Del Libro Antiguo

El adiós

Mentaflorida repicó con un dedo en el hombro de su amiga:

—Psst… —susurró— no quisiera alarmarte, pero el árbol de ahí enfrente se ha movido.

—Te estás sugestionando, Menta, ¡ese sauce está ahí desde hace siglos!

—¡Te digo que se ha movido! —insistió Mentaflorida—. Vamos a preguntárselo a Sombralevedenieveviene…

—Si te empeñas en hacer morir de risa a un hada, adelante —replicó Scarlet-Violet.

—Entonces no se lo preguntaré. Vero si nos ataca, ¡será culpa tuya!

Apretada a Scarlet-Violet, Mentaflorida pasó por delante del sauce con los ojos cerrados y… no ocurrió nada.

Sólo que, nada más pasarlo, Menta se volvió y…

—¡AH! —gritó.

—¿Qué te pasa?

—¡Me ha saludado!

—¿Quién?

—¡El sauce!

—¡Menta!

Andaron y andaron acompañadas por el murmullo de los árboles y el retumbar de los truenos en la lejanía, cuando de repente:

—Hemos llegado —anunció el hada.

—Yo veo piedras —dijo Scarlet-Violet—, pero no parecen las ruinas de la Roca.

—¡Ya está, nos hemos perdido! —exclamó Mentaflorida.

—¿Pero quieres parar? No nos hemos perdido, el lugar es este, el hada tiene razón, sólo que es… distinto. Es como si… —Scarlet-Violet tuvo un escalofrío—. ¡Es como si alguien hubiera reconstruido la Roca! —dijo.

—¿Esta noche? —inquirió Mentaflorida incrédula.

—Sé que suena extraño, pero así es.

De cuatro saltos, Scarlet-Violet salió del bosque y alcanzó al hada.

—¡Espérame! —gritó Mentaflorida.

En ese preciso momento se oyó un ruido a lo lejos y Sombralevedenieveviene les hizo una señal para que se escondieran.

—¡Rápido, rápido! ¡Detrás de ese arbusto! —susurró. Un caballo, que salía del bosque, llegó al trote y se paró justo delante de ellas. Mentaflorida sintió sus grandes narices jadeantes rozarle la nuca. Scarlet-Violet le hizo un gesto para que no se moviera.

—Debe de ser el jinete que llegó ayer —murmuró. Pero el hada, junto a ellas, dijo «no» con la cabeza. El estupor de su rostro empujó a Scarlet-Violet a levantarse y mirar por encima del arbusto:

—¡Roseto! —exclamó en voz baja. El mismo, y no estaba solo. Otros caballos ya le estaban dando alcance, y otros jinetes: Sándalo McLoad y su hermano, Crocus Pills, Creulon Deb, Elderberry Barks… los mismos tontos sinvergüenzas que las habían sorprendido en la cueva. Y luego:

—¡El padre de Duffus! Y Silver Birch y… ¡mi padre! —susurró Scarlet-Violet desconcertada—. Van a luchar contra los recién llegados, pero ¿de dónde han sacado esos caballos?

—Yo creo que a los recién llegados ya los han hecho prisioneros —dijo Sombralevedenieveviene. Tirada por cuatro caballos, llegó en efecto una gran jaula negra en la cual Scarlet-Violet y Mentaflorida reconocieron al jinete. Estaba atado y con él había otros hombres y mujeres que las muchachas no habían visto nunca.

—¿Pero es que se han vuelto locos? —se preguntó Scarlet-Violet—. ¿Por que los han metido en esa jaula?

—Y ahí llega otra —murmuró Mentaflorida.

Lo que vieron las dos amigas dentro de la segunda jaula las dejó sin respiración. Y sin esperanzas.

—¡Son mis padres! —exclamó en voz baja Mentaflorida.

No eran los únicos Mágicos que Roseto y sus compañeros habían apresado: con ellos estaba también el Sumo Mago, el Mago del Tiempo y muchos de sus queridos amigos.

—Han capturado a todos los Mágicos de la Luz —murmuró Scarlet-Violet. Mentaflorida hizo ademán de salir del escondite, pero Scarlet-Violet la detuvo justo a tiempo—: ¿Quieres que te capturen a ti también?

Roseto alzó un brazo y la columna reanudó la marcha.

—Como anunció mi Señor, la Roca está lista para acoger a los prisioneros —dijo al pasar junto al arbusto; a su hermoso rostro lo atravesaba una mueca horrible.

—Tú eres el elegido, jefe. El oscuro Señor del Mal te ha elegido como su mano derecha. Dinos qué tenemos que hacer —habló Creulon Deb.

