Vuelve la pesadilla
Tomelilla pasó de largo nuestra habitación y subió al piso de arriba. «Hadadelosdeseos, por favor, haz que esta noche haya Hora del Cuento», rogué.
Pero la casa quedó en silencio sin que ningún ¡toc, toc! viniera a alegrarme. Estaba inquieta y metida en problemas, eso seguro.
Las niñas dormían profundamente, así que volé a la ventana esperando interceptar algún resplandor, ver a las hadas. De improviso oí una extraña voz a mis espaldas. Me volví: Vi y Babú estaban soñando. Tenían los ojos cerrados, pero hablaban. Eran palabras confusas, voces más que nada, pero algo tuve claro enseguida: ¡estaban hablando entre sí! ¡Se llamaban y se respondían en sueños! Pervinca parecía asustada. Babú, en cambio, movía la cabeza a un lado y al otro, como quien trata de ver mejor una imagen borrosa. Y llamaba a Pervinca con extrema dulzura.
—¡VETE, BABÚ! ¡VEEETE! —chilló por su parte Pervinca. El corazón se me salía del pecho.
—Despiértate, Vi. Despiértate, tesoro. Estás soñando —dije.
—¡VETE! —repitió ella llorando.
Cícero irrumpió en la habitación:
—¿Qué ocurre? ¿Quién ha gritado?
—Es Pervinca —dije—. Tiene pesadillas otra vez.
—Aquí estoy, tesoro, despiértate —dijo Cícero tomando a Vi entre sus brazos. Llegó también Dalia.
—He soñado con la bruja por la mitad —le dijo Vainilla espabilándose—. Y ella tenía más miedo que yo.
—¿La bruja tenía miedo? —preguntó Dalia.
—Sí, pero no sé de qué. No había nadie. Sólo yo.
—Entonces quizá tuviera miedo de ti.
—No, no; es más, me pedía ayuda.
—Cómo me gustaría que no tuvierais esos sueños —suspiró mamá Dalia.
—¿Otra vez las pesadillas? —preguntó Tomelilla al entrar. Estaba en salto de cama y su largo cabello blanco le bajaba por la espalda recogido en una bonita trenza. Le sonreí, pero no me prestó atención, tal vez porque en ese momento Pervinca se estaba despertando también.
—Todo va bien, tesoro, estamos aquí contigo —le dijo Cícero. Cuando Pervinca abrió los ojos, Tomelilla vio el terror en su mirada.
—¿Qué has soñado, Pervinca? Dínoslo, puedes confiar en nosotros —le rogó su padre—. ¿Siempre es el mismo sueño?
—Sí —contestó ella volviéndose de lado. Y eso fue todo lo que dijo. Mientras le acomodaba las mantas, Dalia tuvo la impresión de que Pervinca se había vuelto a dormir. Con un gesto, indicó a Cícero que no hiciera ruido y todos salieron de la habitación.
A la mañana siguiente, Pervinca se despertó con una herida en la mano. No era la primera vez.
—¿Te duele? —le preguntó mamá Dalia mientras se la desinfectaba.
—Un poco, pero lo puedo aguantar.
—Otra vez te ha picado un insecto, Vi. ¿Tienes idea de qué puede ser?
—No.
—¿No será Regina?
—¿¿Regina?? ¿Por qué iba a hacerlo? Vive conmigo desde hace dos años y siempre se ha comportado como una araña muy amable. ¿Verdad, Regina? Tú no has sido.
Dalia frotó la herida con una hoja de Semprevivum y untó sobre ella aceite de lavanda.
—Subiré una escoba y un plumero, y vosotras dos haréis una buena limpieza. No me gusta que nadie pique a mis niñas cuando yo no estoy —dijo Dalia haciéndole una caricia a Vi en la mejilla—. ¿Qué vais a hacer hoy?
—¿Te burlas? —replicó Pervinca.
—Es un bonito día, podríais salir a jugar en el jardín.
—Babú, ¿te apetece ir al jardín?
—No mucho, pero, si quieres, vamos.
—No tengo ganas —repitió otra vez a su madre. Dalia abrió los brazos:
—¿Qué queréis que os diga? Afuera está el Enemigo, no podéis ir de paseo. Puede que Felí quiera acompañaros a casa de Flox. ¿Quieres, Felí?
Antes de que pudiera responder, alguien llamó desde la calle.
—¡Es Grisam! —exclamó Pervinca.
Todavía no le había dicho que tía Tomelilla se había enterado de la mentira.
—Si nos pide que salgamos, ¿podemos ir con él?
—Depende de adónde —contestó Dalia—. ¿No le respondes?
—Primero sal.
—Oh, ¡qué de secretos! Ya me voy.
Pervinca abrió la ventana:
—Hola, tú. ¿Cómo estás? ¿Qué sucede ahí fuera?
—Lo de siempre. ¿Qué hacéis?
—A lo mejor una arriesgada excursión por el jardín. ¿Tú adónde vas?
—Al puerto, a llamar a tío Duff. Ha ido a echar una ojeada porque al parecer ha habido algún problema, no sé… ¿Os venís?
—Tenemos que pedírselo a mamá.
—… Y a papá y a tía Tomelilla —añadió Vainilla.
—Vi, antes de que se lo pidas a tía Tomelilla, tengo que decirte una cosa —susurré.
—Espera, Felí, primero se lo pido y luego me la dices.
—No, créeme, Vi, es mejor que te la diga antes. Después decides si hablas con tu tía.
Pervinca lo intuyó:
—¿Lo ha descubierto? —me preguntó apartándose de la ventana.
—Sí —dije.
—¿Por el señor Burdock?
Asentí.
—¿Te ha dicho algo?
—Ni ha respirado.
—¿Pero de qué estáis hablando? —preguntó Vainilla.
—De nada, Babú, métete en tus asuntos.
—¡Eh, qué modales! ¿Por qué me tratas así?
—Perdona, tienes razón. Es que estoy en un lío.
—¿Por qué, qué has hecho?
—He dicho una mentira.
—¿A quién?
—A tía Tomelilla, a mamá… a todo el mundo.
—¡Ayayay! —soltó Babú—. Espero que tuvieras un buen motivo.
—El motivo está esperando una respuesta —dije.
—Bueno, ¿os habéis decidido? —llegó desde la calle la voz impaciente de Grisam. Pervinca volvió a asomarse.
—No puedo, estoy metida en un lío —dijo en voz baja.
—¿Por qué en un lío?
—Déjalo, es una historia demasiado larga.
—¿Nos vemos el domingo?
—¿No habíamos dicho que el lunes? ¿Qué pasa el domingo?
—Hacemos el desfile para Talbooth.
—¿Y os lo dejan hacer?
—No lo sé, pero lo haremos de todas formas. ¿Venís?
—Se lo pediremos, pero ya sé que van a decir que no.
—Está bien, pasaré a buscarte y ya veremos.
—Vale, pero bajo tu propia responsabilidad.
—¡Vale la pena!