El sueño de Pervinca

El reloj de la plaza dio seis toques: uno… dos… tres… En el silencio de la mañana, los sonidos se reflejaron límpidos y nos sorprendieron en el invernadero, donde todavía estábamos charlando.

—¿Ya son las seis? —se asombró Lala Tomelilla—. No me había dado cuenta de que fuera tan tarde. Seguiremos la Hora del Cuento mañana, Felí —dijo quitándose el mandil—. Creo que ha sido la más larga que hemos tenido nunca. Estoy contenta, de todos modos, porque las niñas han pasado una buena jornada, en estos tiempos no es fácil. Lo único que me disgusta es que Pervinca tenga siempre esas horribles pesadillas. Supongo que tiene que ver con lo que ocurrió. Pobrecita.

—Yo también lo creo —dije—. El incidente está todavía muy reciente y es normal que esté un poco asustada.

—¿Sigue obstinándose en no contarlo?

—¡No suelta ni una palabra!

—Pero es tan raro que sea ella la que tenga esas pesadillas. Me lo habría esperado más de Vainilla, que es más delicada y sensible… —comentó Tomelilla guardando las tijeras.

—Oh, también Vainilla sueña mucho —conté—. Es más, en realidad sueñan juntas. Si Pervinca se agita en sueños, después de unos minutos se agita también Vainilla. Y si Pervinca se despierta gritando, Vainilla también se despierta.

—Ocurre a veces entre los gemelos —dijo Tomelilla.

—¿Que sueñan las mismas cosas?

—Que uno siente lo mismo que el otro, ya sea alegría o miedo.

—Un momento, eso lo sé, pero… ¿también cuando duermen?

—Incluso cuando están lejos el uno del otro.

—Creía que eso era característico de las brujas —dije.

—Brujas y magos pueden sentir lo que sienten los Sinmagia, pero lo que sucede entre los gemelos es algo único y especial, no tiene nada que ver con los poderes mágicos.

—¿Por eso es posible que sueñen lo mismo?

—Sí, es posible… —respondió Tomelilla, y de repente se dio una palmadita en la frente—. ¡Qué tonta soy! ¡Cómo no lo habré pensado antes! Basta con preguntarle a Vainilla.

—¿El qué?

—Felí, ¿Vainilla cuenta sus sueños?

—Eh… sí, ella sí.

—Bien, pues ya está, ¡entonces sabremos lo que sueña Pervinca! Adelante, cuéntame el sueño de Vainilla.

—Bueno, apenas se acuerda cuando se despierta. Menciona a una persona de la que en el sueño sólo ve la mitad, siempre la misma. Dice que le parece una mujer joven, muy guapa y amable. A pesar de ello, le asusta un poco.

—¿Y es todo? —dijo Tomelilla—. ¿Sólo se trata de eso? Entonces, ¿por qué Pervinca se despierta aterrorizada?

—No lo sé —repliqué—, pero es precisamente lo que ocurre: nuestra Vi se despierta gritando, sudando y con la respiración agitada. Y si le pido que me cuente el sueño, me da la espalda y vuelve a dormirse. Y ojo con insistir, ¡se pone hecha una furia!

—Eso es más propio de Pervinca —sonrió Tomelilla.

—Esta noche, sin embargo, me ha dicho una cosa en voz baja que me ha sorprendido —proseguí—. Me ha dicho que no es él quien le da miedo.

—Él, ¿quién?

—Me he hecho la misma pregunta y he pensado en el Terrible 21, pero no estoy segura. Pervinca sólo ha dicho «él».

—No es él quien le da miedo… —repitió Tomelilla pensativa.

FOsep

La Hora del Cuento terminó así. A veces ocurría: Tomelilla ordenaba los útiles mientras meditaba sobre lo último que hubiéramos hablado; apagaba las luces y subía las escaleras hasta su habitación sin despedirse siquiera de mí. A veces volvía minutos después y me pedía disculpas. Si no, golpeaba con el tacón de un zapato en el suelo de su habitación, encima de la nuestra, ¡toc, toc, toc!, lo que quería decir:

«Hasta mañana, Felí. Buenas noches».

Sabía que la Hora del Cuento era el momento de mi jornada que yo más apreciaba porque estaba sola con ella, mi mito, mi faro. Sentarse sobre su cómodo hombro, después de las preocupaciones del día, de las carreras, de las responsabilidades, suponía tal alivio que nada ni nadie me habría impedido vivir ese momento. La necesitaba, necesitaba decirle que todo iba bien, que todo estaba bajo control. Me reconfortaba.

El regreso del Terrible 21 había cambiado nuestras vidas, nuestras costumbres, pero mientras Tomelilla estuviera con nosotros habría esperanza.

¡Toc, toc, toc!, oí sobre mi cabeza poco después.

—Buenas noches a ti también, Tomelilla —me dije a mí misma—. Mejor, buenos días, ¡son casi las siete!