de reunión que uno encontraría en una sociedad de historiadores o de Amigos del Museo Universal.

Vagué de un lado a otro, intercambié algunas frivolidades con un par de mujeres y me aseguré algo para beber. Permanecíamos en una serie de salas de conferencia conectadas, la mayor de las cuales tenía una capacidad de trescientas butacas. Era lo adecuado.

La decoración de aquel lugar denotaba cierta riqueza: alfombras gruesas, paredes tapizadas, candelabros de cristal con velas eléctricas, estanterías talladas, cuadros de Manois y Romfret. La imagen de Talino aparecía expuesta en un retrato en la habitación principal, y la imagen de la arpía de Sim estaba montada en un podio.

Se exhibían además las obras más relevantes de los miembros del centro: historias, análisis de las batallas, debates acerca de varios detalles destacables de esa tan discutida guerra. En su mayor parte habían sido producidos de forma privada, aunque algunos ostentaban el sello de importantes editoriales.

Por encima de la plataforma de los oradores, de nuevo asomaba el Corsario de Marcross.

Se estableció un orden del día. Los panelistas evaluarían la validez de los documentos históricos clasificados, examinarían las relaciones entre dos personas que yo no conocía (que resultaron ser dos desconocidas que, podrían haber conocido a Talino y que en la opinión de muchos de aquellos presentes, habrían peleado por sus favores) y estudiarían algunos aspectos esotéricos de las tácticas de batalla del Ashiyyur.

En su momento, la presidenta, una mujer grandota y hostil, con una mirada similar a un rayo láser, nos convocó. Nos dio la bienvenida, presentó a algunos invitados, discurseó acerca de los viejos temas, aceptó el informe del tesorero (mostraba un beneficio considerable) y presentó a un hombre de cara roja que propuso invitar a un «orador» ashiyyurense de Maracaibo Caucus.

Murmurando a mi intercomunicador, le pregunté a Jacob qué era Maracaibo Caucus.

—Está compuesto por oficiales militares retirados —respondió—. Tanto nosotros como los ashiyyurenses estamos dedicados a conservar la paz. Es una de las pocas organizaciones de la Confederación con miembros extranjeros. ¿Qué está pasando allí? ¿Qué es todo ese tumulto?

La audiencia manifestaba su descontento con la sugerencia. El hombre de la cara roja gritó por encima del ruido y fue abucheado. Yo me preguntaba si habría algún lugar en la Confederación en que los sentimientos contra el Ashiyyur fueran tan adversos como en la Sociedad Ludik Talino.

La presidenta volvió a su puesto, mientras el hombre de la cara roja se marchaba con disgusto y se mezclaba con el resto. Se elevó un brindis, seguido de risas y entrechocar de copas. Era un juego. O un ritual.

La presidenta calmó a la audiencia con una mirada amenazante y continuó con la introducción del primer orador de la noche, un hombre alto y calvo que estaba sentado a su lado y que trataba de no mostrarse afectado por la cantidad usual de elogios. Cuando ella hubo concluido y anunció su nombre, Wyler, él ascendió a la tarima y se aclaró la voz.

—Señoras, señores, estoy encantado de estar con ustedes esta noche. —Levantó el mentón con delicadeza y adoptó una pose que debió de considerar de la mayor dignidad. De hecho, tenía una figura desagradable, todo codos y ángulos desiguales, con cejas como alambres y un tic nervioso—. Han pasado varios años desde la última vez que estuve en esta habitación. Muchas cosas han cambiado. Me pregunto solo una: si la guerra no está otra vez, como entonces, a la vuelta de la esquina. Ciertamente, cunde la desestabilización. En cada lugar que visito hay reclamos de independencia. —Sacudió la cabeza e hizo un ademán con la mano, balanceándola—. Bueno, no importa realmente. Esta noche estamos juntos, y sospecho que, pase lo que pase fuera, la Sociedad Talino continuará sirviendo como baluarte de civilización. —Le brillaban los ojos, y apuntó con un dedo hacia el candelabro—. Yo recuerdo que estaba sentado allí…

Miré en la dirección que señalaba, volví a mirar al orador y tomé conciencia de haber visto a alguien conocido.

