El origen del poder
Tomelilla tomó un libro muy estropeado y viejo que estaba encima de todos los demás.
—Para entenderlo, quizá te sería de ayuda conocer una historia —dijo—. Una historia que rara vez se cuenta, tan antigua que su origen se pierde en la noche de los tiempos. Su trama está hecha de verdad y de leyenda, pero es difícil decir dónde acaba una y empieza la otra. Se funden en el mismo tejido como hilos de dos madejas distintas. ¿Estás lista?
—¡Listísima!
—Tienes que saber entonces que lo que voy a decirte te llevará lejos, lejos del pueblo, lejos del valle de Verdellano, lejos de nosotros, lejos de lo que conoces y te resulta familiar, muy lejos de tu tiempo. Cierra los ojos, Pervinca, y escucha… —Tomelilla abrió el viejo libro, pasó la primera y la segunda páginas, y se paró en la tercera. Leyó algunas líneas, después de lo cual levantó los ojos, suspiró y empezó a contar…
»Hubo una vez una Era, muy antigua, en la que, según se dice, Luz y Oscuridad eran una misma, un único poder. Quien lo poseyó gobernó sobre la Tierra durante muchos milenios en paz y armonía, haciendo sonar juntos, como un director de orquesta de oído perfecto, el día y la noche, el frío y el calor, lo bonito y lo feo, la lluvia y el sol, sin descuidar ni una sola tonalidad. La Tierra era preciosa.
»Los ancianos te dirían que aquella fue la Era del Principio. El principio del fin. Pues ya entonces alguien lo traicionó. Sin un motivo preciso, repentinamente, dio la espalda a la armonía y al equilibrio. Y sin pedir permiso, impuso la noche al día, la lluvia al sol, el odio al amor y la oscuridad a la luz.
»Siguieron años de guerras y luchas que borraron los matices de la armonía y llevaron al Infinito Poder a escindirse en dos.
»La Oscuridad, poderosa y despiadada, tomó ventaja y durante muchos siglos gobernó sobre la Luz, los Hombres y todas las Criaturas Mágicas. Sin un solo día de luz ni un rayo de sol, la Tierra perdió todos sus colores y su belleza, y se convirtió en un páramo tétrico, lleno de dolor y tristeza. Muchos murieron, otros fueron apresados por los cazadores de Mágicos y vendidos al enemigo, otros perdieron la razón. Los que pudieron huir, huyeron: Brujas y Magos de la Luz, Sinmagia, hadas, elfos… Como un único pueblo, atravesaron las montañas y se marcharon muy lejos.
—¿Y no regresaron nunca? —preguntó Pervinca.
—Regresaron, sí, pero cuando llegó el momento, es decir, mucho, mucho tiempo después.
—¿Cómo supieron que podían volver?
—Alguien los mandó llamar.
—¿Quién?
—Un Mago de la Oscuridad.
—¿Un enemigo?
—Un enemigo arrepentido. Un hombre sabio y valiente, que guardaba en su corazón el recuerdo del equilibrio y luchó contra sus propios ejércitos para volver a traer la armonía.
—¿Y cómo se las arregló un hombre solo contra todos? ¿No tenía miedo?
—Bueno, no estaba del todo solo. Otros como él conservaban ese recuerdo, y se les fueron uniendo otros, cansados de vivir en la oscuridad o conscientes de haberse equivocado: entre todos, estos últimos se revelaron como los aliados más fuertes y fieles.
—¿Qué fue de las Criaturas Mágicas y de los Simpoderes?
—Oh, también el Pequeño Pueblo regresó, pero los Simpoderes no. Después de haber compartido la fuga con los Mágicos, los hombres descendieron hasta los valles del sur atravesando otras montañas y valles, y no se había vuelto a saber nada de ellos. Hasta que…
—Hasta que llegó aquel jinete durante la Fiesta del Solsticio.
—Exactamente. El Sumo Mago sabía de su existencia. Y también los viejos sabios y aquellos que habían leído la historia. Pero los jóvenes no: en aquellos tiempos, la historia no se enseñaba y quien no se daba prisa en informarse se encontraba siempre sin estar preparado cuando lo pasado volvía a ocurrir otra vez. Por eso te di el Libro Antiguo, Vi, para que tú estuvieses preparada, ¡para que supieras! Conocer los orígenes de tu poder, y el mal uso que se hizo de él en el pasado, servirá para hacerte dar los pasos justos en este oscuro presente y en el futuro.
—Ha sido muy interesante, tía, ¡incluso demasiado! Bueno, quiero decir, para mí es más importante ahora que antes saber cómo terminó todo.
—Lo entiendo y siento no poder darte el segundo libro, Vi. Lo he buscado largo tiempo, lamentablemente sin éxito.
—Según Grisam, su tío Duff podría saber dónde está escondido el bastón-espada de Roseto. ¿Crees que es cierto? —preguntó Pervinca.
—Oh, esa historia… —Tomelilla levantó los ojos al cielo—. Duff me lo ha contado mil veces también. Incluso fuimos juntos a buscarlo, pero nunca lo hallamos. Personalmente, creo que el bastón-espada siguió a su dueño y desapareció con él.
—¿Y entonces por qué dice Duff que se encuentra por aquí?
—¡Es cosa de Roble!
—¿Cosa de Roble? —repitió Pervinca estupefacta.
—Una vez nos contó que había asistido a una batalla…
—¿A una? ¡Roble debe de haber visto mil batallas!
—Sí, pero a la que se refirió aquel día no era «una batalla», sino «la batalla». El épico enfrentamiento entre las fuerzas liberadoras de la luz y las tiranas de la oscuridad. Duff y yo lo escuchamos con mucha atención y curiosidad, porque no existen testimonios escritos de lo que ocurrió. Pero desde las primeras palabras nos dimos cuenta de que Roble confundía las referencias históricas y los nombres, y que su punto de vista era, cuando menos, desatinado. Yo me fui casi enseguida. Duff, en cambio, siguió escuchando el relato y, cuando volvimos a vernos unos días después, me dijo que Roble le había revelado el lugar exacto donde Roseto había perdido su «cetro», así lo llamó Roble, y me pidió que lo buscara con él. Excavamos allí donde había indicado Roble, y también un poco más al norte, al sur, al oeste y al este, pero no encontramos nada.
—Según tú, ¿Roble os mintió, tía?
—No, los árboles no saben qué es la mentira: las olfatean en el aire, pero no saben mentir. Simplemente creo que Roble es muy viejo y, como sucede con las personas, ha perdido un poco de su proverbial memoria. A menudo se confunde, ¿lo has notado?
—Sí, pobrecito. Y saluda siempre como si fuera la primera vez que te ve. Ahora, además, se ha obsesionado con esa historia de tener hojas también en otoño… ¿Puedo quedarme con el Libro Antiguo un poco más?
—Por supuesto, tesoro, quédatelo cuanto quieras. Pero no vuelvas a sacarlo de casa, existen muy pocas copias y ni siquiera podría pedir a Duff el suyo, ¡sufriría demasiado separándose de él!
Pervinca salió por la puertecita, pero volvió a entrar justo después.
—Si oyese la voz del Enemigo, ¿me asustaría?
—Depende —dijo la tía.
—¿De qué?
—De qué parte estés.
—¿Pero estaría bien que me asustase?
—Sí, a menos que…
—¿A menos que qué?
—Que tú seas la bruja más valiente de todos los tiempos. ¿Lo eres?
—Espero serlo, tía.