3

«Enviaron una simple nave hasta los confines del mundo. Y, cuando vieron que los ilyandanos se habían marchado, su furia no tuvo límites. Así que quemaron todo: las casas vacías, los parques desiertos y los lagos silenciosos. Todo eso quemaron.»

Akron Garrity,

Armageddon

Pasé la noche en la casa, disfruté de un desayuno de lujo y me retiré después al enorme sillón del estudio. La luz del sol se derramaba por las ventanas.

Jacob anunció que estaba muy complacido de verme de pie y bien dispuesto tan temprano.

—¿Te gustaría hablar de política ahora? —me preguntó.

—Más tarde. —Yo buscaba una cinta craneal.

—En el cajón de la mesa —señaló Jacob—. ¿Adónde vas?

—A las oficinas de Brimbury y Cía. —Probé la unidad y esta se deslizó sobre mis orejas.

—Cuando estés listo —dijo secamente—, tengo un canal.

Cambió la luz, y desapareció el estudio. Lo reemplazó un moderno salón de conferencias de paredes de cristal. Se oía una delicada música ambiental. A través de una de las paredes pude ver la ciudad de Antiquar desde una altura que excedía la de cualquier edificio de la ciudad.

La mujer de la transmisión se materializó cerca de la puerta. Alta, morena y ahora de aspecto opresivo. Sonrió, se me acercó con agresiva cordialidad y extendió su mano hacia mí.

—Señor Benedict —me dijo—. Soy Capra Brimbury, la socia más joven.

Esto confirmaba mi primer presentimiento de que la fortuna de Gabe era mucho más considerable de lo que pude haber imaginado antes. Estaba empezando a sentir que ese iba a ser un día maravilloso.

Su tono de voz era susurrante y confidencial. La actitud que se adopta con alguien a quien se considera temporalmente un igual. Sus modales durante toda la entrevista mostraron un estudiado entusiasmo al dar la bienvenida a un miembro nuevo de un club tan selecto.

—Nunca podremos reemplazarlo. Me gustaría poder decir algo más.

Se lo agradecí, y ella siguió:

—Haremos todo lo que podamos para hacerle lo más fácil posible la transferencia. Creo que podremos obtener un buen precio sobre los bienes, en caso de que usted desee vender.

¿Vender la casa?

—No lo había considerado —dije.

—Podría obtenerse bastante dinero, Alex. Para lo que usted decida hacer, comuníquese con nosotros, y nos alegrará hacernos cargo del asunto.

—Gracias.

—Todavía no hemos establecido el monto de la herencia. Hay, como usted sabe, una cantidad de cosas, como obras de arte, antigüedades y objetos, que complican los cálculos. Sin hablar de los bienes cuyo valor fluctúa de hora en hora. Supongo que desea conservar al agente de inversiones de su tío.

—Sí. Por supuesto.

—Bien. —Hizo una anotación, como si pensara que la decisión era un asunto de poca importancia.

—¿Y el robo? —pregunté—. ¿Han averiguado algo?

—No, Alex. —Su voz se iba tornando más queda—. Qué cosa tan extraña. Quiero decir que uno no está acostumbrado a esa conducta, a que alguien entre por la fuerza en la casa de una persona. Usaron un soplete para hacer un agujero en la puerta trasera. Nos indignamos muchísimo.

—No me cabe duda.

—Y la policía también. Siguen investigando.

—¿Qué robaron exactamente? —insistí.

—Es difícil decirlo. Si su tío hubiera conservado una copia del inventario… El que había se perdió cuando los bancos de memoria centrales fueron borrados. Sabemos que se llevaron un proyector de hologramas y objetos de plata. También varios libros de colección. Llevamos a algunos amigos suyos a ver la propiedad para poder determinar qué faltaba. Y quizás alhajas. No hay forma de controlar lo de las alhajas.

—Dudo que tuviera muchas —manifesté—. Pero hay objetos valiosos allí.

—Sí, lo sabemos. Los comparamos con los listados del seguro. Todo está contabilizado.

Ella desvió la conversación a asuntos financieros, y al final accedí a prácticamente todas sus sugerencias. Cuando le pedí el código de seguridad, extrajo una caja fuerte de las que destruyen la cerradura cuando se abren.

—Se opera con la voz —dijo—. Tiene que decir la fecha de su cumpleaños.

Así lo hice, levanté la tapa y extraje un sobre. Estaba firmado por Gabe, Dentro encontré un código de seguridad. Tenía treinta y un dígitos de extensión.

No había querido correr riesgos.

«Te dejo todo, con confianza.»

Era una manera bastante amable de dirigirse a un sobrino despreciable.

