Del Libro Antiguo
El bosque
Al alba, Scarlet-Violet se asomó a la entrada de la cueva: ya no llovía y el viento había cesado. De todos modos, parecía que el cielo se hubiera desplomado sobre el valle. El horizonte estaba negro. Las nubes tocaban el mar y descargaban lluvias de fulgores rojos. Si Scarlet-Violet hubiese tenido que imaginar el fin del mundo, se lo habría imaginado así.
—Oooh… —murmuró Mentaflorida a sus espaldas—. ¿Y ahora? ¿Cómo volveremos a casa?
«¡Si es que existe todavía!», pensó Scarlet-Violet.
El puente sobre la cascada se derrumbó; el torrente quedó reducido a un amasijo de piedras, fango y troncos, y la carretera que llevaba al pueblo ya no existió.
—Daremos un rodeo y atravesaremos el bosque —dijo. Mentaflorida se extrañó:
—¿Quieres atravesar el bosque? ¡Pero es peligroso!
—Menta, mira a tu alrededor. ¿Ves algo que no parezca peligroso?
—Entonces quedémonos aquí, aunque me gustaría que vinieran también mis padres… Y los tuyos. Por cierto, ¿dónde está Roseto?
—No lo sé. Cuando me desperté, ya no estaba —respondió Scarlet-Violet sin volverse—. La calle ha sido borrada, Menta, no creo que llegue nadie. Tenemos que bajar nosotras. ¿Te sientes capaz? Un momento: es de día, aunque no lo parezca, y tú eres una Bruja de la Luz: puedes volar. ¿Te sientes capaz de volar sola hasta casa, Menta?
—¡No!
—Lo sabía… —dijo Scarlet-Violet—. Por eso haremos lo que he dicho.
Se tomaron de la mano y bajaron la pendiente con mucho cuidado hacia el torrente. La tierra se desmoronaba bajo sus pies y no había nada a lo que aferrarse. Por suerte, un hada voló en su ayuda. Era siempre la misma hada, joven y tenaz.
—Si apoyáis los pies en estas raíces, ellas os sostendrán. Son raíces de árboles antiguos, siembre podéis fiaros de ellas.
Scarlet-Violet y Mentaflorida siguieron el consejo del hada y, lentamente, lograron bajar sin caerse.
—¿Y ahora? —preguntó Mentaflorida, cubierta de fango de la cabeza a los pies.
—La tormenta ha abierto un camino en el bosque, ¿ves? Y va precisamente en la dirección correcta —respondió Scarlet-Violet—; pasaremos por ahí.
—¿Quieres ir hacia las antiguas ruinas?
—¿Preferirías escalar la montaña?
—No, no, pero… las ruinas… odio esa roca, me da miedo.
—Lo sé, pero desde allí llegaremos al mar y, por la costa, alcanzaremos la playa y, quizá, nuestras casas. Ven con nosotras… ¿cómo te llamas, hada?
—Con mucho gusto. Me llamo Sombralevedenieveviene —respondió el hada.
Mentaflorida se agarró a una punta del vestido de Scarlet-Violet y las tres juntas se adentraron en el bosque.
Caminaban despacio, por el borde del que parecía un laaargo y aaancho camino entre los árboles. Lo raro era, sin embargo, que no había ni rastro de árboles abatidos. La tormenta debía de haber arrancado de raíz a miles para abrir un paso tan grande, pero ¿dónde estaban los troncos y las enormes copas?
Avanzaban en silencio, sin dejar de mirar hacia atrás. El hada iba delante y ellas la seguían. De vez en cuando, la llamada de un pájaro o el «plof, plof» de las gotas de agua que resbalaban de las hojas las asustaban.
—Según tú, ¿es verdad lo que se dice de este bosque? —preguntó Mentaflorida a Scarlet-Violet en voz baja.
—¿Lo de que los árboles se apartan al cantar una canción?
—Sí.
—Yo no oigo canciones ni veo a las raíces paseando —contestó Scarlet-Violet.
—Yo tampoco… ¡mehor! —respondió Menta acoplando sus pasos a los de su amiga.