«En cierto sentido, el avance (sobre Hrinwhar) constituyó una victoria desproporcionada en cuanto a su valor militar directo. El mito de la invulnerabilidad del enemigo fue demolido y el Ashiyyur supo que no podría continuar su avance sostenido sin hacer, por lo menos algunas veces, una pausa para controlar su retaguardia.»
Revista Machesney,
LXIV, N. °7
La Asamblea del Pueblo es el centro del gobierno de la humanidad. Allí se reúne el Consejo. Las oficinas ejecutivas están localizadas simbólicamente en los niveles inferiores. La Corte se reúne en el ala oeste. Esta domina todas las estructuras circundantes, incluso la Torre de Plata de la Confederación en el polo opuesto a la Fuente Blanca.
Adyacente a la Corte y físicamente accesible solo a pie, el Archivo Confederado se extiende por una superficie de alrededor de un kilómetro cuadrado. Tiene estructura románica y está custodiado por la famosa estatua de bronce de Sharpley, que representa a Tarien Sim con la Declaración desplegada (que en verdad no vio completada en vida) en su mano extendida.
La nieve se había evaporado, el tiempo era cálido pese a la época del año y las banderas alineadas de los mundos ondeaban en la brisa, dominadas por el estandarte verde y blanco del hombre. Era un día muy hermoso, ideal para estar al aire libre, de modo que abandoné mi estancia y me uní a la considerable cantidad de gente que ya estaba disfrutando del sol.
Los turistas se alineaban en los paseos y rondaban los monumentos. Uno de los guías se hablaba sin descanso del Archivo, el edificio gubernamental más viejo de Andiquar, que databa de los Tiempos Difíciles. Había sido restaurado en varias ocasiones; la última vez hacía cuatro años, durante el verano de 1410. Era una pieza de anticuario. La gente siempre encontraba allí algo valioso, como documentos perdidos hace tiempo en lugares oscuros.
Dentro, la galería principal estaba relativamente vacía. Un grupito de colegiales con su maestra recorría el gabinete que contenía la Declaración de la Confederación y documentos relativos al tema. Algunos de los niños observaban la Declaración de Intenciones: la decisión conjunta de Rimway y la Tierra de declarar la guerra al Ashiyyur. Pasé junto a la Compañía, uniformada y estacionada en al arco sur, y descendí hacia la biblioteca.
Allí estaban a disposición del público varias simulaciones de las acciones bélicas más importantes de la Resistencia: Las Hilanderas, Vendicari, Black Adrian, Grand Salinas, La Ranura, Rigel, Tippimaru y, finalmente, Triflis, donde por primera vez se reunió la raza humana.
Después de dos siglos, esos nombres todavía poseen la fuerza de un conjuro. El poder de la leyenda.
Examiné cinco: Eschaton, Sanusar, La Ranura, Rigel y Las Hilanderas. Esta última, desde luego, es la clásica incursión de la que se dice que cambió el curso de la guerra.
De vuelta a casa, deslizándome perezosamente sobre la capital, me preguntaba cómo habría sido vivir en un mundo en continuo caos. Había tensión todavía y disparos ocasionales, pero en lugares remotos, lejos. Era difícil imaginar una existencia que tuviera incorporada la masacre a diario.
Y me obsesionaba la idea de que el último combate entre humanos exclusivamente hubiese ocurrido durante el punto álgido de la Resistencia. Mientras una serie de batallas críticas tenían lugar en La Ranura y Toxicón, cuyas poderosas flotas Sim necesitaba y trataba de captar desesperadamente, había encontrado la oportunidad de atacar al aliado dellacondano, Muri. Más tarde, Sim lo llamaría «la hora más negra de la guerra».
Hoy, quizá por primera vez en la historia, no hay hombre vivo que sepa por experiencia personal lo que significa estar en guerra con sus hermanos.
Y este hecho feliz es el legado real de Tarien y Christopher Sim. Aunque nadie se diera cuenta en ese momento, el ataque a Muri podría haber sido lo mejor que pudo haber sucedido, porque afectó tanto a la opinión pública de Toxicón que, en un año, el gobierno autocrático de ese mundo cayó. Los intervencionistas, afanosamente apoyados por una rara alianza entre la población y los militares, juntaron fuerzas, iniciaron el asalto contra sus víctimas y anunciaron de pronto la intención de apoyar a los dellacondanos. Para mayor tragedia, a la declaración fulminante de guerra suscrita por Toxicón le sucedió la noticia de la muerte de Sim fuera de Rigel.
