8 Carne y sangre

Marlie y Rowan corrieron hacia el punto desde el que llegaba la voz de Val. Jonn los siguió, arrastrando consigo a Allun, que aún continuaba forcejeando, pero empezaba a aparentar más confusión que furia.

Encontraron a Val caída de bruces sobre un grupo de cañas, con los pies en tierra firme, el cuerpo en el barro, los brazos alrededor de la cintura de Bronden. Esta la rechazaba. En silencio y con determinación luchaba por zafarse, y tendía las manos hacia algo que solo ella podía ver, mientras el pantano la engullía.

—De repente gritó y se lanzó al barro —explicó Val con voz entrecortada—. No puedo sacarla. No quiere escucharme. Ojalá Ellis estuviera aquí. Yo… soy incapaz de pensar sin él.

Marlie sacó el rollo de cuerda de la mochila.

—Sujétame, Rowan. —Se tumbó junto a Val.

Rowan sujetó los tobillos de Marlie y vio que se tendría sobre las cañas en dirección a Bronden. Marlie era alta, pero no tanto como Val. Mientras reptaba sobre el barro, tiraba de Rowan, hasta que este quedó tendido sobre el camino. Sus músculos se tensaron cuando Marlie deslizó las manos por debajo de las de Val y anudó la cuerda alrededor del cinturón de Bronden. Val también gimió. Había sujetado el peso de Bronden demasiado rato. No aguantaría mucho más.

—¡Atrás! Rowan, intenta tirar de mí —gritó Marlie—. ¿Puedes hacerlo?

Rowan tiró con todas sus fuerzas, pero Marlie era pesada y tenía los tobillos resbaladizos a causa del barro. Notó horrorizado que sus manos empezaban a soltarse.

—¡Jonn! —gritó desesperado—. ¡Ayuda a Marlie! ¡Yo no puedo…!

—¡Marlie! —Oyó un ruido a su espalda, y después, dos manos fuertes y esbeltas se colocaron sobre las suyas, mientras la voz de Allun gritaba—: Ya te tengo, Marlie.

Tiró de ella, mientras la joven aferraba la cuerda, que era el salvavidas de Bronden.

Fue necesaria la fuerza de los tres para recuperar a Bronden, mientras Val yacía exhausta en el suelo y Rowan contemplaba la escena sin poder hacer nada. El barro retenía a su víctima, y la propia Bronden se les resistía. Incluso cuando la tuvieron a sus pies, sana y salva, llorando y gimiendo, intentó volver al limo que casi se la había tragado para siempre.

—Minna… —sollozaba—. ¡Minna, Minna, Minna!

—¿Quién es Minna? —susurró Rowan a Jonn el Fuerte. Había oído el nombre antes, pero no se le ocurría dónde—. ¿A quién vio Bronden?

Jonn sacudió la cabeza con tristeza, mientras miraba a la mujer, que lloraba.

—Me había olvidado de la pequeña Minna —dijo—. Me había olvidado por completo de ella, hasta que Bronden se enfadó tanto contigo por pensar en los bukshah. Creo que, salvo en una parte secreta de su mente, Branden también la había olvidado. Pero este lugar…

—Cuando todos éramos pequeños, Rowan —dijo Allun—, y yo acababa de llegar a Rin, Branden tenía una amiga. Una sola. Minna, la pastora de los bukshah en aquel tiempo. Una niña tan silenciosa, dulce y timorata, como parlanchina, agresiva y valiente era Bronden. Nunca se separaban. Para Minna, solo existían Bronden y los bukshah. Para Bronden, solo existía Minna.

—Me acuerdo de Minna —dijo Marlie en voz baja—. Y también tu madre, Rowan. Todos fuimos a buscarla, incluso los niños, la noche que desapareció.

Bronden gimió y miró a Val, que estaba inclinada sobre ella.

—Minna está aquí, Val —dijo con voz estrangulada—. La he visto. Oí su voz. Sentí su mano en la cara. Pero Val… —Su rostro enérgico se derrumbó y afloraron lágrimas en sus ojos—. Val, todavía es una niña pequeña. No ha crecido. Ha estado vagando por aquí todos estos años, sola por completo. ¿Por qué no me dejaste ir con ella?