Yo había decepcionado a Gabe. Nunca dijo nada. Pero su tonta satisfacción por mi interés en las antigüedades había dado paso a una tolerancia desdeñosa cuando no busqué hacer carrera en el trabajo de campo. Me había apoyado para que me graduara, me había alentado decididamente y se había mostrado muy entusiasmado por mis «logros» académicos. Pero, debajo de todo eso, yo sabía lo que pensaba: el niño que había crecido a su lado, junto a las derruidas paredes de medio centenar de civilizaciones, estaba, al final, más a gusto en un intercambio comercial. Peor aún, las mercancías eran reliquias de un pasado que, según argumentaba él, se hacía cada vez más vulnerable ante nuestros sensores de calor y nuestros rayos láser.

Me había maldecido por filisteo. No con palabras. Lo vi en sus ojos, lo oí en las cosas que no dijo, lo sentí en su alejamiento gradual. Y aún, a pesar de la existencia de una pequeña horda de profesionales con quienes anduvo por incontables lugares, se había vuelto a mí con el descubrimiento del Tenandrome. Eso me hizo sentir bien. Y también experimenté una vaga satisfacción por su descuido respecto a la seguridad, lo que permitió que robaran el archivo Tanner. Gabe no era menos falible que el resto de nosotros.

A continuación conecté con la policía y hablé con un oficial que dijo que habían trabajado mucho en el caso, pero sin resultados positivos todavía. A pesar de lo cual, me aseguró que se pondrían en contacto conmigo tan pronto como tuvieran alguna información. Le di las gracias con la total seguridad de que no iban a hacer ninguna investigación. Ya estaba casi a punto de romper la conexión, cuando un hombrecito gordo y bajo atravesó apurado una doble puerta y vino en mi dirección.

—¿Señor Benedict? —Asintió como convencido de que yo estaba en serias dificultades—. Mi nombre es Fenn Redfield. Soy un viejo amigo de su tío. —Me estrechó la mano vigorosamente—. Encantado de conocerlo. Se parece a Gabe, ¿sabe?

—Eso dicen.

—Una pérdida terrible. Por favor, entre. Venga a mi oficina.

Se volvió y pasó otra vez a través de las puertas dobles. Yo esperé el cambio de datos. La luz cambió de nuevo, brilló. Un sol pesado asomaba a través de los vidrios manchados. Me encontraba en una oficinita con olor a alcohol.

Redfield se dejó caer en un sillón que parecía bastante incómodo. Su escritorio estaba rodeado de una batería de terminales, monitores y consolas. Las paredes estaban cubiertas de certificados, recomendaciones y avisos oficiales de varias clases. Había algunos trofeos y numerosas fotografías: Redfield de pie junto a un sofisticado vehículo policial; Redfield estrechándole la mano a una mujer aparentemente importante; Redfield de pie, manchado de combustible, con un niño en brazos. Esta última ocupaba el lugar central. Todos los trofeos estaban agrupados a un lado. Decidí que Fenn Redfield me caía bien.

—Lamento que no hayamos podido hacer más —dijo—. Realmente había muy poco sobre lo que trabajar.

—Lo entiendo —contesté.

Me indicó una silla mientras él se sentaba delante, y no detrás, del escritorio.

—Es como una fortaleza. —Se encogió de hombros—. Espanta a la gente. Yo he tratado de deshacerme de él, pero ya hace demasiado tiempo que está conmigo. A propósito, sí hemos encontrado la plata. O una parte. No tenemos certeza, pero parece que está toda. Justamente esta mañana. Todavía no lo hemos notificado al sistema; por eso el oficial no tenía forma de saberlo.

—¿Dónde estaba?

—En un arroyo a un kilómetro de la casa. Se encontraba en una bolsa de plástico, imposible de descubrir a simple vista, escondida bajo un puentecito de piedra. La encontraron unos niños.

—Extraño —musité.

—Yo pensé lo mismo. No es que sea extremadamente valiosa, pero podría haberse vendido bien. Lo que me sugiere que el ladrón no sabía cómo disponer de ella o bien que no podía llevársela.

—La plata era simplemente una pantalla —dije.

—Vaya. —Los ojos de Redfield brillaban de interés—. ¿Por qué dice eso?

—Usted dijo que era amigo de Gabe.

—Sí, claro. Nos reuníamos cuando nuestros horarios de descanso coincidían. Jugábamos mucho al ajedrez.

—¿Nunca le hablaba de su trabajo?

Redfield me miró sagazmente.

—Algunas veces. ¿Puedo preguntarle, señor Benedict, adónde quiere llegar?

—Los ladrones se llevaron un archivo. Solamente uno, que resulta ser el proyecto en que Gabe estaba trabajando cuando murió.

—Y me doy cuenta de que usted no tiene mucha información al respecto.

—Exacto. Pensé que usted sabría algo más.

