6 El bosque
Estrella lamía con entusiasmo las mejillas y la frente de Rowan con su lengua áspera y fría. Rowan sonrió.
—¡Basta, Estrella! Déjame en paz —musitó. Movió la cabeza de un lado a otro sobre la hierba.
—Está balbuceando como un bebé —dijo alguien con desagrado.
La imagen de Estrella se disolvió poco a poco. Rowan abrió los ojos y se encontró mirando la cara seria de Jonn el Fuerte. Vaciló un momento. Después, con una oleada de decepción, comprendió dónde estaba. No era en los campos de bukshah con Estrella, que le quería, sino en la Montaña, con Jonn el Fuerte, a quien no le caía bien, con Marlie y Allun, que se compadecían de él, y con Bronden, Ellis y Val, que le despreciaban.
—Está balbuceando como un bebé —repitió Val con impaciencia—. Por mi vida, este alfeñique no deja de agobiarnos. ¡Mira el sol! Deben de ser casi las once.
Jonn tiró a un lado el paño húmedo con el que había estado secando la frente de Rowan.
—Ya ha vuelto en sí —dijo con sequedad—. Y alfeñique o no, escaló el precipicio con valentía, Val, el molinero. Trepó hasta el agotamiento.
Se levantó y se alejó, arqueando su entumecida espalda. Rowan se quedó quieto, mirando el cielo. Sentía el cuerpo pesado, pero la cabeza muy ligera. Notaba un leve zumbido en sus oídos. Val tenía razón: el sol estaba alto. Debía de haber estado tumbado mucho rato. Durmiendo. Soñando con su casa, como un niño pequeño. La cara empezó a arderle, y se incorporó con un esfuerzo.
—Tranquilo, tranquilo, pequeño Rowan —sonrió Allun, arrodillado a su lado para sostenerle—. Hemos de gatear antes de andar. Toma esto.
Acercó una cantimplora a los labios de Rowan, que bebió agradecido.
—Cuando te sientas mejor —continuó Allun, al tiempo que echaba una mirada significativa a los demás—, proseguiremos nuestro camino y nos internaremos en el bosque. Toma. —Arrastró la mochila de Rowan hacia él—. Puedes emplear el tiempo de una forma útil, sosteniendo el plano para que le echemos otro vistazo.
—Hemos visto el camino que debemos seguir —dijo Bronden con el ceño fruncido—. No necesitamos el plano.
—¡Ay, juventud, juventud! No debes olvidar que soy tres años mayor que tú, Bronden —sonrió Allun—. Mi pobre memoria cada día flaquea un poco más.
Rowan sabía que Allun solo le estaba dando algo que hacer mientras se reponía, pero sacó el plano de la bolsa y lo desenrolló poco a poco. No sería perjudicial volver a estudiarlo. Sus ojos recorrieron la línea de puntos rojos. Siguió el lecho seco del río, el agujero por el que caía el agua, la abertura del precipicio, el precipicio en sí, la entrada del bosque junto a una roca alta y puntiaguda, no lejos de donde se encontraban ahora, el sendero que atravesaba…
Rowan parpadeó, miró y volvió a parpadear. Intentó hablar y casi se atragantó.
Allun le miró al punto y después desvió la vista hacia el pergamino. Maldijo por lo bajo.
—¡Jonn! —gritó.
Rowan señalaba el plano sin decir palabra. En el lugar situado junto al principio del sendero del bosque, donde antes había un espacio en blanco, habían aparecido seis líneas de escritura negra.
Allun leyó las palabras en voz alta:
No mováis los brazos y bajad la voz,
un millón de ojos os ven pasar.
En una puerta de seda vuestro camino acaba,
donde el fuego y la luz serán vuestros amigos.
Entonces os veréis como os ven los demás,
Y el ojo del mediodía os mostrará el camino.
—¿Qué paparruchas son estas? —preguntó Val—. ¿Quién nos ha estado tomando el pelo?
—Nadie ha tocado el plano, Val —replicó Marlie—. Las palabras han aparecido desde la última vez que lo miramos.
—¡Eso es imposible! —exclamó Bronden. Se inclinó sobre el plano y miró las palabras, como si quisiera encontrar una pista de cómo habían llegado hasta allí.
—Me importa un pimiento de dónde han salido —gritó Allun—. La pregunta es, ¿qué significan?
