«¡Abran fuego!»
Cóndor-ni, II, 1
«Sim es un hijo de puta: catorce mil años de historia de donde aprender, para hacer la misma carnicería de siempre.»
Leisha Tanner,
Cuaderno de notas
¿Quién acompañó a Gabe en el Capella?
Otras sesenta y tres personas iban a bordo de la nave, procedentes del ferri de Rimway, veinte de las cuales se dirigían a la Estación Saraglia. (Los grandes interestelares, desde luego, nunca se detienen en puertos de paso. Se gastaría mucha energía y se perdería mucho tiempo luchando contra la inercia; de modo que se deslizan por los sistemas planetarios a gran velocidad. Los pasajeros y la carga se transfieren a vehículos locales.) Parecía que este acompañante estaba entre esos veinte.
Revisé las noticias relativas a su muerte buscando un probable diagnóstico. El grupo incluía turistas de edad, personal naval que partía, tres parejas de recién casados y un grupo de ejecutivos. Cuatro eran de Andiquar: un par de exportadores-importadores, un chico enviado a sus parientes y un agente de policía. Nada prometedor.
Sin embargo, tendría suerte con John Khyber, el policía.
Conseguí el código de sus parientes más próximos y me puse en contacto.
—Soy Alex Benedict —dije—. ¿Podría hablar con la señora Khyber?
—Soy Jana Khyber.
Esperé que se materializara, pero no sucedió.
—Siento molestarla. Mi tío iba en el Capella. Creo que viajaba con su esposo.
—Ah. —Hubo un cambio total en su voz: se volvió más suave, interesada, doliente—. Lamento lo de su tío. —Oí que se encendía el proyector de Jacob. Hubo una ráfaga de color en el aire, y apareció ella, dignificada, con un ligero aire de matrona, atenta. Tal vez irritada, aunque no sé si conmigo, con Gabe o con su esposo. No podría decirlo—. Me alegra poder hablar con alguien del tema. ¿Adónde iban?
—¿Usted no lo sabe, Jana?
—¿Y yo cómo iba a saberlo? «Confía en mí», me dijo él.
Hijo de puta.
—¿Usted conocía a Gabe Benedict?
—No —me contestó después de una pausa—. Yo no sabía siquiera que él viajaba. Quiero decir a otro mundo.
—¿No había estado nunca en Saraglia?
—No. —Se cruzó de brazos—. Nunca había salido de Rimway. Al menos es lo que yo creía; ahora no estoy tan segura.
—¿Pero usted sabía que él iba a estar fuera por un tiempo?
—Sí, lo sabía.
—¿No le dio explicaciones?
—Ninguna —contestó conteniendo el llanto—. Dios mío. Nunca tuvimos problemas de ese tipo, señor Benedict. Nunca, de verdad. Él me dijo que lo sentía mucho, pero que no podía explicármelo. Dijo que volvería en seis meses.
—¿Seis meses? Seguro que le preguntó usted.
—Claro que lo hice. «Ellos me han pedido que vuelva», me dijo. «Me necesitan y tengo que ir.»
—¿Quiénes son «ellos»?
—La Agencia. Era agente de seguridad. Retirado, pero eso no supone diferencia. Aún sigue colaborando como asesor. —Dudó acerca de la frase, pero no se corrigió—. Se había especializado en fraudes comerciales y usted sabe cómo abundan en estos días. —Parecía a punto de llorar—. No sé de qué se trataba, y eso me hace sentir peor. Él está muerto y yo no sé la causa.
—¿Averiguó algo en la Agencia?
—Ellos alegaron que no sabían nada. —Me miró fijamente—. Señor Benedict, él nunca me dio ningún motivo para no creerle. En todo el tiempo que vivimos juntos fue la única vez que me mintió.
Que a usted le conste, pensé yo. Pero dije:
—¿Tenía algún interés en la arqueología?
—Creo que no. No. ¿El tal Gabriel era arqueólogo?
—Sí.
—No veo la relación.
Yo tampoco la veía.
—La verdad es —continuó con voz temblorosa, aunque tratando de mantener la compostura— que yo no sé qué hacía en esa maldita nave, adonde iba o qué planeaba hacer cuando llegara. Si usted tiene alguna idea, le agradecería que me lo dijera. ¿Qué clase de hombre era su tío?
Sonreí para disipar sus temores.
