7 Sueños
Jonn el Fuerte y Bronden cayeron al suelo junto a Rowan, y se pusieron en pie de un salto.
—¡Val! —llamó Jonn, volviendo hacia el agujero—. ¡Ahora, Val! ¡Antes de que el sol avance! —Miró a través de la abertura—. ¡Está clavada en el suelo! —masculló asombrado—. Sigue mirando hacia atrás, por donde se marchó Ellis.
—¡Oblígala a venir, Jonn! —gritó Allun—. El sol, pronto…
—¡Val! —rugió Jonn el Fuerte, haciendo bocina con las manos—. Te necesitamos. Has de venir. ¡Deprisa!
Se oyó un grito al otro lado de la telaraña y el ruido de unos pies que corrían. De pronto, Val se lanzó a través del hueco y cayó al suelo con un golpe sordo, mientras Jonn el Fuerte, Marlie y Allun se ponían a dar patadas a su alrededor, al tiempo que se sacudían las arañas de su ropa y su pelo.
Val se incorporó y procedió a sacudirse frenéticamente la cara, los hombros y la nuca.
—¡No, no! —exclamó Marlie—. Todo va bien, Val. Solo había unas pocas, y ya están muertas.
Val miró a su alrededor con cautela y examinó el terreno circundante. Después, abrió el puño y contempló el espejo. Aunque pareciera increíble, aún seguía de una pieza.
—Nos ha prestado un buen servicio, pero solo pude mantener la luz enfocada en la telaraña mientras estuve expuesta al sol —dijo—. Salté desde lejos, pero algunos bichos ya habían vuelto al agujero antes de que yo llegara.
Pasó el espejo a Marlie y se sentó con los hombros hundidos y la vista clavada en la lejanía.
—Aquí parece que estamos a salvo. —Allun indicó con un gesto los árboles que los rodeaban—. La puerta de seda parece marcar el fin de su territorio. Lo qué no sé es qué otras sorpresas nos depara el bosque.
—Si recuerdo bien el plano, hemos llegado casi al final —contestó Bronden—. Por lo tanto, sugiero que sigamos adelante, y ya descansaremos y comeremos cuando nos hayamos librado de él. Es un lugar muy desagradable.
Se pusieron en marcha de nuevo sin decir palabra. En dirección oeste, por el sendero. Ahora eran seis en lugar de siete, y todos eran muy conscientes de ello. Ellis apenas había pronunciado diez palabras durante el viaje, pero la ausencia de su alta figura entre ellos hacía que el grupo pareciera más pequeño y débil. Su hermana estaba particularmente afectada. Era como si hubiera perdido la mitad de sus fuerzas, y caminaba con desgana, como si se sintiera enferma o agotada.
Al cabo de unos cinco minutos, observaron que el bosque clareaba. Al cabo de otros cinco lo habían dejado atrás y se desviaron al noroeste, tal como indicaba el plano. Aunque la Montaña aún se elevaba ante ellos, bajaron en lugar de subir. La hierba se veía verde y espesa, y el suelo era más blando a cada paso que daban.
—Paremos aquí —dijo Jonn el Fuerte—. Parece que nos estamos adentrando en una zona poco elevada, y tal vez sea pantanosa. Estaremos mejor si nos detenemos a comer lejos de la humedad.
Rowan se sentó, agradecido. Jonn le tiró la mochila, y de repente se dio cuenta del hambre que tenía. Sacó la cantimplora, pan y queso, y se puso a comer con gran apetito. Su madre le había preparado la comida en la cocina de su casa por la mañana, pensó maravillado. ¡Aquella misma mañana! Costaba creer que, en tan poco tiempo, se hubiera alejado tanto del pueblo. Habían pasado tantas cosas, que aquellas horas transcurridas desde que había palmeado a Estrella entre murmullos, desde que había abrazado a Annad y besado a su madre al despedirse, se le antojaban días.
