5 La montaña
Llevaban horas andando junto al lecho seco del río, y ya habían dejado la aldea muy atrás. Rowan ya no podía ver los altos muros de piedra del molino, el edificio más alto, porque los árboles los tapaban.
Delante de ellos, como una muralla enorme, se alzaba la Montaña. Dentro de dos horas, decían los demás, llegarían. El plano demostraba con claridad que debían iniciar la ascensión en el lugar en que el agua brotaba de un túnel subterráneo y formaba el río. Allí descansarían un rato y consultarían el plano antes de continuar.
Rowan estaba muy cansado. La bolsa que cargaba castigaba sus hombros, y le dolían las piernas y los brazos. Pero sabía que debía seguir caminando, sin quejarse. Los demás intentaban que no se quedara rezagado, pero sabía que su paso lento irritaba a Branden y a Val, como mínimo. Era difícil saber qué sentía Ellis, porque casi nunca hablaba. Ni siquiera cuando habían pasado junto al molino, con la gran rueda de madera inmóvil y su canal a un lado del lecho seco del río, no había dicho nada. Solo miró y después volvió la cabeza hacia la Montaña.
Rowan le observaba, a la cabeza del grupo. Cargaba sin dificultad con su mochila, el peso extra de una pesada cuerda, una pequeña hacha y su provisión de antorchas. Detrás de él caminaba su hermana.
Formaban una pareja extraña y silenciosa. Rowan había oído a Jiller decir a Jonn el Fuerte que era como si vivieran en un mundo propio. Un mundo habitado tan solo por dos personas. Parecían tan duros e inamovibles como las paredes de su molino. Eran de la misma edad que Jiller, y para Rowan formaban parte de la vida cotidiana del pueblo, como los demás adultos que había conocido desde la infancia. Pero más tarde había llegado a darse cuenta de que Val y Ellis eran muy raros. Y de que su madre, así como Jonn el Fuerte y Allun, entre otros, también opinaban lo mismo.
Detrás de Val andaba Bronden, una cabeza más baja, pero corpulenta y decidida. Marlie venía a continuación, y de vez en cuando sonreía a Allun, que iba a su lado, silbando y cantando como si fueran de excursión. Habían dejado a Rowan en penúltimo lugar, porque Jonn el Fuerte cerraba la marcha. De vez en cuando, Jonn le hablaba. «¿Todo bien, Rowan?», preguntaba efusivamente, o «Casi hemos llegado, amigo mío». Rowan asentía y murmuraba una respuesta de mala gana. Sabía que a Jonn le daba igual su bienestar. Se sentía responsable de él.
Jonn era bondadoso y caía bien a todo el mundo. Era así. Siempre había sido amable con Rowan. Pero eso no quería decir que le cayera bien. Sentía afecto por Annad, eso era evidente, pero con Rowan nunca se sentía relajado. Se esforzaba demasiado en ser amable. No hay que esforzarse cuando alguien te gusta de veras. Rowan lo sabía. A veces, Jonn le llamaba «conejo escuchimizado», y se reía de él por ser tan timorato.
Jonn le hablaba a causa de Jiller. Rowan la había oído susurrar: «Cuida de él», mientras se despedía del hombretón antes de marcharse. Jonn había tomado sus dos manos entre las de él: «Lo haré, Jiller. Te prometo por mi vida que te lo devolveré sano y salvo».
Al recordar esto, Rowan experimentó cierto resentimiento. ¿Qué derecho tenía Jonn el Fuerte a mirar a su madre así? ¿Qué derecho tenía a tomar sus manos, como si fuera algo más que el amigo de su marido muerto? Se quedó conmocionado en la plaza del mercado cuando se dio cuenta de que Jonn tal vez sentía por su madre algo más que amistad. Había sido horrible pensar que tal vez pensaba convertirse en su marido algún día. Nadie ocuparía el lugar de su padre, pensó Rowan con amargura. Nadie.
Siguió caminando, con la vista clavada al frente. «Jonn debería sentirse responsable de este desastre», pensó. Fueron las burlas de Jonn las que irritaron a Sheba, de manera que había nombrado a Rowan guardián del plano. Era culpa de Jonn que Rowan se hubiera visto obligado a convertirse en el débil e indeseado séptimo miembro del grupo.
En ese momento, los pensamientos de Rowan cambiaron de dirección, y su ira se templó. Se preguntó si Jonn y Marlie recordaban las palabras de Sheba. «Siete corazones partirán de viaje… De siete maneras se romperán los corazones». No decían nada, pero seguro que les habían rondado por la cabeza, como a él. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Era imposible que Sheba hubiera sabido de antemano el número de viajeros. A menos que hubiera tenido una visión del futuro cuando estaba reclinada en su silla, con los ojos semientornados. Y si esa parte de la profecía se había convertido en realidad…, ¿qué pasaría con el resto? No quería mirar la Montaña.
Cuando la última hora de marcha se estaba acercando a su fin, y las rocas de las laderas de la Montaña se cernían enormes y afiladas, el sol ya calentaba la espalda de Rowan. Desde hacía un rato, solo conseguía tenerse en pie si pensaba en los bukshah. Mientras Jiller le preparaba la bolsa para el viaje, había escapado a los campos para despedirse. Había descubierto a las bestias meciéndose nerviosamente en la hierba verde que todavía rodeaba la fangosa charca de abrevar.