—Uno de los mejores que haya conocido, señora Khyber. Nunca hubiera arrastrado a su esposo a una situación peligrosa voluntariamente. No hubiera querido que usted se preocupara. —¿Por qué iría con un policía retirado? ¿Guardaespaldas, quizá? Parecía poco probable—. ¿Era piloto?
—No.
—Dígame, señora Khyber, ¿le interesaba a él la historia? ¿La época de la Resistencia en particular?
Una expresión sorprendida varió sus rasgos.
—Sí. Estaba interesado en cosas antiguas, señor Benedict. Coleccionaba libros viejos, estaba fascinado con los viejos buques navales y pertenecía a la Sociedad Talíno.
¡Bingo!
—¿Y qué es la Sociedad Talino? —pregunté, impaciente.
—No creo que esto nos lleve a ninguna parte —replicó, clavándome la mirada.
—Por favor —insistí—. Usted ya me ha ayudado. Dígame algo de la Sociedad Talino. Nunca la había oído nombrar.
—Es un club para beber, en realidad. Fingen ser historiadores, pero lo que hacen es ir ahí, se reúnen la última noche de cada mes en el Colíandium, para pasar un buen rato. —Parecía cansada—. Fue miembro durante veinte años.
—¿Usted también?
—Sí, iba con él habitualmente.
—¿Por qué la llamaban la Sociedad Talino?
—Señor Benedict, vaya y averigüelo —me dijo sonriendo.
Pasaron otras dos cosas el día en que hablé con Jana Khyber. Brimbury y Cía. me envió una compilación de activos. Había mucho más de lo que yo esperaba. Me di cuenta de que nunca más tendría que trabajar. Nunca. Sin saber muy bien por qué, me sentí culpable. Después de todo, era el dinero de Gabe. Y yo había sido poco amable con él. La otra noticia fue que Jacob descubrió una biblioteca que poseía una copia del Cuaderno de notas de Leisha Tanner. Inmediatamente requirió una transmisión, que llegó a la hora del almuerzo.
Yo había estado recibiendo llamadas todo el día de una gran variedad de ladrones y artistas de la estafa que pretendían haber estado asociados con mi tío y que estaban «deseosos» de continuar ofreciendo sus valiosos y costosos servicios. Había proveedores de vino, gestores de todo tipo, individuos que se presentaban como una fundación destinada a erigir monumentos a ejecutivos prominentes y diversos administradores. Y así sucesivamente. Tenía la esperanza de que fueran decreciendo sus solicitudes, pero sucedía lo contrario.
—Desde ahora —le dije a Jacob—, son tuyos. Encárgate de sacármelos de encima. Desaliéntalos. Que se vayan.
—¿Cómo?
—Usa la imaginación. Diles que el dinero está destinado a una causa noble. Inventa una cualquiera. O que me fui a vivir a la cima de una montaña.
Luego me dediqué al cuaderno de Leisha Tanner.
Las Notas cubrían los cinco años durante los cuales fue instructora de la Universidad de Khaja Luan, en el mundo del mismo nombre. Las primeras entradas databan de la época en que conoció al poeta Walford Candles. Concluía con su dimisión en el último año de la Resistencia. Originalmente pretendían ser notas sobre el progreso de sus estudiantes; pero, con los inicios de tensiones en Imarios, la revolución siguiente y la intervención catastrófica de Cormoral, se ampliaron para convertirse en un retrato social y político de un mundo pequeño que peleaba por mantener su neutralidad y, por lo tanto, su supervivencia en el tiempo en que Christopher Sim y su grupo de héroes necesitaban de la mayor colaboración.
Algunos de los retratos eran desconcertantes. Estamos acostumbrados a pensar en quienes se opusieron activamente a las pretensiones del Ashiyyur como patriotas: hombres y mujeres valientes que arriesgaron sus vidas y fortunas a través de cientos de mundos para persuadir a los gobiernos reticentes a intervenir durante la crisis. Pero veamos qué decía Tanner sobre la reacción al asalto de los mudos contra la Ciudad del Peñasco:
«En la ciudad, hoy, orador tras orador lanzaban diatribas contra el Gobierno y reclamaban una intervención inmediata. Había gente de la universidad, inclusive el viejo Angus Markhm, a quien nunca había visto enojado. Después se unieron a ellos varios políticos retirados y algunos artistas que creían seriamente que se debía enviar la flota entera a pelear contra el Ashiyyur. Ayer leí que la "flota" consistía en dos destructores y una fragata. Uno de los destructores necesita reparaciones importantes y los tres navíos están obsoletos.
