¡Hasta pronto, Shirley Poppy!
Los jinetes habían llegado a la granja de los Poppy a primera hora de la tarde y habían sorprendido a Shirley en el establo. Cuatro jinetes al lomo de cuatro caballos negros. Habían pedido agua, para los caballos y para ellos cuatro, y Shirley Poppy, gentilmente, los había invitado a entrar. Mientras la «señora» de la casa les preparaba un buen té reparador y varias garrafas de agua fresca, los forasteros, que habían sido acomodados en la sala de la chimenea, miraban a su alrededor maravillados.
—Extraño, ¿eh? —dijo el más elegante de todos, al que los otros llamaban «Jefe»—. Apuesto a que nunca habéis visto ninguno de los objetos que hay en esta habitación. Crol, dime qué es esto según tú.
—¿Un candelabro, Jefe?
—No, es una bandeja para las tacitas de café. La usan algunos pueblos del Lejano Oriente. Y ahora tú, Entad: este gran huevo todo decorado…
—Vos lo habéis dicho, Jefe, es un huevo.
—Ya, pero… si lo abres, dentro hay un servicio de vasitos para licor. Es de porcelana preciosísima.
—¿Y qué hay dentro de este florero, Jefe?
—Nada, ¡es una tetera!
—Una tetera… ¿Y esa estatua?
—Es una estufa. Tócala, estará ardiendo.
—¿También lo es aquel soldado de madera?
—No, eso es una colmena.
—¿Cómo es que sabes todas estas cosas, Jefe?
—He viajado mucho mientras vosotros habéis permanecido tan parados como piedras durante siglos.
El Jefe rio con ganas mientras sus compañeros observaban la casa de Shirley, ahora con desconfianza.
—¿Y esto qué será? —preguntó uno de ellos alzando una estatuilla.
—Es el metro de mi tía, lo va dejando por todas partes. Es un poco despistada, tienen que perdonarla —dijo Shirley entrando en la habitación con el té y las garrafas.
—No tendríais que haberos molestado, señorita…
—Me llamo Shirley Poppy.
—Estábamos admirando los maravillosos objetos de vuestra casa, señorita Shirley.
—Son regalos que a mis padres les hicieron cuando recorrían el mundo como actores en su carromato.
—Ciertamente, recibieron muchos —comentó el Jefe.
—¡Y los conservaron todos! —murmuró Etag, el segundo al que el Jefe le había preguntado.
—¿Dónde están ahora vuestros padres?
—Oh, vivo con mi padre y mi tía. Y con nuestros animales. Saluda a nuestros invitados, Mr Berry.
Mr Berry lanzó por los aires tres bolitas azules y, con la habilidad de un malabarista, se las comió al vuelo una tras otra.
—¡Qué ratón más hábil! —sonrió el Jefe—. ¡Pero no me he presentado todavía! Me llamo Humulus Bellepor, caballero de Arrochar.
—¿La Roca? —preguntó Shirley.
—Oh, no. No es la Roca de Arrochar, sino la región. Está un poco más lejos… —precisó el caballero riendo.
—Ah, no lo sabía —dijo Shirley.
—¿Puedo preguntaros a qué escuela vais? Estáis muy lejos del pueblo.
—Sí, de hecho tengo un profesor sólo para mí.
—¿De verdad? Qué práctico. ¿Y quién es?
—Se llama Rannock Moore, pero no creo que lo conozcáis —dijo Shirley sonriendo.
—No, en efecto. ¿De dónde viene?
—Pues, a decir verdad, no es un ser humano. Es un sapo. Vive cerca de aquí, en el arroyo de Empinadaorilladerriachuelorroto, en las cascadas. Yo lo llamo profesor Diccionagio, porque pronuncia «g» en lugar de «r», pero sabe un montón de palabras y siempre tiene la que me falta. ¿Queréis conocerlo?
—Oh, nos gustaría mucho —respondieron los caballeros riendo y dándose con el codo. Quizá pensaban que Shirley estaba un poco chiflada.
—Esperábamos encontrarnos con gente por estos lugares —intervino su Jefe—, pero parece que desde que el Enemigo asedia vuestra hermosa región, nadie sale de casa, ¡ni siquiera los niños!
—Qué sola debéis de sentiros aquí, sin amigos…
—Tengo a mis animales, y a veces voy al pueblo a ver a mis amigas.
—¿Hace mucho que no las veis?
—Varios meses ya. Pero espero convencer a mi padre para que me lleve pronto a Fairy Oak.
—O bien esperáis a que ellas vengan a veros. ¿Lo hacen alguna vez?
—Sí, una vez, pero ahora, como vos mismo habéis dicho, nadie sale ya.
—Si queréis, podríamos acompañaros a casa de… ¿cómo se llaman vuestras amigas?
Mr Berry chilló dos veces y mostró la lengua.
—Sois muy amable, señor Bellepor —contestó Shirley—, pero tengo que atender a mi tía y, además, mi padre estará aquí dentro de poco.
En ese momento, alguien tocó a la puerta.
—Llegas tarde, ¿dónde estabas? —preguntó Shirley al perro que entraba todo juguetón de alguna correría. Barolo trotó alrededor de los invitados, pero, al contrario de lo que normalmente hacía, empezó a enseñar los dientes y a gruñir.
—Barolo, ¿qué modales son esos? —le regañó Shirley.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Bellepor—. Gracias por su amabilidad y hasta pronto, Shirley Poppy.
Cuando los jinetes abandonaron su casa, Shirley corrió a ponerse la capa.
—¡Vamos a casa de Rannock Moore! —dijo a Barolo y a Mr Berry.