La ronda
Con el jirón de tela negra en la mano, Duff, Bernie y Cícero se lanzaron fuera del pub a la caza del emisario del Enemigo.
Muy pronto la noticia se propagó por el pueblo: las madres, ayudadas por las hadas, recluyeron a sus hijos en casa y atrancaron las puertas, mientras los hombres bajaban por las calles armados de remos, rastrillos y bastones. Desde hacía mucho tiempo no existían armas de verdad en Fairy Oak.
Siendo tres y estando de ronda, Cícero y sus compañeros se ocuparon de inspeccionar la muralla externa y el puerto, las zonas más peligrosas. En cambio, el resto de los hombres se repartió por las calles y las plazas iluminadas por los faroles.
—¿Habéis visto algo? —gritaba de vez en cuando una voz.
—No, ¿y tú?
—¡Nada!
También Roble participó en la búsqueda. De hecho, desde lo alto de sus treinta metros veía todo el pueblo. Encerradas en la sala de la chimenea, oíamos su vozarrón dar valiosas informaciones, aunque lentas, a los hombres.
—NAAADIE EN LA MURAAALLA NOOORTE, LA CAAALLE HAAACIA EL OEEESTE ESTAAÁ LIIIBRE…
—¿Creéis que lo encontrarán? —preguntó Dalia.
—Quizá no debería decirlo —respondió Rosie Polimón, la madre de Flox—, pero en el fondo de mi corazón espero que haya huido, ¡no quisiera que mi Bernie y tu Cícero se encontraran ante un emisario del Enemigo!
Toda la familia Polimón se había refugiado en nuestra casa, y poco después llegó también Devién.
—¡Creo que tendremos que ir a ayudarles! —me dijo—. Nosotras las hadas podríamos ser muy útiles.
—¡NO! —exclamó Babú—. Ya está papá ahí fuera, ¡sólo falta que vaya también nuestra hada!
—Sin embargo, Devién tiene razón —dije y miré a Tomelilla. Ella respondió a mi mirada con un leve gesto.
—¡Si pudiese, os transformaría a ambas en pisapapeles y os mantendría aquí quietecitas! —protestó Vainilla—. Es más, voy a hacerlo ahora mismo…
—¡VAINILLA! —intervino su tía—. Si Felí quiere ir, que vaya; espero que sea prudente. Pero quédate tranquila, tu hermana no se moverá de esta casa.
—Estaba segura —resopló Pervinca. Babú se calmó un poco.
—Voy a ver dónde está tu padre, Vainilla —le dije—. Y me aseguraré de que no le pase nada malo. ¿Eso te tranquiliza?
—Me hace estar más tranquila a mí, Felí —dijo Dalia—. Marchaos, pero sed prudentes, de verdad. De vez en cuando, volved para darnos noticias.
Asentí y volé detrás de Devién.
No tenía miedo; más bien, actuar me daba valor, y enseguida me sentí orgullosa de descubrir que no éramos las únicas hadas del pueblo que habían salido.
Las calles estaban invadidas por nuestros resplandores y cada hada seguía a su cabeza de familia.
—¿Habéis visto a Cícero Periwinkle? —pregunté.
—Está con Bernie Polimón cerrando las puertas del pueblo —respondió un hada—. El mago Duff, en cambio, ha levantado el vuelo…
En casa, mientras tanto, Tomelilla hizo aparecer de buenas a primeras una exquisita sopa caliente:
—No es momento de que te pongas a cocinar, Dalia —dijo.
Dalia se lo agradeció:
—Está muy bien tener a alguien que te lea el pensamiento de vez en cuando.
Flox no se hizo de rogar y aceptó de buena gana un cuenco, mientras Vi y Babú ni se dignaron mirar la cena, estaban en ascuas.
De forma imprevista, Pervinca tuvo una idea:
—Quizá no podamos ir con ellos, ¡pero podemos verlos! —exclamó—. ¡Seguidme!
Dicho esto, corrió al estudio de Cícero y abrió el armario de los instrumentos:
—Vosotras usad estos —dijo al entregar unos gemelos y un catalejo a Flox y a Babú—. Yo usaré el telescopio para escrutar la oscuridad lejana.
—Estamos demasiado abajo —dijo Vainilla—. Deberíamos subir a la habitación de la tía. Desde la torreta se ve mucho más. Pero ¿cómo hacemos para llevar el telescopio? Si se rompe, papá nos mata.
—Tienes razón, Babú. Por eso, no hay otra manera más que esta… —chasqueó los dedos y el telescopio desapareció.
—Uy, ¿y ahora? —preguntaron Flox y Vainilla.
—¡Corred arriba y decidme si ha reaparecido, deprisa! —les ordenó Pervinca.
Las dos brujitas se precipitaron a las escaleras:
—¡ESTÁ AQUIIÍ! —gritó Vainilla—. ¡SUUUBE!
—¿Qué estáis tramando las tres? —preguntó Tomelilla.