Volví a casa a cenar tranquilamente y bebí un poco más de lo habitual. Jacob estaba tranquilo. Hacía frío afuera, y el viento sacudía los árboles y las ventanas.
Me paseaba de cuarto en cuarto, hojeando los libros de Gabe; viejas historias y textos arqueológicos en su mayoría, relatos de excavaciones de los veinticinco o treinta mundos cuyos orígenes remitían a un remoto pasado que dio lugar al florecimiento y a la caída de diversas civilizaciones.
Había algunas biografías, algunos manuales de ciencias planetarias, varios textos mitológicos y algunos libros de consulta.
Gabe nunca mostró mucho interés por la literatura en sí misma. Había leído a Homero antes de que visitásemos Hissarlik, a Kachimonda antes de Battle Key. Consecuentemente, cuando encontré más volúmenes de Walford Candles en un remoto rincón de la casa, me di perfecta cuenta de su importancia, de modo que, junto con el material que había traído del Archivo y el volumen de Rumores de la Tierra que había encontrado en el cuarto de Gabe, los llevé al piso superior para estudiarlos.
No sabía mucho entonces de la reputación literaria de Candles. Pero aprendí rápido. Estaba impregnado de fragilidad y trascendencia: pasiones disipadas con demasiada facilidad, juventud trágicamente perdida en el trauma de la guerra. Los más afortunados, según su punto de vista, son los que mueren de manera heroica por una causa. El resto de nosotros quedamos como supervivientes de nuestros amigos para ver como el amor se enfría y el invierno va cubriendo paulatinamente nuestras vidas. Como si agregara más oscuridad a la noche. De forma casual, volví atrás y releí el poema de Leisha:
Piloto perdido,
ella viaja en su órbita solitaria,
lejos de Rigel,
buscando en la noche
la Rueda estrellada.
Cruzando antiguos mares,
marca el curso del año;
nueve en el exterior,
dos en el centro.
Y ella,
vagando,
no conoce ni puerto
ni descanso
ni a mí.
Rigel se asociaba indefectiblemente con la muerte de Sim. Pero ¿qué significaba el resto? Las notas sugerían que el poeta había considerado la obra terminada. Y no había evidencia de que los editores encontraran ninguna otra cosa referida a ella. Por supuesto, uno casi se espera que la gran poesía le confunda, supongo.
De acuerdo con la introducción a Estrellas oscuras, el primer volumen de la serie, Walford Candles fue profesor de literatura clásica, nunca se casó y no fue valorado en su época. Sus contemporáneos lo consideraron un talento menor. Para nosotros, es muy diferente.
El grado de sacrificio realizado por los hombres y mujeres que pelearon con Christopher Sim brilla en todas sus obras. La mayoría de los poemas de Estrellas oscuras, Noticias del frente y Sobre las paredes exhiben la tragedia de alguien que, sentado en el Lugar Interior de Khaja Luan, se dedicaba a escribir mientras esperaba escuchar lo inevitable acerca de los viejos amigos que se habían ido a auxiliar a los dellacondanos. Candles mismo declaró haber ofrecido sus servicios y haber sido rechazado por carecer de habilidades útiles. En vez de pelear, su papel fue meramente:
Contar de pie los nombres de aquellos
cuyas cenizas circundan los grises mundos de Chippewa y Cormoral.
Candles observa desde un rincón oscuro mientras los jóvenes voluntarios celebran una fiesta de despedida. Uno de ellos dirige la mirada al poeta maduro y lo saluda con la cabeza. Candles le responde de igual modo, en silencio.
La noche en que supieron lo de Chippewa, un próspero físico a quien nunca se había visto en el Lugar Interior entra e invita a todos a una ronda. Candles se entera de que su hija ha desaparecido en una fragata.
En Rumores dela Tierra, el título de su cuarto volumen, describe el efecto de la información de que su propio mundo está a punto de intervenir. Se pregunta: «¿Quién, entonces, se atreverá a hacerse a un lado?».
Pero no sucede y, a pesar de Chippewa, a pesar de cientos de pequeñas victorias, la fuerza armada es obligada a retroceder sin descanso hasta la trampa final, la trampa fatal en Rigel.
Los poemas están fechados. Hay un período, que comienza aproximadamente en la época de la muerte de Sim y se extiende durante casi un año, durante el cual Candles parece no haber escrito nada.