—Vamos a ayudaros —les dijo Rowan mientras se movía de una a otra, las acariciaba y palmeaba, y aspiraba el conocido olor animal—. Pronto volverá a haber agua dulce. Dentro de poco…
Había dejado a Estrella para el final. Rodeó su cuello con los brazos y apoyó la cabeza sobre la peluda lana.
—Adiós, Estrella —había dicho—. Espérame. Volveré con el agua. No os fallaré.
Sabía que Estrella no podía comprender sus palabras, pero había gruñido y resoplado como consolada por el tono de su voz.
—Annad y madre te cuidarán durante mi ausencia —le había dicho—. Si Alba pare mientras estoy fuera, la ayudarán. Me lo han prometido.
Un abrazo final y se había ido, pero le acompañaban la fuerza y la confianza de Estrella, pese a que sus rodillas temblaban de debilidad y tenía la respiración entrecortada.
—¡Eh, Ellis!
El grito de Jonn el Fuerte arrancó a Rowan de sus pensamientos. Allun y Marlie se detuvieron. Paró y alzó la vista. Ante él se elevaba un precipicio de roca. A su lado, el lecho seco del río se había convertido en un agujero redondo y profundo, en el que todavía se veía un poco de agua fangosa. Había una abertura negra en el risco, justo encima del agujero. Malas hierbas y musgo mustios cubrían sus bordes. Estaba claro que era de allí de donde salía el agua.
—El agua brota de aquí —estaba diciendo Jonn el Fuerte a Val y a Ellis, señalando la abertura—. Cuando mana como de costumbre, no puedes estar aquí porque la espuma te empapa.
Bronden bajó a la charca vacía y pateó el barro blando. Después, se inclinó sobre la roca para mirar hacia la abertura de la pared del risco, como si esperara encontrar una respuesta allí.
—Sheba dijo que el problema se encontraba en la cumbre de la Montaña —dijo Marlie, a quien Bronden siempre parecía irritar—. Aquí abajo no hay nada que ver.
—Supongo que no perjudico a nadie si lo compruebo con mis propios ojos, Marlie la hilandera —replicó Bronden. Frotó la mano sobre la roca y la introdujo en el agujero del risco todo lo que pudo—. Un túnel redondo. El suelo, las paredes y el techo son lisos —informó, y se secó las manos fangosas con la ropa antes de volver a la orilla—. El agua ha desgastado todos los salientes afilados, no cabe duda.
—Como cabía esperar —dijo Marlie con brusquedad.
Rowan se dejó caer sobre la hierba. Las rodillas ya no le sostenían. Se desprendió de la pesada bolsa y buscó una botella de agua dentro.
—Bebe un poco, pero no demasiado —le advirtió Allun, arrodillado a su lado—. No sabemos cuánto van a durar nuestras provisiones. Tal vez no encontremos agua en lo alto de la montaña.
Rowan bebió un trago de agua tibia con sabor metálico. ¡Estaba deliciosa! Podría habérsela acabado toda con suma facilidad, pero se obligó a taparla de nuevo y, cuando lo hizo, las lágrimas afluyeron a sus ojos. Estaba muy cansado. Y el viaje de verdad aún no había empezado.
Los demás miembros de la partida dejaron caer sus bolsas y estiraron los miembros. Después, uno a uno, se tumbaron también sobre la hierba.
—El plano, Rowan —le apremió Allun—. Déjanos verlo, pero no lo sueltes en ningún momento. La desaparición y aparición de las figuras me revuelve el estómago.
Rowan sacó el plano de su mochila y lo desenrolló con cuidado sobre la hierba, sujetando las esquinas con piedras. Los demás se congregaron a su alrededor.
—Estamos aquí, ¿lo ves? —dijo Jonn el Fuerte, con el dedo sobre la superficie—. Según las marcas rojas, hemos de empezar a subir en este punto. La pista deja atrás la cueva de la que brota el agua y continúa hasta que la Montaña se allana y empiezan los árboles. Allí arriba.
Señaló una ondulante masa verde de hojas.
—Una cuesta empinada —gruñó Val—. El chico tendrá problemas.
—Pues habrá que ayudarle —dijo risueño Jonn el Fuerte.
Allun estaba examinando el plano.
—¿Qué son estas manchas blancas? —preguntó, moviendo el dedo sobre varios puntos del pergamino.
Marlie frunció el ceño.
—Están todas al lado del sendero. Seis en total. ¿Es posible que Sheba borrara algunas cosas importantes para despistarnos?
—De ella me espero cualquier cosa —dijo Jonn el Fuerte—, pero al fin y al cabo, lo más importante es el camino, y se distingue con claridad.
—Muy cierto —dijo Bronden, al tiempo que se estiraba y bostezaba—. Es absurdo preocuparse por algo que no sea la tarea que nos llevamos entre manos.