Cuando miré de nuevo, cuando me fijé en la mujer cuya cara había captado mi atención, solo vi a una extraña. Aunque había algo familiar en la curva graciosa de su cuello y en sus pómulos, o tal vez en la expresión casi introspectiva o la gracia sutil con la que se llevaba la copa a los labios.

Yo conocía ese rostro. No podía relacionarlo con un nombre, aunque ella era demasiado atractiva como para haberla olvidado.

—Yo era todavía joven cuando llegué por primera vez a Rimway. Estaba fascinado por los misterios que rodeaban la vida y la muerte de Talino. He ahí un hombre que había peleado por los dellacondanos contra Toxicón, y antes contra Cormoral, y antes contra los toscanos. Había recibido casi todos los premios al valor que su mundo podía ofrecerle. Estuvo a punto de morir al menos en dos ocasiones. Y una vez, incluso se negó a salir de una nave dañada solo para auxiliar a un amigo, sin saber si llegaría el rescate. ¿Tiene alguien idea de lo que significa estar allí, frente al vacío, sin nada más que un delgado traje de presión ? ¿ Sin ningún lazo con el hogar más que la débil señal de una radio? Creedme, eso no lo hace un cobarde.

Al otro lado del cuarto, la mujer se había fijado en mí. Concentraba su atención en el orador y miraba a su derecha, pero nunca en mi dirección. ¿Quién diablos sería?

—Cómo podía ese hombre, me preguntaba a mí mismo, abandonar su puesto en un momento tan crítico. La única respuesta era que no pudo hacerlo. Debía de haber otra explicación. Así, como estudiante recién graduado, yo estaba ansioso por tener la oportunidad de volver aquí a buscar la explicación en el lugar donde Talino había pasado la mayor parte de su vida, para estudiar los documentos de primera mano, caminar por donde él había caminado, y sentir lo que habría sentido en esos años finales. No debéis sorprenderos al saber que, durante mi primer día en Andiquar, visité la casa Hatchmore, donde él murió.

Se retiró del podio momentáneamente, buscó un vaso y lo llenó de agua helada antes de continuar.

—Recuerdo haber estado fuera de la habitación del segundo piso donde lo habían reducido y pensaba que casi podía sentir su presencia. Lo que muestra el poder de la imaginación. Tuve luego mucho tiempo para meditar acerca de la verdad de todos esos asuntos. Y la verdad es que el hombre que murió en Rimway hace ciento cincuenta años proclamando su inocencia no era Ludik Talino.

La audiencia estalló. La mujer, tal vez conmovida por la noticia, me miró directamente. Yo, irritado por una aserción que sabía falsa, ¡de pronto me di cuenta de quién era! Era una niña, todavía no había llegado a la adolescencia, cuando la vi por última vez. Su nombre era Quinda y acostumbraba a ir con su abuelo a visitar a Gabe.

—Era en realidad Jeffrey Kolm, un actor —continuó Wyler—. Kolm desempeñaba el papel de custodio del trono en Omicar; era el emisario que era asesinado casi en el mismo momento en que ponía el pie en el escenario en César y Cleopatra, y el que dejaba el mensaje crítico en Trinidad. Esta carrera no debe de haber sido muy satisfactoria y, ciertamente, tampoco lucrativa. Kolm tuvo distintos oficios, la mayoría subvencionados. Por lo que no es difícil pensar que buscara algo mejor para obtener un buen beneficio. Encontró la oportunidad en el papel de Ludik Talino.

»Pensadlo, después de Rigel solo había confusión. Sim había muerto. Los dellacondanos estaban desesperados, la guerra aparentemente perdida. Nadie sabía con precisión qué había ocurrido ni lo que pasaría. Los mundos de la Confederación buscaban sobrevivir diplomática y militarmente, y nadie prestaba demasiada atención a los detalles de los sucesos de Rigel.