Más adelante sobreviene su terrible admonición contra la Tierra, Rimway y los otros, que tanto se han demorado:
Nuestros hijos afrontarán de nuevo su furia silenciosa
y marcharán sin el Guerrero,
que camina detrás de las estrellas
sobre el lejano Belmincour.
—No hay ningún Belmincour listado en los catálogos —apuntó Jacob—. Al parecer se trata de una referencia literaria, que podría significar «guerra entusiasta» o «hermoso sitio del corazón». En realidad es difícil estar seguro. Los lenguajes humanos no son muy precisos.
Le di la razón.
—Varias ciudades en varios mundos —continuó— y una ciudad en la Tierra comparten el nombre. Pero no es probable que el poeta se refiera a ninguna de esas.
—¿Entonces qué?
—Ha sido tema de discusión. Tomado en su contexto, parece referido a una clase de Valhalla. Armand Halley, un prominente alumno de Candles, declara que es una referencia clásica a un pasado mejor, el mundo donde Sim, según sus palabras, habría preferido vivir.
—Parece poco afortunado usar el nombre de un lugar o un término que nadie entiende.
—Los poetas lo hacen con frecuencia, Alex. Eso hace que el lector ponga en juego su imaginación con más libertad.
—Seguro —mascullé.
Lentamente se iba iluminando el este. Yo estaba muy cansado. Pero cada vez que cerraba los ojos me asaltaban los interrogantes. El nombre de Olander me sonaba, pero no podía recordar dónde (o si) había escuchado ese nombre antes.
Y otra vez, como siempre, el misterio más grande: ¿qué habrían visto Scott y los otros hombres del Tenandrome?
Miré vagamente los cristales que había traído de la librería Concejal.
Seleccioné uno y lo inserté en el lector de Jacob.
—¿Las Hilanderas, señor? —preguntó.
—Sí —respondí—. Se supone que Scott tenía que ir a Hrinwhar. Veamos qué le parecía a Sim.
—Es muy tarde, Alex.
—Ya lo sé. Por favor, activa el simulador.
—Si insistes… Para seleccionar tienes que sacar la banda de seguridad. —Me senté en el sillón mullido, tomé el paquete de control del cajón del equipo que estaba sobre la mesa de café e inserté el enchufe en Jacob—. El programa tiene un monitor. ¿Quieres que me sitúe allí?
—Creo que no. —Saqué la cubierta y encendí el aparato.
—Activando —dijo Jacob.
Una voz femenina con sabor a güisqui, inexpresiva, me preguntó el nombre.
—Alex —repliqué.
—Cierre los ojos, Alex. Cuando los abra estará a bordo del Pauline Stein. ¿Desea una revisión detallada de la guerra hasta este punto?
—No, gracias.
—El Stein estará en funcionamiento como crucero capitán y de control durante la operación. ¿Le gustaría participar en la incursión terrestre o prefiere quedarse a bordo?
—A bordo —respondí.
—Alex, ahora se encuentra usted en el puente del Stein. Este programa está diseñado para permitirle observar solo el desarrollo de la batalla, tal como esta ha sido reconstruida a partir de las pruebas disponibles. O, si usted prefiere, le ofrecemos otras opciones. Puede comandar una de las fragatas o inclusive asumir la responsabilidad total y dirigir la estrategia de conjunto, pudiendo por tanto cambiar la historia. ¿Qué elige?
—Mirar.
—Una elección excelente.
Estaba solo en una cabina desde donde veía el campo de batalla desde distintos ángulos. Se oían voces provenientes de micrófonos escondidos. El puente se abrió bajo mis pies y pude ver el movimiento ocasional. Un hombre grueso, de barba blanca, ocupaba el asiento central. Tenía la cara vuelta hacia el otro lado. En su uniforme pude ver el resplandor del oro. Su postura y tono irradiaban autoridad. El aire se llenaba con voces susurrantes que se expresaban sin emoción.
Me senté en una especie de hamaca de plástico. Un escenario oscuro y amorfo se movía bajo nuestros pies y a nuestro alrededor, apenas iluminado por espasmos de electricidad. No había cielo, ni estrellas, ni luz directa. Era un lugar terrorífico. Yo me sentía contento por la sólida seguridad del interior de la nave, las voces, las consolas y los almohadones de la hamaca.