—Ya veo. —Se reclinó en la silla, dejó caer un brazo sobre el escritorio y comenzó a tamborilear los dedos contra la superficie nerviosamente—. Usted afirma que la plata y las demás cosas que se llevaron solo servían para distraer la atención del archivo.

—Sí.

Se levantó de la silla, rodeó el escritorio y fue hacia la ventana.

—Le puedo decir que su tío estaba muy preocupado en los últimos tiempos. Además, su estrategia en el ajedrez se había vuelto terrible.

—¿Pero usted no sabía por qué?

—No, no. No lo sabía. Últimamente apenas tenía noticias suyas. Sí me había dicho que estaba comprometido en un proyecto, pero no me dijo nunca de qué se trataba. Acostumbrábamos a reunimos una vez por semana, pero en los últimos meses no lo hicimos. Después de todo, él se prodigaba muy poco.

—¿Cuándo lo vio por última vez?

Redfield meditó un momento.

—Tal vez fuera seis semanas antes de enterarme de su muerte. Jugamos al ajedrez toda la tarde. Pero yo sabía que le estaba dando vueltas a algo.

—¿Parecía preocupado?

—Se desentendía del juego. Esa noche le gané cinco o seis veces. No era habitual. Me di cuenta de que su mente estaba en otro lado. Me dijo que disfrutara mientras pudiera. Que la vez siguiente le iba a tocar a él. —Redfield clavó los ojos en el suelo—. Eso fue todo.

De algún rincón tras su escritorio hizo aparecer un vaso de ponche color lima.

—Es parte de mi dieta —dijo—. ¿Quiere un poco?

—Por supuesto.

—Quisiera ayudarle, Alex. Pero no sé qué estaba haciendo. Aunque le puedo decir de qué estuvo hablando todo el tiempo.

—¿De qué?

—De la Resistencia, de Christopher Sim. Era un experto en el tema: la cronología de las acciones navales, quién estuvo allí, qué pasó, cómo variaron los hechos. Le aseguro que a mí también me interesa, como a cualquiera, pero él seguía y seguía. En medio del juego. ¿Se da cuenta de lo que digo?

—Sí —asentí.

—Nunca le había visto así. —Llenó otro vaso y me lo alcanzó—. Alex, ¿juega usted al ajedrez?

—No. Una vez, hace mucho, aprendí los movimientos. Pero nunca supe jugar bien.

Las facciones de Redfield se suavizaron, como si hubiera reconocido la presencia de una discapacidad social.

En casa me dediqué a ver las noticias. Había informes acerca de nuevos conflictos con los mudos.

Causaron daños en una nave y hubo varias víctimas. Se esperaba una declaración del Gobierno en cualquier momento.

En la Tierra se estaba celebrando un referéndum relativo al tema de la secesión. La votación había tenido lugar unos días antes. Aparentemente varios políticos de peso habían apoyado el movimiento separatista. Los analistas concluían con gran seguridad que se aprobaría.

Repasé los otros programas para ver si había algo de interés, mientras Jacob comentaba que la cuestión más importante era qué haría el Gobierno central si la Tierra efectivamente trataba de separarse.

—No pueden dejarlos irse así como así —observó deprimido.

—Eso no va a ocurrir —le respondí—. Todo ese barullo es para consumo doméstico. Los políticos locales que buscan réditos atacando al director. —Abrí una cerveza—. Vamos a trabajar.

—De acuerdo.

—Revisemos los archivos más importantes. A ver qué hay de Leisha Tanner.

—Ya los he mirado, Alex. En apariencia hay relativamente poco en Rimway. Tres monografías, todas acerca de sus logros en la traducción y en el comentario de la literatura ashiyyurense. Están a tu disposición. Debo agregar que las revisé y no encontré nada que pudiera ser útil, aunque hay mucha información general. ¿Sabes que la civilización ashiyyurense es anterior a la nuestra en aproximadamente sesenta mil años? En todo ese tiempo ningún pensador superó a Tulisofala, o al menos no hubo nadie tan famoso. Apareció muy temprano y formuló muchos de sus principios éticos y políticos. Tanner se inclinaba a asignarle el lugar que tiene Platón para nosotros. Había delineado varias hipótesis fascinantes a partir de este paralelo…

—Más tarde, Jacob. ¿Qué más hay?

—Se conocen otras dos monografías, pero no están incluidas en el índice; así que es muy difícil localizarlas en el caso de que se conserven. Aparentemente una trata de la habilidad de Tanner como traductora. La otra, sin embargo, se titula Iniciativas diplomáticas de la Resistencia.

—¿Cuándo fue publicada?