»Era el caos. La gente creía que Tarien había muerto con su hermano, aunque había algunos entre los dellacondanos que trataban de hacer la paz con el Ashiyyur. ¿Qué mejor momento para dar el zarpazo? —Wyler no usaba anotaciones. Su voz había decaído; hablaba con una fría certeza, apuntando a la audiencia con los dedos para remarcar cada afirmación—. Recuerden que nadie sabía aún que Sim había sido traicionado.

Las luces bajaron, y dos caras holográficas aparecieron detrás y delante del orador. Eran morenos, buenos mozos, dotados con la clase de rasgos que hacen pensar en la nobleza de determinadas personas. Uno con barba, el otro lampiño. Habría unos quince años de diferencia entre ambos. Aun así, el parecido era asombroso.

—Talino es el de la derecha; el otro es Kolm. Es un anuncio de publicidad. Lo muestra tal como aparecía en Las Profundidades. —Ambas imágenes se desvanecieron para ser reemplazadas por una tercera: mostraba también un hombre con barba, pero con el pelo encanecido y los ojos turbulentos—. Y esta imagen es de un holo de Talino hecho después de Rigel. ¿Cuál de los dos es? —Tamborileó los dedos contra el podio.

Por un momento me olvidé de Quinda.

—Kolm bien pudo haberse dado cuenta de la necesidad del momento. Y la oportunidad de representar a un héroe virtuoso en la vida real debe de haberlo atraído. Así dio un paso adelante presentándose como Talino, el superviviente solitario, que de algún modo había salido del Corsario en sus momentos finales. —Sonrió—. Debió de ser una terrible sorpresa cuando salió a la superficie la historia de la traición. La tripulación de Sim había desaparecido ¿Y qué más natural para la gente común que cree que el hombre que decía haber sobrevivido de forma milagrosa era en verdad un mentiroso? Particularmente, cuando el relato de ese hombre distaba tanto de la versión oficial. Así Kolm, que pensaba vivir en la gloria de un héroe, se encontró en cambio en el papel de traidor. —Se encogió de hombros y abrió las palmas—. Entonces, ¿por qué continuó? ¿Por qué no volvió a su vida anterior? Nunca lo sabremos realmente. Talino pudo haberse ido con facilidad; a nadie le habría importado. Pero él se quedó y continuó haciendo ese papel. Puede que fuera más beneficioso jugar ese papel que volver al anonimato de una carrera fracasada. Sin embargo, yo deseo proponer una posibilidad infinitamente más extraña: que Kolm hiciera tan bien el papel de Talino que se lo creyera de verdad y se consagrara a defender el nombre que había adoptado. Sea cual sea la explicación, Ludik Talino siguió viviendo. Y si sus agrias negativas de haber abandonado a su capitán suenan tan convincentes en nuestros oídos es porque son los gritos de un hombre que era de verdad inocente.

Aunque de forma breve, adujo pruebas. No era mucho: inconsistencias en frases atribuidas a Talino/Kolm, la desaparición del actor al mismo tiempo que la acción de Rigel, dos declaraciones de personas que habrían conocido a Kolm y atestiguaban que había adoptado el papel de Talino. Y otras cosas por el estilo.

—Individualmente —observó el orador—, ninguna de estas pruebas es concluyente, pero en conjunto apuntan a lo mismo. —Miró alrededor, esperando preguntas.

—¿Qué pasó con el verdadero Talino? —preguntó una mujer joven sentada delante.

Quinda se volvió tan naturalmente como pudo y miró en mi dirección. Parecía sumida en sus pensamientos.

—Creo que podemos argumentar —dijo Wyler —que toda la tripulación permaneció leal. Mi opinión es que murió con su capitán.

—No me creo ni una palabra —comenté dirigiéndome al público situado frente a mí. Un señor alto, de pelo blanco y barba, con la dicción engolada de un miembro de algún colegio de filosofía, me miró despectivamente.

—Wyler es un sólido investigador —replicó con solemnidad—. Si usted puede demostrar algún error, seguro que nos agrada escucharlo. —Sonrió, dio con el codo a uno de sus compañeros y terminó de beber.

—Da pena pensar —dijo una mujer situada detrás— que un hombre permanece y da su vida mientras otros huyen. ¿Y qué obtiene? —Tenía los ojos llorosos y sacudía la cabeza.