—Estamos en la atmósfera superior del supergigante gaseoso Masipol —dijo el monitor—, el sexto planeta de Windyne. El objetivo de la misión es la undécima luna de Masipol, Hrinwhar, que se desplaza a una velocidad de aproximadamente setecientos cincuenta mil kilómetros. Aunque el Ashiyyur no ha anticipado un ataque, sus unidades navales de mayor envergadura están en esa zona.
Ocasionalmente, a través de lo que yo suponía que eran claros entre nubes espesas, lograba ver bandas de luz plateada o verde, un vasto arco luminoso que parecía desplazarse junto con nosotros.
Luego desaparecía y en el breve destello de su paso se cerraba sobre nosotros la oscuridad del universo.
—Estamos poniéndonos en órbita. En unos instantes será completamente visible.
Sí; momentos más tarde, descendieron las sombras de ese conjunto irreal de nubes, emergieron rayos y chisporroteos de luz brillante y dura como el hielo.
Puede que fuera el puente del arco iris del que habla el folclore del norte de Europa, elevándose desde la bruma, uniendo los horizontes, desafiando los campos de estrellas. Franjas escarlata, amarillas y verdes sostenidas por una base violeta. Lazos azules y plateados daban la ilusión de solidez al moverse en círculo uno alrededor de otro.
Había unas pocas estrellas esparcidas en los extremos norte y sur, dos soles débiles apenas se discernían en el reflejo.
—Coreopholi y Windyne —dijo el monitor—. Se las conoce a ambas con el nombre de Las Hilanderas porque las dos tienen una velocidad de rotación muy alta. Estamos en el borde del Brazo, frente al exterior de la galaxia. Este es el punto de mayor penetración por parte de Sim en el espacio ashiyyurense. La fuerza de Christopher Sim consta de seis fragatas. Hay un problema: sus naves han emergido desde el hiper ocho horas antes y las unidades armstrong están exhaustas. Poco se sabe de los sistemas de propulsión dellacondanos, pero en el mejor de los casos requerirán de la mayor parte del día antes de que puedan utilizarse de nuevo. Y no hay tiempo para esperar.
La pantalla exhibió las fuerzas enemigas: los alienígenas tenían un crucero pesado, dos, o posiblemente tres cruceros livianos, siete destructores y de trece a dieciséis fragatas, además de varias flotillas de buques de transbordo. El crucero pesado se ubicaba en una de las dársenas orbitales desde la cual no podía hacer daño. Yo sabía que habíamos vencido en Las Hilanderas y que hubo muchas dificultades. Pero una cosa era saberlo electrónicamente y otra ver a la flota extranjera intimidante, frente a los dellacondanos.
—¿Qué pasa? ¿Qué trata de hacer Sim?
—Este sistema atrajo su interés por varias razones. Hospeda una base enemiga importante que sirve de centro de coordinación logística, comunicaciones, reuniones de inteligencia y planeamiento estratégico. Se cree que estas ventajas han sido calculadas por los ashiyyurenses, por la distancia a la que se encuentra del campo de batalla y por su particular psicología. En este momento la guerra acaba de empezar y el enemigo aún no se ha acostumbrado a los métodos humanos. El estado de guerra entre los extranjeros obedeció tradicionalmente a ritos y formas fijas. Se espera que las fuerzas opositoras anuncien sus intenciones por adelantado, se dispongan de manera ordenada en el campo de batalla e intercambien saludos antes de iniciar las acciones. Sim, desde luego, pelea de modo humano; esto es, asalta naves de guerra solitarias, lugares de aprovisionamiento, ataca sin previo aviso y, tal vez lo peor, rehúsa someterse a una batalla formal. A los ojos del Ashiyyur, su comportamiento es antiético.
Siempre el que tiene mayor poder de fuego espera que los otros se acomoden a sus pautas.
—La base está construida en el centro de un cráter y es difícil detectarla a simple vista. De hecho, es una ciudad de medidas respetables con una población calculada en ocho mil personas. Sim considera que una invasión aquí tendría consecuencias muy positivas: espera acceder a valiosa información secreta del enemigo. Más aun, intenta quebrar el apoyo logístico del enemigo, dañar sus sistemas de comunicaciones y los criptosistemas y, tal vez, tomar una cantidad considerable de prisioneros. Pero su objetivo primario es derribar el mito de la invulnerabilidad ashiyyurense y alentar así a varios de los mundos indecisos a apoyar su causa.