Jonn el Fuerte carraspeó.
—Sea lo que sea —dijo—, lo seguro es que las palabras no han aparecido por casualidad. Dan instrucciones y constituyen una advertencia.
—Las palabras indican que no agitemos los brazos ni hablemos en voz alta —comentó Allun—. Eso está claro. Y yo seguiré el consejo.
—Tal vez te resulte difícil, Allun —dijo Marlie con sequedad.
—Las palabras también hablan del mediodía. —Jonn el Fuerte no sonreía—. Sugiero que iniciemos el viaje a través del bosque lo antes posible. Calculo que dentro de una hora será mediodía.
Extendió una mano hacia Rowan para ayudarle a ponerse en pie.
—Enrolla el plano y métetelo en el cinturón, muchacho —dijo con brusquedad—. He descubierto que mi carga no está equilibrada, por lo cual necesito cargar con tu mochila además de la mía para igualar el peso, si no te parece mal.
No esperó a la respuesta, sino que se cargó ambas bolsas a los hombros y empezó a caminar hacia la roca puntiaguda. Los demás se apresuraron a seguirle. Rowan, al que ya no molestaba el peso de la mochila, descubrió que podía seguirlos sin grandes problemas, pese a las contusiones.
Se detuvieron en la roca puntiaguda y miraron entre los primeros árboles. La luz del sol se filtraba a través de las hojas y formaba charcos en el suelo del bosque. Un sendero sinuoso se abría entre ellos, aunque pronto se perdía de vista bajo la maleza.
—Esto parece bastante agradable —comentó Allun—. ¿Paso delante esta vez? La gravedad de la tarea puede que contenga mi lengua, tal como ordena el verso. Han pasado cosas extrañas.
—Pues pasa delante —gruñó Bronden—. Cualquier descanso de tu cháchara infernal será una bendición.
Se adentraron en el bosque. Rowan observó que todos, con independencia de lo que opinaran sobre las instrucciones del plano, mantenían los brazos pegados a los costados. Y nadie hablaba. Al cabo de pocos minutos, el camino había dado tantas vueltas y revueltas que ya no se veía la cumbre del risco.
A medida que se iban internando en el bosque, los árboles que los rodeaban se fueron haciendo más grandes y más cercanos entre sí, enmarañados de enredaderas y rodeados de arbustos. La luz disminuyó. ¡Y el silencio! Rowan, que caminaba detrás de Marlie y escuchaba los pasos firmes de Jonn el Fuerte a su espalda, pensaba que jamás había conocido un lugar tan silencioso. ¿Dónde estaban los pájaros, los grillos y los lagartos, y todos los demás animalitos que habitaban bosques como aquel?
Entonces, lo oyó. Un tenue gorjeo se oía algo más adelante. Una numerosa colonia de pequeños pájaros, a juzgar por el sonido. Rowan conocía todos los pájaros de Rin, pero jamás había oído un sonido semejante. Aquellos animalitos debían de ser de una raza que no se aventuraba hasta el valle. No estarían construyendo nidos en esa época del año, pero ya tenía ganas de verlos. Solo de pensarlo se sintió más animado.
El piar de los pájaros fue aumentando de intensidad. Allun se puso a caminar más deprisa, como si también estuviera muy interesado en lo que les aguardaba delante. Pronto le siguió Marlie. Chasqueó la lengua y corrió a unirse con él. Rowan, que daba zancadas para no quedar rezagado, intentó mirar por encima del hombro de Marlie cuando el sendero trazó una nueva curva. Tropezó y estuvo a punto de caer, cuando de pronto ella lanzó una exclamación ahogada y se topó con Allun, que se había quedado inmóvil y casi invisible a la escasa luz. El sonido era ya ensordecedor.
Jonn el Fuerte agarró a Rowan del brazo y le sostuvo, y frunció el ceño cuando Val, Ellis y Branden también toparon contra él. Allun seguía sin moverse.
—Allun, cabeza de chorlito, ¿a qué juegas? —vociferó Bronden.
El piar de los pájaros enmudeció al punto. Fue sustituido por el sonido de algo similar a un susurro, o un crujido.
Allun se volvió a mirarlos, pálido como la leche a la luz difusa. Pero no contestó. Solo movió la cabeza de un lado a otro, con mucha cautela.