—En 1330. Hace ochenta y cuatro años. Quedó fuera de circulación en 1342, y la última copia que pude rastrear desapareció en 1381 aproximadamente. El autor murió, sus bienes se subastaron y no quedó registro de las disposiciones generales. Sigo buscando.

»Puede que aquí haya otro registro de materiales fuera de circulación. Los especialistas en esoterismo, ciencias ocultas y todas esas cosas no suelen hacer índices. Por desgracia nuestros procedimientos de resguardo de registros no son los que debieran ser.

»Algunos periódicos y otras cosas dignas de ser recordadas se han conservado en Khaja Luan, donde ella era instructora, antes de la guerra. El Archivo Confederado tiene sus anotadores y el Museo Naval de Hrinwhar posee una memoria fragmentaria. Los dos están en Dellaconda. La memoria, según mis fuentes, es excesivamente fragmentaria.

—Llamado así por la batalla —dije.

—¿Hrinwhar? Sí. Maravillosa táctica, aquella. Sim estuvo brillante, absolutamente brillante.

Al día siguiente visité media docena de universidades, el Instituto Quelling, la Asociación Histórica Benjamín Maynard y los salones de reunión de los Hijos de los Dellacondanos. Estaba muy interesado en cualquier cosa que relacionara a Tanner con Talino o, más vagamente, con la Resistencia. No había mucho. Encontré unas pocas referencias a ella en documentos privados, viejas historias y cosas similares. Lo copié todo y me instalé en casa.

Muy pocas cosas se referían a la mujer que me interesaba. Aparecía periféricamente en las discusiones del equipo de Sim; se la mencionaba por sus métodos de asociación mental. Solo encontré un documento en donde tenía un lugar prominente: una oscura tesis doctoral escrita cuarenta años antes que hablaba de la destrucción de Punto Edward.

—¿Jacob?

—Sí, la he leído. Como sabes, siempre ha sido un misterio.

—¿El qué?

—Punto Edward. ¿Por qué el Ashiyyur lo destruyó? Es sabido que para entonces ya estaba vacío.

Recordé la historia. Durante el primer año de la guerra, ambos bandos descubrieron que los centros de población no podían protegerse. Consecuentemente, se estableció un acuerdo tácito según el cual los blancos tácticos no estarían localizados cerca de áreas pobladas. Las ciudades fueron entonces inmunes a los ataques. El Ashiyyur violó ese trato en Punto Edward. Nadie sabe por qué.

—Pero Sim averiguó lo que iba a pasar —continuó Jacob—. Y evacuó a veinte mil personas.

—¿Solamente había veinte mil personas? —pregunté—. Siempre creí que eran muchas más.

—Ilyanda fue edificada por los cortai, un grupo religioso al que nunca le gustaron mucho los forasteros. Controlaban de manera rigurosa la inmigración; así se mantuvieron estabilizados, cultural y económicamente. Hoy día todo eso ha cambiado. Pero durante la Resistencia, la ciudad era una teocracia habitada por casi todos los residentes del planeta. La vida comunal era muy importante para ellos.

De acuerdo con el documento, Sim comprometió toda su red de inteligencia al reaccionar como lo hizo. El Ashiyyur comprendió de inmediato que sus comunicaciones eran interceptadas y leídas; de modo que cambiaron todo: equipos, criptosistemas, rutas y horarios de transmisión. Hasta la llegada de Leisha Tanner ocho meses después, los dellacondanos no empezaron a recuperar todo lo que habían perdido.

—¿Es posible? —pregunté.

—Evidentemente ella era una mujer muy joven e inteligente. Notarás también que el Ashiyyur respondió a su propia crisis sin imaginación. Los cambios en sus criptosistemas fueron inadecuados, y lo peor fue que ellos lo sabían. Así que trataron de compensarlo usando una forma antigua de su propio lenguaje. Todavía no has llegado a esto, pero ahí está.

—Pensé que no tenían un lenguaje. Que se comunicaban por telepatía.

—No tenían lenguaje hablado. Pero precisaban un sistema para el almacenamiento permanente de datos y conceptos. Un lenguaje escrito. El que usaron era de origen clásico. Todo ashiyyurense instruido lo conocía.

—Leisha también.

—También Leisha.

—Por lo menos ahora ya sabemos por qué Sim trató de reclutarla.

—Aunque es curioso —dijo Jacob.

—¿El qué?

—No me refiero a Tanner, sino a Punto Edward. Los mudos destruyeron la ciudad aunque estaba vacía cuando ellos llegaron. Debían saber que no había nadie. ¿Para qué molestarse?

—Algún tipo de maniobra militar —sugerí.

—Tal vez. Pero si así fue, no sirvió de nada. También es extraño que no hubiera venganza. Sim pudo haberse plantado en alguno de los mundos del Ashiyyur y arrasar cualquier ciudad que eligiera. ¿Por qué no lo haría?

