Del Libro Antiguo
Los Simpoderes
Los Mágicos del valle de Aberdur sabían que en algunas regiones, muy lejos, vivía gente distinta de ellos, pero nadie de aquella generación había visto a un Simpoderes hasta entonces.
—¿Quién sois? —preguntaron al recién llegado.
—Me llamo Osvald O’Neily.
—¿Venís solo?
—No, mi gente está acampada a unas millas de aquí. Estaba de reconocimiento, he visto las hogueras y…
—¿Vuestra gente?
—Sí, mi mujer y mis hijos, y las familias que han venido con nosotros. Estamos buscando una tierra para vivir.
—¿Por qué, qué tenía la vuestra para que no os gustara? —preguntó Roseto Pimpernel adelantándose.
—Vaya pregunta, Roseto, sé más cortés —intervino la madre de Mentaflorida—. ¿De dónde venís, caballero?
—Señora, estamos en camino desde hace tanto tiempo, que casi no recuerdo de dónde partimos. La sequía agostó nuestras cosechas y secó nuestros ríos. El hambre y la sed nos empujaron a emprender este largo viaje. Estamos muy cansados.
—¿Y la magia? ¿No os ha ayudado?
—¿Perdonad?
—¿Sois un Mago de la Luz o de la Oscuridad?
—Me temo que sigo sin comprender.
—¿Qué poderes tenéis, señor?
—Oh, ninguno en absoluto. Yo sólo soy el pobre jefe de mi pobre familia.
—No, no, no, no… Quería decir: ¿qué magia sabéis hacer?
—¿Magia? Santo cielo, ninguna. Ojalá supiera.
Los Mágicos se miraron atónitos.
—¿Os burláis de nosotros?
—No me lo permitiría nunca.
—¿Queréis decir que no sabéis transformar la uva en vino o una rama en un bastón de paseo?
—Por supuesto que sí.
—Ah, menos mal, ¡nos habíais asustado!
—No veo, sin embargo, qué magia haya en todo eso —continuó el caballero.
—¡Ahora resultáis impertinente! ¿Qué queréis decir?
El caballero miró perplejo a su alrededor. Luego, con aire circunspecto, hizo una señal a uno de los Mágicos para que se acercara y, hablándole al oído, le dijo:
—Perdonad, pero ¿qué lugar es este al que he llegado?
—¡Es el valle de Aberdur! —respondió el Mágico retirándose.
—Y, naturalmente, vos sois…
—Los habitantes del valle —respondieron los Mágicos a coro.
El caballero suspiró aliviado:
—Excusadme si sonrío —dijo—, pero por un momento he temido encontrarme en presencia de magos y brujas. Magia para hacer buen vino y trabajar la madera… Qué buena broma me habéis gastado. He picado, lo reconozco.
Los Mágicos se miraron entre ellos aún más atónitos y decidieron poner a prueba al forastero:
—Habéis despertado nuestra curiosidad, joven —dijo uno de ellos—. ¿Por qué no nos enseñáis cómo lográis transformar este viejo pedazo de madera traído por el mar en un elegante bastón de paseo?
—¿Ahora?
—¿Por qué no? Si es tan fácil como decís…
—No he dicho que fuese fácil. He dicho que es posible.
—Pues bien, mostrádnoslo.
—Necesitaría un cuchillo.
—¿¿Un cuchillo??
—Sí, una hoja.
—Sea, traedle un cuchillo.
Las brujas se apresuraron a buscarlo en las mesas y enseguida el cuchillo estuvo allí.
—No es la herramienta más adecuada —dijo el caballero aferrando el cuchillo para tartas que le ofrecieron—, pero sabremos trabajar con ella.
Trabajó la vieja madera un rato, recortando y serrando con ahínco. Después, soltó el cuchillo y llevó la madera al agua, donde la restregó entonces con arena. Finalmente, pidió una vela.
—¿Encendida?
—Sí, gracias —dijo el caballero.
Los Mágicos esperaban impacientes.
El forastero trabajó la cera caliente hasta formar una pasta blanda con la que restregó muchas veces el bastón.
—¡Helo aquí terminado! —dijo girando el objeto en el aire y apoyándose en él con aire satisfecho—. ¡Un bastón de paseo!
Los Mágicos estaban pasmados. El nuevo instrumento tenía una empuñadura cómoda y una forma armoniosa. La madera estaba bien pulida, era suave y agradable al tacto.
—Un buen trabajo, ciertamente —dijo Roseto—. Pero habéis empleado dos giros del reloj de arena para crear sólo un bastón de paseo. Yo, en cambio, puedo convertirlo en algo más útil con sólo batir las manos. Así…
El Mago de la Oscuridad dirigió su gesto al objeto y este, en el tiempo que dura un resplandor, se transformó en un bastón de paseo un poco más feo que el anterior. Así, de pronto, los Mágicos no entendieron. Entonces, Roseto empuñó el mango del bastón y, con un hábil gesto, ¡desenvainó una espada! El caballero abrió de par en par los ojos y la boca.
—¡Un bastón de paseo! —repitió Roseto con insolencia—. Y, si se da el caso, también una espada.
Osvald O’Neily miró el bastón-espada unos instantes; luego, su mirada petrificada se posó en cada uno de los Mágicos presentes:
—¿Estoy en peligro? —preguntó con la cara pálida.
—No, si nosotros no lo estamos. ¿Lo estamos? —preguntó el mago más anciano.
—No —respondió el caballero moviendo apenas los labios.
—Entonces, muy bien. ¡Tú y tu gente sed bienvenidos! Avisaremos al Sumo Mago de nuestra comunidad de vuestra llegada y él os dirá qué hacer.
—Venid a beber algo, creo que lo necesitáis.
—Y nosotros también —dijo la madre de Mentaflorida tomando al forastero del brazo.
Roseto recompuso el bastón haciendo desaparecer la espada en su interior y los siguió, mientras Scarlet-Violet corría a buscar a Duffus y su familia.