—Entregaremos a los Mágicos de la Luz y a los Simpoderes —respondió Roseto con decisión—; luego volveremos al pueblo y obligaremos a los Mágicos de la Oscuridad a aliarse con nosotros.

—¿Crees que aceptarán?

—Sí, ya sucedió una vez.

—¡Tenemos que detenerlos! —dijo Mentaflorida arremangándose—, ¡usemos la magia! ¡Lancemos un hechizo y liberémoslos!

Scarlet-Violet la detuvo:

—Si fuese tan fácil, lo habrían hecho ya ellos mismos, ¿no crees? Debe de haber algo… algo en esas jaulas…

—No las habíais visto nunca, ¿verdad? —preguntó el hada—. Sois demasiado jóvenes. Son las jaulas de los cazadores de Mágicos. Tan antiguas como el odio, desaparecieron de este valle cuando los dos poderes, ahora separados, aprendieron a convivir en paz. Eso ocurrió hace varios siglos. Se creía que habían sido destruidas con el mal, y en cambio…

—¿Por qué los prisioneros no tratan de escapar? Los Mágicos podrían hacerlo fácilmente —preguntó Scarlet-Violet.

—Quien entra en ellas cae presa de un terrible encantamiento: sus ojos dejan de ver, sus orejas de oír. Una profunda calma envuelve a los prisioneros, los cuales, como borregos, se dejan llevar… Shhh, ¡nos han oído!

Uno de los hombres de Roseto se detuvo y bajó del caballo:

—¡Hay alguien en el bosque! —gritó—. ¡He oído voces que vienen de esa dirección!

—¡Alto! —ordenó Roseto a la columna—. McLoad, ¡ve a ver qué sucede y cuéntamelo!

Sándalo McLoad volvió atrás y galopó hacia el arbusto. Scarlet-Violet habló entonces a Mentaflorida:

—¿Te acuerdas de cuando te dije que debías confiar en ti y creer en tus posibilidades?

—Sí —contestó Mentaflorida.

—¿Me creíste?

—Sí.

—¿Me creerás si te digo que lo que ahora deberás hacer nos salvará a nosotras y a nuestro pueblo?

—No…, pero lo haré de todos modos sí tú me lo pides.

—Conviértete de nuevo en una bonita mariquita y escóndete en el bosque hasta que yo vuelva.

—¿Por qué, a dónde vas?

—A buscar ayuda, Menta. Pero primero tendrás que convertirme en un águila para que pueda volar también de día. Sólo tú puedes hacerlo.

Mentaflorida miró a su amiga en silencio: Scarlet-Violet sabía que no le salían nada bien esos hechizos.

Sándalo McLoad se apeó del caballo y, sin darse cuenta, pisó la manga de Scarlet-Violet:

—Ahora, Menta, antes de que sea demasiado tarde —susurró.

Mentaflorida bajó los ojos un instante y, cuando los volvió a levantar, su expresión era seria y consciente. Acercó sus manos abiertas hasta la cara de su amiga, cruzó los pulgares y, simulando el movimiento del vuelo, le susurró:

—Tú eres águila, yo lo sé.

Un momento después, un resplandor dorado envolvió a Scarlet-Violet.

La magia espantó a los caballos, y los hombres, pie a tierra, tuvieron que alejarse para no ser pisoteados.

—¿Qué ocurre ahí? —gritó Roseto, fustigando y espoleando a su caballo hacia el arbusto. Habría pisado a Mentaflorida y al hada si una espléndida águila blanca no hubiese alzado el vuelo en ese momento delante de él.

El caballo de Roseto se encabritó y retrocedió.

—¡Vámonos de aquí! —gritó dando patadas a la pobre bestia—. Sólo es un águila, ¡no hagamos esperar a mi Dueño!

Mentaflorida y el hada se quedaron quietas hasta que el último caballo se alejó. Sólo entonces Mentaflorida volvió a abrir los ojos y, volviéndose hacia el hada, preguntó:

—¿Qué tengo que hacer ahora?

—No llores, Mentaflorida —dijo el hada— y ten confianza en quien te quiere. Transfórmate en una mariquita y escóndete en el bosque. Si necesitas ayuda, dirígete al viejo sauce. Es una criatura muy amable, sobre todo con los niños. Yo tengo que seguir a Scarlet-Violet y asegurarme de que logra encontrar al que busca.

Mentaflorida miró el cielo cubierto sobre su valle, sorbió otra vez con la nariz y lentamente se envolvió en sí misma. Un momento después, una pequeña mariquita roja con pintas negras, y una manchita color lila al final de una de las alas, se encaramaba entre las hojas y las ramas.

El hada la miró adentrarse en el bosque:

—Buena suerte, Mentaflorida —le deseó desde lo más profundo de su corazón—. ¡Nieve volverá pronto a buscarte!