¡Él está aquí!
El joven Morus Voltar se puso en pie sobre su silla.
—Vosotros los Mágicos de la Oscuridad habéis decidido lo bueno y lo malo de este pueblo durante mucho tiempo. Sois los más poderosos y los más atrevidos de todos, pero ayer os vimos: apenas os transformasteis, ¡os volvisteis como ellos!
¡Grisam levantó ambos brazos!
—Mide tus palabras, Morus —lo amenazó Duff—. Tus ojos están viendo a la señora que ayer te salvó la vida y que, para tu conocimiento, es una Bruja de la Luz.
—Sí —contestó Morus—, pero por casualidad es también tía de una Bruja de la Oscuridad. No tengo nada contra vosotros en particular, pero es un hecho que los Mágicos de la Oscuridad causan problemas. O los atraen, es lo mismo. Hasta que vivamos junto a vosotros, estaremos destinados a afrontar guerras y luchas, sin escape posible. Entonces, digo yo, lo mejor es que nos rindamos, sin que nos masacren más.
Grisam se puso en pie sobre la rama.
—¿Hablas por todos o por ti mismo? —preguntó Duff.
—Por todos, Sinmagia y Mágicos de la Luz.
Del público se elevó un vocerío.
—Realmente yo no sabía nada de esto —dijo Cícero.
—Yo tampoco —apuntó Bernie Polimón.
—No me miréis a mí —se defendió Vic Burdock.
—Creo que estás hablando sólo en tu nombre, chaval —dijo Duff después de haber escuchado algunos comentarios—. Por eso, siéntate y…
—Espera, deja que hable, Duff —dijo el alcalde—. Oigamos a dónde quiere llegar. Por favor, Morus, continúa…
—Lo que quiero decir es que el Enemigo nos necesita para devastar nuestro valle y volver a gobernar. Ya ha enrolado a muchos, los vimos ayer. Ahora bien, vosotros sois iguales a esos monstruos, nosotros vivimos con vosotros, sacad la conclusión…
—Sácala tú, en vista de que pareces saber tantas cosas.
—¡Es sólo cuestión de tiempo! Por las buenas o por las malas, todos os pasaréis a su lado. Nosotros seremos aniquilados y la Oscuridad volverá a imperar. He estudiado la historia, señor Burdock, no soy ningún tonto. Por eso, más vale aliarnos todos con Él y dejar de sufrir.
Vainilla y yo nos miramos estupefactas, y lo mismo hicieron Flox y Devién.
—¡NOSOTROS NO SOMOS COMO ELLOS! —oímos gritar a Grisam desde el árbol. Todos los presentes se volvieron hacia él.
—Quiero decir… nosotros no somos como ellos —repitió Grisam volviendo a sentarse.
—Exacto, nosotros no somos como ellos —le hizo eco su tío Duff. Los asistentes volvieron a mirar el estrado.
—No te ofendas, amigo —intervino Lilium Matagon—, pero ayer faltó un pelo para que no te golpeara. Te confundí con uno de esos lobos tan grandes como caballos, sólo que tú eras mayor y dabas más miedo. Por suerte, en un momento dado hablaste, si no…
—Es verdad, a mí también me pasó —dijo Alcanfora Luke.
—Nosotros no somos como ellos —repitió Duff.
—A mí también me pasó —dijo Matricaria Blossom—. Y si he de decir la verdad…
—¿NO HAS OÍDO A MI SOBRINO? ¡NOSOTROS NO SOMOS COMO ELLOS! —explotó el mago de la Oscuridad—. Vosotros sólo os fijáis en el aspecto externo, pero yo hablo de lo que tenemos dentro, aquí, en el corazón. ¡Nosotros somos distintos!
—Por eso, según vosotros, los monstruos contra los cuales luchamos ayer, ¿fueron en otro tiempo Mágicos de la Oscuridad… «malos»? —preguntó Morus Voltar—. ¿O bien no sabéis que el Enemigo usa la tortura para convencer a quienes captura de que se pasen a su bando?
Al oír esas palabras, Dalia se desmayó entre los brazos de Cícero, y Vainilla y yo nos unimos en un abrazo.
—¿Qué sugieres que hagamos, Morus? —preguntó el alcalde.
—Aliémonos con él, espontáneamente, dejemos de combatir y salvémonos. ¿Qué otra elección tenemos?