Quinda estaba hablando con un hombre joven, de espaldas a mí. Era ella, estaba seguro. Su abuelo había sido Artis Llandman, uno de los colegas de Gabe. No recordaba el apellido de la nieta. Mientras iba hacia ella, escuché parte de algunas conversaciones que indicaban claramente que nadie estaba tan impactado como yo por las palabras de Wyler.

—Quinda —dije al llegar a su lado—, eres tú, ¿verdad?

Me miró con una expresión entre interrogativa y dudosa, exactamente como la de alguien que ve una cara familiar, pero no recuerda el nombre.

—Sí —respondió dubitativa, tratando de recordar—. Me parece haberte visto antes.

—Alex Benedict. —Aunque sonrió, mi nombre no le dijo gran cosa—. Tú y yo solíamos ir al Melony. ¿Te acuerdas? Mi tío vivía en Northgate y tú venías a veces a visitarnos con tu abuelo.

Frunció el ceño y le chispearon los ojos.

—¡Alex! —dijo con un suspiro de alivio al recordar mi nombre—. ¿Realmente eres tú?

—Has crecido bastante. Eras una niñita la última vez que te vi.

—Todavía lo es —terció su acompañante, cuyo nombre olvidé enseguida.

Momentos después se excusó, de modo que los dos pudimos ir tranquilamente a otra sala a hablar de los viejos tiempos.

—Arin —contestó cuando le pregunté su apellido—. El mismo de antes. —Tenía los ojos verdes y despejados, y el cabello corto enmarcaba su rostro expresivo y agradable con una sonrisa amplia y franca—. Siempre disfrutaba con esas visitas —añadió—. En gran medida por ti.

—Es bonito oír eso.

—No te podía reconocer —agregó.

—He tenido una vida dura.

—No lo digo por eso. No tenías barba entonces. —Me apretó el brazo—. Estaba colada por ti —me confió, poniendo algo de énfasis en el tiempo verbal—. Y, de pronto, un día vamos y ya no estabas.

—Salí a hacer fortuna.

—¿Y la hiciste?

—Sí, en cierto modo.

Era verdad, pues tenía un trabajo que me gustaba, del que podía vivir decentemente.

Esperó a que agregara algo. Lo dejé pasar.

—¿Qué piensas de él? —me dijo señalando a Wyler, que todavía conversaba con un grupo de admiradores.

—¿Del orador?

—De su opinión.

—No sé —respondí. Me había dejado perplejo que la audiencia hubiese creído semejante cosa—. A esta distancia, ¿cómo alguien puede pensar que va a averiguar lo que realmente sucedió?

—Me lo figuro —dijo ella pensativa—. Pero no creo que encuentres a nadie que se haya tragado esa historia.

—Ya he encontrado a uno.

Ella sacudió la cabeza y sonrió con malicia.

—No creo que entiendas la naturaleza de la Sociedad Talino, Alex. Tampoco estoy segura de poder explicártela. Me imagino cuánto te vas a sorprender si te digo que ni el mismo doctor Wyler cree en lo que ha dicho.

—No estás hablando en serio.

Ella miró con rapidez por la habitación y fijó la atención en una señora corpulenta de mediana edad y chaqueta blanca.

—Es Maryan Shough. Puede demostrar concluyentemente que el actor Kolm era de hecho uno de los Siete. —Quinda reprimió una sonrisa—. El verdadero propósito de la Sociedad Talino no se dice, nunca se confiesa.

Sacudí la cabeza.

—No puede ser cierto. Su objetivo está claramente expresado en el letrero de la puerta de entrada junto a las escaleras: «Para limpiar el nombre y brindar un digno homenaje por sus actos a Ludik Talino». O algo así.

—«Leal piloto del Corsario» —terminó ella con solemnidad burlona.

—¿Así que cuál es el secreto?

—El secreto, Alex, es que no hay nadie aquí, excepto quizá tú y los dos nuevos invitados, que se tome esto en serio.

—Vaya.

—¿Por qué no me hablas ahora de tu tío? ¿Cómo está Gabe? ¿Cuánto hace que regresaste?