Jonn el Fuerte se arrodilló a su lado.

—Minna murió, Bronden —dijo con delicadeza—. Al menos, encontraron sus huesos, y los huesos de la cría a la que intentó salvar, en el pozo de la vieja mina. Acuérdate.

Rowan les miraba sin pestañear. Minna había sido callada y tímida, como él. Minna había muerto, buscando a un bukshah perdido. ¿Era por eso por lo que…?

—No tenemos la certeza de que fueran de Minna o del novillo —gimió Bronden—. No lo sabemos con seguridad. Siempre me he preguntado…

Jonn le acarició la frente. Su rostro traslucía una gran compasión.

—Minna está muerta, Bronden. Minna reposa en el cementerio. Los espíritus del pantano te han jugado una mala pasada para que abandonaras el suelo firme. Como hicieron con Rowan y su bukshah. También intentaron hacerlo con Allun y su madre.

—Yo no creo en esas cosas. —Bronden paseó la vista a su alrededor con ojos aterrorizados—. No obstante, sin duda dices la verdad, porque Minna no puede tener diez años todavía. Pero yo la vi. La sentí. La oí. —Sujetó las manos de Jonn el Fuerte—. ¡Jonn! ¡No dejes que me vuelvan a tocar! ¡No me dejes oírlos! No puedo soportarlo.

Se puso en pie con esfuerzo. La niebla remolineaba a su alrededor, y se sobresaltó como un animal asustado.

—Vamos, Bronden —dijo Jonn el Fuerte, todavía con voz dulce—. Vamos.

Empezó a guiarla hacia adelante.

—¡No! —Bronden clavó los pies en el suelo, con los ojos encendidos de miedo—. ¡No! ¡No puedo!

—¡Debes seguir, Bronden!

—¡No!

Se deshizo de él, jadeante, dio media vuelta y se puso a correr por donde habían venido, tapándose los oídos con los pulgares y los ojos con las manos.

—¡Bronden! —chilló Val—. ¡Vuelve!

Pero Bronden no se volvió ni vaciló. No tardó en perderse de vista.

Ahora eran cinco, pensó Rowan.

—¡Las arañas! —gimió Val—. ¡No podrá atravesar el bosque!

—Tiene las ramas que utilizó para fabricar antorchas —dijo Allun—. En cuanto salga de aquí, se detendrá y las atará, porque el miedo morirá en su interior y recuperará el sentido común. Desde este lado puede quemar la puerta de seda y ponerse a salvo. Es fuerte. No le pasará nada. Regresará al pueblo, como Ellis.

Val se puso a temblar. Parecía marchita y agotada.

—Ellis no ha regresado a Rin —susurró—. Me está esperando en la linde del bosque. Lo siento. Estoy absolutamente segura. Lo he sabido desde el primer momento. Nunca hemos estado separados tanto tiempo. Nunca en la vida, desde que estábamos en la cuna. Me he esforzado por no pensar en ello, pero…

—Vamos —dijo con vehemencia Jonn el Fuerte—. Nos encordaremos unos con otros. No podemos confiar en nuestra fuerza de voluntad.

«Ceñid con cuerdas vuestra carne y vuestra sangre».

Pero estaban resbalando lágrimas sobre la cara tosca y manchada de barro de Val.

—No puedo continuar —dijo—. Lo supe cuando llamé a Ellis mientras Bronden se revolvía en mis brazos. Lo siento muchísimo, pero no puedo seguir con vosotros. —Sepultó la cara entre sus manos—. No lo comprenderéis. Pensaréis mal de mí. No os culpo. Pero no puedo continuar sin él. Me falta la mitad. Ellis me está esperando. Me necesita, y debo reunirme con él. —Dio media vuelta—. Yo también haré antorchas —dijo—. Iré deprisa y alcanzaré a Bronden. Y regresaremos juntas.

Rowan, Jonn, Marlie y Allun la vieron alejarse sin decir nada. No se volvió.

