Diez minutos de mentira
A las tres menos unos minutos, Pervinca daba vueltas por la habitación como un caballito de feria.
—Has tenido una buena idea, ¿sabes? Entregar la carta a Roble… ¿Cómo se te ocurrió? —dijo Babú.
—No sé… ¿Qué hora es?
—Las tres menos cinco. Es la tercera vez que me preguntas la hora, ¿qué te pasa? ¿Estás preocupada? ¿Tienes miedo de salir sola? Pero Felí irá contigo y, si quieres, yo también.
—No, tú no.
—Vale, perdona.
—Quería decir… que te necesito más en clase, así tomas apuntes para mí también.
—Creo que tía Tomelilla querrá esperarte para empezar la lección, ¿no?
—Bueno, si es que tardo…
—¡Figúrate! Si a las tres y cinco no habéis vuelto, tía Tomelilla irá a buscaros inmediatamente.
—¡Entreténla!
—¿¿Cómo??
—Impídele que vaya a buscarnos, porque… porque seguro que ya estaremos de vuelta —dijo Pervinca muy nerviosa.
—¡Vainillaaa! —llamó Tomelilla.
—¡Voy! Nos vemos luego. Saluda a Roble de mi parte.
—Sí, hasta ahora —la despidió Pervinca.
—Y ahora, entre las dos —dije nada más cerrarse la puerta—, ¿me vais a contar qué es lo que está pasando? La carta a Shirley no tiene nada que ver, ¿verdad? Es sólo un pretexto, pero ¿para qué?
—Tengo una cita —confesó Pervinca.
—¿Con Grisam?
—Sí.
—Ya entiendo. ¿Y no podías retrasarla?
—Me ha escrito que se pasaría por aquí hoy a las tres, ¿cómo podía avisarle de la clase? Pero la idea de Roble no está mal; podemos llevar la carta de verdad y, mientras tanto, puedo hablar con Grisam. ¿Qué te parece?
—De esa manera yo me convertiría en cómplice de tu mentira, Vi, no sé si eso me gusta.
—Diez minutos de mentira, Felí. ¿Puede un hada soportar diez minutos de mentira?
Mientras pensaba en la respuesta, la voz de Grisam nos llegó desde la calle.
—¿Qué le digo, Felí?
La miré y me conmovió verla tan guapa con ese vestido de terciopelo azul, con florecitas bordadas, y la bata escocesa que tanto le gustaba. Estaba delante de la ventana y se restregaba las manos.
—Dile que ya bajamos —suspiré.
Hablaron por la calle, caminando deprisa hacia la plaza del Roble, el uno junto al otro.
—Me alegro de verte —le dijo Grisam—. Me enteré del ataque y desde entonces no hemos vuelto a hablar. ¿Estás bien?
—Ahora sí, gracias. Yo también tenía ganas de verte; tengo que hablarte de una cosa, de un libro que estoy leyendo, pero tengo tan poco tiempo…
—Buenos días, niños. ¿De paseo? —los saludó Pétula Penn, la «cotilla». Pervinca no logró contenerse:
—No, señora, estamos escapando para unirnos al Enemigo. ¿Quiere venir usted también?
Por suerte, la anciana señora era un poco sorda:
—¿Cómo? —preguntó, segura de haber oído mal.
Vi iba a repetírselo, pero yo me anticipé:
—Ha dicho que están paseando un poco para olvidarse del Enemigo —dije con una gran sonrisa.
—Ah, muy bien, muy bien —respondió alejándose.
Grisam soltó una carcajada:
—¿Qué tienes en la cabeza? ¿Por qué le has contestado así? —preguntó divertido.
—Porque Pétula Penn es uno de los motivos por los que hemos escrito la carta que vamos a entregar.
—¿Es una de las que han hablado mal de Shirley?
—Exacto.
—Eres terrible, Vi, ¡pero me gustas por eso! —sonrió Grisam.
—Calla, calla, no digas esas cosas —protestó ella.
—¿Por qué? No es nada malo.
—Lo sé, pero, de todas formas, no las digas. Aquí está Roble…
—BUEEENOS DIIÍAS, NIIIÑOS —los saludó el viejo árbol—. ¿PUEEEDO HACEEER AAALGO POR VOSOOOTROS?
—Madre mía, Roble, ¿qué te ha pasado? ¡Estás todo pelado! —dijo Pervinca.
—OOOH, SIIÍ, NO CONSIGOOO QUE MIIIS HOOOJAS SE SUJEEETEN A LAS RAAAMAS.
—Nos gustaría ayudarte, Roble, pero con nuestros poderes lo único que haríamos sería perjudicarte. Pero quizá tú puedas hacer algo por nosotros.
—CON MUUUCHO GUUUUSTO, SI PUEEEDO. ¿QUEEÉ NECESIIITAS, JOOOVEN PERIWIIINKLE?