—Gabe estaba en el Capella.

—Lo lamento —dijo, cerrando de golpe los ojos.

—La condición humana —repuse encogiéndome de hombros. Sabía que su abuelo había muerto también; se lo había oído decir a Gabe hacía ya unos años—. Explícame por qué la gente se reúne aquí a oír estos infundios.

Pasaron varios segundos antes de que se recuperara.

—Me gustaba mucho Gabe.

—Como a todo el mundo.

Fuimos al bar y pedimos algo para beber.

—No sé si sabré explicarlo con exactitud —dijo—. Es una fantasía, un modo de evadirse de la monotonía y de estar en el puente con Christopher Sim.

—¡Pero eso se puede hacer con simuladores!

—Supongo que sí. —Cavilaba—. Pero en realidad no es lo mismo. Aquí, en la Sociedad Talino, siempre es 1206 y el Corsario todavía dirige las defensas.

Ejercemos cierto control sobre la historia, podemos cambiarla, hacerla nuestra. Oh, Dios, no sé cómo explicártelo para que le encuentres sentido. —Sonrió mirándome—. El tema es, supongo, que la idea de Wyler podría ser cierta. Es posible. Y esa posibilidad nos da lugar para respirar y movernos en los tiempos de la Resistencia. Es un modo de llegar a ser parte de ella, ¿no lo ves? —Me miró durante un rato y luego meneó la cabeza con buen humor—. Está bien, Alex. Dudo que cualquier persona razonable pueda entenderlo.

No quería ofenderla. Así que, por supuesto, le dije que lo entendía y que pensaba que era una buena idea.

Si yo hubiera sido un desconocido para ella, se habría irritado. Como no lo era, la vi decidida a tolerarme.

—Está bien —dijo—. Escucha, tengo que saludar a algunos amigos. ¿Vas a volver por aquí?

—Sí, probablemente —respondí, queriendo decir, desde luego, que no. Ella asintió. Comprendía—. ¿Y si vamos a cenar? —le pregunté—. Tal vez mañana por la noche.

—Sí —replicó con entusiasmo—. Me gustaría.

Arreglamos los detalles y me fui a otro sitio.

Encontré poca gente que conociera a John Khyber. Les agradaba. Pero no parecía haber nada extraordinario acerca del hombre, al menos nada que pudiese haber despertado el interés de Gabe. Solo uno o dos se habían percatado de su muerte.

La Sociedad Talino mantenía una sala de trofeos, que era una exposición (y una rareza) permanente en el Collandium. Daba a una de las áreas de conferencias y estaba llena de visitantes cuando llegué allí.

Estaba dominada por exquisitos retratos de Talino y Christopher Sim. Sobre las paredes había certificados y placas. Eran reconocimientos a personas que supuse serían miembros activos: logros académicos, exploraciones en Grand Salinas, análisis de la psicología ashiyyurense tan afectada por el ataque en Punto Edward, la publicación de una colección de aforismos atribuida a Tarien Sim y muchas cosas más. Me pregunté cuánto de todo eso era real y cuánto era simplemente una ilusión.

También había fotos de hombres y mujeres con los viejos uniformes celestes y azul oscuro de la Confederación, retratos de personajes de mediana edad que fueron los fundadores de la Sociedad y una enorme copa de platino que habían ganado los niños patrocinados por la Sociedad.

Algunos de los trofeos estaban decorados con brillantes fragatas o soles encendidos. Una placa de plata particularmente prominente tenía la forma de una arpía negra. Unos sesenta nombres estaban allí grabados; en realidad, pertenecían a los miembros de la Sociedad elegidos anualmente. La sala de trofeos incluía un banco de datos con dos terminales. Esperé hasta que hubiera uno disponible y entonces me senté. Era un sistema fuera de red, vinculado con bancos de datos de las distintas partes del edificio, pero que no estaba conectado a la red general. La entrada era o bien verbal o por teclado. Las respuestas aparecían en pantalla. Solicité el menú, abrí un canal dirigido a «Archivos», introduje «John Khyber» y pedí la información biográfica disponible. No era mucha.