Y entonces, vieron lo que él había visto. A ambos lados de la estrecha senda. Arañas. Miles de ellas. Enormes arañas negras aterciopeladas, tan grandes como la mano de Jonn el Fuerte, que reptaban sobre inmensas telas de seda blanca que envolvían los árboles, tan gruesas que no se podían distinguir el tronco ni las hojas. Sus ojos brillaban. «Un millón de ojos». La piel de Rowan se erizó. Iban a tener que caminar entre aquellas telarañas, mientras los gigantescos animales los escuchaban y acechaban.
—¡Arg!
Rowan oyó una exclamación estrangulada a su espalda. Las arañas se quedaron petrificadas, y después empezaron a moverse de nuevo en dirección al origen del sonido.
Jonn el Fuerte apoyó la mano sobre el hombro de Rowan y empujó con delicadeza a Marlie, para indicarle que siguiera moviéndose. Ella empujó a su vez a Allun, y este empezó a avanzar, con la mayor economía de movimientos posible. Pero solo habían avanzado unos pocos pasos, cuando de nuevo oyeron un gruñido trémulo detrás de ellos, y Val tiró de la manga de Jonn el Fuerte.
—Ellis —susurró—. No… Puede.
Jonn, Rowan, Marlie y Allun se volvieron con incredulidad. Detrás del rostro preocupado de Val vieron la enorme forma de Ellis, con los puños apretados sobre el pecho. Su rostro brillaba de sudor. Jadeaba y temblaba, y de vez en cuando un leve gemido escapaba de sus labios.
—Arañas —susurró su hermana—. No puede soportarlas. Le pasa desde niño. En casa no puede haber una mota de polvo ni una hoja seca en ningún rincón, no sea que una araña busque refugio. La más pequeña le aterroriza. Y estas… Son de lo más…
—Ellis —susurró Jonn el Fuerte—. Venga, hombre. La distancia es corta. No están en el sendero. Si vamos con cuidado…
—Nooo…
El sonido surgió como un susurro de los labios del hombre. De repente, dio media vuelta y empujó a un lado a Bronden, que estuvo a punto de caer sobre una telaraña. Volvió corriendo por donde habían venido. Después, dobló el recodo y desapareció de la vista. Pero oyeron el sonido de sus pasos: corría. Huía del bosque.
—¡Adelante! —susurró Val, con una voz que rebosaba preocupación y vergüenza—. ¡Adelante! No volverá.
Obedecieron en silencio. Al cabo de unos minutos, oyeron de nuevo el gorjeo. Las arañas se estaban comunicando una vez más, se frotaban poco a poco sus grandes patas negras como grillos venenosos. El estrépito era tan extraño y horrible, que ya no sabían de dónde procedía. Rowan se refugió detrás de Marlie con la respiración entrecortada, intentando encogerse de tamaño. Procuraba no mirar ni a un lado ni a otro. Intentaba no pensar en las pegajosas cortinas blancas que cubrían los árboles, las enormes arañas reptantes y su millón de ojos tan cercanos.
Si hablaban o gritaban, atraerían de nuevo a las arañas. Tocar uno de los filamentos de gruesa seda blanca significaría llamarlas, y acudirían deprisa. Había visto suficientes insectos atrapados en telarañas para saberlo. Debía seguir caminando y doblegar el miedo. Debía pensar, recordar los últimos versos del poema: «En una puerta de seda vuestro camino acaba, donde el fuego y la luz serán vuestros amigos. Entonces os veréis como os ven los demás, y el ojo del mediodía os mostrará el camino».
La puerta de seda… El ojo de mediodía. Ya debía de faltar poco.
Dio un respingo cuando Jonn el Fuerte tocó su hombro. Alzó la vista. Había un pequeño claro. Antes ellos se abría la puerta de seda. Era una gigantesca telaraña centelleante, tan espesa que no se podía ver a su través. Su superficie estaba plagada de ramitas y hojas atrapadas en sus filamentos pegajosos. Se extendía de un lado a otro del camino, que bloqueaba por completo. Y estaba rodeada de cientos de arañas. A la espera.
Allun se volvió con cautela hacia sus compañeros.
—¿Y ahora qué? —preguntó articulando exageradamente para que le leyeran los labios.
—El verso —susurró Marlie.
