Por fin una certidumbre
Aquella noche, en el cuarto, Pervinca nos contó con pelos y señales lo que le había dicho tía Tomelilla en la Habitación de los Hechizos, saltándose sólo las últimas palabras que habían intercambiado.
—Por eso no sabré nunca si Scarlet-Violet encontró a Duffus, ni si Mentaflorida volvió a ver a sus «padres»… ¡no es justo! —protestó Vainilla.
—Yo también lamento que no haya un segundo libro, Babú, pero ¿qué podemos hacer? —dijo Pervinca—. Si se perdió, se perdió.
—Por suerte, Tomelilla se acordaba de Nieve y de cómo se convirtió en tata; si no, creo que ahora estaría llorando —dije.
—¿Tenemos algún otro libro que leer para dormirnos? —preguntó Babú.
—En realidad, tía Tomelilla me ha dicho que pensemos un poco en el que acabamos de terminar antes de pasar a otro. Pero, si quieres, papá me había dado un libro de aventuras, sobre piratas y cosas por el estilo. Me prometí que lo leería más tarde y lo puse ahí arriba. Espera…
Pervinca se apoyó con la punta de los pies sobre la cama para alcanzar el libro, pero se tambaleaba, así que se apoyó en la librería e hizo caer una pila entera de libros sobre la telaraña de Regina.
—¡NOOO! —gritó.
Vainilla se llevó las manos a la boca:
—¡Madre mía! —murmuró.
—¡Quieta, quieta! ¡No te muevas! —avisé a Vi volando a buscar la araña—. Podrías aplastarla. Quédate quieta donde estás.
Pervinca permaneció inmóvil. Aparté los libros uno a uno: la tela ya no estaba, la habían arrastrado. ¿Y Regina?
—La buena noticia es que aquí no está —dije—. Así que no la han aplastado. La mala es que ahora tenemos que buscarla.
—Eso no es ningún problema —dijo Pervinca más tranquila—. Lo importante es que esté viva. Apenas se calme, saldrá de su refugio y volverá a tejer la tela.
—Pues sí, la suya estaba un poco maltrecha —comentó Vainilla—. Ahora podrá por fin hacerse una nueva.
Pervinca se puso seria de nuevo:
—¿Qué has dicho, Babú?
—¿Yo? Que la telaraña de Regina estaba un poco maltrecha. Sin querer ofender, naturalmente, pero tenía unos agujeros que, para atravesarla, tenía que hacer acrobacias.
Esas palabras trajeron a la mente de Vi la conversación que ella y Grisam habían mantenido en el jardín del colegio: «¿Cómo se sabe si una araña es de verdad una araña y no un mago transformado?», le había preguntado. «¡Rompiéndole la tela!», había contestado Grisam. «¡Sólo una araña sabe hacer una telaraña perfecta!».
Un terrible pensamiento empezó a darle vueltas a Pervinca: «Si Regina es una verdadera araña, ¿por qué no ha reparado nunca la telaraña?».
—Tenemos que encontrarla —dijo—. ¡Ahora!
—¿Y cómo?
—Ayudadme a separar la cama.
—¿Pero no prefieres esperar a que salga sola?
—Sí, pero luego has dicho una cosa, Babú, que me ha hecho cambiar de idea. Y ahora tengo una sospecha atroz.
—¿Qué sospecha? —pregunté yo.
—¡Que Regina no sea una araña!
—¿QUÉ?
—Ve a llamar a tía Tomelilla, Felí, rápido, mientras nosotras la buscamos.
—Ni pensarlo, yo no os dejo aquí solas con una falsa araña de la que no sabemos siquiera quién es. Id vosotras mejor, yo me quedo aquí con ella.
—«Ella» no está aquí —dijo Vainilla—. Iré yo a llamar a la tía, vosotras seguid buscándola.
—¡Date prisa!
Mientras Babú corría escaleras abajo, Pervinca empezó a mover los libros de la estantería, uno a uno, lentamente…
—Prepárate, Felí —susurró—. Toma un pañuelo y, si la ves, tíraselo encima. ¡Y no grites!
—Está bien.
—¡Hay una araña en nuestra habitación! —gritó Vainilla abriendo de par en par la puerta del invernadero donde su tía estaba trabajando.
A Tomelilla casi le da un síncope.
—¿Es que quieres matarme de un susto? ¿Qué modo de entrar es este? Pues claro que hay una araña en vuestra habitación, ¡se llama Regina y está ahí desde hace dos años!
—No, ¡quiero decir una falsa araña! —insistió Babú.
—¿Qué historia es esta, nunca habéis tenido miedo de las arañas vivas y ahora os va a asustar una araña falsa?
—¡Es una falsa araña viva! —trató de explicar Vainilla.
—¿Es que Regina se está haciendo la muerta?
—¡Nooo! Estoy diciendo que Regina no es Regina, sino un mago, ¡o una bruja!
—Santo cielo, Babú, ¿por qué no lo has dicho antes?
—¡Lo he dicho!
—Avisa a tu padre… Ah, no, que no está.
—¿Dónde está?
—Te lo digo después, ahora vamos arriba, ¡deprisa!
Oímos a Tomelilla y a Vainilla subir a toda prisa la escalera e irrumpir en nuestra habitación:
—Bien, ¿dónde está?
—Aquí, la hemos encontrado —dije.
—Apartaos, yo me ocupo —exclamó Tomelilla.
—Ya no hace falta.
—¿Por qué?
Pervinca hizo una señal a su tía y a su hermana para que se acercaran: Regina había reaparecido en un rinconcito encima de la cama y estaba atareadísima reconstruyendo la telaraña.
—¡Parece una araña normalísima! —exclamó Tomelilla.
—¡Lo es! —afirmó Pervinca orgullosa.
—Entonces, ¿para qué me habéis llamado?
—Su desorganización me había alarmado —explicó Vi, encantada con la maestría de su araña—. No lograba explicarme por qué Regina tenía su telaraña en mal estado: temía que no fuera capaz de arreglarla.
—Bueno, consuélate, Pervinca —dijo Tomelilla—, tu madre y yo tenemos las mismas dudas respecto a tu desorganización: cuando vemos el montón de ropa sobre tu silla, no conseguimos explicarnos cómo es que no la guardas en su sitio y tenemos la sospecha de que nuestra Vi no es una niña, sino ¡una araña borracha!
Las niñas estallaron de risa.
—Deberías aprender la lengua de los animales, Vi, como Shirley Poppy —dijo Vainilla—. Tú y Regina podríais descubrir que tenéis más cosas en común.
—Muy graciosa, Babú —comentó Pervinca.
—Piensa en las bonitas conversaciones que tendríais: «Dime, Regina, ¿tú qué agujas usas para hacer tu tela? Yo las del número dos, finas, ¡así sale más resistente!». «Yo, en cambio, babeo un poco por aquí y otro poco por allá…». «¡Qué interesante! ¿Y qué vas a comer esta tarde?».
«Bah, había pensado en rollitos de moscas muertas…». ¡Puaj!
Era bonito verlas así, riéndose a sus anchas. Babú no perdió su sonrisa ni siquiera cuando se enteró de que su padre había salido para indicar a los hombres de la ronda las zonas de mayor riesgo del pueblo.
Nada de aquella tarde alegre y despreocupada hizo presagiar lo que pronto ocurriría…