Pensó en la caminata desde el pueblo, cuando se había sentido tan raro y tímido. En la terrible ascensión del precipicio. Y después, en el bosque… Las arañas, con sus ruidos y movimientos… La cara de Ellis, rígida de miedo antes de que diera media vuelta y huyera. Rowan se estremeció. No notaba el sabor del pan y el queso en la boca. Tuvo ganas de escupirlos, pero tomó un sorbo de agua y se obligó a tragarlos.
Sheba había dicho que sería así. Había dicho que la Montaña quebraría su valentía, sus corazones. Bien, había quebrado el de Ellis. De una forma que nadie habría podido vaticinar. Se había ido, dejando que seis corazones continuaran el viaje. ¿Se quebrarían también? ¿Sería el de Rowan el siguiente? Y si el viaje estaba tan erizado de peligros, ¿qué pasaría al final… y qué ocurriría con el Dragón?
Rowan volvió a estremecerse. No debía pensar en eso. Cada cosa a su tiempo, o sus temores se apoderarían de él. Cada cosa…
¡El plano! Rowan lo sacó del cinturón y lo desenrolló. Entre emocionado y aterrorizado, miró el segundo espacio en blanco.
Ya no lo estaba.
Nada es aquí lo que parece;
los sueños son verdades y las verdades son sueños.
Cerrad los oídos a los gritos de los seres queridos,
moriréis si dais crédito a vuestros ojos.
Ceñid con cuerdas vuestra carne y vuestra sangre,
y dejad que vuestro guía esté hecho de madera.
Rowan lo miró fijamente.
—El plano… —empezó con timidez—. Otro mensaje…
Jonn se plantó a su lado en un periquete y miró por encima de su hombro. Allun y Marlie también vinieron corriendo. Bronden se reunió con ellos sin tantas prisas, gruñendo por lo bajo. Val se quedó donde estaba, con la espalda apoyada contra una roca.
—¡Este poema es más confuso que el anterior! —se lamentó Allun.
—Pero sabemos que el anterior era importante para nosotros —dijo Marlie—. Y este también debe de serlo. —Leyó con el ceño fruncido—. «Cerrad vuestros oídos a los gritos de los seres queridos». —Miró a Allun—. Por lo visto, vamos a enfrentarnos a nuevos peligros.
—Sabíamos desde el principio que cada fase de este viaje los traería —dijo Jonn el Fuerte. Se frotó la barbilla con aire pensativo—. «Ceñid con cuerdas vuestra carne y vuestra sangre, y dejad que vuestro guía esté hecho de madera». De modo que esta vez el líder del grupo es importante. Tendríamos que decidir algo al respecto. ¿Qué significa «hecho de madera»?
—La madera es dura —dijo Marlie—. Dura…, lisa…, fría…
—Sin sangre —añadió Allun—. Sin sentimientos. Incapaz de sentir dolor.
—Fuerte —añadió Bronden—. Robusta. Natural. De la tierra.
—Sí. —Jonn el Fuerte se frotó la barbilla de nuevo—. Por lo tanto, el menos emocional del grupo. El que sea capaz de resistir mejor los gritos de los demás. El que tenga menos vínculos con las cosas de carne y sangre. Esa persona debería guiarnos.
—Bien, pues yo no soy —dijo con decisión Allun—. Y no es Rowan, por supuesto. Y me atrevería a decir, Jonn el Fuerte, que no eres tú. Al menos actualmente. —Dirigió una mirada de astucia a Rowan, quien volvió la cabeza. No quería pensar en Jonn el Fuerte y su madre. Ahora no. Nunca.
—Creo que, de los tres restantes, yo soy la más probable —dijo Bronden—. Porque no tengo familia, ni seres queridos. Trabajo sola con la madera un día sí y otro también, y lo considero agradable. Solo creo en lo que ven mis ojos. Yo os guiaré.
Así quedó decidido.
Media hora después, una vez hubieron comido y descansado, se pusieron en marcha de nuevo, guiándose con la brújula hacia el noroeste. El sendero había desaparecido. Complacida de estar al mando, Bronden gozaba de buen humor por primera vez desde que habían iniciado el viaje. Val caminaba tras ella, todavía en silencio, arrastrando los pies. Allun y Marlie venían a continuación. Después, Rowan, con Jonn el Fuerte, que volvía a cargar con la mochila del muchacho «para equilibrar el peso». Todos se detuvieron obedientes cuando Bronden lo ordenó, con el fin de cortar las ramas afiladas de los árboles que crecían en el camino, que olían a resina. Bronden dijo que más tarde podrían atar algunas de esas ramas para fabricar antorchas y sustituir de ese modo las que habían perdido por culpa de la huida de Ellis.