»Había también personas que yo creía miembros de los Amigos de la Confederación, que han azuzado a los presentes, quienes a su vez han golpeado a un grupo que no compartía su punto de vista y probablemente a un par que sí lo compartía pero que no han conseguido apartarse lo bastante rápido. Luego han decidido cruzar la ciudad para marchar a las cámaras del Concejo. Pero, como Greenville Park está bastante lejos de avenida Balister, a lo largo del camino han volcado varios vehículos, han atacado a la policía y se han dividido en grupos pequeños.
»¡Maldito Sim, de todos modos! La guerra sigue y sigue y todo el mundo sabe que es fútil. Se rumorea que el Ashiyyur nos ha ofrecido amorda. Por el amor de Dios, espero que el Concejo sea lo suficientemente inteligente para suscribirlo.»
Busqué la palabra «amorda». Era una garantía de paz y autonomía para todo el que aceptara la soberanía del Ashiyyur. Me sorprendió descubrir que, por cada mundo que se unía a la Resistencia, dos permanecían neutrales. E incluso que algunos apoyaban a los invasores.
El «amorda» era una simple oferta, unos pocos centímetros cúbicos de tierra de la capital de uno, encerrada en una urna de plata pura, en señal de lealtad.
Avancé en la lectura: mientras el Concejo discutía los pasos a seguir, la hora de la Ciudad del Peñasco había llegado. El Ashiyyur destruyó sus defensas y sus fábricas aéreas. Ese centro de la cultura, símbolo de la literatura, la democracia y el progreso durante años a lo largo de la Frontera, había sido invadido con toda tranquilidad.
Tanner escribía: «Un error de dimensiones imprevisibles. Uno se pregunta si el Ashiyyur no está creando las condiciones para que Tarien Sim forme una alianza contra él. De cualquier modo, la oportunidad para el Gobierno de Khaja Luan de declararse neutral, si es que alguna vez la hubo, ha pasado. Vamos a la guerra. Queda por saber cuándo.
»El ataque no es una sorpresa para nadie. La Ciudad del Peñasco y su pequeño grupo de aliadas son técnicamente neutrales, pero no es ningún secreto que sus voluntarios han estado peleando activamente con los dellacondanos. Es también del dominio público que Sim ha estado obteniendo provisiones estratégicas de sus fábricas aéreas. En ese sentido el Ashiyyur ha estado acertado, aunque mejor hubiera sido que se dominara. Esto puede desencadenar la entrada de la Tierra y de Rimway en la guerra. Si sucede eso, Dios sabe cómo terminará todo».
Tanner había estado desarrollando una clase de ética comparativa cuando llegaron las primeras informaciones. Comenta con tristeza: «Discutiendo lo bueno y lo bello, mientras los hijos de Platón y Tulisofala se cortan el cuello unos a otros». El objetivo fue asaltado por una fuerza de varios cientos de naves que barrieron las bien construidas defensas. En horas todo estuvo devastado. Y esa noche, «mientras la mayoría de nosotros nos dedicábamos a nuestro asado y nuestro vino, los malditos han cometido la felonía de disparar a varios rehenes. ¿Cómo puede una raza de telépatas juzgar tan mal la naturaleza de su enemigo?».
Las imágenes de Tanner eran insoportablemente penetrantes: un ciudadano enardecido pidiendo la guerra, un presuntuoso directivo universitario liderando una plegaria colectiva, un estudiante de intercambio proveniente del mundo destruido deshaciéndose en lágrimas, y sus propias expresiones de culpa frente «a este perverso estado de cosas ante el cual, nosotros, los que abogamos por una conducta racional, aparecemos de modo tan cobarde».
Varias veces se preguntaba en su diario, y supongo que a fin de cuentas, a todos nosotros: «¿Cómo es posible que una raza que puede sostener los ideales de Tulisofala, componer música excelsa y construir exquisitos jardines de piedra, pueda comportarse de un modo tan bárbaro?».
Nunca daba una respuesta.
De otra parte, en el diario, en una ocasión similar (el colapso de los defensores en Randin'hal, creo), se refería con rabia al principio Bogolyubov.