—Tal vez porque salvó a todos los habitantes de Punto Edward y no quiso comenzar una serie indefinida de venganzas.

Encontramos también un holograma de Tanner en medio de un grupo de oficiales en La espada dela Confederación de Rohrien. Tenía entonces unos veintisiete años; estaba hermosa con el uniforme azul y celeste de los dellacondanos. Su expresión delicada contrastaba con la rudeza de los hombres que la rodeaban.

Traté de leer algo en sus ojos. ¿Sabría ella algo de lo que llevó a Gabe a investigar en La Dama Velada dos siglos después? Yo estaba recostado en el sofá de la planta baja, cerca de esa imagen tan dulce. Lástima que la técnica sponder no estuviera desarrollada entonces: podría simplemente haberme conectado con ella y haberle formulado varias preguntas.

Todavía estaba mirándola cuando Jacob vino a decirme que tenía un visitante.

Un deslizador estaba descendiendo por la rampa trasera. La imagen de Tanner se desvaneció, y la nave aérea apareció en el monitor principal. Ya era tarde. Y estaba oscuro. Jacob encendió las lámparas exteriores que iluminaban el camino. Observé que el piloto levantaba la cubierta y se deslizaba suavemente hacia el suelo.

—Jacob, ¿quién es?

—No lo sé.

La recién llegada sabía dónde estaban las cámaras. Miró directamente en dirección a una de ellas mientras pasaba, se sacaba el sombrero y sacudía su larga cabellera oscura. Después se paseó con ostentación por la galería y subió los escalones de la entrada.

La estaba esperando.

—Buenas noches —saludé.

Era alta, de ojos grises y piernas largas. Iba envuelta en una capa color oliva que le llegaba casi a las rodillas. Sus rasgos estaban parcialmente ocultos por las sombras.

Como se había levantado viento, la escarcha volaba a su alrededor.

—Usted debe de ser el sobrino —dijo en un tono que sugería una vaga desaprobación—. Supongo que él sí que estaba en el Capella. —Su voz era hosca. Mientras hablaba, la luz de la lámpara iluminaba sus ojos.

—Entre, por favor —le invité.

Dio unos pasos y miró en derredor, deteniéndose en el demonio de piedra.

—Me figuré que él estaba allí. —Se sacó la capa y la colgó junto a la puerta en un gesto que implicaba familiaridad. No era fea, aunque tenía rasgos duros. Ojos penetrantes, mandíbula agresiva. Su dicción y tono rayaban en la arrogancia—. Mi nombre es Chase Kolpath.

Lo dijo como si yo debiera reconocer ese nombre.

—Yo soy Alex Benedict —repliqué.

Me examinaba con toda franqueza, inclinaba suavemente la cabeza y se encogía de hombros. Me di cuenta de que se sentía decepcionada.

—Yo era empleada de tu tío —me dijo—. Él me debe una considerable cantidad de dinero. —Se removió, incómoda—. Lamento venir con un asunto de este tipo en un momento así, pero me pareció que debías saberlo.

Dio media vuelta, como dando por terminada la discusión, y se dirigió al estudio. Tomó una silla junto al fuego y saludó a Jacob, quien le respondió, con suavidad y sin dudar, que la veía muy bien.

Jacob trajo jugos de fruta tibios sazonados con ron.

Ella se lo bebió de un trago, dejó el vaso y puso las manos cerca de la chimenea.

—Este lugar me parece extraño sin él.

—Sí, yo he pensado lo mismo.

—¿De qué se trataba? —preguntó de pronto—. ¿Qué era lo que estaba buscando?

Me asustaron esas preguntas. No era un comienzo muy alentador.

—¿No trabajabas con mi tío en el proyecto?

—Sí —respondió.

—Entonces, permíteme que te repita la pregunta. ¿Qué estaba buscando?

Comenzó a reírse. Era un sonido líquido, límpido.

—Tampoco te lo dijo, ¿me equivoco?

—No.

—¿Y no se lo dijo a nadie?

—No que yo sepa.

—Jacob podría saber algo, por lo menos.

—Le han practicado una lobotomía.

Miró el monitor, divertida. Aún permanecía allí la imagen de su deslizador.

—¿Quieres decir que nadie tiene idea de lo que ha estado haciendo en estos últimos meses?

—No hasta donde he podido averiguar —dije con creciente irritación.

—Registros —agregó ella, como si le estuviese explicando algo a un niño—. Debe de haber registros.

—Se perdieron.

Fue demasiado. Rió como un joven vikingo, sacudiendo los hombros y el cuello, moviendo la cabeza y tratando de hablar al mismo tiempo.

—Bueno —exclamaba entre espasmos—, que me aspen, pero esto es típico de él.

