Del Libro Antiguo
El valle de Aberdur
Al alba del primer día de verano, Mentaflorida saltó de su camastro y corrió a despertar a su mejor amiga. Estaba tan emocionada que se olvidó de calzarse las babuchas de corteza y ni siquiera se peinó sus largos cabellos rojos. Apartó las ramas del haya péndula bajo la cual vivía y corrió descalza por la colina. De un brinco salvó el arroyo y de otro evitó a un grupo de ocas que iban de paseo. Atravesó los prados todavía húmedos de rocío y, para llegar cuanto antes, tomó el atajo bajo la cascada. Giró hacia el claro de los helechos y por fin…
—¡Es hoy, es hoy! —gritó llamando con fuerza a la puerta de Scarlet-Violet.
—Entonces, ¿es el gran día, señorita? —dijo una voz a sus espaldas.
Mentaflorida se volvió: una hermosa señora estaba bajando al río con su colada.
—Sí, sí, es hoy, bruha Colliflower —contestó Mentaflorida con su graciosa manera de pronunciar la «j».
—¡A ver si esa marmota de Scarlet-Violet se despierta! Tenemos que prepararnos…
—Grita más fuerte, niña, ya verás cómo alguien te oye —replicó la bruja con una sonrisa.
Mentaflorida alzó aún más la voz:
—SCARLET-VIOLET PIMPERNEL, ¡DESPIÉRTATE YA! —chilló tocando con fuerza a la puertecita del árbol. Como nadie abría, y Scarlet-Violet no daba señales de querer aparecer, decidió hacer un último intento antes de empezar a prepararse ella sola. Así que tomó todo el aire que pudo, extendió los brazos, abrió la boca y…
—¡Como chilles de nuevo, te meto este ratón por la boca! —amenazó la amiga, que entretanto había abierto la puerta y sostenía un ratoncito por la cola. Mentaflorida se quedó unos instantes con la boca abierta y el aire en los pulmones, después se deshinchó y sonrió:
—No te atreverías, ¡es tu favorito!
Scarlet-Violet resopló, dejó marchar al ratón y entró con su amiga en la casita:
—¿Es que te persigue un oso?
—No, ¡estoy emocionada! Y tú, ¿cómo puedes dormir en un día como este?
—Estaba a punto de conseguirlo hasta que llegaste tú.
—Perdona, es que…
—¿Has desayunado? Lo dudo.
—No, pero no tengo hambre, se me ha cerrado el estómago.
—¡Por todas las furias del valle, Mentaflorida de los Senderos! ¿Qué se te ha pasado por la cabeza para gritar de ese modo a las seis de la mañana? ¡Qué susto nos has dado! —exclamó la madre de Scarlet-Violet apareciendo por la estrecha escalera de caracol: todavía estaba en camisón y un cómico gorro rosa le envolvía la cabeza angulosa.
—¡Creíamos que nos estaba atacando un dragón! ¡O que el río se había desbordado! ¡Vaya modales!
—Mil perdones, mamá Pimpernel, estoy tan emocionada por la fiesta de esta tarde que… he exaherado un poco, vaya.
—¿Cuándo aprenderéis, vosotras las Brujas de la Luz, a contener vuestras emociones? Todas sois iguales… —comentó la señora Pimpernel de una manera un tanto antipática. Mentaflorida notó con estupor que la madre de Scarlet-Violet tenía la cara verde. ¿Sería por el miedo?
—Es crema de merluza putrefacta, una asquerosidad que se hace ella misma para mantenerse joven —susurró Scarlet-Violet a su amiga.
—¡Apesta! —dijo Mentaflorida tapándose la nariz—. ¿Cómo puede soportarla?
—¡Quizá espera que le desaparezcan las arrugas! —se rio Scarlet-Violet ofreciéndole un pastelillo de rosas.
—¿Por qué no hace que le desaparezcan con la mahia? Es una bruha de la Oscuridad, podría hacerlo.