Pero Rowan miraba las manchas blancas del plano con creciente angustia. ¿Por qué no se había fijado antes? Ahora que las había visto, le saltaban a los ojos. Espacios en blanco separados por distancias prácticamente idénticas a lo largo del camino; el último, en la misma cumbre. Espacios en blanco en una superficie cubierta por completo de colores y líneas. ¿Qué significaban? El primer espacio se hallaba en el punto en que el sendero se internaba entre los árboles. Pronto descubrirían lo que significaba.
—Al principio atravesaremos el bosque, por lo visto —continuó Bronden—. Un camino liso en dirección oeste. Debería ser bastante fácil, aunque el chico nos retrasará, por supuesto.
Exhaló un profundo suspiro y regresó al plano.
—Las indicaciones son claras. Donde termina el bosque, nos desviamos al noroeste y cruzamos este terreno bajo. Una distancia breve, no deberíamos tardar mucho en recorrerla. Y así sucesivamente hasta la cumbre. ¡Sencillo! Por suerte, llevo una brújula. También sé que Marlie y Jonn llevan una, porque las compramos en nuestro último viaje a la costa. —Se volvió hacia Val y Ellis—. Deberíais visitar mercados, amigos míos. Se ven muchas cosas interesantes, y se pueden comprar cosas útiles.
Val se encogió de hombros.
—El molino ha de seguir funcionando, Branden. No podemos pararlo para ir de picos pardos cuando nos plazca.
—Pero uno podría ir y el otro quedarse —sugirió Allun, mientras masticaba una hoja de hierba y miraba el cielo.
Val guardó silencio.
—No es nuestro estilo —replicó Ellis.
—Tú tampoco vas nunca a la costa, Allun —señaló Marlie—. Siempre dices que estás demasiado ocupado. ¡Eres tan malo como Val y Ellis!
Bronden abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor.
—En cualquier caso —comentó al cabo de un momento—, las brújulas son una maravilla. Las gentes de Maris las utilizan cuando surcan el mar. Nuestra tarea será mucho más sencilla, porque hay puntos de referencia que nos guían. Estaremos en casa mañana a mediodía, os lo aseguro.
—Si todo fuera tan sencillo, no habríamos necesitado traernos el plano, Bronden. —Marlie se inclinó hacia delante—. La Montaña es un lugar peligroso. Un lugar temible. No deberías creer que es pan comido.
—Yo no creo que nada sea pan comido, Marlie la hilandera, como ya sabes, salvo lo que ven mis propios ojos —replicó Bronden—. Si tienes miedo, no tendrías que haberte unido a la partida. Ya es bastante malo que tengamos que arrastrar al chico, que no para de temblar.
—No olvides, Bronden, que fuiste tú la que insistió en eso —rugió Jonn el Fuerte.
Bronden se encogió de hombros y dio media vuelta.
—Sería mejor que dejáramos de lado nuestras diferencias —dijo Allun en tono conciliador. Después, se incorporó y abrió los ojos de par en par. Extendió las manos y fingió que temblaban violentamente—. Y si hablamos de miedo, ¡yo estoy aterrorizado! —chilló. Se tiró sobre la hierba, agitó la cabeza e hizo castañetear los dientes.
Jonn el Fuerte y Marlie rieron, y hasta Rowan dibujó una sonrisa. Pero Val y Ellis contemplaron en silencio a Allun, y después intercambiaron una mirada. Bronden resopló.
—Bien, si Allun puede recuperarse de su terror, creo que deberíamos poner manos a la obra —dijo Marlie, y sacó una gruesa cuerda de su mochila—. Ascenderemos con cuerdas, ¿no? Tal vez no sienta el miedo de que me acusan, pero tampoco quiero caerme sobre estas rocas.
Cuando la comida escaseaba en Rin, Rowan tenía que trepar a los árboles y doblar las ramas cargadas de hojas para acercarlas a las bocas hambrientas de los bukshah, pero la altura lo mareaba y le hacía palidecer. Y la ascensión que le aguardaba era la peor de sus pesadillas.
Una cuerda lo unió a Marlie, a Allun y a los demás por encima, y a Jonn el Fuerte por abajo. Cuando resbalaba, cosa que hacía una y otra vez, su cuerpo liviano, aplastado por la mochila, oscilaba en el espacio todo cuanto permitía la cuerda. El cielo giraba sobre él y el suelo giraba debajo. Sus gritos de terror resonaban en sus propios oídos. La cuerda que le salvaba le estrujaba también las costillas.
Y después, su cuerpo se estrellaba contra las rocas con un tremendo ruido. Y tenía que volver a subir.
Eso ya era bastante horrible, pero peor era el miedo de que uno de los demás fuera tan descuidado como él. Si Jonn resbalaba, el peso los arrastraría a todos a una muerte segura en las rocas de abajo. Si uno de los demás resbalaba, ni siquiera Jonn podría sujetarlos.
Rowan, dolorido, tembloroso, con agujetas en todos los músculos, continuó la ascensión. Cuando por fin llegaron a lo alto del precipicio, y cayó al suelo sudoroso y jadeante, el mundo se tiñó de rojo ante sus ojos antes de que se desmayara.