—El verso no tiene sentido —dijo en voz baja Bronden—. Ábrete paso a través de la telaraña y acabemos de una vez, Allun. Si no tienes estómago para ello, yo misma lo haré.
Las arañas se movieron en la tela.
—¡No! —susurró Jonn el Fuerte—. Al menos, mientras las arañas cuelguen de la seda en tal cantidad. En cuanto toquemos la tela nos caerán encima. No podemos correr ese riesgo.
—Puede que sean inofensivas —objetó Val.
—O puede que no —replicó Marlie—. Como dice Jonn, no podemos correr ese riesgo. Ya hemos perdido un miembro del grupo.
—¿Qué hacemos, pues?
Bronden estaba enfadada. La huida de Ellis del bosque le había causado una gran impresión. ¿Cómo podía un hombre tan grande y fuerte dejarse vencer por una debilidad infantil? Estaba estupefacta. Procuraba no mirar a Val. Debía de sentirse muy avergonzada.
La luz cambió. Justo encima de ellos un rayo de sol penetró en la oscuridad del bosque y los bañó de calor. Las arañas empezaron a cuchichear y a retroceder.
—No les gusta la luz —susurró Rowan—. El verso lo decía: «El fuego y la luz serán nuestros amigos».
—¡El fuego! —susurró Bronden—. ¡Arroja una antorcha a la tela!
—Ellis era el que portaba las antorchas —dijo Val con desánimo.
Allun tanteó en los bolsillos y sacó sus yescas.
—¿Alguien tiene algo que queme con facilidad, aunque sea por poco tiempo?
—No hagáis movimientos bruscos —advirtió Jonn el Fuerte, con los ojos clavados en las arañas.
Marlie introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Sacó su brújula, un peine, un espejo… y un pañuelo. Extendió el pañuelo a Allun. Este hizo un nudo y produjo una llama con las yescas.
—Preparados —advirtió. Prendió fuego al pañuelo y lo arrojó al centro de la barrera blanca.
La seda siseó y se encogió al contacto con el pañuelo. Las arañas chillaron y se dispersaron. Pero solo un momento. Al cabo de pocos segundos, antes de que ningún miembro del grupo hubiera conseguido avanzar más de un paso, la llama se había extinguido y las arañas estaban de vuelta. Había un agujero en la tela, pero cientos de arañas reptaban entre el humo que aún se elevaba de sus bordes chamuscados. Y venían más.
—Están tejiendo —dijo Allun con voz ahogada—. ¡Ya! Están reparando el agujero.
—¡Hemos de rechazarlas! —Jonn el Fuerte miró a su alrededor, desesperado—. Tiene que haber una forma.
—No les gusta la luz —dijo Rowan—. No les gusta el sol.
—No tenemos materiales para fabricar una antorcha, Rowan —contestó Marlie—. No tenemos nada que produzca una luz capaz de arder el tiempo suficiente para mantener a raya a esos bichos.
Rowan repitió en voz baja:
—«Entonces os veréis como os ven los demás, y capturaréis el ojo del mediodía para abriros paso».
Tuvo una idea, y miró a Marlie.
—«El ojo del mediodía»… ¡El sol! —Allun alzó la vista—. Pero el sol cae donde estamos nosotros. La tela está a la sombra.
—¿Qué pasa, Rowan? —preguntó Marlie—. ¿Por qué me miras?
—El espejo —susurró Rowan—. Tu espejo. En un espejo te ves como te ven los demás. Y el sol…
—¡Sí! —Jonn el Fuerte cerró los puños—. ¡Deprisa, deprisa! Antes de que se vaya la luz. Llevamos demasiado tiempo aquí.
Marlie le entregó el espejo. Jonn lo sostuvo frente a él y le dio vueltas hasta que reflejó la luz del sol hacia la tela. Las arañas huyeron y desaparecieron en las sombras.
—¡Dámelo! —gritó Val. Arrebató el espejo a Jonn. Movió el espejo hasta que el sol se reflejó en la superficie, y la luz cegadora bailó alrededor de la puerta de seda. Empujó a Bronden hacia delante—. ¡Ve! —chilló—. ¡Ya!
Rowan corrió con los demás, los ojos clavados en el agujero de la tela y los destellos verdes del otro lado. La luz danzarina ya se estaba difuminando. Llegó a la red y pasó a su través, mientras un millón de ojos destellaban coléricos en las sombras, engañados por su presa.