Del Libro Antiguo

Duffus Burdock, el rebelde

Entre los chicos que debutarían aquella tarde, Duffus Burdock era el único que de buena gana habría preferido no hacerlo. «¿De qué sirve?», se preguntaba. «¿Por qué tengo que demostrar mi valor de una manera tan vana? Si soy listo, valiente y sabio, ya se verá en su momento, cuando de verdad cuente. Esta tarde nadie pondrá realmente su vida en peligro ni las pruebas serán demasiado difíciles, porque no habrá tensión ni miedo a agitar el pensamiento. Sólo es una fiesta. La fiesta de los pavos reales presumiendo de sus colas. Algo propio de los vanidosos».

FOsep

Su tío Grisamold era el único de la familia que comprendía ese desasosiego y, si en vez de ser su tío hubiese sido su padre, quizá habría pedido a los sabios que lo excluyeran de los juegos. El muchacho estaba convencido de ello, y lamentaba que su tío no fuera su padre. Porque a Duffus no le gustaba su padre. Viccard Burdock era un Mago de la Oscuridad poderoso y orgulloso, más devoto de la fuerza que de la razón, y de la batalla antes que del razonamiento. Para él todo se reducía a un desafío, por eso los varones de la familia tenían que demostrar su valor en todas las ocasiones, incluso en una fiesta.

Oyendo al mago Viccard, Duffus participaría en los juegos aunque no quisiera.

—¡Pero me voy a negar! —dijo Duffus a su tío esa tarde.

—Tu padre no lo permitirá.

—¿Y qué puede hacerme? ¿Encerrarme? ¿Convertirme en un gusano? Ya soy su prisionero y prefiero ser transformado en un dignísimo gusano antes que en un payaso de circo.

—Tal vez deberías decírselo a él como me lo estás diciendo a mí… ¿Lo has hecho alguna vez?

—¿Hacer qué, hablar con él? Mil veces… pero no sirve de nada. Soy aún un muchacho, tío. Mi padre no te hace caso ni siquiera a ti que eres su hermano y tienes su edad; figúrate a mí…, para él soy un renacuajo.

—Entonces trataré de hablar con él.

—¿Cuándo? Necesito saber qué es lo que va a decidir lo antes posible, porque si no consigues convencerle, yo…

—¿¿Tú??

Duffus pensó en lo que estaba a punto de decir. ¿Podía fiarse de su tío Grisamold?

—Yo… tendré que resignarme, vaya, y prepararme para la fiesta. Me va a llevar tiempo, ¿entiendes?

—¿A dónde vas ahora?

—A la playa, voy a ver si mamá necesita algo.

—No pases por la cueva de las Hadas, algunas chicas se están probando ya los vestidos.

—¡Gracias por informarme! Volveré después para saber qué te ha dicho mi padre.

FOsep

Pero Duffus no fue enseguida a la playa. Primero se encaramó al árbol más alto y, desde su casa construida en medio de las ramas, observó el espectáculo que podía disfrutarse desde allí. Lo conocía bien: el monte Adum al sur, los grandes acantilados al norte y, en medio, los prados verdes de su valle atravesados por el río Otrot y sus afluentes; al este, los altos bosques y la playa blanca de Arran, y poco más allá, detrás de los promontorios cubiertos de brezo, la bahía del Roble Encantado, profunda y protegida de la furia del Océano. ¿Qué había llevado a sus abuelos a asentarse en aquel valle? A Duffus siempre le había parecido tan tranquilo y perfecto…

El joven Mago de la Oscuridad pareció acariciar con la mirada la magnífica vista. Después volvió a entrar en casa. Se puso una pesada bata con muchos bolsillos, cogió un saco, lo llenó con algunas de sus cosas y volvió a bajar por la escala de cuerda.

—¿Te vas a escapar, Duffus Burdock? —lo sorprendió en aquel momento una voz a sus espaldas. Duffus no se sobresaltó, siguió bajando y dijo sin volverse:

—Y si así fuese, ¿vendrías conmigo?