—¿No sabes nada? ¿Nada de nada?

—Tenía algo que ver con el Tenandrome. Me dijo que me haría rica. Y también que todo lo que había hecho anteriormente en su vida era trivial en comparación. «Esto va a conmover a la Confederación hasta sus cimientos», solía decir. —Se apretaba las mejillas con ambas manos mientras sacudía la cabeza—. Bueno, esta es la cosa más absurda en que recuerdo haber estado metida.

—Pero estabas implicada en ello. ¿Qué se esperaba que hicieras para ganar tu parte?

—Yo soy piloto de clase III. Aparatos pequeños, interestelares. Él me había contratado para realizar una búsqueda y para llevarlo a alguna parte, no sé adónde. Escucha, me siento un poquito incómoda con todo esto. Pero la verdad es que me dejó plantada en Saraglia después de que yo gastara una cantidad considerable de mi propio dinero.

—Saraglia. Hacia allí era adonde se dirigía el Capella cuando desapareció.

—Correcto. Se suponía que nos íbamos a encontrar allí.

—¿Y no sabes adónde quería ir después?

—No me lo dijo.

—Qué raro. —No me esforcé especialmente por disimular mi sospecha de que ella estuviera tratando de sacar ventaja de la muerte de Gabe—. Él tenía licencia desde hacía cuarenta años. Nunca había oído que confiara a otra persona su propio pilotaje.

Ella se encogió de hombros.

—No puedo responder a eso. No sé. Pero ese era nuestro trato. Contando el tiempo de viaje, menos un adelanto, me debe dos meses de sueldo más los gastos. Tengo todos los documentos.

—¿Hay algún contrato firmado?

—No —respondió—. Era un acuerdo.

—¿Pero nada por escrito?

—Escuche, señor Benedict. —Su voz se endureció—. Trate de entender. Su tío y yo llevábamos hechos una cantidad importante de negocios en los últimos años. Confiábamos el uno en el otro. Y nos llevábamos bien. No había razón para que hiciéramos contratos formales.

—¿Qué clase de investigación? —pregunté—. ¿Tenía que ver con el Tenandrome?

—Sí. —Uno de los troncos cedió y resbaló dentro de las brasas—. Es una nave de Investigaciones. Estuvo en La Dama Velada hace unos pocos años y aparentemente vieron algo. —Dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la silla, con los ojos entornados—. Gabe quería saber qué, pero nunca pudo averiguarlo.

Saraglia está en la frontera de La Dama Velada; es un mundo remoto, modular, de enormes dimensiones y gravedades variadas, el último punto de partida para las grandes naves de Investigaciones que inspeccionan y estudian el vasto Brazo Trántico.

—¿Y tú lo ibas a llevar a algún lado desde allí?

—Sí. A algún lado. —Se encogió otra vez de hombros.

—¿Qué sabías de tu destino? Debiste manejar alguna información. Zona, límites, tiempo de viaje… Algo. ¿Habías alquilado una nave?

Echó una mirada a la frase que me había escrito.

—¿Va a haber problemas con el pago?

—No —le contesté.

—Bueno. —Sonrió maquiavélicamente—. Yo ya había contratado una nave. Le pregunté adónde íbamos, pero me respondió que me lo diría cuando llegáramos. A Saraglia, me refiero.

—¿Esperaba él irse enseguida de Saraglia?

—Sí. Creo que sí. Yo tenía instrucciones de tener la nave lista. Era un viejo bote patrullero, una nave estupenda. —Sacudió la cabeza tristemente—. También me dijo que estaríamos fuera entre cinco y siete meses.

—¿A qué distancia situó el destino del viaje?

—Es muy difícil decirlo. Si se toman en cuenta las regulaciones, casi la mitad del tiempo debería utilizarse en el recorrido interestelar. Digamos tres meses, para hacer ambos caminos. La distancia es de aproximadamente ochocientos años luz. Pero si se ignoran las reglas, que en verdad son inaplicables fuera de aquí, y se hace el salto tan cerca cómo se pueda del objetivo, entonces estamos hablando de cinco meses en hiper, de un máximo de ciento cincuenta años luz.

—¿Qué averiguaste del Tenandrome?

—No mucho, salvo que es un tema siniestro.

—¿Qué quieres decir?

—Las naves de Investigaciones, las grandes, habitualmente salen en misiones de cuatro o cinco años. El Tenandrome volvió un año y medio después. Y nadie desembarcó.

—¿Saraglia es la primera parada del vuelo de regreso?

—Para ese sector, sí. Tradicionalmente se detienen allí y el capitán en persona rellena un informe junto con el director del puerto. Se fijan en los aspectos logísticos, se remiten a las inspecciones de control del azar y después descansan unos días en una atmósfera carnavalesca. Sin embargo, cuando el Tenandrome regresó, las cosas fueron diferentes.