Aún seguían andando colina abajo, y el suelo era cada vez más húmedo. La hierba verde había desaparecido, y sus botas empezaban a hundirse ligeramente en algo semejante al barro.
Allun olfateó el aire y arrugó la nariz.
—¡Un pantano! —dijo con repugnancia.
Los árboles eran diferentes otra vez, de hojas oscuras e inmóviles. Gruesas raíces blancas surgían de sus troncos húmedos y retorcidos. Colonias de hongos brillantes brotaban de los troncos, como lenguas. El barro se hizo más blando. Las botas de Rowan producían un sonido de succión a cada paso que daba.
Y después llegó la niebla. Bronden se inclinó sobre la brújula, esforzándose en guiarlos a través de la cortina remolineante, espesa y blancoamarillenta que los rodeaba. También remolineaba alrededor de los árboles, y se elevaba como vapor del barro lustroso y los grupos de cañas que crecían por todos lados. A medida que transcurrían los minutos, se fue espesando.
Por fin, dio la impresión de que se hallaban encerrados en un mundo silencioso y misterioso. Un mundo de niebla y barro. Solo se oía el ruido de succión de sus botas mientras avanzaban. Delante, detrás y a los lados la niebla se arremolinaba, cambiaba de forma y dirección como por voluntad propia, porque ni la menor brisa agitaba los árboles.
Entonces, a su izquierda, Rowan vio que algo se movía. Era grande y oscuro. Caminó más despacio, y aguzó la vista para distinguir la forma. La forma de…
Rowan lanzó un grito. ¡Era Estrella! Estrella, que se debatía y jadeaba en un charco de barro que la estaba engullendo. La niebla se despejó y vio el pánico dilatando sus ojos, mientras movía el cuello de un lado a otro en la pegajosa y asfixiante ciénaga.
Sin pensarlo dos veces acudió en su rescate, sin hacer caso del grito de sorpresa de Jonn el Fuerte. Oía sus mugidos de terror. Le pedía ayuda.
—¡Ya voy, Estrella! —gritó.
Pero el barro ya lo estaba engullendo. No encontraba ningún lugar donde hacer pie. No había terreno firme. Se estaba hundiendo en el lodo cada vez más. Volvió a gritar y agitó el barro con los brazos. Y Estrella seguía llamándole. Y el barro ascendió hasta su cintura, su pecho…
—¡Ya lo tengo! ¡Tirad!
La voz de Jonn el Fuerte lo despertó de su sueño de terror. Los fuertes brazos de Jonn le asieron por debajo de las axilas y le arrastraron con un horrible sonido de succión. Bronden y Val, que sujetaban los tobillos de Jonn, acabaron de izarles a los dos. Cayeron sobre el suelo en un confuso montón.
—¡Chico estúpido! ¿Qué idiotez es esta? —rugió Bronden.
—¡Estrella! —gritó Rowan, debatiéndose en los brazos de Jonn el Fuerte, sollozando y golpeando el pecho húmedo y fangoso del hombre—. Mi Estrella… ¡Mi bukshah! Está allí. ¡Ayudadme, os lo ruego! Se está ahogando. ¡Está muriendo! ¡Escuchadla!
—Allí no hay nada, Rowan. —Jonn el Fuerte hablaba despacio y en voz alta—. ¡Nada! ¡Piensa, pequeño, piensa! ¿Cómo podría estar Estrella ahí? Es imposible.
Rowan dejó de forcejear. Guardó silencio. Miró el lugar donde había estado Estrella. El barro estaba inmóvil. La niebla se arremolinaba justo encima, como antes. Se frotó los ojos.
—Parecía tan… real —tartamudeó.
