El jirón de Mordillo
Al pasar por delante de la puerta del pub, Cícero curioseó por la ventanita en forma de ojo de buey y empujó la puerta.
—Aquí estoy —dijo—. Venid…
Sentados a una mesa, el tío de Grisam y el señor Polimón, padre de Flox, charlaban ante dos jarras de cerveza.
—¡Ah, Cícero! ¿De paseo con los niños?
—Los he salvado de las garras del Capitán Talbooth, o mejor dicho, lo he salvado a él de las suyas —contestó Cícero—. ¡Han estado en su caseta!
—¿De verdad? Qué extraño, nunca había dejado entrar a nadie —comentó Bernie Polimón—. Siempre me he preguntado qué será eso tan precioso que oculta.
—Oh, si lo vieras, papá… —empezó a contar Flox, pero antes de que pudiera continuar Pervinca le dio disimuladamente un empujoncito con el hombro y calló.
—Ahora los llevo a casa —dijo Cícero—. Sólo quería saber si el plan sigue siendo el mismo, es decir, lo de esta noche… —mientras hablaba, guiñó un ojo a Duff.
—De eso estábamos hablando, Cícero —contestó el señor Burdock.
—Si te sientas un momento, organizaremos la ronda.
Desde debajo de la mesa se oyó el ruido de una patada.
—¡AY! —gritó Duff agarrándose un pie.
Vainilla se volvió hacia su padre:
—¿¿Haces rondas otra vez?? —le preguntó alarmada.
Cícero miró a Duff y movió la cabeza:
—Mago charlatán —masculló.
—Pero es que siempre te toca a ti —protestó Babú—. ¿No podría ir el padre de otro?
Cícero le cogió las manos:
—¿Te gustaría que el tuyo no cumpliera con su deber? —le preguntó.
—Sí —contestó ella con los ojos brillantes.
—No es verdad, no lo creo. Y además, no hay nada que temer: como ves, estaré en «buena» compañía —prosiguió Cícero. Pervinca fue a abrazar a su hermana.
—Ya me encargo yo de ella, papá —dijo—, no te preocupes.
También Grisam se adelantó:
—Si queréis quedaros, señor Periwinkle, yo acompaño a casa a las chicas.
—Gracias, Grisam. Es muy amable por tu parte, chaval —contestó.
Mientras abandonábamos el local, Duff pidió disculpas a Cícero:
—Lo siento, creía que lo sabían.
—Mago testarudo, ¿no te he guiñado un ojo?
—Ah, ¿era un guiño? Creía que te picaba.
En el camino de vuelta, Grisam hizo lo que pudo para que Pervinca, sobre todo, no se acordara de que le habían llamado «chaval»:
—Son hombres muy capaces —dijo—. Si no hubiera tenido que acompañaros, ¡me habría ido con ellos!
—Nunca te lo habrían permitido, eres demasiado pequeño —replicó Vi.
—¿Bromeas? Tío Duff ya me lo ha pedido una vez.
—¿Y fuiste?
—No, porque también iba de ronda mi padre, y mi madre se habría quedado sola.
—Ah, ya, fue por eso —sonrieron Flox y Pervinca. Vainilla, por su parte, caminaba con la cabeza gacha.
—Hace un frío de perros —dijo toda seria. Debía de estar muy triste, porque no era propio de ella hablar así.
—A propósito de perros —dijo Flox en aquel momento—, ¿aquel no es Mordillo?
—Sí, es él. ¿Qué lleva en la boca?
—¡Ven aquí, bonito! ¡Aquí, Mordillo! —Grisam llamó al perro y logró quitarle de la boca el objeto—. Es un trozo de tela negra —dijo—. Debe de haber desgarrado la capa de un mago.
—Ya, y el mago le ha alcanzado de refilón con un hechizo. Mirad su rabo…
—¡Parece un cerdito! ¡Ja, ja!
—Pero es muy raro, Mordillo no suele atacar a la gente. Mordisquea las cosas y ya está.
—¿Puedo verlo? —pregunté—. Sí, sí, es un trozo de capa.
—Pero míralo: no tiene aire de culpabilidad, pobre perrito —dijo Flox—. ¡Parece más bien orgulloso de su fechoría! ¿Estás orgulloso? Sí, sí, hola, Mordillo, hola.
Mordillo no tenía aspecto de culpable, todo lo contrario. Saltaba juguetón alrededor de los chicos tratando de recuperar su trofeo.
—¿Sabéis qué creo? —dijo de repente Vainilla—. ¡Que Mordillo es un héroe!
—¿Por qué? —preguntó Pervinca.
—Porque para mí que ese pedazo de tela pertenece a la capa de un emisario del Enemigo que ha entrado en el pueblo.
Enmudecieron.
—Creo que Vainilla tiene razón —dijo Devién—. Yo me vuelvo para advertir a Duff y a los demás. Grisam: tú y Felí, llevad a casa a las niñas, ¡deprisa!
Al oír aquellas palabras, Pervinca y Flox se dispusieron a volar, pero Devién las detuvo:
—Prefiero que permanezcáis con los pies en el suelo, ocultas bajo el muro —dijo—. Más bien, corred.
Mientras Devién volaba hacia el puerto, los niños corrieron a toda prisa por la calle seguidos por mí y por Mordillo. De improviso, una figura envuelta en una capa negra les cerró el paso.
—¡AHHH! —chillaron.
—¿Se puede saber dónde estabais? —los interrogó en un tono bastante enfurecido.
—¡Tía Hortensia! —exclamó Flox.
—Qué susto nos habéis dado, bruja Polimón —dije apenas recuperé el aliento.
—¡No te habíamos reconocido!
—Llevo horas buscándoos —exclamó—. Tu madre y tu padre, Flox, están todavía dando vueltas por el pueblo buscándote. Por suerte me he encontrado con Dalia, que me ha dicho dónde estabais. ¿Se puede saber qué habéis estado haciendo en el puerto hasta ahora? ¡Es de noche!
—Estábamos con el Capitán Talbooth en su…
—¡Barco! —intervino Pervinca.
—¿Habéis subido al Santón?
Yo me sentí mal.
—Es una larga historia —intervine—. Flox os la contará cuando lleguemos a un lugar más seguro.
—¿Por qué?, ¿ha ocurrido algo? —preguntó tía Hortensia.
Le hablé de Mordillo y del jirón que llevaba en la boca. Tía Hortensia se consoló al saber que la ronda sería informada y, sin perder ni un minuto más, nos acompañó a casa.