El Encanto de la Oscuridad

Antes… antes de que los ejércitos rodearan el pueblo, antes de que el alcalde ordenase cerrar las puertas, un momento antes de que el jefe de la ronda diera la señal de alarma, Pervinca, con el mapa apretado entre las manos, había alcanzado la puerta sur de Fairy Oak y desde allí había tomado el camino del bosque.

La vista de los ejércitos que avanzaban debía haberla decidido a dar media vuelta de inmediato, pero en cambio se detuvo simplemente, como si una voz hubiese pronunciado con fuerza su nombre, o alguien o algo la retuviera. Durante un largo momento observó los ejércitos negros y experimentó su encanto. ¿Qué prodigio podía unir a un número tan considerable de Mágicos de la Oscuridad? ¿Hacia qué sueño marchaban, compactos como un solo hombre?

Porque de esto se trataba, Pervinca estaba segura. ¿Qué otra cosa podía empujar a esas criaturas terroríficas a actuar con tanta determinación, sino el deseo de hacer realidad un sueño? ¿Y qué inmensa potencia podía dirigir un ejército tan vasto… de qué mente prodigiosa había surgido un sueño tan… enorme?

Era una visión extraordinaria y la joven bruja se quedó absorta, incapaz de moverse o de recordar a qué mundo pertenecía ella realmente.

Hasta que un recuerdo de su vida en el pueblo se deslizó en su mente: volvió a ver a su hermana Vainilla a merced del Enemigo, en el faro. En aquel instante, el encanto desapareció y el terror la recorrió de la cabeza a los pies. Tenía que huir, volver a Fairy Oak, volver a sí misma.

Pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó ante las puertas, las encontró cerradas. Las golpeó y gritó, pero el fragor del avance cubría el sonido de su voz. Desesperada, consiguió transformarse en un ratoncito y huir antes de ser arrollada.

FOsep

La joven Vi corrió con el corazón latiéndole en la garganta y casi sin aliento. Las hierbas y las irregularidades del suelo que desde pequeña salvaba de un solo paso, ahora eran bosques y colinas.

Se metió en la madriguera de un topo, después en la de un lirón que dormía profundamente; evitó un hormiguero y, finalmente, entró en la de un ratón de campo. Desde allí, corriendo por debajo de la tierra, alcanzó la linde del bosque.

Antes de salir, sacó la cabeza y se aseguró de que todo estuviera tranquilo.

En su fuga, había perdido el mapa, pero en ese momento el bastón-espada ya no le interesaba. Quería alcanzar Frentebosque lo antes posible y refugiarse en casa de los Poppy para luego volver a la suya. Si es que para entonces existía todavía.

Se alzó sobre las patitas posteriores y olisqueó el aire: olía a hongos y hojas húmedas, pero no a peligro, por lo tanto… «¡Vía libre!». Con mucha prudencia, salió.

No le dio tiempo ni a dar un paso cuando una gruesa bota se le puso delante cortándole el camino.

FOsep

—Terminarás en el nido de un búho si no te transformas cuanto antes —dijo una voz de tono amable y familiar. Una mano la levantó con cuidado, y Pervinca vio el rostro de un hombre sonriente. No parecía un emisario del Enemigo. Pero entonces, ¿quién era? ¡Estaba segura de no haberlo visto nunca!

Trató de desprenderse de la mano, pero al mirar abajo se lo pensó mejor: estaba demasiado alto, si se caía se haría daño. No le quedaba más remedio que transformarse, como había dicho el forastero.

—¡Mucho mejor así! —exclamó el hombre al verla aparecer en su aspecto normal.

Pervinca notó que tenía sujetas las riendas de un gran caballo negro. «Hace un momento no estaban ni el uno ni el otro, ¡y miré bien!».

—¡No miraste detrás de ti! —dijo el hombre.

—¿Leéis mi pensamiento? —preguntó asombrada.

—No, pero he supuesto que estabas preguntándote cómo es que no me viste.

—¡Ni os oí!

—Eso es mérito de mi Noson, pesa como una montaña, pero tiene el paso silencioso de un gato; es una de sus muchas cualidades —dijo el caballero acariciando al caballo.

—¿Quién sois?

—Me llamo Humulus Bellepor y vengo de Arrochar.

—¿La… la Roca?

