El lugar adecuado
Pervinca estaba leyéndonos el Libro Antiguo cuando una ola mayor que las demás golpeó el muelle y por el viento nos salpicó, mojándonos de pies a cabeza.
—¡Justo como había previsto Talbooth! —dije.
—Será mejor que cambiemos de sitio o el libro se mojará. Además, el tiempo se está poniendo feo.
—¡Ah, mi sombrero! —gritó en ese momento Vainilla.
—Ven aquí, deja que se pierda —dije.
—¡Pero mi sombrero se va volando!
—¡Vainilla, vuelve aquí! ¡NO SALGAS DE LA MURALLA!
—No puedo perderlo.
—¡VUELVE!
Persiguiendo el sombrero, que rodaba a pocos pasos de ella, Vainilla bajó corriendo los escalones y sobrepasó el pequeño arco que conducía al camino de la playa.
—¡Quédate aquí, no te muevas! —ordené a Pervinca—. ¡Voy a buscarla!
—¿Y qué hago aquí yo sola?
—Llama al Capitán Talbooth, dile lo que ha pasado, ¡dile que estamos en el camino de las mulas!
Entretanto, Vainilla había emprendido el vuelo y con cómicas acrobacias trataba de agarrar el sombrero:
—Tenía razón tía Tomelilla —dijo viéndome llegar—. Agarrar las cosas con los pies por los aires no es nada fácil. Hace falta mucho entrenamiento. Quizá sea mejor que ande.
—¡Quizá sea mejor que lo dejemos! —dije sujetando el sombrero—. ¡Mira dónde estamos!
—O-oh, ¿tan lejos? Debe de habernos empujado el viento. Bueno, pero lo hemos recuperado; piensa si lo hubiéramos perdido, pobrecito.
—Volemos de vuelta antes de que vengan a… —no terminé la frase: el pueblo había desaparecido ante nuestros ojos.
—Felí, ¿ha bajado la niebla? —preguntó Vainilla en voz baja acercándose a mí todo lo que pudo.
—Parece que sí, y el viento se ha calmado. Pero todavía se oye el mar. Si seguimos el murmullo, dejándolo a nuestra izquierda, llegaremos al pueblo. ¿Puedes volar?
—Sí, aunque muy despacio.
—Está bien, volvamos muy despacito. Sígueme…
Traté de guiarla en la niebla, pero, después de un tiempo que me pareció infinito, todavía no habíamos alcanzado la muralla.
—Puede que nos hayamos perdido —dijo Vainilla.
—¡Gritemos! Venga, juntas a la de tres. Una… dos… y ¡tres…!
—¡PERVINCAAA!
Nada.
Lo volvimos a intentar:
—¡PERVINCAAA! ¡ESTAMOS AQUIIÍ!
—¡No responde nadie! —se lamentó Babú.
—Pero no podemos estar lejos. La dirección es la buena. Si al menos pudiera ver algo.
Mientras, Pervinca había corrido a avisar al Capitán Talbooth y juntos habían vuelto a buscarnos. Como nosotras, habían seguido el camino de las mulas y, al igual que nosotras, se habían perdido en la niebla. Pero después, algo había hecho que se separaran, así que Pervinca vagaba sola buscándonos desesperadamente.
—¡VAINILLAAA! ¡¿FELIIÍ?! —gritaba. Pero nosotras no podíamos oírla…
—Estamos en el lugar adecuado, en el momento adecuado —suspiré.
—¡La brújula mágica! —exclamó Vainilla.
—¿Qué has dicho?
—«El lugar adecuado, en el momento adecuado»: ¿no es lo que pone la brújula que me regaló mi tía?
—¿La has traído?
—Sí.
—¡Consúltala ahora mismo!
Vainilla sacó del bolsillo una pequeña brújula de oro.
—Indica hacia el faro —respondió.
—¿Al faro? No es posible. Estará rota.
—No parece rota.
—¡Pero el faro está a dos millas de aquí por lo menos! —dije. En ese instante, la linterna del faro apareció en la niebla y un haz de luz iluminó el camino hasta la explanada. Vainilla y yo nos miramos atónitas: ¿¿Estaremos en el faro??
—¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí?
—No lo sé, pero hay que llegar antes de que la luz desaparezca de nuevo —dije.
Volamos a llamar a la puertecita:
—¡Señor Viccard! ¡Abra, por favor! Soy Vainilla Periwinkle, estoy aquí con mi hada —chilló Babú.
—¡MARCHAOS! —respondió la voz desde dentro.
