Del Libro Antiguo

El espejo del futuro

Por fin llegó el momento tan esperado.

En la oscuridad de la primera noche de verano, la cueva de las Hadas se encendió con una luz mágica y vibrante: las muchachas estaban listas. Resplandecientes en sus vestidos blancos y plateados, las diminutas figuras atravesaron el puente llevando una flor y entonando el canto de la noche.

Desfilaban luminosas, en elegante sucesión entre los árboles, camino del torrente Baran, mientras magos y brujas, alineados en sus márgenes, las observaban emocionados. La luna, reflejada en las aguas, esperaba ver resplandecer sus caras. Cien rostros, cien veces reflejados.

Scarlet-Violet fue la primera. Sin dudarlo, se asomó y se vio distinta, como una mujer joven. Guapísima. Después, su rostro desapareció y de un remolino negro surgió el rostro del que la amaría. Un instante, un suspiro y las aguas volvieron a discurrir veloces hacia el mar. Pero ese breve momento bastó para que el corazón de la joven Bruja de la Oscuridad se colmara de alegría. Después se asomó Mentaflorida. Vio cien reflejos de cien momentos felices y un rostro desconocido.

Una tras otra, todas se asomaron y se retiraron, algunas con una sonrisa, otras ruborizabas, desilusionadas o alarmadas, y todas ofrecieron su flor al torrente. Y al futuro.

Avanzaron los chicos, orgullosos y elegantes en sus trajes de fortaleza y honor. Con solemnidad se alinearon detrás de ellas, cada uno con la que había elegido para que fuese su dama en la vertiginosa Danza de la Responsabilidad.

Bajo la dirección del Mago de la Música, una melodía dulcísima invadió el claro y envolvió a los debutantes.

El Sumo Mago batió entonces las manos. Las chicas cerraron los ojos. Sus corazones latían con fuerza: ¿a quién verían al abrirlos? ¿Al mismo muchacho que había aparecido en el torrente? Algunas esperaban que sí, otras que no, pero Scarlet-Violet no se esperaba ver a…

—¿¿TÚ??

—¡Sí, yo! —contestó Roseto.

—¿Qué haces aquí? No puedes ser mi acompañante, ¡eres mi hermano!

—Con el carácter que tienes, nadie se habría puesto detrás de ti, aparte de ese desequilibrado de Duffus Burdock, pero a saber dónde está.

—¿Qué significa «a saber dónde está»?

Roseto agarró la mano de su hermana:

—Nos están mirando: inclínate y finge que estás contenta.

—¿Entonces?

—No se sabe, y punto.

—¿Y dónde ha ido?

—No me lo preguntes a mí, no soy su aya.

Las jóvenes parejas fueron bajando bacía la playa de Arran, donde todo estaba preparado en su honor.

Siguiendo la costumbre, los padres encendieron la gran hoguera en la arena y los jóvenes, a su alrededor, iluminados por las llamas, iniciaron una danza intensa y enloquecida. Largas vueltas, espectaculares piruetas, saltos altísimos… con cada paso los bailarines golpeaban con fuerza la Tierra para que esta supiera que eran valientes.

Un espectáculo magnífico, la Danza de la Responsabilidad. Al final, cayeron al suelo extenuados.

—¿Has visto a Duffus? —preguntó Scarlet-Violet a Mentaflorida. Ambas estaban sin aliento. Mentaflorida sacudió la cabeza:

—Y tú, ¿has visto quién me ha invitado al baile? —dijo sonriendo.

—Sí, el espinilloso Pruno, apodado «el Moras».

—Vaya lengua que tienes. Tiene algún grano en la piel, lo sé, pero es simpático. Mira lo que me ha regalado.

—¿Una pluma?

—¡Una pluma máhica! ¡Sabe escribir!

—¿Y es al Moras al que has visto en el agua, Menta? ¿Es él?

—No, no sé quién era, no conozco su rostro. ¿Tú, a quién has visto?

—¡Tengo que encontrar a Duffus! —contestó Scarlet-Violet—. No veo tampoco a sus padres. Tal vez le haya pasado algo…

—Pregunta al Sumo Mago, él podrá decírtelo.

—¡Ni siquiera él está!

—Quizá lo sepan tus padres.

—Uff, déjalo. ¿Y tu madre, dónde está?

—Allí arriba, comiendo con papá y mí tía. ¿La ves? Detrás de ese… ¡CABALLO!

—¿Qué hace aquí un caballo? —preguntó Scarlet-Violet sorprendida—. ¡Y hay también un jinete!

—Ah, sí, y llama la atención de todos.

Había llegado un forastero.