¡Fairy Oak está a salvo!
Se fueron tal y como habían llegado.
Marchando en largas filas hacia el monte del que habían bajado, como si su misión hubiera terminado y una voz les hubiera ordenado dar media vuelta, se retiraron silenciosos.
El pueblo humeaba, y desde la playa eran visibles incluso los daños en la vieja torre y la muralla, pero Fairy Oak había resistido.
Con las armas todavía empuñadas y listos para seguir lanzando hechizos, Duff, Tomelilla, Hortensia, Prímula, Lilium, Campánula, el luthier McMike, Alcanfora Luke… asistieron atónitos a la larga retirada.
Cuando el último monstruo desapareció de su vista, bajaron lentamente la guardia. Los Sinmagia dejaron las hachas, los remos, los cantos…, los Mágicos volvieron a su aspecto de siempre.
Que los magos recordaran, aquella había sido una de las batallas más difíciles y terroríficas de la historia, pero habían aguantado. O al menos así lo creían.
Los hombres de la torre, las mujeres de los tejados y las terrazas se retiraron; aquellos que se habían escondido, salieron de sus escondites, y quienes estaban en casa sintieron la necesidad, como todos, de ir a reunirse con los demás en la gran Plaza.
Caminaban con el paso prudente de quienes no creen que la pesadilla ha terminado, mientras la alegría inundaba sus corazones. Sin hablar, los hombres y mujeres, y los niños que el profesor Otis y los demás maestros habían hecho salir de la cueva, todos juntos se dirigieron hacia Roble. El paso se hizo más rápido y el silencio fue barrido por los «¡Viva!» y los «¡Hurra!».
Alguno encendió antorchas y las distribuyó. Otro pensó en las linternas. Pocas habían sobrevivido a la batalla, pero bastaron para iluminar las calles y traer la confianza de nuevo. ¡Qué poder tiene la luz!
Duff salió corriendo a colocar dos en el exterior de cada entrada del pueblo. «Para aquellos que todavía no han regresado», había dicho a Dalia. Inmediatamente después, junto a Tomelilla y tía Hortensia, habían alzado el vuelo para venir a buscarnos.
—¡Un barco! —dijo Grisam.
A Cícero se le escapó una sonrisa triste.
—Es Meum —dijo tranquilo—. Está de pesca… apuesto a que no se ha enterado de nada.
—Deberíais volver al pueblo con él —dije—. El valle es un pantano. Nosotras, mientras, volaremos a avisar a Tomelilla y a los padres de los niños.
—Será mejor que aviséis también a Meum —intervino Grisam— o, miope y sordo como está, nos dejará aquí.
Mientras volábamos hacia el barco del señor McDale, una franja roja en el horizonte separó el cielo del mar.
—El atardecer —susurró Devién.
La tormenta se estaba alejando.
La buscamos toda la noche. Tomelilla, yo y todos los Mágicos del pueblo. Desde los bosques altos hasta el valle de Aberdur, peinamos cada rincón, sin éxito: Pervinca había desaparecido.
Fue una de las cosas más difíciles de soportar de toda mi vida. Y la primera y única vez que le vi lágrimas a Tomelilla.
Cuando volvimos, las estrellas se difuminaban ya en el azul del día. El sol se levantaba, inconsciente de nuestra tragedia.
Dejé que Cícero y Tomelilla consolasen a Dalia, y volé donde Vainilla. La encontré acurrucada en un extremo de la cama de Pervinca, con los ojos llenos de lágrimas y el Libro Antiguo apretado entre sus manos.
—Es culpa de este libro —dijo sacudida por los sollozos—. Si Vi no hubiera leído acerca de ese bastón, no habría salido a buscarlo.
Volé hasta ella y le cerré los ojos.
—Escucha tu corazón, Vainilla. Oye lo que te dice y fíate sólo de él. El miedo es mal consejero y aleja los buenos pensamientos. Pervinca es fuerte y sabrá encontrar el camino a casa. Tiene consigo la brújula y las estrellas de la noche la guiarán hasta nosotros. Mándale estos pensamientos, ella te oirá y regresará. Ahora cálmate, tesoro mío, por favor.
La ayudé a tumbarse y le acaricié hasta que se le cerraron los ojos. Pero incluso con los ojos cerrados, lloraba y un sollozo le hacía temblar de vez en cuando.
—Shhh, todo va bien —le decía entonces.
—Felí —susurró al rato—. Yo no puedo vivir sin ella.
—Lo sé —dije en voz baja—. Lo sé.