—Tendrías que hacerles llegar esta carta a los Poppy de Frentebosque. ¿Crees que lo conseguirás?
—LOS ÁAARBOLES ESTAAÁN UN POOOCO INQUIEEETOS EN ESTE TIEEEMPO, PERO CONOOOOZCO ALGUUUNOS ROOOBLES DE MI FAMIIILIA CON LOS QUE PODEEEMOS CONTAAAR —dijo Roble.
—Mil gracias, entonces. Más tarde diré a mi hermana que se pase por aquí y te haga crecer algunas hojas.
—GRAAACIAS, PERVIIINCA, EEERES MUY AMAAABLE.
—Sentémonos un momento, Vi, no te vayas ya —dijo Grisam indicando uno de los bancos a la sombra de Roble.
—SIIÍ, SENTAAAOS UN POOOCO AQUIIÍ CONMIIIGO —le hizo eco el árbol.
Pervinca se volvió y me miró.
—No puedo —dijo luego dirigiéndose de nuevo a Grisam—. Me esperan en casa. Nos vemos el lunes en el colegio, en el jardín, durante el recreo, ¿vale?
—¡Pero si sólo hemos estado juntos un minuto!
—Tengo que irme, Grisam, perdona.
—Pero…
—¡Hasta el lunes!
Grisam se dejó caer en el banco:
—¡Brujas! —exclamó desanimado.
—EEEH, LO SEEÉ, TOOODAS SOOON IGUAAALES —lo animó Roble—. Y SIN EMBAAARGO, JOOOVEN BUUUURDOCK, ÉEESTA ES DISTIIINTA…
Mientras, en casa, Tomelilla acababa de empezar la lección de magia.
—¡Vacíate los bolsillos! —ordenó a Pervinca nada más entrar.
—¿¿Cómo?? —exclamó ella.
—Vacíate los bolsillos —repitió su tía—. Pon sobre la mesa lo que has recogido estos días y anótalo en tu cuaderno. Es la hora de «Clasificación», Pervinca, ¿no has leído la pizarra?
—Oooh, sí, claro, ¡la hora de Clasificación! —respondió ella suspirando de alivio. Por un momento había temido que su tía hubiese descubierto el engaño.
—¡Por todos los ojos del valle! —exclamó Tomelilla asustándola de nuevo—. No me extraña que siempre tengas agujeros en los bolsillos, Vi…, anzuelos, pieles de reptil, escamas, un grillo… ¿y esto?
—Una uña de Naim, se la dejó en el claro aquella tarde… —explicó Pervinca. Tomelilla sonrió con dulzura:
—Sí —dijo—, siempre las cambian, ¡como los gatos! Ahora empezad a dibujar. Y… un momento, ¿dónde has encontrado ese grillo?
—Se me ha metido cuando he entrado en el pasillo, así que lo he guardado. Parecía no tener ningún miedo de mí.
—¡DE UNA PIEZA SÉ JUGUETE! —gritó Tomelilla y el grillo se transformó en una estatuilla de madera.
—¿Por qué lo has hecho? Pobrecito.
—¿Por qué? Y, sin embargo, estabas en la lección de «Zoología y hechizos». Es noviembre, Pervinca: ¿no te extraña ver a un grillo saltando como si fuera el mes de junio?
—Bueno, en nuestra casa hace calor, a lo mejor se refugió aquí a principios del otoño y ha sobrevivido.
—Mmm… —murmuró Tomelilla dando vueltas alrededor del bichito—, ¡este grillo tiene bigote! Es muy raro… Vainilla, toma una de esas jaulas de los estantes, por favor. Una de las que están en lo alto, las que no usamos nunca.
Babú voló hasta los estantes.
—¿Esta está bien? —preguntó señalando una jaulita apropiada para encerrar justamente a un grillo.
—No, una de las grandes, si puedes. Gracias. Trataré de hacerle un contrahechizo y, si es lo que pienso, necesitará más espacio.
Tomelilla encerró al grillo en la jaula y, bajo la mirada atónita de las niñas, y la mía, pronunció las palabras mágicas:
—¡AGÍTATE, DES-JUGUETESÉ!
¡PUFF!, hizo el grillo y en su lugar apareció…
—¡¿El perro del señor McMike?! —exclamé yo—. ¿Cómo es posible?
—Ah, no lo sé, alguien lo habrá transformado en un grillo. Acompáñalo A casa, Felí, por favor. Y ahora, Pervinca, dibuja tu uña de dragón, y deprisa: esta noche vendrá a cenar Duff y todavía no he preparado nada.
Pervinca palideció: el tío de Grisam estaba invitado a cenar y ella no lo sabía. Vendría para hablar con Tomelilla, como siempre… Quién sabe si Grisam le habría dicho que se habían visto. Vi confió, con todo su corazón, en que no.