Duff se dirigió a los asistentes:
—¿Es eso lo que queréis? —preguntó muy serio—. ¿Aliaros con el enemigo?
De la Plaza se elevó una voz particularmente sonora.
—Yo no quiero irme de Fairy Oak —dijo Filadelfo McMike abrazando a su Mordillo—, pero reconócelo, Duff, ¿qué futuro tenemos en este valle? Quizá la idea de aliarse no sea tan mala.
—Al menos salvaremos a nuestros hijos.
—Y nuestros barcos —masculló el Capitán Talbooth.
—¡Basta! —dijo Tomelilla levantándose—, hablar no sirve de nada, Él ya está aquí —la bruja pidió a Duff que le dejara un poco de sitio y habló a sus conciudadanos—: Butomus, Lilium… y tú, Filadelfo, ¿no abres tu Taller de Música?
—Bueno, realmente, después de lo que ha ocurrido… —se burló el señor McMike.
—Pero, Filadelfo, ¡Fairy Oak no puede vivir sin tu música! Y tú, Marta, y tú, Vic, ¿hoy no hay exquisiteces? Rosie, querida, veo a tu Flox con nuestra Vainilla: ¿desde hace cuánto son amigas?
—Desde que nacieron, Tomelilla —contestó Rosie con una sonrisa—. Como nosotras dos.
—Sí, como todos nosotros. Somos amigos desde que vinimos al mundo —continuó Tomelilla— y desde que aprendimos a caminar nos encontramos bajo las ramas de Roble. Como hoy… Conocemos cada una de las piedras de este pueblo, cada arroyo, cada planta, cada lago, cada camino; sabemos dónde maduran las moras más dulces y cada primavera esperamos que florezcan los almendros para la Fiesta del Equinoccio. Prímula, Hortensia, y tú, Matricaria, ¿podrías renunciar acaso a los paseos por los cerros cubiertos de brezo? Lilium Butomus, ¿no os gusta admirar las bandadas que atraviesan nuestros cielos en junio? Talbooth, ¿te has cansado de salir a pescar? Y… ¿dónde están las jóvenes madres? Ah, ahí estáis, Ana, Lavándula, Rosa… ¿no esperáis con ganas llevar a vuestros niños a jugar a la playa?
Las madres asintieron.
—¿De verdad estaríais dispuestos a renunciar a todo eso? ¿Pensáis que no me sería fácil a mí, a nosotros, rendirnos ahora mismo a condición de volver a ver a nuestra Vi? Pero ese no es el camino. Tenemos que luchar como hicieron nuestros padres y los padres de nuestros padres, y no ceder hasta que Verdellano sea de nuevo libre. Y si permanecemos unidos, firmes, venceremos, os lo prometo. E iremos a rescatar a nuestros hijos y a nuestras personas queridas. Y volveremos a vivir nuestra vida, como nos gusta a nosotros. Todos, sin excluir a nadie y…
—¡SE ACERCA UN FORASTERO! —gritó en ese momento el hombre que vigilaba en la torre. Tomelilla interrumpió su discurso.
Los Magos, las Brujas y los Sinmagia que hasta aquel momento habían escuchado en absoluto silencio, cruzaron miradas de angustia y curiosidad. ¿Quién podía ser?
—Quizá sea un solitario, uno de esos que viven en el Paso del Gogoniat —murmuró alguien.
—Si es un solitario, ¿para qué viene aquí?
—¡QUE ME CAIGA UN RAYO! ¡ABRID LAS PUERTAS, DEPRISA! —gritó de nuevo el vigía.
Uno que todavía podía caminar, corrió a descorrer el cerrojo que los herreros habían reparado ya. Desde lo alto de la tribuna, Tomelilla miraba fijamente la puerta y, cuando esta se abrió, pareció que sus ojos veían un fantasma.
—Un bonito discurso —dijo el viejo Meum McDale—, estoy contento de haberlo oído casi entero. Estoy del todo de acuerdo con Tomelilla; nosotros no…
Roble le tocó el hombro y le indicó que mirara hacia donde todos nosotros mirábamos ya con la boca de par en par.
Una niña caminaba hacia la plaza arrastrando los pies por el cansancio.
—¡PERVINCAAAA! —gritó Vainilla saltando de la rama.