Busqué el dato. Andry Bogolyubov vivió hace mil años en Toxicón. Era historiador, especializado en tratar de convertir la historia en una ciencia exacta, haciendo gala de la previsibilidad que caracteriza a todas las ciencias exactas. Desde luego, no tuvo éxito.
Su área primordial de interés era el procedimiento por el que potencias reticentes a tomar partido terminaban involucradas en el conflicto. Su tesis era que los antagonistas potenciales se complicaban en cierta clase de danza de guerra diplomática con características articulables específicas. Esta fase de la danza de guerra crea un estado psicológico que al final garantiza una confrontación armada, porque tiende a precipitar los acontecimientos. Decía que esto era particularmente cierto en las democracias. Este proceso, una vez iniciado, no se interrumpe con facilidad. Una vez que se ha derramado sangre, es casi imposible retroceder. Las ambiciones y los objetivos originales se pierden, cada bando pasa a creer nada más que en su propia propaganda, la economía se torna dependiente del ambiente hostil y las carreras políticas se arman en base al peligro común. En consecuencia, el ciclo de mercado de guerra se hace más tenso y no cede hasta que uno de los contendientes queda exhausto.
A menos que emerjan simultáneamente líderes en ambos lados que reconozcan la situación tal como es y posean el carácter y la capacidad para actuar, no puede haber otra solución que la militar. Por desgracia, los sistemas políticos rara vez son aptos para producir políticos capaces o siquiera concebir, mucho menos llevar a cabo, una estrategia de no ataque. Las posibilidades de que dos personas así surjan en momentos de crisis son más bien bajas, por decir algo.
Resulta difícil entender a tal distancia de los hechos la depresión que acompañó a la caída de la Ciudad del Peñasco, que para nosotros es únicamente un símbolo de grandeza perdida, como la Atlántida. Pero entre los habitantes de los mundos de la Frontera hace dos siglos era una fuerza viviente: en cierto sentido todos ellos eran sus habitantes. Su música y sus artistas y sus teóricos en política eran patrimonio común; por lo que la fuerza que la derribó supuso un ataque para todos. Tanner informaba que Walford Candles había dicho que «Todos nos sentamos alguna vez en las mesas soleadas de sus amplias avenidas a beber buen vino». Debió de haber sido doloroso pensar que ese lugar maravilloso había sucumbido a manos de un conquistador.
Varios de los estudiantes de Tanner anunciaron su intención de dejar la escuela para ir a la guerra. Sus amigos estaban profundamente divididos. Habla de Matt Olander, un físico de mediana edad, cuya mujer e hija habían muerto dos años antes en Cormoral: «Él salía ayer por la tarde de su clase. No supimos dónde estaba durante varias horas. La gente de seguridad lo encontró casi a medianoche tirado en un banco en Southpool. Esta mañana me ha dicho que iba a ir a ofrecer sus servicios a los dellacondanos. Pienso que se estará bien cuando pueda calmarse.
«Bannister trató de señalar ayer los peligros de la intervención, durante un encuentro de los varios comités de guerra que se han formado en estos días. "Mantengámonos firmes", les dijo. "Si nos dejamos llevar por las emociones, Khaja Luan no sobrevivirá ni dos semanas." Lo echaron.»
Olander nunca logró tranquilizarse. Resignado, invitó a Tanner a cenar unas horas más tarde para despedirse. Ella no da más detalles de su partida. Pero Khaja Luan, pese a todo, se mantuvo neutral. La inquietud continuó, habitualmente intensificada por las noticias de la guerra o por los informes ocasionales de los ciudadanos voluntarios que habían ido a morir junto con los dellacondanos. Fue un periodo muy doloroso, y el enojo de Tanner se volcaba hacia los dos bandos «cuya intransigencia mata a mucha gente y nos amenaza a todos».
El pequeño círculo de amigos de la facultad se deshacía en disputas y oposiciones. Walford Candles vagaba en las noches como un frío fantasma familiar. Los otros escribían a favor o en contra de la guerra y se enviaban cartas.
Ocasionalmente, llegaban algunas líneas de Olander.