»El informe oficial, de acuerdo con los encargados del puerto que se dignaron hablar conmigo, fue destruido. Nadie descendió, ni nadie subió. La multitud que había en los alrededores, de pie cerca de la rampa, como suele hacer, esperó inútilmente. No sé si sabes algo acerca de Saraglia o no, pero las naves van directamente a las bahías de las ciudades. Las paredes son transparentes; así, la gente que había llevado a sus hijos de vacaciones pudo permanecer en la calle y ver al Tenandrome flotando sobre sus cables. Las luces dentro de la nave estaban encendidas y era posible ver a la tripulación moviéndose en el interior. Pero nadie salió por los tubos. Eso no había pasado nunca antes.

»Todos estaban disgustados, especialmente la comunidad comercial. Sentían que habían sido dejados de lado. La llegada de las naves constituye una parte importante de los ingresos locales.

—Pero no esa vez —dije.

—No esa vez. —Ella se estremeció—. Eventualmente, los rumores comenzaron.

—¿Como cuáles?

—Como que era una nave atacada por una epidemia. Pero si ese hubiese sido el caso, no los habrían dejado partir hacia La Pecera, la segunda parada.

—Y en La Pecera, ¿desembarcaron o no?

—Según Gabe, sí. Él dijo que revisaron la nave de manera rutinaria.

—¿Ese era el destino final?

—Investigaciones conserva sus cuarteles generales allí. Sí, fueron allí para reparaciones generales, instrucciones y preparación de nuevas expediciones.

—¿Cuántos eran a bordo?

—Seis de tripulación y dieciocho en los equipos de investigación. —La expresión de Chase se tornó pensativa—. El Westover arribó cuando yo estaba en Saraglia, y lo pasaron todos muy bien. Se quedaron un poco más de una semana, que creo que es la media. Disfrutaron de las mujeres y el alcohol: me maravilla siempre que alguien sea capaz de regresar a casa. El Tenandrome solo se quedó un día.

—¿Explicó Investigaciones por qué se había suspendido la misión?

—Dijeron que había una obstrucción en el mecanismo de transmisión armstrong, que el problema superaba la capacidad de reparación de Saraglia, lo que no era una aserción descabellada, por cierto, y que nadie descendió porque el tiempo era esencial.

—Tal vez fuera cierto.

—Tal vez. La nave fue revisada en La Pecera, y Gabe me dijo que los registros indicaban que el mecanismo requería un reacondicionamiento total.

—Entonces, ¿dónde radica el problema?

—Gabe no pudo encontrar a nadie que efectivamente trabajara en las unidades armstrong. E Investigaciones se molestó cuando averiguaron que él estaba tratando de averiguar aquello. Se le negó de manera oficial todo acceso a consultas.

—¿Cómo carajo pudieron hacer eso?

—Fácil. Lo declararon peligroso para la seguridad. Me hubiera gustado verlo. —Sonrió—. Yo estaba en Saraglia cuando sucedió. A juzgar por el tono de sus mensajes, estaba al borde de una apoplejía. Pero entonces me dijo que Machesney le había dado una pista y que iba a salir de allí para que nos reencontrásemos. Y que consiguiera una nave.

—¿Machesney?

—Eso dijo.

—¿Quién diablos es Machesney?

—No lo sé. Todo ese asunto de Christopher Sim. Tal vez se refiriera a Rashim Machesney.

Yo meneé la cabeza.

—¿Hay alguien involucrado en este asunto que no haya muerto hace cien años?

Rashim Machesney: el venerable anciano de la Resistencia. Genial, obeso, brillante, experto en la teoría de las ondas gravitacionales, recorriendo las legislaturas planetarias con Tarien Sim y volcando su enorme influencia en la causa confederada. ¿Cómo pudo «darle una pista»?

—No conozco a ningún otro Machesney —contestó Chase—. Incidentalmente, una vez que los arreglos se terminaron, Investigaciones no tardó en volver a enviar al Tenandrome a una nueva misión. El capitán y la mayoría de la tripulación original participaron.

—¿No sería un vuelo de regreso? ¿No estarían volviendo?

—No —respondió Chase—. Al menos creo que no. Su destino era un punto exterior a ciento ochenta años luz de distancia. Demasiado lejos. Si suponemos que Gabe sabía dónde habían estado y que allí era adonde se dirigía.

—¿Y el diario de a bordo? ¿No entra en los registros públicos? Estoy seguro de que los he visto publicados.

—Esta vez no. Se clasificó todo.

—¿Bajo qué pretextos?

—No lo sé. ¿Te los tienen que decir acaso? Yo sé que Gabe no podía tener acceso a ellos.

