El secreto de Vi

Las dos hermanas se abrazaron apretándose hasta las lágrimas. Vainilla no podía contener su júbilo.

—¡Vi, querida Vi, creía que no te volvería a ver nunca! —dijo besándola y estrechándola.

—Aquí estoy, Babú. ¿Tú estás bien?

—Ahora sí, ¡pero qué miedo me has hecho pasar!

Cícero alzó a Pervinca entre sus brazos y la hizo girar dos veces en el aire, mientras Dalia lloraba y la tocaba incrédula.

—Ahora estoy vivo del todo de nuevo —dijo Cícero abrazando a su amada Vi.

También Tomelilla dio muestras de su alegría, la saludó y acarició, pero en su mirada había algo insólito. Algo que yo nunca había visto.

Volé a ponerme ante la naricita de Vi y le soplé una hoja de enebro. Pervinca estornudó y yo me abracé a ella.

—¡Bienvenida, pequeña peste!

El pueblo de Fairy Oak se agolpó alrededor de nosotros.

—¡Bienvenida, Pervinca! —decían.

—¡Qué alegría volverte a ver!

—¡Qué contenta estará tu madre!

—Te hemos buscado muchísimo, ¿dónde estabas?

—¿Estás bien?

—Sí, me parece que sí. Gracias…

—Tendrás hambre y sed.

—Un poco de sed.

—Pero miradla, pobrecita, cuánto debe haber andado para estar así.

—Estarás tan cansada.

—Ahora la llevaremos a casa —dijo Dalia abrazando a su Vi—. Ven, tesoro, voy a hacerte una leche caliente con miel, como a ti te gusta…

FOsep

Mientras Dalia acompañaba a su niña fuera de la multitud, los ojos de Pervinca se cruzaron con los de Grisam y, durante un largo, larguísimo tiempo, los jóvenes siguieron mirándose sin decirse nada. Luego ella le guiñó un ojo y él le devolvió el guiño.

El rostro de Vi seguía vuelto hacia él y sonreía cuando por fin abandonamos la plaza para ir a casa.

Babú trotaba junto a Vi y le cogía la mano.

FOsep

Nada más llegar a casa, Vi pidió permiso para subir enseguida a su habitación.

—No me tengo en pie del sueño, aunque creo que antes tendré que darme un baño —dijo—. Mañana os contaré.

—¿No quieres comer nada? ¿Ni siquiera beber un poco de leche? —le preguntó mamá Dalia.

Pervinca movió la cabeza.

—Dinos al menos qué te ha pasado, tesoro. ¿Te han perseguido los monstruos? ¿Te has perdido? —preguntó Cícero sujetándola dulcemente por una mano.

—Ocurrió precisamente así, papá. Me escondí, y cuando pensé que había encontrado un lugar seguro…

—¡Te encontraron!

—No, caí en una trampa.

—Oh, pobrecita.

—Pero supe arreglármelas. Ahora perdonad, pero estoy cansada de verdad.

—Está bien, tesoro —dijo Dalia—. Te llevo toallas limpias.

—Gracias, mamá. Buenas noches a todos.

—Buenas noches, Pervinca.

—¡Voy con ella! —anunció Babú ya en la escalera.

—Lo sabemos —sonrieron los demás.

—Yo también subo —dije—. Estaré abajo a medianoche para la Hora del Cuento. Ah, casi lo olvido, Tomelilla, Roble me ha pedido que os entregue esto.

—Te espero en la Habitación de los Hechizos, Felí —contestó Tomelilla tomando el sobre.

Pervinca se quitó la ropa que llevaba desde la mañana anterior: estaba sucia de barro y olía a bosque y a fuego. Se lavó y se puso el camisón, mientras Vainilla la esperaba sentada en la cama junto a Regina.

—Saluda a tu amita, araña escrupulosa. Ha vivido una fea aventura, ¿sabes? Pero ahora está aquí ¡y yo estoy con-ten-tí-si-ma!

Vi saltó a su lado y le estampó un beso en la mejilla.

—¿Me contarás algo de lo que te ha ocurrido?

—Sí, pero no hoy, Babú, estoy exhausta.

—¿Mañana?

—Mañana.

—Temíamos que te hubiera raptado el Terrible 21, yo estaba desesperada.

—Ya todo ha pasado, Babú.