Él se sentaba al borde de un camino, en algún lugar, sobre una embarcadero de madera con velas y redes detrás, o se quedaba de pie junto a una pradera donde hubiera algún árbol. Siempre con una botella en la mano y una mujer al lado. «Nunca la misma», observaba Tanner, con cierto pesar. (Las transmisiones de Olander no eran, desde luego, los modernos sponders. Simplemente hablaba y los demás escuchaban.)
Lamenté que ella no hubiera conservado algunos holos de Olander. Supe por entonces que a Walford Candles (que veinte años antes había peleado contra Toxicón y, por lo tanto, conocía de primera mano lo que eran las condiciones de combate) lo habían conmovido tanto que, a partir del contraste entre las alegres costumbres de Olander, como ir al teatro, beber licor y sus hábitos sexuales, comenzó a escribir la gran poesía de su período maduro. Esa primera colección se llamó, a causa de los despachos de Olander, Noticias del frente.
Tanner informa: «Sus referencias a la larga lucha eran siempre vagas. "No se preocupen por mí", solía decir. "Estamos bien." O: "Perdimos algunos soldados el otro día".
A veces hablaba de las naves, del Straczynski, del Morimar, del Povis y los otros: ágiles, letales, despiadados. El cariño en su voz y su mirada nos partía el corazón. A veces pienso que no queda esperanza alguna para nosotros».
Mientras la guerra se hacía más cruda y las tempranas esperanzas de que el Ashiyyur se inclinara ante la fuerza de la Resistencia se desvanecían, un atisbo de realidad se filtró por la férrea muralla del guerrero en que se había convertido y comenzó a referirse a los hombres y mujeres junto a quienes peleaba. Tanner recoge sus palabras: «Cuando nos vayamos, ¿quién va a ocupar nuestro lugar?».
Una pregunta a la que ella respondía en un espasmo de furia destructiva y angustia: «¡Nadie, nadie! Porque es una guerra estúpida que ningún bando quiere y que el Ashiyyur sigue porque nosotros los hemos provocado».
—Puede que tuviera razón —observó Jacob—. Después de todo, nosotros nos establecimos en Imarios con su permiso, y la revuelta de la colonia fue, en verdad, injustificada. Debemos preguntarnos cuál habría sido el curso de la historia si Cormoral no hubiese intervenido.
No hay registro de que ninguno de los testigos de Khaja Luan respondiera a Matt Olander. Se supone que debieron hacerlo, pero no hay evidencia directa. Esto me hace preguntarme si Leisha Tanner habría comentado con él aquellas ideas que tanto la enfurecían…
Candles, que por esa época estaba produciendo sus obras maestras, comienza a escaparse a menudo a una taberna llamada Lugar Interior. Tanner es presionada por parte de los intervencionistas para que reestructure sus cursos relativos a la filosofía y literatura ashiyyurense. Los estudiantes y miembros de la facultad organizan marchas silenciosas frente a su clase para protestar por el contenido de sus programas.
Recibe amenazas de muerte.
Mientras, el Consejo de Notables, cuyas finanzas dependen de un gobierno cada vez más desesperado, desea demostrar su lealtad adviniéndose a la política oficial de neutralidad. Lo hace insistiendo en que los programas de estudio ashiyyurenses no solo deben mantenerse, sino también expandirse.
La tensión aumenta: Randin'hal es ocupada cuando sus defensores, reforzados por cuatro fragatas dellacondanas, son superados después de una defensa breve y desesperada. El Gobierno actúa para prohibir a los ciudadanos particulares que se comprometan en la guerra y un intervencionista prominente es asesinado a mitad de un discurso en el edificio del Consejo. Tres días después llegan noticias de la caída de Randin'hal. Se hace pública una transmisión no autorizada de una grabación de radiotransmisiones entre las naves que la estaban defendiendo. Tanner la describe como «que parte el corazón». ¡Un encuentro convocado para demandar la intervención se convierte en un caos y una dudosa votación conciliar fracasa por un voto de diferencia!
¡Entonces aparece Sim por sorpresa con un puñado de dellacondanos y derrota a una enorme flota enemiga en Eschalet!
En medio de todo esto, llegan noticias de la muerte de Matt Olander.
«No hay palabras que basten para expresarlo», escribe Tanner.