—Sí —reconoció el hombre. Su expresión seguía siendo amable, y Pervinca se fijó en que tenía un hermoso rostro. Era muy alto y, pese a que una capa negra lo tapaba de la cabeza a los pies, Pervinca percibió su elegancia.

—Así pues, ¿sois un emisario del Enemigo? —preguntó sin retroceder ni un paso.

—Soy el mensajero de confianza de aquel que, sospecho, vos llamáis el Terrible 21. ¡Qué nombre más bobo!

—Parecéis un caballero y, sin embargo, sonreís mientras tu amo está devastando mi pueblo y a su gente. Si de verdad eres su mensajero, si puedes hablar con él, decidle que se detenga, ¡os lo ruego!

—Yo no tengo ese poder. Pero tú, sí.

—¿Yo, cómo? —lloró Pervinca.

—Encuéntrate con Él. Ahora mismo si quieres.

—¿En… encontrarme con Él?

—Sí, deja que te lleve adónde está, te escuchará. Pero tendrás que escucharle también tú, porque tiene cosas importantes que decirte.

—¿Decirme a mí? —Pervinca vaciló: lo que tantas veces le había ocurrido en sueños se hacía realidad. La misma voz, las mismas palabras… Dio un paso atrás y tuvo la tentación de huir. Pero tampoco lo logró esta vez—. Estás mintiendo —dijo con la cara roja—. El Terrible 21 no tiene rostro ni voz, ni escucha a nadie.

—Te equivocas… —dijo el caballero.

—No, no me equivoco. Todo el mundo lo sabe, ¡lo dice la historia! Él es la tortura, el devastador de nuestro valle, un ser horrible y cruel.

—Puede adoptar muchas formas, eso es cierto, y desde luego no es muy tierno con quien se cruza en su camino —dijo el hombre un poco más serio—, pero tiene mente, y corazón.

—¿Cómo puede tener corazón quien es capaz de hacer esto? —exclamó Pervinca señalando hacia el pueblo asediado—. ¿Cómo se puede estar del lado de quien devasta y mata?

—Fíate de mí —dijo Humulus volviendo a sonreír—, deja que te conduzca ante Él y todo esto cesará.

—¿Por qué?

—Porque es a ti a quien quiere.

—Ya he vivido este momento —dijo despacio Pervinca—. En mi sueño, daba la espalda a mi familia y a mi pueblo. Ahora nunca lo haría.

—No te estoy pidiendo que traiciones a tu pueblo, Pervinca.

—Tú no, pero Él…

—Él te hablará de un sueño. Vi, tú eres el lado oscuro de una medalla que no debería existir, ¡pues el otro lado es luz!

—No…, no lo entiendo —balbució Pervinca.

—Quizá ahora no, pero si te unes a nosotros, verás un futuro que ni siquiera imaginas. Entenderás qué quiere decir ser «Uno» y no la mitad de uno. Hemos aceptado demasiado tiempo compartir el Infinito Poder con los Mágicos de la Luz. Es hora de que el Poder sea de nuevo uno solo, ¡y sólo será Oscuridad! Alíate a nosotros, bruja, y una gran luna negra reinará sobre la Tierra. Conviértete en el brazo de su mente, ayúdanos a llevar a cabo su plan, y el Infinito Poder será todo nuestro.

—¿Su… su plan?

—¡El Imperio de la Oscuridad, Pervinca! ¿No es eso lo que siempre has soñado?

—Yo…

—¿No dijiste que querías ver las estrellas de cerca? ¿Hablar con los animales y volar también de día? ¿No sufres respetando normas que confinan tu poder en una estrecha mitad? Pásate a nuestro lado, Vi, y las estrellas vendrán a ti, el día no existirá más y tu poder será por fin libre, pues las tinieblas reinarán día y noche.

—Y los Mágicos de la Luz, los Sinmagia, ¿qué será de ellos?

—Vivirán en la Oscuridad y pronto se acostumbrarán. Nadie les hará daño, te lo prometo.

—Si voy a hablar con Él, ¿tú estarás cerca?

—Por supuesto.

—¿Y… si no acepto?

—¡Tienes que aceptar, Pervinca! Mientras Vainilla y tú estéis juntas, siempre habrá un rayo de sol impidiendo nuestro sueño, ¿no lo entiendes?

—Si acepto, ¿cesará el ataque?

—¡Te doy mi palabra!