¡No se sale del pueblo!

Tomelilla lo había escrito diez veces en la pizarra:

—Ya sabemos de qué trata la lección —susurró Pervinca a su hermana.

—¿Qué magia es? —preguntó Flox. Había llegado a nuestra casa acompañada por su tía Hortensia. Después de haber hecho mil carantoñas a las niñas, se habían puesto el uniforme de aprendices de brujas y habían bajado a la Habitación de los Hechizos.

—No es una magia —dijo Lala Tomelilla—. ¡Es una orden!

—Ay —murmuró Flox.

—¿Cómo os tenemos que decir que ya no basta con que os mantengáis lejos de los lugares prohibidos? —prosiguió Tomelilla—. ¿Que el Enemigo está fuera de la muralla? Y algunos dicen que incluso dentro. Han encontrado huellas de extraños animales en los jardines y hay cosas que han desaparecido.

—¿Qué cosas? —preguntó Pervinca.

—Barcos, por ejemplo, y las redes de Meum McDale, el portón del viejo ayuntamiento, la valla de los Thymus, los postigos del faro, la manada entera de los Bugle y casi todos los utensilios del herrero y los del leñador McDoc. ¡Y muchos árboles!

—¿¿Ha desaparecido Roble??

—No, él no, por fortuna.

—¿Y qué hace el Enemigo con esas cosas?

—Mejor que no os lo diga —contestó Tomelilla sacudiendo la cabeza.

—Nosotras hemos visto una manada —dijo Vainilla—. Bueno, para ser sincera, Felí y yo sólo la hemos oído. Pervinca, en cambio, la ha visto de verdad.

—Lo sé, pero, si no me equivoco, no eran vacas como las de los Bugle, ¿verdad, Pervinca?

—Parecían lobos, grandes lobos negros, casi tan grandes como caballos.

—¡Esto no nos lo habías dicho! —exclamó Vainilla.

—No quería asustaros —dijo Pervinca.

Noté cómo se aflojaban mis antenas:

—Es culpa mía —dije—. No debí permitir que salieran.

—Entonces, ¿así tienen que ser las cosas? ¿Tenemos que prohibiros que salgáis de casa para salvaros la vida? —inquirió Tomelilla. Su tono era un poco más dulce y ya no tenía los ojos en forma de plumero (¡se le ponían así cuando regañaba a las niñas!).

—No, tía —dijo en voz baja Vainilla—. Lo hemos entendido, pero Pervinca no tiene nada que ver. Es más, ella me salvó la vida. Fue muy valiente.

—Sí, también lo sé —dijo Tomelilla— y te estoy muy agradecida, Vi. Pero fue toda una imprudencia. No lo vuelvas a hacer. Ahora, por favor, sacad los cuadernos de magia: vamos a aprender a distinguir a un animal de verdad de un Mágico convertido en animal.

Tomelilla borró la frase de la pizarra y escribió el título de la lección:

—¿Cómo se sabe si un animal es un mago transformado? —preguntó Flox.

—Tenéis que decírmelo vosotras. Yo sólo os daré algunas pistas y deberes que hacer.

—¿Y es útil saberlo? —preguntó Vainilla, mientras su tía le ponía sobre la mesa un gran sapo marrón.

—Oh, sí —contestó Tomelilla—. ¡Y sobre todo en estos tiempos! Los emisarios del Enemigo usarán cualquier camuflaje y se transformarán para entrar en el pueblo y poder acercarse a nosotros. Tenéis que ser capaces de reconocerlos, adopten la forma que adopten. Hoy empezaremos con la forma animal, mañana trataremos la vegetal, y así.

—¡Oh, no! —exclamó Fox—. ¿Por qué me habéis dado a mí un ciempiés? ¡Odio los ciempiés!

—No tienes que ser su amiga, Flox, sólo contarle las patas: si tiene más de sesenta, muchas más, entonces es un mago transformado.

—¿Y cómo es que no tienen cien pies los ciempiés?

—¡Ni soñarlo!

—Y yo, ¿qué tengo que hacer con este caracol? —preguntó Pervinca.

—A ti te he asignado el letargo, Vi; asegúrate de que ese caracol está de verdad dormido y tiene frío, y no lo está simulando.

—¿Y cómo lo hago?

—Bueno, en esta estación su único deseo tendría que ser estar bajo tierra al calor y dormir profundamente dentro de su casita. Intenta impedírselo y verás lo que ocurre.

—Si me gastaran a mí una broma como esa, mordería —masculló Pervinca.

—¿Ves?, eso ya es una buena señal —se burló Tomelilla—, ¡ellos no muerden!

Vainilla, mientras tanto, había tratado de besar al sapo, pero el bicho no había querido saber nada y todavía se estaban peleando:

—¡Santo cielo, Babú! ¡Así no! —intervino Tomelilla—. Los sapos odian que los besen.

—Vale, ¡entonces puedo decirte con seguridad que esto es un sapo! —dijo ella perdiendo la paciencia.

—Sí, pero esa no es la manera. ¡No podemos ir por ahí besando a todos los sapos del valle!

—Y entonces, ¿cómo se hace?

—Hay un sistema: por ejemplo, trata de observarlo atentamente mientras captura una presa…

Las niñas dejaron la Habitación de los Hechizos medio divertidas y asqueadas.

Antes de salir, Pervinca le dio las gracias a Tomelilla por el Libro Antiguo.

—Me está gustando mucho —dijo—. Tendría que preguntarte muchas cosas.

—Me lo imaginaba —sonrió Tomelilla—. Adelante, pues.

—Para empezar, ¿Viccard y Duffus Burdock eran antepasados de los Burdock que conocemos?

—Sí.

—¿Y es pura casualidad que el guardián del faro se llame Viccard, como el padre de Duffus? ¿O él es también un descendiente suyo?

—No creo que Viccard esté emparentado con los Burdock. Su nombre aparece a menudo en nuestra historia, como Duff, o Duffus, o Scarlet…

—¡Ah, precisamente ella! —exclamó Pervinca—. Parece increíble que la Scarlet que conocemos nosotras lleve el mismo nombre que un personaje histórico tan hermoso y especial como Scarlet-Violet, ¿no te parece, tía?

—Pues sí.

—¿Y Mentaflorida fue una antepasada nuestra? —preguntó Vainilla, y Tomelilla sonrió:

—Veo que estáis haciendo una lectura en grupo… Me parece muy bien. ¿Tú también participas, Felí?

—Sí, y se me ocurren muchas preguntas que haceros —dije mirándola a los ojos.

—¡Lo sé, Felí, lo sé! Dame aún un poco más de tiempo.

Al subir para volver a nuestra habitación, Flox preguntó a Pervinca por el libro:

—¿Hay alguien que se llame como yo en tu Libro Antiguo?

—No, pero hay una chica que tiene un poco tu mismo carácter.

—¿De verdad? Si tía Hortensia me deja dormir aquí, ¿podré leerlo con vosotras?

—Claro…