Sombralevedenieveviene
Era un hada.
—Ya, pero ¿era un hada niñera como Felí? El libro es un poco confuso sobre esto.
—El libro es confuso porque en aquellos tiempos las hadas no tenían esta clase de cometidos. Los Mágicos se valían de ellas para coser los Trajes de la Responsabilidad, y quizá también para remendar, pero el Pueblo Luminoso no participaba en la vida de las brujas y los magos. Y a las hadas esto les venía muy bien. A ellas tampoco les agradaba mezclarse con nosotros.
—Entonces, ¿por qué usaban esos nombres tan complicados?
—¡Empezaron a usarlos en ese momento! Durante milenios, el pueblo de los Mágicos y el de las Hadas ignoraron incluso la existencia el uno del otro. Rudo y anárquico el primero, delicado y amable el segundo, no tenían nada en común. Y cuando se encontraron, lo suyo no fue precisamente, como es de suponer, un amor a primera vista. Los Mágicos sólo vieron en las Hadas el aspecto práctico. Las hadas, por su lado, comprendieron desde el primer momento que tendrían que protegerse de tanta rudeza. Por eso, para evitar que magos y brujas les ordenasen hacer trabajos poco adecuados, o no lo bastante dignos, las Lucecitas empezaron a darse nombres impronunciables y difíciles de recordar.
—¿Y no era el hada niñera de Scarlet-Violet o de Mentaflorida?
—No, pero acabó siéndolo.
—¿Cómo?
—Mira, las hadas, por su naturaleza, quieren a los niños, a todos los niños. Nieve vio nacer a Scarlet-Violet. Más aún, ayudó a su madre a traerla al mundo y les salvó la vida a las dos, pero siempre permaneciendo invisible, así que nadie lo supo hasta que Nieve lo contó.
—¿Y lo contó?
—Oh, sí, pero muchos años después.
—¿Y la creyeron?
—Sí, porque, entre tanto, Nieve se había ganado la confianza y la estima de los Mágicos. Piensa que en los Libros Históricos del Gran Consejo es descrita como la primera hada tata de la historia.
—Pues si Felí ha oído hablar de ella, nunca nos lo ha dicho.
—Estoy segura de que sí —dijo Tomelilla.
—¿Y llevó a cabo valientes hazañas? Quiero decir, para ganarse la confianza que dices.
—¡Le salvó la vida a Scarlet-Violet!
—¡Entonces existe un segundo libro! ¿Puedes dármelo?
—Me temo que no. Si alguna vez hubo un segundo libro, se perdió hace mucho tiempo.
—Vaya, qué pena… Pero entonces, ¿cómo sabes tú estas cosas?
—Me las contaron.
—¿Alguien que yo conozca?
—No, desapareció hace ya mucho tiempo.
—¿Querías a esa persona?
—La quería mucho, sí.
—¿Era la abuela?
—No, no era la abuela.
—Así pues, es justo —prosiguió Pervinca.
—¿El qué? —preguntó Tomelilla.
—¡Creer más a un hada que a un Sinmagia! Nadie cree que el Capitán Talbooth haya sido capitán de fragata, pero todos creyeron a Nieve cuando dijo que había asistido al nacimiento de Scarlet-Violet. Tiene sentido.
—¿Y qué sentido tiene? —preguntó Tomelilla, desconcertada por lo que estaba diciendo su sobrina. Pervinca explicó entonces su punto de vista:
—Los Sinmagia son más débiles que los Mágicos y que las Criaturas Mágicas —dijo—, por eso tienden más al error, a la mentira, a la traición. Es justo.
Tomelilla se maravilló:
—¿Y tú precisamente dices algo así? ¿Tú, que has leído el Libro Antiguo y sabes lo que Roseto hizo a su gente? ¡Vaya, ha sido muy útil!
—En realidad, no estoy segura de saber lo que hizo Roseto, ni por qué lo hizo. Por eso estoy aquí.
—¡Roseto traicionó a todos! En menos de lo que se tarda en decirlo, se alió con el Enemigo y vendió a su pueblo a cambio de poder.
—¿Fue… llamado por él, o fue raptado y llevado a la Roca por el Terrible 21?
—Ah, veo que algo sí has entendido: la Roca, el Terrible 21… sí, fue él quien atacó el valle de Aberdur. Muy bien.
—¿Y llevó a Roseto a la Roca de Arrochar?
—No fue necesario. Roseto se ofreció al Enemigo por propia voluntad.
—¿Cómo? El Terrible 21 no es alguien con quien se pueda hablar, no tiene rostro, no tiene voz, ni orejas…
—¿Has oído a Felí alguna vez chillar al viento?
—Mil veces.
—¿Y has oído alguna vez al viento responderle?
—Nunca.
—Sin embargo, Felí sigue chillándole.
—Sí.
—¿Y por qué crees que lo hace?
—Porque todas las hadas están un poco chifladas.
Tomelilla sonrió:
—Sí, un poco sí que lo están. Pero desde luego sería interesante conseguir dialogar con quienes nos hacen la vida difícil, ya sean personas o el viento o la lluvia. O el Enemigo.
—¿Y eso es lo que hizo Roseto? ¿Habló con el Enemigo?
—Cuando salió de la cueva de las Hadas, las fuerzas del mal lo arrancaron de la tierra y lo arrojaron al fango, sobre las rocas, en las zarzas, mientras él maldecía y gritaba contra ellas. Hasta que, en el límite de sus fuerzas, se preguntó espontáneamente por qué. «¿Por qué?», gritó Roseto con la poca voz que le quedaba. «¿Por qué te ensañas conmigo? ¿Por qué no puedo estar de tu lado?».
—¿Y el Enemigo le contestó?
—Evidentemente, lo eligió para ser su mano derecha.
—¿Le contestó… hablándole?
—No lo sé. Pero sin duda se hizo comprender.
—Me pregunto qué voz tendrá el Enemigo…
—Tenga la voz que tenga, espero que tú, si la oyes, sepas reconocerla, tesoro.
—¿Por qué Roseto no aprovechó aquella ocasión para traer el Mal de vuelta a la región?
—Porque, cariño, cada uno aprovecha a su manera las ocasiones que la vida le ofrece. Pero todavía no me has hecho la pregunta más importante: ¿por qué Roseto raptó a los Mágicos de la Luz y a los Simpoderes?