La picadura de Regina

Esa tarde, Dalia pidió a Pervinca que moviera su cama para alejarla de Regina.

—¡Ni pensarlo! —replicó Pervinca—. Regina se ofendería muchísimo. Si es por las picaduras, te digo que no es ella.

—¿Cómo puedes saberlo? Cuando ocurre, tú estás durmiendo.

—¡Porque nunca lo ha hecho!

—Ha crecido, Vi, ¿no lo ves? Es enorme. Quizá cuando la encontraste era pequeña, pero ahora que es adulta ha desarrollado otros instintos.

—¡No ha sido ella!

—Pervinca, aparta tu cama de la librería como te ha dicho tu madre —ordenó Cícero apareciendo en la puerta de la habitación.

Vi movió su cama hacia el centro del dormitorio, sin respirar siquiera, y se metió en ella dando la espalda a todos.

—Buenas noches —dijo Cícero cerrando la puerta.

—Esta no es una casa, ¡es una prisión! —sollozó Pervinca un instante después.

—Es por tu bien, Vi —dije—. Quizá haya sido de verdad Regina, aunque no lo haya hecho por maldad. Es una araña, y las arañas no son animales de compañía. Regina no es un gatito o un perro. Es posible que desee la libertad, conocer a otras arañas, estar en la naturaleza…

—¿Y por eso me pica? ¿Estás diciendo que ya no quiere estar conmigo? ¿Que me odia porque la obligo a estar encerrada aquí adentro?

—No, no es que te odie. Los animales no conocen ese sentimiento. Quizá te pica para probarte, a lo mejor tiene hambre.

—Ah, tal vez es que no le doy bastante de comer, pobrecita. Ahora que se ha hecho grande necesita más comida. Pobre Regina, qué mamá más mala tienes. Pero, si quieres salir, yo te dejo ir, ¿sabes? Puede que llore un poco, pero seré feliz si tú eres feliz… ¿Cómo se puede saber si quiere marcharse, Felí?

—Se abre la ventana y se espera. ¿Quieres intentarlo ahora?

—No, ahora está oscuro y hace frío… ¡Uy!

Pervinca se tapó la boca con una mano.

—¿Por qué haces eso? ¿Qué has dicho? —preguntó Vainilla.

—Ha dicho que no va a dejar salir a Regina, aunque quizá esta quiera marcharse, porque teme por su seguridad.

—¿Y? Ah, ya entiendo: ha hablado como una madre.

—O una tía, o un hada —añadí con una sonrisa—. Extraños y misteriosos son los caminos que las lecciones de la vida eligen para que las aprendamos, ¿no creéis?

—Bah, dejadme en paz —replicó Pervinca—. Quiero leer el Libro Antiguo, ¡y esta noche lo leeré yo sola!

—¡Bu, buu, buuu, cascarrabias! —se burló Vainilla—. Ahora que estamos tan metidas no puedes abandonarnos. Si no tienes ganas de leer en voz alta, leeré yo. O nos sentamos a tu lado y leemos todas en silencio. Pero leerlo sola… no, no, ni hablar de eso, querida.

—¿Quién dijo que nacer con una hermana gemela es una suerte? —se preguntó Vi alzando los ojos al cielo.

—Nadie —respondí yo.

—Ya me parecía. ¿Dónde nos habíamos quedado?

—Había llegado un forastero…