Fuera, en contraste con la pacífica incandescencia de los anillos, aparecieron los lobos grises, los heroicos buques de Sim. Largos y de forma cónica, adorables. (¿Qué habría dicho de ellos Leisha Tanner? Cuando ella evaluó su propia reacción hacia esos instrumentos de guerra, pensó que ninguno de nosotros sobreviviría.) Desde las estaciones se proyectaban racimos de haces luminosos y se efectuaban disparos de prueba. Como blasón, en la proa de cada nave estaba el estandarte dellacondano, la arpía negra con las alas abiertas en vuelo, los ojos entrecerrados, las garras extendidas.
El buque principal, de color plateado, se erguía impecable. No pude evitar sentirme orgulloso. Era el Corsario, la nave del propio Sim que Marcross ha representado en óleo brillante y que se exhibe en la Asamblea del Pueblo. (Por cierto, vi una reproducción en las paredes de Hugh.) El artista no le había hecho justicia. Supongo que ningún artista podría. En realidad era imponente: la cubierta azul y plateada, las cabinas sobrias y sólidas con sus equipos de comunicación y su armamento. Un rayo dorado se expandía en su proa parabólica. Parecía invencible.
—Aquí pueden verse dos fragatas —dijo el monitor—. Son el Straczynski y el Rappaport. El Straczynski ha ganado varias menciones, pero será destruido con toda su tripulación dentro de cuatro días durante la defensa de Randin'hal. El Rappaport será el único buque dellacondano que sobrevivirá a la guerra. Se puede ver en el Museo Naval de Dellaconda.
Me incorporé en el asiento, fascinado por el poder y la gracia de las naves, plateadas y fantasmales, iluminadas por los dos soles. El puente del Corsario derramaba luz dorada en el vacío; pude distinguir varias figuras moviéndose en el interior. Las voces de las cabinas de enlace se transformaban, cargándose de tensión.
El Straczynski se elevaba en formación. Giró, pareció descender, los motores incrementaron su potencia y despegó.
—Va a tomar una estación de comunicación —anunció el monitor—. El Rappaport le va a seguir de inmediato.
—Monitor —pregunté—, parece que tenemos cuatro naves solamente. ¿Dónde están las otras dos? ¿Y dónde están las defensas enemigas?
—Dos fragatas han vuelto a penetrar en el espacio lineal de un modo que les permite aproximarse desde una dirección diferente. Una de las dos, el Korbal, ha sido alterada para obtener la «huella digital» del Corsario. Los defensores de Hrinwhar se preparan para atacar a los intrusos.
—¿Todos?
—Quedan unas pocas unidades. ¡Pero los cruceros ligeros han partido!
Traté de recordar los detalles de la irrupción en Hrinwhar y me di cuenta con horror de lo poco que sabía; esa entrada había marcado la primera iniciativa de los Confederados.
—El Korbal y su transbordador ya han hecho un piquete y han intercambiado fuego con otra fragata. Esto le ha dado tiempo a la inteligencia enemiga para sacar una falsa conclusión acerca de la identidad de su atacante, ya que no cree que sea Sim. Además, las naves ashiyyurenses, que llevan fuerzas combinadas, han notado una anomalía en la nave capitana, que ellos creen que es el Corsario. Creen que Sim tiene problemas con los motores y que su enemigo declarado se encuentra indefenso.
Gracias a la charla fragmentaria del intercomunicador de la nave, pude escuchar una rápida descripción de la acción:
—Todavía están persiguiendo al Korbal hacia Windyne. El Korbal se quedará en el sol para evitar una inspección visual. El Straczynski informa que ha destruido Alfa.
—Alfa es una estación de comunicaciones; está señalada en la pantalla —dijo el monitor—. Sim espera cortar todo tipo de comunicación entre la base y sus defensores.
—No son muy brillantes —repliqué—. Me refiero al Ashiyyur.
—No están acostumbrados a esta clase de guerra. Esa es una de las razones por la que nos desacreditan. No cuentan con que el oponente sea deshonesto. Sim, según ellos, debería luchar sin escarceos, sin mentiras y pelear de frente.
—Ellos no entienden la guerra —gruñí.
Una nueva voz, obviamente muy acostumbrada a mandar, ordenó:
—Preparen el ataque. Vamos a ejecutar Windsong.
—Ellos podrían replicar que la brutalidad del combate armado demanda un sentido de la ética. Una persona que juega con la vida y la muerte es considerada un bárbaro.