«Khyber, John

Código 367L441»

Su nombre y el número por el que se le podía ubicar en la red. Solicité las tareas efectuadas para la Sociedad Talino. La unidad respondió:

«Presidente del comité de finanzas,

1409-10.

Miembro del comité de miembros,

1406-08.

Miembro del comité de recursos,

1411-12.

Consejero naval, grupo de simulación Rigel,

1407.

Maestro de ceremonias, ocasiones varias.

1407-presente.»

«¿Quiere detalles?»

—No. ¿Habló alguna vez en las reuniones?

«Sí, ¿quiere los detalles?»

—Sí, los títulos por favor.

«Aprendiendo de los errores en Imarios; Cormoral reacciona.

3/31/02

Características de la batalla en los cruceros de Cormoral.

4/27/04

La guerra del crepúsculo: la fragata alcanza su madurez.

13/30/07

El alcohol y el Ashiyyur.

5/29/08

Las niñas danzantes de Abonai pierden la guerra.

8/33/11

Táctica de fuerza pequeña: Sim en Eschat'on.

10/28/13

Las guerrillas llegan para quedarse: Sim en Sanusar.

11/29/13

Raíces de la victoria: la criptología dellacondana.

3/31/14.»

«Hay disponibles copias impresas.» —Por favor, deme copias de todo.

Oí el chirrido de la impresora encerrada en un gabinete contiguo al terminal. Había ido allí con la esperanza de saber por qué Khyber viajaba con Gabe. Pero en este laberinto de charadas, ¿qué se podía creer?

—Ordenador, ¿Gabriel Benedict estuvo alguna vez aquí? «Por favor, tenga en cuenta que las entradas y las salidas de los socios y sus invitados no se registran. Sin embargo, hay una ocasión en que Gabriel Benedict asistió a un encuentro mensual.»

—¿Cuándo fue?

«El primer encuentro de este año, Prima 30.» —¿Estaba solo? «No hay datos.» —¿Estaba Khyber esa noche? «No hay datos.»

Pensé que no había nada más. ¿Qué quería saber?

—¿Habló el señor Benedict? Al grupo, quiero decir.

«No.»

Debió haber habido algo especial en ese encuentro.

—¿Puedo ver el programa de ese día?

403° encuentro de la Sociedad Ludik Talino

Prima 30,1414

2000 horas.

Orador invitado: Lisa Parot.

Conspiración: ¿fue asesinado Sim por los conspiradores antes de Rigel?

Orador principal: doctor Ardmor Kail.

Un psicólogo mira los registros de Talino.

Cena: Ternera a la Marchand,

Ensalada Temere,

Verduras.

Algo que se había pasado por alto se me ocurrió entonces.

—Dijo que la asistencia no se registra de forma rutinaria.

«Es correcto.»

—¿Entonces por qué sabía que Gabriel Benedict estuvo aquí en Prima 30?

«Porque me consultó.»

—Ah. ¿Sobre qué?

«Dos asuntos: deseaba información relativa a los antecedentes de John Khyber.»

—¿Vio algo que usted no me haya mostrado?

«No»

—¿Cuál era el otro asunto?

«Pidió una copia de un discurso que se dio hace dos años y medio.»

—Por favor, deme una copia.

Una sola página cayó en la bandeja. La cogí y la leí enseguida.

Resultaba difícil encontrar la razón del interés de Gabe. Era poco menos que una diatriba. El orador decía: «(Talino) ha sido traicionado por la historia, y yo estoy feliz de que aún haya algunos que se preocupan por la verdad. El tiempo les dará la razón. Talino y sus desafortunados cantaradas son víctimas de un conjunto de circunstancias que les quitaron algo peor que la vida. No sé de otra injusticia similar en todas las épocas. Y me pregunto si podremos alguna vez corregir el error».

Esta era realmente la esencia de las afirmaciones del orador. Decía lo mismo de mil modos diferentes; era redundante y melodramático. ¿Por qué le interesaba a Gabe?

Me detuve paralizado cuando vi el nombre del orador: era Hugh Scott.