—Mentita, a ti todavía te falta por aprender la magia que podemos o no hacer, ¿verdad? Pues bien, esta es una de las que NO podemos hacer —explicó Scarlet-Violet metiéndole el dulce en la boca a su amiga.
—Entonfef, ¿cómo ef que tú ayer haf hecho defaparefer tu espinilla? Mmm… qué bueno.
—Bueno, he hecho trampa. Pero una espinilla no es señal de tiempo. ¿Cómo te lo diría? Tienes dieciséis años y esta tarde mirarás en el torrente, ¡tienes que saber estas cosas! Nadie, ni vosotros los Mágicos de la Luz con vuestros bonitos poderes creativos, ni nosotros los Mágicos de la Oscuridad con nuestros grandiosos poderes destructivos, tiene derecho a interferir en la naturaleza de las cosas.
—Umm… algunos lo hacen, sin embargo. ¿Me das otro?
—Sí, claro, ¡los disolutos! Los hechizos de ese tipo alteran el equilibrio de la naturaleza y luego vienen los desastres. Sírvete y pásame la miel, por favor… ¿Te acuerdas de lo que le ocurrió al bosquecillo de nogales del mago Almond?
—Daba frutos en todas las estaciones.
—Exacto. Pero no era un hecho natural, ¿no? Eran los hechizos del mago los que obligaban a los árboles a dar nueces en todo momento.
—Es verdad. ¿Qué hay ahí dentro?
—Té de rosas, sírvete un poco, pero ten cuidado con la taza, si se cae mi madre se transforma en una col… Hablábamos del mago Almond: era feliz, ¿no?, podía degustar guirlache siembre que quisiera. Luego, un día…
—Murió.
—¡Envenenado! El pobrecito había forzado tanto la naturaleza que esta había terminado dándole frutos no comestibles. Por eso, el Sumo Mago prohibió a todos hacer hechizos de esa clase.
—Está bien, ¡pero nunca me pondré crema de merluza en la cara!
—Muy bien; además, no sirve de nada. Lávate con el agua del río y no te expongas al sol. Y cuando necesites una receta mágica, no acudas a mi madre. Madame Burdock, ella sí que sabe de hierbas. Ve a verla.
—¡A tus órdenes! ¡OH NO, LA TAZA!… Eh, ¿has visto lo que he hecho? Se me estaba cayendo, estaba a un dedo del suelo, pero se ha ralentizado y se ha posado suavemente. Qué extraño… ¿has sido tú?
—No, pero ya he dejado de asombrarme. Cosas así me ocurren desde que nací.
—Qué afortunada, yo rompo todo. Ahora vayámonos, por favor, o llegaremos tarde.
—Faltan catorce horas, Menta. Tranquilízate o llegarás a la fiesta agotada.
Mentaflorida no se tranquilizó. De todas formas, no era la única chica del valle que estaba emocionada. Aquella tarde, siguiendo el antiguo rito, todas las brujas dieciseisañeras mirarían en el torrente Baran para descubrir, entre las aguas cristalinas y ruidosas, el rostro de su futuro esposo. Vestirían por primera vez el Traje de la Responsabilidad, más preciado y pesado que sus vestidos habituales, pues las madres lo tejían añadiendo a las madejas de algodón blanco un grueso hilo de plata. Y así, en cada vestido, el hilo plateado brillaba… «como un arroyo que discurre entre la nieve, como el sendero de piedra que lleva a la cima de la montaña, así el camino hacia la edad adulta es vivaz y tortuoso…», como dice la letra de una antigua canción. Las jóvenes llevarían el Traje de la Responsabilidad en todas las ocasiones importantes, hasta que cumplieran veinte años. Después, otro vestido, más rico y aún más pesado, lo sustituiría.
Naturalmente, también era la presentación en sociedad de los jóvenes magos: competirían en pruebas y hechizos de valor, agilidad e inteligencia. Pero antes, todos juntos, brujas y magos, bailarían a la luz de la luna, en la playa blanca de la Bahía de Arran, donde todo estaba preparado para la Fiesta del Solsticio de Verano.
Pero las cosas no salieron así aquella vez…