—Aquí el Corsario. La primera inspección muestra un crucero en el área. Está escoltado por dos, no, tres fragatas. El crucero es clase Y y está en órbita geosincrónica sobre la base. Dos de las fragatas parecen responder al Straczynski.
—Rappaport aproximándose a Beta.
—Ejecutar Windsong.
La aceleración hizo que me reclinase un poco en mi asiento. El fondo de nubes desapareció con rapidez. El Corsario se elevó y giró hacia los anillos y, prestamente, se dirigió a un triángulo de luces que se movía contra el firmamento.
—Aquí el Rappaport. Beta ha caído. Las comunicaciones deben de estar cortadas.
—Ahora estamos sobre la curva del horizonte, expuestos a la vista del enemigo. Pensamos que el Corsario y el Stein han sido vistos.
—Una fragata en vector de interceptación. Aún no hay reacción desde el crucero.
La información dirigida se sucedía en las pantallas. Apareció el esquema de la fragata que llegaba. Pude oír que se cerraban cabinas a lo largo de la nave. Debajo, toda la actividad parecía haber cesado. Me levanté e incrementé la corriente de aire fresco en la cabina.
—El crucero está llegando a la ruta inferior.
—El Corsario se encargará. El Stein tomará la fragata.
Las luces de la nave de Sim parpadearon. Continuamos. El buque enemigo apareció a corta distancia como una esfera negra deslizándose hacia nosotros a través de las estrellas.
La luz blanca brillaba en su superficie.
En el mismo instante, giramos bruscamente hacia la izquierda.
Aunque me había sujetado, salí despedido y me quebré la mandíbula. Tuve un breve acceso de náuseas y habría tocado la banda de mi frente para reasegurarme de no ser porque no me atrevía a soltarme hasta que estuviésemos de nuevo rectos.
—¡Disparando láser nuclear! —dijo el intercomunicador. Y se estremecieron las cabezas frontales y la luz se disparó sobre la esfera que sobrevenía.
—En la pista.
—Otra incursión.
Nos balanceamos violentamente en dirección opuesta y descendimos. Dejé de lado mi estómago y pensé en terminar. La superficie lunar de Hrinwhar rodó de pronto delante de mi campo visual, se elevó y cayó.
—¡Destruimos el crucero!
—Esas voces son del Corsario—dijo el monitor.
—¡Despliegue total!
Sonaba alentador, pero nos golpearon de nuevo, y el Stein se sacudió hasta que me pregunté cómo diablos no había estallado. En el puente, el capitán hablaba con toda naturalidad a sus oficiales como si nada hubiera pasado.
Una bola de fuego nuclear, silenciosa, creciente, nos rozó.
—Les ganamos a esos hijos de puta. Están cayendo.
—Control de daños. Informen.
Hubo una ovación en cubierta.
—Los mudos han perdido la propulsión.
—Las defensas anteriores dañadas, capitán. Estamos trabajando en eso. Lo arreglamos en unos minutos.
—El Straczynski interceptó a las otras dos fragatas.
—Rappaport, proceda a auxiliar al Straczynski.
—Todas las vistas claras.
—El aterrizaje a punto.
—Rappaport en camino. El tiempo de llegada aproximado hasta la posición del Straczynski es de aproximadamente once minutos.
—El crucero ha sido destruido. —Otra ovación.
—Capitán, no tienen nada para cubrir al crucero pesado.
A través del plexiglás solo se veían el cielo negro y las rocas. Pero yo en mis pantallas podía ver la enorme mole iluminada cuyas luces parpadeaban en un patético esfuerzo por no ser detectadas. Flotaba a la deriva, con las baterías de velocidad en su órbita.
—Bajo control, capitán. Ningún signo de apoyo táctico.
—Reconocido. Stein al comando. Tenemos un crucero pesado aquí. Permiso para atacar.
—Negativo. No se comprometan. Prepare los equipos de asalto para entrar en acción.
Los hombres y el equipamiento se desplazaban por la nave.
—Sim iba a conducir el ataque personalmente —informó el monitor.
Escuché varias órdenes más y después salió la infantería. Ahora las dos fragatas, actuando conjuntamente, descendían para atacar. Desde que hice mi propia visita, era capaz de reconocer el grupo de cúpulas del sombrío paisaje lunar.
