Ojos en la niebla
La joven Bruja de la Oscuridad, que había salido de la nada, había salvado a su hermana un instante antes de que la misteriosa manada la arrollara. Pero ¿cómo? Mi pequeña Vi, que yo había dejado en el pueblo convencida de que se ocuparían de ella…
—Os he buscado por todas partes —dijo jadeante—, ¡estaba tan preocupada!
¡¿Preocupada?! Debía tener miedo… una niña sola en la niebla, presa fácil de un terrible enemigo…
—¡Volvamos al faro! —dijo.
—¿Al faro?, ¡pero si ni siquiera puedo verlo!
—¡Yo lo veo! —dijo Pervinca.
—¿De verdad?
—Confía en mí, Felí, soy una Bruja de la Oscuridad. Aunque… ¡hay algo extraño!
—Oh, no. ¿Qué más ves?
—Veo dos luces.
—¿Dos? No es posible —dije entornando los ojos para ver en aquel océano de niebla—. El faro sólo tiene una.
—Parece volar en una nube —comentó Vainilla—. Yo he perdido del todo la orientación. ¿Sabéis dónde estamos?
—¡Pobre de mí, ni idea! —dije—. Mis antenas no perciben ninguna señal, ni buena ni mala. Ya me ocurrió una vez, y estaba… ¡Hadasamigasayudadme! ¡HUYAMOOOOS!
—¿Por qué? ¿Adónde? ¿Qué pasa?
—¡La última vez que no percibí señal alguna estaba DELANTE del Enemigo! ¡Esas no son las luces del faro! ¡Son sus OJOS!
En ese instante oí su «voz»; un estertor, una especie de borboteo mezclado con un grito feroz, justo delante de nosotras. Del susto, Vi soltó el brazo de Vainilla y ambas nos precipitamos a tierra.
—Perdonad, perdonad, no quería… —se disculpó Pervinca dándonos alcance.
—¿Qué… qué era eso? —balbució Vainilla. En la caída se había hecho daño en un tobillo y ahora le costaba estar de pie.
—Creo que es Él —susurré.
—¡Es Él! —precisó Pervinca. Estaba muy derecha, de pie, y miraba fijamente hacia la niebla sin expresión alguna.
—¿Lo puedes ver? —pregunté.
—Sí —contestó ella con tranquilidad.
Teníamos que huir de allí.
—Pervinca, toma la mano de Vainilla y…
—No hace falta —me respondió Pervinca.
—¿Cómo que no? ¡Rápido, toma su mano! —ordené. Pero ella no se movió. Seguía observando la niebla y sonreía, sonreía a alguien.
—Dentro de poco estará aquí… —dijo.
Pensé que el miedo le había hecho perder la razón. El Enemigo estaba a un paso de nosotras, sentía incluso el aire que se apartaba a su paso, y Vi se mantenía en calma y sonriente. Incluso le tendió la mano a aquello que avanzaba.
—Aquí está… —volvió a decir.
Me volví a tiempo para ver la niebla que se abría en grandes remolinos. Luego, un poderoso ruido de viento nos arrastró.
Ya no vi ni sentí nada. ¿Era así como terminarían nuestras vidas? No había sido tan horrible. Aparte del miedo, no había sufrido, no me encontraba mal, no sentía dolor. Estaba volando, pero no eran mis alas las que me impulsaban. Percibía la brisa, el olor del mar. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaban las niñas?
—¡Felí, abre los ojos! ¡Estamos a salvo! —dijo de repente una vocecita lejana—. Y mira quién ha venido a salvarnos…
Otra vez oí el poderoso ruido de viento, pero esta vez era familiar. Abrí los ojos y vi a Vainilla y a Pervinca, todavía pálidas, mientras el mundo discurría veloz bajo sus pies.
Estábamos volando en la grupa del dragón de Dum.
—¡Naim! —exclamé en el colmo de la alegría—. Oh dulce y valiente amiga, nos has salvado tú. Eras tú a quien Pervinca sonreía. Por eso estaba tan tranquila. Oh, ¡gracias, gracias! —dije acariciando su cándido pelo.
Pronto nos alejamos de las nubes. Las grandes alas del dragón cortaban el aire, leves y poderosas. El horizonte retenía el último saludo del sol y las primeras estrellas empezaban a brillar.
—Tienes que aprender a fiarte de mí, hadita —dijo Pervinca guiñándome un ojo.
Sonreí un poco cortada. Tenía razón, debía aprender a fiarme de ella. ¿Por qué no lo conseguía?
—¡HAY UNA LUZ ALLÁ ABAJO! —gritó Vainilla, y Naim descendió—. Parece que estamos yendo precisamente hacia allí.
La tierra se fue haciendo más reconocible. Naim bajó hacia un pequeño claro iluminado.
—Tenemos que agarrarnos muy fuerte, ¡nuestra salvadora va a aterrizar! —advertí.
Así fue. Cuando estuvimos encima del claro, las alas del dragón empezaron a batir con rápidos y potentes golpes hacia delante; cuando alzó el cuello, hubo un momento en el que no pudimos ver nada. Finalmente, las enormes patas tocaron el suelo y el cuerpo de Naim se relajó. Después de un último aleteo, cerró sus alas y entonces vi la luz que nos había guiado:
—¡Es la tía Tomelilla! —gritaron las niñas.
Estaba de pie en medio del claro, severa como la noche sin luna. Naim extendió lentamente un ala, y Vainilla y Pervinca se deslizaron hasta sus pies.
Mientras corrían a abrazarla, un gran viento nos embistió de nuevo. Naim había reemprendido el vuelo y se marchaba. «Ni siquiera le he dado las gracias», pensé.
—¡Lo he hecho yo por ti! —dijo Tomelilla con una sonrisa.
—¿Dónde está tu sombrero, Vainilla?
—Lo… lo he perdido, me temo.
—Y te has hecho daño… Ven, vamos a casa.
Esa noche, en sus camas, las niñas hablaron largo rato. Para consolar a su hermana, y quizá distraerse, Pervinca leyó unas páginas del Libro Antiguo.
—¿Te acuerdas dónde lo dejamos? —preguntó Babú.
—Cuando Duff va hacia la playa dejando a Scarlet-Violet con un palmo de narices y a Mentaflorida convertida en mariposa.
—A lo mejor, Menta ha conseguido volver a ser una niña.
—Ahora habla de eso, escucha…