—Nada, tía, luego te lo contamos.
Pervinca apuntó el telescopio fuera de la ventana, Flox tomó los gemelos y Vainilla el catalejo:
—¿Veis algo? —preguntó Pervinca.
—¡Un montón de luces!
—Son las hadas, Babú. Mira a ver si ves a Felí; yo, mientras, buscaré a papá.
—Los gemelos no funcionan, ¡lo veo todo negro!
—¡Tienes que quitarle las tapas, Flox!
—Ah, es verdad… Sí, pero ahora lo veo todo borroso.
—Tienes que regular la ruedecita.
—¿Qué rued…? Ah, esta… ¡Oh, ahora sí que veo!
—¡Cuánto me gustaría ser uno de ellos! —suspiró Pervinca.
—¿No te daría miedo? —le preguntó Flox.
—¡No, ningún miedo!
—¡Qué suerte la tuya, yo estaría temblando! Tiemblo de estar aquí.
—¡Eh, mirad, también está Grisam! —exclamó Vainilla.
—¿Dónde, dónde? —peguntó Vi moviendo el telescopio hacia aquí y hacia allá.
—Está allá arriba, ¿lo ves? Cerca de Roble.
—Entonces decía la verdad, es cierto que le permiten salir por la noche. No es justo, sólo porque él es un chico y yo una chica.
—Pero no veo ni a su tío, ni a papá ni a tu padre, Flox.
—¡Yo me voy! —dijo Pervinca. Y antes de que Vainilla pudiese detenerla, salió y voló en dirección a Grisam.
—¡Nooo! ¡La tía te tendrá castigada un siglo! ¡Vuelve aquí! —susurró Vainilla.
—No te oye —dijo Flox.
—No me escucha, que es distinto. Y si grito, además, la tía vendrá a ver qué ocurre y adiós a los días de libertad. Pásame los gemelos, con ellos veo mejor.
Vainilla dirigió los gemelos hacia Pervinca y trató de no perderla de vista.
—¿La ves? —preguntó Flox.
—Sí, esa listilla ha llegado hasta Grisam y ahora él está intentando que vuelva a casa.
—¿Y ella?
—Dice que «no» con la cabeza.
—¡No hay duda de que Vi tiene valor!
—Pero qué valor, ¡pura locura! Ahora se ha tapado la cara para que no la reconozcan. Si papá o Felí la ven, no quiero ni pensar en cómo reaccionarán. ¡Eh, Grisam también se está tapando! ¿Qué te apuestas a que también él está fuera sin permiso?
—¡Entonces los dos son unos locos! —dedujo Flox.
De improviso sonó un grito que paralizó al pueblo entero. Flox y Babú dieron un salto hacia atrás:
—¿Has… has oído? —balbució Flox—. Yo me voy abajo.
—Espera —la detuvo Babú—. Yo también tengo miedo, pero si bajamos sin mi hermana, la meteremos en problemas. Esperemos un momento; si lo oímos otra vez, bajamos y le decimos todo a mi tía, ¿vale?
—Va… vale.
Pasó un momento sin que se oyera de nuevo el grito. Vainilla y Flox estaban por asomarse cuando:
—¡ESTÁ AQUÍ, CORRED! —gritó una voz masculina.
—¡Es la voz del Capitán Talbooth! ¡Lo han encontrado! —exclamó Vainilla mirando a través de los gemelos—. ¡Todos van hacia el puerto!
—Y nuestros padres, ¿están también?
—Espera… No, es decir, todos van vestidos igual, con sombrero, capa… quizá aquel… no, me parecía, pero no es él. Y tampoco veo a Pervinca ni a Grisam. Ya no están cerca de Roble.
—¡Estarán yendo hacia el puerto también!
—Quizá sea mejor que avise a mamá y a la tía.
—¿Se enfadarán mucho?
—Ni te imaginas cuánto, pero si Vi estuviese en peligro… Espera, ¡la multitud está retrocediendo! Miran a alguien que está saliendo del puerto… Vaya, el árbol está en medio y no logro ver quién es.
—¿Qué hacéis aquí? —exclamó Tomelilla entrando en la habitación. A las niñas se les puso el pelo azul del miedo.
—¡Está… estábamos viendo la captura! —respondió Babú.
—¿Lo han atrapado?
—Quizá, pero el árbol está justo en medio y…
—¿Puedo ver? —Tomelilla tomó el catalejo y miró—: ¡Es Duff! —exclamó—. Está sujetando a alguien, y Cícero y Bernie lo ayudan. ¡Es verdad que lo han atrapado!
Vainilla volvió a mirar con los gemelos y por fin vio la escena: rodeados por una densa multitud de Mágicos y Sinmagia, su padre, Bernie Polimón y Duff Burdock estaban llevando a un prisionero hacia el ayuntamiento, mientras Devién y yo los seguíamos. Se puso infinitamente contenta. Pero ¿dónde estaban Grisam y Pervinca?