Un rayo de luz pálida surcó el cielo oscuro. Parecía tener su origen en un punto al norte de la base.
—Láser —anunció el intercomunicador.
Mi emisión focalizó la fuente. Un par de antenas circulares. Supusimos que se trataba de algún tipo de arma de plasma. Una erupción de luces brillantes tuvo lugar en aquella área y las luces se desvanecieron.
Tras el asalto en tierra, retornamos a la órbita, donde se nos unieron el Rappaport y el Straczynski. Había un clima de tensión. Éramos en ese momento excesivamente vulnerables; y aun yo, que sabía cómo terminaba la historia, esperaba ansioso, escudriñando la presencia de la flota enemiga en los visores y escuchando los informes que provenían de la invasión terrestre.
La resistencia del enemigo en tierra se quebró rápidamente. En diez minutos, las fuerzas de Sim destruyeron las defensas exteriores y entraron en la base sin dificultad.
—Monitor —pregunté—, ¿qué ventajas tiene el Ashiyyur en combate abierto?
—¿En relación con su capacidad telepática?
—Sí.
—Probablemente ninguna. Los expertos no creen que puedan discernir con la suficiente rapidez como para que marque algún tipo de diferencia en combate. Puede ser bueno que sus capacidades sean pasivas por naturaleza. Si ellos hubiesen podido transmitir y proyectar pensamientos, deseos o emociones en las mentes de sus enemigos, las cosas habrían sido muy diferentes.
La batalla se tornó rápidamente en una victoria. Sim y su fuerza se movían casi a placer a través del complejo enemigo, recolectando datos de comunicación y táctica y destruyendo todo lo demás: provisiones, armas, sistemas de inteligencia, equipos de comando y control.
—El Corsario al grupo de tierra. Les urgimos a finalizar la batida y prepararse para regresar.
—¿Por qué? —Era la voz autoritaria que había oído antes. No tenía duda de quién era su dueño—. ¿Hay algún problema?
—Vamos a tener compañía. Avistamos refuerzos de los mudos. Vienen rápido.
—¿En cuánto tiempo?
—Estarán a un máximo de distancia de fuego en treinta y siete minutos aproximadamente.
Pausa. Luego, la voz desde tierra habló otra vez:
—Pensé que habría más tiempo, Andre. Bueno. Vamos a hacer regresar al equipo del Stein de inmediato. Los demás los seguiremos dentro de diez minutos más o menos.
—Eso es apurar un poco, ¿no?.
—No puedo hacerlo mejor. Deja salir al Straczynski y al Rappaport. Diles que partan. Nos lo llevamos todo, Andre, toda la información interna sobre la flota, irrumpiremos en sus sistemas de criptografía, todo lo que se te pueda ocurrir.
—No nos valdrá de mucho si no podemos salir.
Le pregunté al monitor cuánto tiempo le costaría al Corsario aterrizar en el lugar señalado con su nave. La respuesta precisa dependía de un par de variantes, pero se aproximaba a los veintitrés minutos. Eso quería decir que podríamos estar en órbita antes de que el Ashiyyur disparase contra nosotros, pero que deberíamos apresurarnos para alcanzar la velocidad orbital. Nos alcanzarían bastante rápido. Mucho antes de que pudiésemos saltar al hiperespacio. A menos que se me escapara algún detalle, estábamos a punto de ser barridos. Aparecieron varios puntos brillantes en mi área de control. Destructores y fragatas. Aún no aparecía en el radar ninguno de los grandes, lo que significaba que les estaba costando dar la vuelta y dirigirse hacia nosotros. Eso nos ayudaría. El Corsario no le pasó esa pequeña porción de información a los que estaban en tierra.
El Stein informó que su infantería estaba fuera. Momentos más tarde, tomamos velocidad para alcanzar el punto de encuentro.
La mole enorme de Masipol flotaba en el cielo del oeste, un manchón morado, escalofriante como un mal presagio.
Traté de ver la pista, miré hacia el planeta gigante y fijé la vista en los puntos luminosos que se agrandaban y gradualmente definían sus formas: era una flotilla de destructores por un lado y un escuadrón de fragatas por el otro. De nuevo, la voz desde el Corsario:
—Chris.
—Vamos tan rápido como podemos.
—Ya no queda más tiempo.
—Entendido.
Pude escuchar la respiración entrecortada en el intercomunicador. Alguien hacía los ajustes de rutina.
—Preparen el Fantasma —ordenó otra voz—. Enmascaren todos los sistemas.