—¿Jacob? ¿Estás ahí?

—Sí —respondió.

—Por favor, comenta.

—No es en absoluto inusual retener información si, a juicio de alguien, su difusión podría dañar el interés público. Por ejemplo, si alguien es comido, los detalles no deben estar disponibles. Un ejemplo reciente de ausencia de una publicación ocurrió en el vuelo Borlanget, cuando un simbolista fue atrapado por alguna clase de carnívoro volador que se lo llevó consigo. Pero, entonces, solo fue reservada la parte del registro que contenía el incidente específico. Con el Tenandrome, por el contrario, casi parece como si la misión nunca hubiese tenido lugar.

—¿Tienes idea —le pregunté a Chase— de qué pudieron haber visto?

Ella se encogió de hombros.

—Pienso que Gabe sí lo sabía. Pero nunca me lo dijo. Y si alguien en Saraglia lo sabía, tampoco lo dijo.

—A lo mejor se trataba de un problema biológico —sugerí—. Algo que les preocupaba, pero que se resolvió antes de llegar a La Pecera.

—Supongo que es posible. Pero, si todo se solucionó, ¿por qué siguieron ocultando la información?

—Dijiste que había rumores.

Ella asintió.

—Ya te he contado lo de la plaga. El más interesante fue el de que se había producido un contacto. Escuché aproximadamente dos docenas de versiones, siendo la más frecuente que ellos apenas lograron escapar, que el Gobierno central temía que el Tenandrome hubiese sido perseguido y que tuviera que actuar la fuerza naval. Algunos dijeron que el Tenandrome que había vuelto no era el mismo que el que se había ido.

Era una versión deprimente.

—Otro relato sugería que había habido un desplazamiento temporal y que la nave y su tripulación habían envejecido cuarenta años. —Pareció considerar las profundidades de la ingenuidad humana—. Gabe consiguió hablar con uno de los miembros del equipo de búsqueda que parecía estar perfectamente bien. No sé quién era.

—Hugh Scott —suspiré—. ¿Dijo por qué habían suspendido la misión?

—A quienquiera que se le preguntase, respondía que la nave había tenido problemas en las unidades armstrong, que no podían ser reparadas sin un equipo especializado.

—Probablemente esa fue la razón —dije tras un nuevo suspiro—. Pero el hecho de que Gabe no pudiera encontrar a nadie que hubiera trabajado en las reparaciones no me parece en exceso significativo. Y es posible que el capitán estuviera ansioso de regresar a casa por razones personales.

»Sospecho que este complejo asunto tiene una serie de explicaciones simples.

—Quizá —dijo ella, asintiendo—. Pero, fuera quien fuese con quien Gabe hubiera hablado, Scott, cualquier otro, rehusó decirle quién más iba en el vuelo. —Se apretó el puño contra el labio inferior—. Es extraño.

La conversación se distendió un poco, y volvimos sobre lo hablado como si quisiéramos buscar algún detalle perdido. Cuando mencionamos a Machesney, ella se enderezó en su asiento.

—Gabe iba con alguien en el Capella —dijo—. Tal vez fuera Machesney.

—Tal vez —repetí. Me detuve a escuchar el crepitar del fuego y los crujidos de la vieja casa—. ¿Chase?

—¿Sí?

Jacob había traído queso y una nueva ronda de bebida.

—¿Qué piensas?

—¿De lo que vieron?

—Sí.

Lanzó un suspiro.

—Si no estuvieran aún ocultando la información, habría dejado toda esta historia de lado. Pero tal como están las cosas…, esconden algo. Y no hay ninguna evidencia más que esa: que no dieron a conocer los registros.

—A pesar de tal cosa, si me apuran, tendría que pensar que la imaginación de Gabe voló con él. —Ella mordió un pedazo de queso y comenzó a masticarlo con lentitud—. Lo romántico, desde luego, es llegar a la conclusión de que aquí existe alguna amenaza, algo bastante terrorífico. Pero ¿qué podría ser? ¿Qué podría haber asustado a la gente a una distancia de varios cientos de años luz?

—¿Y qué pasa con el Ashiyyur? Tal vez ellos hayan penetrado en La Dama Velada.

—¿Entonces qué? Supongo que eso le quitaría el sueño a más de un militar, pero a mí no me molesta. Y, de cualquier modo, no son más peligrosos fuera de lo que son en el Perímetro.

Más tarde, cuando ya Chase se había ido, solicité la lista de pasajeros para el Capella. Estaba el nombre de Gabe, por supuesto, Gabriel Benedict de Andiquar. No había ningún Machesney en el vuelo.

Y yo seguí preguntándome, ya muy tarde en la noche, por qué Gabe, que había navegado en toda clase de naves estelares, habría querido contratar un piloto.