—Tú… —empezó Bronden y se inclinó sobre él con aire amenazador—. Real o no, ¿pondrías en peligro nuestras vidas y nuestra misión por una estúpida bestia? ¿Qué vale la vida de un bukshah comparada con una humana? ¿Qué locura…?
—Deja en paz al chico, Bronden —interrumpió Jonn—. Sé que tienes motivos para decir eso, pero no todos comparten tus puntos de vista.
—El plano —se apresuró a añadir Marlie cuando Bronden respiró hondo—. El plano nos advirtió de esto. Hablaba de sueños que parecían reales, y de seres queridos que te llamaban. Aquí hay espíritus que no nos desean ningún bien.
¡El plano! Rowan tanteó angustiado su cinturón. El plano seguía en su sitio. Cubierto de barro pegajoso, pero al menos no perdido para siempre.
—¡Espíritus! —escupió Bronden—. Has pasado demasiado tiempo con tu amigo medio Viajero, Marlie la hilandera. No escuches sus cuentos. Eres hija de Rin, y deberías ser una persona sensata.
Bronden frunció el ceño y se alejó.
Allun y Jonn intercambiaron una mirada.
—Sigamos adelante —sugirió Allun—. Hemos perdido tiempo. Y aún tendremos que perder más en su debido momento, cuando Rowan y Jonn sequen su ropa. La cual —arrugó la nariz— necesita ciertas atenciones, en mi opinión.
—Mirad dónde pisáis —advirtió Jonn el Fuerte—. El lodo es traicionero. Puede que la próxima vez no tengamos tanta suerte.
Avanzaron a paso de tortuga, mientras el barro tironeaba de sus botas. La niebla se espesaba a su alrededor, llenaba sus bocas y narices con el sabor y el olor de la ciénaga. Rowan caminaba con la cabeza gacha. La húmeda mugre que se pegaba a su ropa e invadía sus zapatos le pesaba. Pero no cesaba de pensar en Estrella. No se atrevía a alzar la vista para no verla de nuevo, debatiéndose inútilmente en el pantano. Se preguntó por qué Bronden se había enfadado tanto con él. Debía comprender que…
Sintió, más que vio, que Marlie empezaba a agitar las manos y a frotarse las mejillas y la nuca.
—Siento que alguien me está tocando —exclamó, al tiempo que miraba hacia atrás—. Dedos. Dedos fríos, sobre mi cara y mi cuello, y…
—Solo es la niebla, Marlie —la calmó Allun—. Solo…
De pronto, dejó de caminar. Torció el cuello y también miró hacia atrás, por encima del hombro de Jonn el Fuerte. Los demás se volvieron con curiosidad para ver qué estaba mirando. Pero no había nada.
—¿Qué…? —Allun se había quedado boquiabierto. Empezó a retroceder sobre sus pasos, con la vista clavada en la niebla—. ¿Cómo…? ¡Madre! ¡Espera!
Sus pies se hundieron en el barro.
—No, Allun —chilló Marlie—. ¡Allí no hay nadie! ¡Detenle, Jonn! —sacudió la cabeza con violencia—. ¡Oh, basta! ¡Deja de tocarme!
Se abofeteó el cuello y los brazos y se masajeó la cara.
Perdida entre la niebla, más adelante, Bronden lanzó un grito.
Jonn agarró la chaqueta de Allun y tiró de él. Allun se revolvió, colérico.
—Déjame en paz, Jonn —gritó—. ¡Es mi madre, idiota! Me está llamando. Se ha perdido en el pantano. ¡Debo ir a ayudarla!
Empezó a debatirse para liberarse de la presa de Jonn el Fuerte, y lanzó puñetazos a su cara.
—¡No, Allun, no! —gritó Jonn, al tiempo que lo zarandeaba—. ¡Es una alucinación! ¡Una alucinación! ¡Tu madre está en casa, hombre!
—¿Qué está pasando? —gimió Val desde más adelante—. ¿Por qué no venís? ¡Oh, por mi vida, socorro! ¡Ellis! ¡Oh, Ellis! ¡Marlie! ¡Jonn! ¡Socorro! Bronden… Bronden está… No puedo sostenerla. ¡Socorro!