—Los buques enemigos estarán en posición de tiro en catorce minutos. Han comenzado a des acelerar.
—Enciendan el Fantasma.
La nave tembló y algo oscuro emergió y desapareció inmediatamente.
—Es un señuelo —dijo el monitor—. Ahora avanzamos en silencio. El Fantasma va a simular los esquemas de radiación del Stein. La idea es desorientar a la fuerza enemiga.
—¿Dará resultado?
—Durante cinco minutos. A propósito, el Corsario también ha encendido uno.
Sudaba. ¿Cómo carajo pensaban deshacerse del Ashiyyur? Aun con los equipos de simulación. No sabía mucho de esas antiguallas, pero una nave moderna habría sido alcanzada en una hora como mucho.
—¿Chris?
—Partimos ahora. Los mudos trataron de atacarnos con un rayo. Moveos. Os veremos después.
No parecía sentirse atrapado. Pero los detectores mostraban innumerables señales de radar. Se dirigían a nosotros.
—El Stein se desliza.
—Las fragatas van delante. En primer término. Punto óptimo de ataque: once minutos.
—Esperemos que les den a los Fantasmas y no a nosotros. ¿Grado de desaceleración?
—Se hace más lenta. Baja del tres por ciento.
—Operaciones informa que las naves grandes están en este momento saliendo del flujo. No han podido retomar el curso y no participarán en esta acción.
Eso quería decir que aún seguían un camino equivocado. Aunque no pude ver de qué modo. La nube de señales en mis pantallas era insoportable.
—Las fragatas están remolcando a los Fantasmas.
—Para los sensores del enemigo, Alex, es difícil captar naves tan pequeñas como estas, especialmente contra un fondo lunar.
—La fuerza terrestre a bordo.
—¿Bajas?
—Tres. Más Koley. No volvió, señor.
—Llévenlos a la enfermería. ¿Situación ahora del Corsario?
—Tres minutos del lugar señalado con su equipo.
—Fije el curso y la velocidad para correr paralelo al Corsario después de salir. Prepárese para partir.
La flota atacante se situaba ahora en el horizonte. Calculé que Sim estaba planeando situarse detrás de Hrinwhar para protegerse de los perseguidores, aunque esto no me daba ninguna esperanza.
—Los destructores se encuentran todavía centrados en los Fantasmas.
—Mudos hijos de puta.
Habíamos cerrado todos los sistemas accesorios y reducido la energía en otros para impedir el alcance de los rayos. Estábamos ahora bajo la luna, invisibles, seguros. Aunque pasajera, esta situación daba bienestar.
—El equipo del Corsario a bordo.
—Muy bien. Concéntrense en la salida. Y esperen a ejecutar.
Esperamos. Dios mío, si esperamos. Pero no había ni pizca de pánico en las voces el intercomunicador o entre la tripulación del puente. Continuamos con nuestra órbita. Por delante observé el horizonte; quería ver por fin las luces del Ashiyyur. Cuando saliéramos de nuestro escondite, resultaríamos un blanco perfecto.
—¿Qué coño hacemos? —pregunté a los más próximos.
—Están alejándose de los Fantasmas. Los han descubierto.
—Los detectores están bloqueados. Nos han encontrado.
—Ya no importa. —Era la voz de Sim desde el intercomunicador—. Vamos. Ejecuten la salida manual. Ejecuten.
El asiento de tela se balanceó para encarar la dirección de aceleración. Un momento después yo estaba tumbado. La luna había desaparecido; el planeta gigante rodaba por la parte superior del cielo. Habría sido un genio si hubiese podido adivinar lo que pasaba. Nos estábamos elevando fuera de la órbita, lo que significaba que habíamos estado marchando en dirección de los dos soles. Hacia la fuerza opositora.
Y entonces me figuré la escena en las naves ashiyyurenses: los pobres hijos de puta usando frenéticamente sus frenos, mientras nos dirigíamos de manera resuelta hacia ellos. Sus escasos disparos apurados estaban irremediablemente desviados y no nos dieron. Cuando nos ubicamos entre ellos, resultaba demasiado arriesgado disparar. Capturamos un destructor en la retirada.
Debajo, en el puente y en el intercomunicador, hubo un suspiro de alivio colectivo, seguido de la voz de Sim:
—Bien hecho, amigos. Me parece que por hoy les hemos dado algo en que pensar.