Un poder demasiado poderoso

La noticia corrió por el colegio tan veloz como el viento y desencadenó un enorme jaleo. Maestros y alumnos huyeron en todas direcciones. Sólo la profesora de matemáticas y ciencias, la bruja Margarita de Transvall, tuvo el valor de salir al jardín:

—Escupe ese ratón, Scarlet, ¿o prefieres que te devuelva a tu forma con un ratón en la boca? —dijo. Evidentemente, ¡Scarlet se había tomado en serio su nueva condición!

—¡PERVINCA PERIWINKLE! —gritó en ese mismo momento la señora Euforbia Flumen, directora del colegio—. ¡A MI DESPACHO, INMEDIATAMENTE!

—¿Quieres que vaya contigo? —le preguntó Vainilla.

—¡Deberías ir tú, y sola! —le contestó secamente Pervinca—. Si alguna vez mantuvieras cerrada tu bocota…

La señora Flumen encerró a Vi en una habitación donde había colgado un enorme pergamino:

—¿Lo habías visto? —preguntó arisca.

—Es el Código Brujeril —contestó Pervinca.

—Muy bien. ¿Y lo has leído?

Mi tía nos hace leer un artículo cada día y nos lo explica.

—Si no supiera que eres la sobrina de la gran Tomelilla, diría que tu tía se saltó, precisamente, ¡el Artículo Uno! Pero eres sobrina suya, de la pobre Lila de los Senderos; de ella, tan buena y sabia, qué disgusto vas a darle…

—Yo no quería transformar a Scarlet. Se me ha escapado, estábamos hablando de víboras y…

—¿Se te ha escapado? —la señora Flumen se aterrorizó—. ¿Tienes idea de lo que pueden provocar tus poderes?

—Empiezo a tenerla —respondió Pervinca.

—Escribe el Artículo Uno diez veces en la pizarra, Pervinca, y luego vuelve a clase —ordenó la directora—. Voy a ver si han rescatado a esa víb… a Scarlet.

FOsep

Poco después, la ronda de día dio la alarma y los maestros acompañaron a sus grupos al refugio subterráneo. Ocurría una vez al día más o menos, y los niños ya se habían acostumbrado. En fila, cada uno con la mano sobre el hombro del anterior, bajaban los escalones de piedra que llevaban desde el colegio a la cueva y allí esperaban el aviso de que el peligro había pasado.

FOsep

—¿Qué ha sido esta vez? —preguntó Vainilla mientras volvían. Pervinca no contestó.

—Ha sido una falsa alarma, Babú —le expliqué—. El señor Coclery interpretó mal el movimiento de una nube.

—Ah, ¿qué te pasa, Vi, estás enfadada conmigo? —preguntó todavía Vainilla al notar la cara seria y enfurruñada de su hermana.

—Sí —contestó ella.

—¿Por qué?

—No deberías haber contado tu sueño por ahí.

—¡Esta sí que es buena! —exclamó Babú—. Ahora resulta que es culpa mía que hayas convertido a Scarlet en una víbora.

—¡Lo es! —declaró Pervinca.

—Ya te he dicho que yo sólo se lo he contado a Flox, no sabía que Scarlet estuviese espiando.

—Vale, vale. Pero no debes contárselo a nadie más, ¿has entendido?

—Sólo es un sueño… —protestó Babú—. Y además, ¡es MI sueño! —añadió para sí mientras Vi entraba la primera en casa.

FOsep

—¿Hay alguien? —pregunté cerrando la puerta. Cícero apareció desde la sala:

—No, hoy estamos solos. Mamá ha sido absorbida por los preparativos de la Asamblea y Lala Tomelilla está ocupada en una especie de preasamblea con los Sumos Magos. Estoy haciendo de comer.

—¿Huevos podridos? —preguntó Vainilla.

—No, puré de coliflor —contestó Cícero molesto.

—Habrían estado mejor los huevos podridos.

—Yo no tengo hambre, ¿puedo subir a la habitación? —preguntó Pervinca.

—¿Estás bien, tesoro?

—Sí, sí, es sólo que estoy un poco cansada.

—Como quieras. Si cambias de idea, estamos aquí.

—Gracias, papá.

Aquella no fue lo que yo llamaría una comida deliciosa, pero desde luego Cícero se había esforzado y Vainilla procuró no dejar nada en el plato.

—Era peor el olor que el sabor —dijo.

—¡Uau! Me lo tomaré como un cumplido, Babú, gracias —dijo Cícero.

—Le llevaré un poco a Pervinca, a lo mejor ya le entró el hambre.

—Buena idea. Yo vuelvo al estudio.

Subimos juntas con la bandeja, sobre la cual papá Cícero había puesto también una servilleta limpia, un vaso de agua fresca y una ramita de bayas azules.

—¡Almuerzo en la habitación para la princesa de las tinieblas! —anunció Vainilla entrando. Pervinca sonrió. Estaba tumbada en la cama y leía el Libro Antiguo.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Babú.

—Mmm… un poquito.

—¿Continúas leyendo la historia sin nosotras?

—No, estoy releyendo algunas partes para entenderlas mejor.

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—¡FELÍ, TUS ANTENAS PROVOCAN INTERFERENCIAS EN LA RADIO! —gritó Cícero desde el estudio—. «¡HAZ ALGO!».

¿Y qué podía hacer? ¡También tenía que estar en alerta para proteger a las niñas, ¿no?!

—¡LO INTENTARÉ, PERO NO SÉ CÓMO PUEDO EVITAR LAS INTERFERENCIAS! —contesté.

Cícero subió el volumen de la radio:

—Duff… Duff… Duff, ¿me oyes? ¡Corto y cambio!

Bzzz… bzzz… bzzz… bzzz… Cíc… bzzz… bzzz… no te oig… bzzz

—¡Está bien! —dije—. Salgo un momento, ¡pero que alguien esté pendiente de las niñas!

FOsep

Debió de suceder entonces… cuando salí y las dejé solas. Quizá Pervinca encontró algo en el Libro Antiguo, o volvió a pensar en lo que le había dicho Grisam, no sé. Pero si hubo un momento en que puso a punto su plan, fue sin duda aquel, pues yo no me enteré de nada hasta que los acontecimientos se precipitaron sobre nosotros.

FOsep

Cuando volví a entrar, Cícero había abandonado el estudio, y Vainilla y Pervinca leían el Libro Antiguo