—A lo mejor… —respondió la voz.

—Entonces sí me estoy escapando. —Duffus saltó al suelo y se inclinó ante las dos chicas—. ¡Scarlet-Violet! Y la timidísima Mentaflorida… ¡qué alegría! ¿Estáis listas para la fiesta?

—Vamos a probarnos el traje por última vez —explicó Scarlet con una sonrisa que a Duffus le pareció simplemente deliciosa.

—Alguien ha olvidado sus babuchas… —dijo el joven dirigiéndose a Mentaflorida. Mentaflorida se sonrojó hasta las orejas y buscó instintivamente una manera de escapar. Si hubiera sido una Bruja de la Oscuridad, probablemente habría desaparecido, pero era una Bruja de la Luz y no podía hacer esos hechizos. Y como lo recordaba muy bien, se sonrojó todavía más.

—He… he salido mu… muy deprisa hoy… —balbució.

Duffus le acarició la mejilla:

—No te preocupes, estás muy guapa así.

Con la «i» de «así», Mentaflorida se transformó en una mariposa y salió volando.

—¡Estupendo! —exclamó Scarlet-Violet—. Lo que faltaba. Pasarán horas antes de que vuelva a su forma original. ¡Todavía no domina las transformaciones! ¡Y nos acabábamos de peinar!

—Lo siento, sólo quería ser amable —contestó Duffus esforzándose por no reír—. Puedo probar yo…

—¿Y si te equivocas?

—Soy un Mago de la Oscuridad, sé convertir algo bonito en feo y…

—¡Shhh! —lo interrumpió Scarlet-Violet—. Menta, perdónale, estaba bromeando, es un estúpido, no sabe lo que dice… Duffus Burdock, ¡siempre estás liándolo todo! Mírate: te burlas de los demás cuando tú mismo te vistes como un bufón. ¿Se puede saber por qué te has puesto toda esa ropa? ¿No sabes que estamos en verano? Bah, ¡eres un desastre y no te importa nada ni nadie!

—¡Es que me voy a ir, de verdad, querida Scarlet-Violet! —dijo el chico echándose el saco al hombro. Luego, pasando muy, muy cerca de ella, añadió en un susurro:

—¿No me crees?

—No… —respondió Scarlet-Violet sintiendo un extraño escalofrío.

—Ya verás…

—¡Claro que te veré! Esta noche en la fiesta, como a todos, porque quien se escapa no lo dice y tú…

—¡No, no como a todos! —exclamó Duffus volviendo sobre sus pasos—. ¡No como a todos, Scarlet-Violet Pimpernel! —repitió mirando a la chica a los ojos.

Scarlet se quedó inmóvil y muda. Nadie, ni siquiera su padre, lograba hacerla callar. Duffus Burdock, en cambio, quién sabe cómo, lo conseguía a menudo, hacerla callar y sentirse incómoda. Trató de apartar sus ojos de los del muchacho, pero estaba tan cerca…

Lo miró en silencio cuando él se giró de nuevo al alejarse por la senda de arena.

—¿Adónde vas? ¡Por ahí está la playa! Si quieres escaparte, tienes que ir por el otro camino… —le gritó.

¿Quería molestarle o detenerle? Ni ella lo sabía.

—Con su permiso, hermosa doncella, ¡voy a despedirme de mi madre! —respondió Duffus mientras se agachaba a arrancar un pequeño lirio blanco.

—¡Eres un mentiroso, Duffus Burdock!

—Tienes razón, Scarlet-Violet, por eso no me creas si te digo que estoy enamorado de una pesada. Despídeme del simpaticón de tu hermano. ¡Adiós también a ti, Mentaflorida!

Mentaflorida, al oír su nombre, se elevó desde la flor y batió las alas para devolver el adiós. Después volvió a posarse. Scarlet-Violet la levantó con un dedo.

—¿Qué crees que ha querido decir? —preguntó a su amiga.

Mentaflorida alzó sus minúsculos hombros de mariposa, ensayó una sonrisita y bisbiseó:

—Juro que no lo sé.