¡Empinadaorilladerriachuelorroto!
La delgada corriente discurría en medio de un prado de musgo. Pendiente arriba, el agua caía entre los helechos en pequeñas cascadas creando minúsculos lagos cristalinos y un sonido melodioso.
—Profesor, soy Shirley, necesito hablaros.
Nadie apareció.
—Profesor, si fuera tan amable de mostrarse, ¡es urgente que le pida una cosa! Han llegado unos forasteros hoy a la granja, buscaban a las gemelas.
—No me sogpgende en absoluto. Esas dos atgaen los pgoblemas como la miel a las abejas.
Un enorme sapo, abrumado por el peso de su piel rugosa, apareció desde debajo de un helecho y avanzó lentamente hasta una piedra situada justo delante de Shirley.
—Oh, buenos días, profesor, perdonad si vengo a molestaros sin habernos citado, pero creo que es importante. Creo que Pervinca y Vainilla están en peligro.
—Habla con calma, muchacha, de modo que pueda entendeg.
—Cuatro jinetes. Me han hecho muchas preguntas y, luego, querían que los llevase a casa de los Periwinkle. Naturalmente, yo he dicho que no, porque…
—Te han pagecido poco ggecomendables. Bien hecho, muchacha. No se habla con desconocidos.
«En realidad, los he dejado entrar en casa», estaba a punto de decir Shirley, pero luego pensó que no era buena idea.
—Sospeché de ellos desde el primer momento, profesor. Y cuando Mr Berry sacó la lengua azul, tuve certeza del peligro. Para ser sincera, ha dicho dos palabras. Una la he entendido, era «peligro», pero la otra…
—A ese bicho le falta todo el vocabulagio y la ggamática: no pgonuncia aún los agtículos, no conjuga un solo vegbo, no emplea conjugaciones…
Mr Berry fue a esconderse en el pelo de Shirley y, cuando estuvo seguro de que no lo veían, despotricó con grandes gestos contra el sapo.
—No se enfade con él, sólo es un ratón. Ha empezado a estudiar hace poco…
—¿Poco? ¿Diez años son pocos según tú? —gritó el profesor—. Tse, es como paga ggeírse. Al menos segá capaz de repetig la palabga, ¿o no?
—Adelántate, Berry, no tengas miedo, el profesor no te quiere hacer daño. Sólo tienes que repetir lo que me has dicho a mí antes.
Mr Berry se asomó tímidamente sobre el hombro de Shirley.
—¡Ggepítelo, ggatón!
—Qüicksqüiriqüick —pronunció Berry.
—¡Más fuegte, no te oigo!
—¡QÜICKSQÜIRIQÜICK! —gritó entonces el ratoncito perdiendo la paciencia.
—¡No estoy sogdo, habla como es debido! —le reprendió otra vez.
Mr Berry se frotó el morro con las patitas y, con la cabeza gacha, repitió por tercera vez:
—Qüicksqüiriqüick.
—Entendido, ggacias. Puedes igte.
Sacudiendo la cabeza, Mr Berry volvió a refugiarse entre los rizos de su ama. El profesor, mientras tanto, había vuelto la espalda a la niña y regresaba a su agujero.
—Y bien, profesor, ¿qué ha dicho?
—¿Eh?
—La palabra que faltaba, ¿cuál es?
—Es ayeg paga pasado mañana y pasado mañana paga ayeg. Adiós.
—Gracias, profesor. Volveré pronto a clase —se despidió Shirley.
En el camino de vuelta, Mr Berry chilló toda su desaprobación.
—Sí, ya sé que no es simpático y es un prepotente contigo, pero necesitamos a alguien que nos instruya, Berry, no podemos permanecer como unos ignorantes. Y además, siempre tiene una respuesta para todas nuestras preguntas.
Mr Berry chilló de nuevo.
—Se dice «adivinanza», Berry, no «andavinanza», apréndetelo de una vez. Tienes razón, sí, el profesor responde siempre con una adivinanza; si no, sería demasiado fácil y todo el mundo le vendría a importunar con sus preguntas. De todos modos, es culpa tuya: si pronunciaras un poco mejor las palabras, yo no tendría ninguna necesidad de preguntarle lo que dices.
Mr Berry no replicó.
—Es ayer para pasado mañana y pasado mañana para ayer —repitió Shirley Poppy—. Mmm… veamos… Eh, ¿cómo ha llegado esto hasta aquí?