—Se lo ruego, señor, estamos en peligro. Anochece y está bajando una niebla extraña que nos impide volver a casa…
—¡YA HABÉIS PASADO POR AQUÍ! ¡A MÍ NO ME ENGAÑÁIS! ¡HE DICHO QUE OS VAYÁIS!
De improviso, la luz se apagó, o desapareció, no lo sé. Sé que nos quedamos fuera en el frío, solas y asustadas.
—¿Por qué la brújula mágica nos indica que vayamos al faro, si luego el guardián no nos deja entrar? —preguntó Vainilla enfadada.
—Por su manera de contestar, creo que ha recibido ya la visita del Enemigo y quizá la brújula no lo sepa —respondí—. O bien…
—¿O bien?
—O bien hay otro motivo. Como estamos solas y no vemos nada, sugiero que nos fiemos de la brújula y nos detengamos aquí un momento mientras pienso qué hacer. Puede que el señor Viccard cambie de idea y nos abra.
Anocheció pronto. Pervinca lo intuyó porque sus pies se volvieron más ligeros de repente, señal de que había llegado su turno de volar. Se alegró porque tenía la impresión de que la estaban siguiendo. Había oído pasos detrás de ella, pero no eran de hombres, sino más bien como de un gran animal de cuatro patas. Las mulas utilizaban aquel sendero para bajar a la playa y podía ser una de ellas.
Ante la duda, Pervinca alzó el vuelo y escrutó en la niebla: «Me parece ver el faro», se dijo. «A lo mejor Vainilla y Felí se han ido a refugiar con el guardián».
Nos quedamos sentadas en los escalones del señor Viccard durante un rato. Después dije desconsolada:
—Aquí no ocurre nada.
—Así es —respondió Babú—. Yo estoy hecha un carámbano… y no consigo volar.
—¿Quieres decir que ya es de noche?
Hicimos otro intento con el guardián del faro, pero la puerta permaneció cerrada.
—Dame la mano, y sigue mi luz —dije—. Volvamos al pueblo.
Nos encaminamos lentamente, sin ver a un palmo de nuestras narices, envueltas en un mar de niebla.
Cuando Pervinca llegó a la explanada, nosotros acabábamos de marchar de allí.
—¡Ábrame, señor Viccard! —gritó Vi llamando con fuerza a la puerta del faro—. Soy Pervinca Periwinkle, ¡estoy buscando a mi hermana y a mi hada!
—¿ME HABÉIS TOMADO POR TONTO? —gritó el guardián desde detrás de la puerta—. ¡YA OS HE DICHO QUE OS MARCHÉIS! ¡Y NO VOLVÁIS MÁS!
—¿Es que alguien ha llamado a vuestra puerta? ¿Quién era? —preguntó entonces Pervinca.
—UN MONSTRUO QUE HABLABA CON TU MISMA VOZ. ¡PERO A MÍ NO ME LA DAIS!
«¡Entonces han estado aquí!», pensó Pervinca.
—¿Y adónde han ido ahora? —volvió a preguntar.
El guardián ya no respondió.
—Felí, la tierra tiembla —dijo Vainilla.
—¿Con fuerza? —inquirí.
—Un poco…
—¿Puedes andar?
—Sí, pero… es como si una manada viniera hacia aquí.
—¡Oh, no! ¡Intenta volar otra vez, Babú, haz un esfuerzo!
—Es inútil, Felí, la tierra tiembla cada vez más.
—Entonces tienes que transformarte, Vainilla.
—¿En qué? ¿En qué puedo convertirme? Ayúdame tú…
—En algo que yo pueda llevar… Una pluma, por ejemplo. ¿Sabes convertirte en una pluma?
—No, nunca lo he hecho hasta ahora.
—¡Entonces tenemos que volver atrás! ¡Corre, Vainilla, sigue mi luz! ¡Rápido, rápido!
Intenté regresar volando al mismo lugar del que veníamos, esperando con todo mi corazón entrever la luz de la gran linterna del faro. De repente, también pude escuchar el ruido de una manada que se acercaba velozmente.
—¡CORRE, BABÚ, CORRE! —grité.
—¡No puedo, la tierra tiembla demasiado!
Intenté levantarla, tiré de ella con todas mis fuerzas, pero sólo conseguí que diera saltitos.
—¡Ya llegan, Felí! ¡Ya están aquí! —gritó.
De nuevo la arrastré hacia el faro, tratando de llegar lo más deprisa posible, cuando de improviso una sombra apareció en la niebla, agarró a Vainilla por la otra mano y entre las dos logramos levantarla.
—¡PERVINCA! —gritó Vainilla.