«"Muerto en tiempos de la acción de Randin'hal, mientras servía a bordo de la fragata confederada Straczynski", dice el despacho oficial. Vimos la frase en el proyector de Candles, que no andaba muy bien. El locutor tenía el rostro descompuesto y de color verdoso. "Actuó valerosamente en defensa de gente que no conocía y de acuerdo con las más altas tradiciones del servicio. Por favor, sepan que no están solos al lamentar su pérdida. No olvidaremos su sacrificio." Estaba dirigida al departamento de Física.
De modo que Matt no volvería. Recuerdo las últimas charlas, cuando sacudía la cabeza mientras yo sostenía la inutilidad de todo eso.
"Estás equivocada, Leisha", había dicho. "Esto no es una guerra en el sentido humano tradicional. Es un punto de inflexión. Una encrucijada revolucionaria. Dos culturas tecnológicas, en verdad las únicas en el Brazo, posiblemente en la Vía Láctea. Si yo tuviese inclinaciones religiosas, te diría que hemos sido específicamente dotados por naturaleza…" Y bla, bla, bla.
Por Dios.
Ha llovido la mayor parte del día. El campus está inundado o por lo menos pantanoso. Pero esta noche los árboles y los obeliscos y los arbustos sin hojas son sombras provenientes de otro mundo, un lugar sin Matt y sin orden. Las pocas personas que puedo ver se agitan en el frío envueltas en gruesos abrigos.
La muerte a distancia.»
Pocos días más tarde los dellacondanos vencieron a una flota ashiyyurense en La Ranura. Era la segunda victoria en una semana y la mayor en términos de logros: dos cruceros importantes y media docena de auxiliares, mientras que la pequeña fuerza de Sim había perdido solo una fragata.
Entonces surgió el enigma.
Comenzó inocente y dolorosamente. Los holos personales que llegaban de la guerra tenían relativamente menos prioridad en los sistemas de comunicación, de modo que nadie se sorprendió cuando llegó otra transmisión de Olander. Se reunieron a verlo en el Lugar Interior Leisha, Candles y los demás. No eran demasiados, pero estaban unidos por un problema en común.
«Estaban en una fiesta, un puñado de oficiales, todos jóvenes (excepto Matt), de ambos sexos, vestidos con los uniformes azules de los dellacondanos. Bailarines borrosos giraban a través del escenario de fondo. Todos lo estaban pasando muy bien. Matt insistió en hablarnos, a pesar del ruido y la algarabía, para decirnos que pronto estarían todos de vuelta en casa. Hasta que pronunció la frase que me mantuvo despierta toda la noche: "Probablemente", dijo hablando sobre un vaso de vino burbujeante, "ya sabréis lo de Eschalet y La Ranura. Por fin le hemos dado la vuelta a esta mierda. ¡Dile a Leisha que esos hijos de puta huyen!".
»Unos pocos minutos después, cuando el holo había terminado, Candles levantó la vista y me miró con expresión de espanto. "La Ranura", dijo. "Matt murió durante la defensa de Randin'hal. ¡La Ranura todavía no había tenido lugar!"»
En efecto, ahí termina. Las Notas se restringen después a lo meramente mundano: un colapso nervioso por parte de un jardinero empleado de la universidad, una entrevista con Candles, que podría tener cierto interés literario, y varios apuntes que indican los inciertos resultados de la falta de paciencia de Tanner con un estudiante difícil: «Dios mío, el mundo se viene abajo y este chico se lamenta porque alguien trata de hacerle entender de qué modo concibe un telépata la vida y la muerte. Pero ¿cómo si no se supone que va a entender la literatura ashiyyurense?»
Unas pocas semanas después, ella registró su resignación y concentró sus sentimientos en una simple palabra: «¡Milenio!».
Milenio. Fue el primer aliado de Sim. El mundo que envió sus naves a Chippewa, Grand Salinas y Rigel. El arsenal de la Confederación durante los días de gloria de los dellacondanos. Fue a Milenio adonde Sim llevó los refugios después de su celebrada evacuación de Uyanda.
Tan grande es el afecto que ese mundo sintió por Christopher Sim que todavía aparece el Corsario en las listas militares como un crucero de guerra activo. Todos los sistemas de comunicaciones de la flota ostentan su señal de llamada.
Pregunté en la biblioteca si tenían una lista de las personas que hubieran consultado las Notas. La información estaba en la pantalla de Jacob antes del atardecer. Seis personas en los últimos cinco años. Pensé que encontraría el nombre de Hugh Scott, pero no estaba.
Sí aparecía el de Gabe.