—Es cierto —dijo Marlie por fin—. Era como si la mitad de Val se hubiera ido cuando Ellis escapó. Se resistió con valentía, pero al final no ha podido seguir sin él. Es extraño. Los dos parecían tan fuertes, como si nada pudiera afectarles…

«Cuatro —pensó Rowan—. Solo quedamos cuatro. Tan pronto…».

—La Montaña está haciendo bien su trabajo —dijo Jonn el Fuerte, como un eco de los pensamientos de Rowan—. Y aún queda mucho trecho.

Allun esbozó una sonrisa cansada.

—Tanto mejor que los que son amigos continúen juntos. Vámonos.

—Canta, Allun —añadió Marlie—. Por una vez, no deseo oír otra cosa.

Ciñeron la cuerda de Marlie alrededor de sus cinturas y se ataron en fila india. Jonn, Rowan, Allun y Marlie. Siguieron andando, sin mirar a ningún lado, con los ojos clavados en el suelo y el canto de Allun resonando en sus oídos. Tenía una voz dulce, pero sonaba débil y triste en la niebla, y no los alegró en exceso.

—Es una suerte que recobraras la sensatez, Allun el Panadero, a tiempo de impedir que me hundiera en el barro y arrastrara conmigo al pobre Rowan —comentó Marlie al cabo de un rato.

—Oí la voz de Rowan llamándote —dijo Allun, y sacudió la cabeza—. Fue como si despertara de un ensueño.

Jonn el Fuerte lanzó un grito de sorpresa a la cabeza de la fila. Se tambaleó hacia atrás, al tiempo que sacaba una pierna mojada y cubierta de barro del suelo traicionero que había pisado.

—El sendero del noroeste es impracticable —comentó—. Ignoro la profundidad de la ciénaga. Tendremos que encontrar otro camino.

Tanteó con cautela a su alrededor, pero su pie siempre se hundía bajo el barro.

—¿Qué vamos a hacer? —gritó Rowan.

—La advertencia del plano decía: «Y dejad que vuestro guía esté hecho de madera» —empezó a decir Marlie, vacilante—. Creímos que el guía debía de ser una persona que no tuviera en mucha estima a los demás. —Reflexionó un momento—. Pero tal vez el significado de las palabras sea muy diferente. Tal vez significan exactamente lo que dicen, y su intención era ayudarnos en este preciso momento.

Y así fue como comprendieron y ejecutaron por fin las instrucciones. Volvieron atrás y cortaron la rama más recta que pudieron encontrar de un árbol. La compararon con Rowan, el más bajo del grupo, e hicieron una marca a la altura de su hombro. Esa rama, esa madera, se convirtió en su guía.

Jonn iba hundiendo la rama en el barro. Cuando se apoyaba en suelo firme, y el barro llegaba a un punto situado por debajo de la marca, avanzaban. Cuando se hundía hasta el punto que el barro subía por encima de la marca, lo intentaban una y otra vez hasta que encontraban un lugar seguro.

Avanzaron paso a paso, a menudo hundidos en el barro hasta el pecho. Sus progresos eran penosamente lentos. La niebla blancoamarillenta los rodeaba sin cesar, y a veces distinguían formas y oían voces que susurraban. Pero solo miraban adelante, y cerraban sus oídos a los gemidos y sollozos que los llamaban, sujetos a la cuerda que los enlazaba.

Por fin, llegó un momento en que la rama se hundió hasta quedar cubierta. Entonces, Allun y Marlie cargaron con las mochilas de Jonn, y este subió a Rowan a su espalda. Y siguieron avanzando, a tientas y a ciegas, siempre en dirección noroeste, hasta que por fin sintieron suelo firme bajo sus pies, el terreno empezó a elevarse y comprendieron que su espantoso viaje por el pantano estaba a punto de terminar.

Agotados y tambaleantes, salieron del barro, dejaron atrás la niebla y los árboles retorcidos de hojas oscuras, y pisaron una tierra en la que volvía a crecer la hierba. Siguieron subiendo, hasta un lugar en que el aire era fresco y agradable y brillaba el sol. Y allí cayeron al suelo y durmieron por fin.