Otra vez al colegio

Cuando cerré el libro, el sol ya empezaba a asomarse por la línea del horizonte y en la escarcha de la noche se reflejaban sus rayos.

—¡¡AHHH!! ¿QUÉ ES ESE RUIDO? —chilló Flox asomándose desde debajo de las mantas.

—Es el despertador de Babú… —gruñó Pervinca.

—Ah, sí. ¿Dónde está? No lo veo…

—Se habrá caído detrás de la mesilla.

Flox saltó de la cama y lo apagó.

—Pero ¿cómo podéis despertaros siempre así en esta casa?

—Cuando no estás tú es peor, porque el ruido continúa durante tres o cuatro minutos. Eres todo un resorte.

—¿Y Vainilla no se muere del susto?

—Babú ni lo oye.

—Me lo habíais dicho, pero no me lo creía.

—Es una Bruja de la Luz, Flox, ella se despierta con el sol… y a almohadonazos.

—Hada mía, el corazón me late a mil —dijo Flox metiéndose otra vez en la cama—. Devién, ¿te has asustado también esta vez?

¿Devién?

—Se está recuperando —dije—. No te preocupes. Veamos, ¿a quién le toca ir al baño?

—Me toca a mí —gorjeó Vainilla volando fuera de la cama.

—Miradla qué avispada ella. Buenos días, ¿eh? ¿No has oído nada? —la saludó Flox.

—Oír no, pero sentir…, he sentido tus pies helados cuando has vuelto a la cama —respondió Vainilla—. Han sido ellos los que me han despertado.

Por turnos, Vainilla y Pervinca se lavaron y vistieron, después de lo cual, sentadas en la cama, esperaron pacientemente a que Flox terminara de ponerse todo su guardarropa: primero los pololos de algodón beige; después la combinación a cuadritos color ciruela, también de algodón; sobre ella, el vestido de punto de largas mangas color perejil, un poco más corto que la combinación, y sobre el vestido de punto el baby de grandes vuelos, escocés, más corto que el vestido de lana. Pero todavía no había terminado: sobre el baby se puso una vieja rebequita rosa, y encima la capa roja.

—¡Estoy lista! —dijo por fin.

—¿Estás segura de no haber olvidado nada? —le preguntó Pervinca—. Mira bien, lo mismo queda algo en el armario.

—¿Tú crees? A lo mejor tienes razón, me faltan los calcetines.

—Estaba bromeando, Flox. Y de todas formas, los calcetines ya los tienes puestos, uno de cada color.

—Sí, pero estos son los primeros calcetines, los largos. Me faltan los calcetines cortos… mira debajo de ese montón de vestidos, por favor.

—Están aquí —dijo Vainilla—. Y por supuesto, también son de colores distintos. ¡Sólo tú estás guapa vistiéndote con los colores del arco iris, Flox!

—Me gustan los colores, ¿qué puedo hacer?

—Nada. No hagas nada, estás perfecta así.

FOsep

En la Plaza del Roble, las niñas quisieron pararse a tomar la merienda en la Tienda de las Exquisiteces. Fuera del establecimiento, Vic Burdock, el dueño, estaba leyendo una proclama que alguien había pegado a su puerta.

—¿Ha fijado el alcalde la fecha de la Asamblea? —pregunté.

—Eso parece —contestó—. Es dentro de tres días.

—Tomelilla se pondrá muy contenta —comenté.

—Vaya, perdonadme, estoy leyendo y no os dejo entrar. Por favor, por favor… Marta ha hecho unas nuevas rosquillas que estoy seguro de que os gustarán muchísimo.

—¿Son de chocolate? —preguntó Vainilla.

—No, pero llevan el nombre de vuestros valientes padres —respondió el señor Burdock, que era el padre de Grisam y el hermano de Duff Burdock.

—¿¿De verdad??

—Después de la captura del intruso, Marta estaba tan contenta que se pasó toda la noche haciendo rosquillas. Y cuando le pregunté qué nombre debía poner en el cartelito de la vitrina, me contestó: «Rosquilla Cídube, por Cícero, Duff y Bernie».

—Mmm… están buenísimas —dijo Vainilla.

—Tomad, una bolsita por cabeza. ¡Invita la casa! —dijo la señora Marta.

—¿Iréis a la Asamblea, señora Burdock? —preguntó Vi.

—¿Qué modales son esos? —intervine—. La señora Marta no tiene por qué informarte de sus planes.

—No importa, Felí. También Grisam siente mucha curiosidad por la Asamblea. Le gustaría participar, pero no estoy segura de que admitan a los niños.

—Precisamente era la pregunta que estaba a punto de haceros. En el anuncio no se dice nada, así que…

—Seguro que tu tía lo sabe, Pervinca. Pregúntaselo esta noche, así mañana podrás decírselo a Grisam.

—Así lo haré, señora Marta. Gracias.

FOsep

Antes de proseguir hacia el colegio, Vainilla hizo que crecieran algunas hojas en las ramas de Roble, que le estuvo muy agradecido. Sus lentas y ruidosas «gracias» acompañaron a Babú hasta la entrada del colegio.

—¿Por qué Roble te da las gracias? —le preguntaron algunas compañeras.

—Por las hojas. Y porque he arrancado el anuncio del alcalde que alguien le había pegado al tronco. ¡Pobrecito, como si fuera una puerta!

—He sido yo, Periwinkle uno, ¿algo que objetar?

—Yo no, pero si pasas bajo las ramas de Roble, ponte primero un cojín en el trasero. ¡Quien ha probado sus azotes, no los ha olvidado! —rio Babú.

FOsep

Cuando sonó la hora del recreo, Pervinca salió a esperar a Grisam en el jardín, como habían acordado. Para que los niños no se sintieran demasiado oprimidos por las nuevas normas anti-Enemigo, el cuerpo docente del Colegio Horace McCrips había determinado, de común acuerdo, prolongar el recreo: ¡de veinte minutos a toda una hora!

Como Grisam tardaba, Vi sacó el Libro Antiguo y, por fin en soledad, empezó a leer…