2 Sheba
Rowan estaba jadeando cuando llegó a la fresquera. Subió la escalera tembloroso y bajó los dos quesos más maduros del estante. La fresquera estaba llena de quesos, tinajas de requesón blanco, mantequeras. Comida abundante para todo el mundo. Pero no por mucho tiempo, si nuevas provisiones no sustituían a las que se iban consumiendo.
Salió de la fresquera y corrió hacia el huerto, detrás del cual estaba la cabaña de Sheba. Oyó el sonido de la multitud que todavía estaba congregada en la plaza del mercado, y se alegró de no tener que pasar por allí otra vez. Cuando llegó a las afueras del pueblo, pensó en lo que Val había dicho. Empezó a moverse entre los arbustos, tropezando con la hierba irregular y esquivando las ramas retorcidas. Pensó en Sefton, su padre.
Sefton había llegado tarde del mercado una noche, justo después de que naciera Annad, y descubrió que su casa estaba ardiendo. Un tronco se había caído del hogar y había prendido fuego al primer piso. Las llamas estaban lamiendo la escalera y el humo invadía toda la casa. Sefton había pedido ayuda a gritos, y después subió la escalera en llamas. Había sacado a la inconsciente Jiller y al bebé de sus camas, para luego ponerlos a salvo. A continuación, cuando las llamas alcanzaron mayor altura y el calor se hizo más sofocante, se enrolló una manta a la cabeza y volvió a la casa en busca de Rowan, que dormía en el ático. Nadie pudo detenerle, dijeron más tarde, aunque el calor y el humo repelían a todo el mundo. Incluso a los gigantescos molineros, Val y Ellis. Incluso a Jonn el Fuerte, el amigo de Sefton.
Vieron a Sefton en la ventana del ático con Rowan en sus brazos. Le vieron abrir los postigos y le oyeron gritar. Corrieron a atrapar lo que les arrojaba, su hijo, que chillaba aterrorizado, envuelto en la alfombra de su cama. Y después oyeron un gran estrépito y vieron cómo el tejado se hundía envuelto en llamas. Jonn el Fuerte, que acunaba a Rowan en sus enormes brazos, lanzó un grito de dolor. Sefton había salvado a su familia. Pero los había abandonado para siempre.
Rowan creció sabiendo que su padre había muerto para salvarle. También sabía que, si bien nadie lo decía abiertamente, mucha gente del pueblo de Rin pensaba que el intercambio no había sido justo. Ahora, los aldeanos eran granjeros y comerciantes, pero descendían de grandes guerreros. En su época, cuando Rin había sido amenazada, muchos de los viejos habían luchado para defenderla. La Guerra de las Llanuras estaba viva en sus recuerdos, y documentada en docenas de volúmenes en la casa de los libros. El pueblo de Rin estaba orgulloso de su tradición de valentía.
Todos los niños del pueblo aprendían a temprana edad a correr, trepar, saltar, nadar… y luchar. Rowan se había adiestrado con los demás, pero nunca había destacado en nada. Siempre había sido pequeño para su edad. Siempre había sido tímido.
Y desde la noche del incendio se había mostrado más silencioso y nervioso que antes. Val tenía razón, pensó. Nunca sería como su padre. Tampoco poseía la energía de su madre, que desde la muerte de su esposo había trabajado con mayor ahínco, arando los campos de trigo con Estrella, plantando y recogiendo la cosecha, y llevándola al molino.
A Rowan le habían adjudicado la tarea de pastorear a los bukshah porque era fácil. Cuidar de las grandes y pacíficas bestias no exigía un brazo fuerte o una gran valentía. Solo en una ocasión, muchos años antes, una pastora de bukshah había sufrido un percance. Cerraron la mina en la que había caído cuando intentaba salvar a una cría extraviada. Un niño mucho más pequeño que Rowan habría podido hacer el trabajo, pero eso le permitía estar con sus bestias, y estaba agradecido por ello.
Los bukshah le querían y conocían su voz. Le miraban con sus dulces ojos castaños y le acariciaban la mano con el hocico cuando estaba triste, como si conocieran sus cuitas. A cambio, él procuraba hacer su vida cómoda, aprendía a curar sus enfermedades, curaba sus cortes y contusiones como su madre curaba las de él, purgaba de erizones y espinas su vello lanudo. Cuando las nieves de invierno llegaban al valle, daba cobijo a los viejos y débiles, pues sabía que los vientos gélidos podían matarlos, y no podía permitirse el lujo de perder ni siquiera uno. En la primavera, cuando el huerto florecido endulzaba el aire, corría a jugar con las crías, y llevaba puñados de guisantes nuevos que robaba de los jardines cuando nadie miraba.
Rowan escuchó. Oyó a las bestias en el campo cercano. Emitían ruidos y resoplaban, mientras el sol empezaba a ocultarse tras la Montaña. Ojalá estuviera con ellas, en lugar de tropezar con sus propios pies en el huerto, con los brazos cargados de sendos quesos aromáticos y la cabeza llena de temores vergonzosos.
Atravesó la valla que marcaba los límites del huerto, y sus pasos disminuyeron de velocidad cuando vio la luz que parpadeaba en la cabaña de Sheba. Pese al frío aire nocturno, la puerta estaba abierta, y sombras gigantescas oscilaban y reptaban sobre la extraña hierba pálida que crecía delante. Se puso a temblar otra vez al acercarse.
Dos de los hijos de Bree y Hanna le habían dicho una vez que Sheba podía convertirte en una babosa grande si así le placía. Señalaron las babosas que estaban recogiendo de las hojas de calabaza.
—En otro tiempo fueron personas —dijeron—. Mira, esta es nuestro tío Arthal. Lo reconocemos por la mancha de la frente. Dio a la Bruja un tomate podrido a cambio de una medicina para el dolor de vientre. Un tomate podrido en una bolsa con otros veinte. Ella le hizo eso. Adiós, tío Arthal. Hola, tío Babosa. ¿Quieres darle un beso?
Empujaron el animal serpenteante hacia la boca de Rowan, y le abuchearon cuando este salió corriendo.
Rowan sabía que le habían tomado el pelo. Lo sabía a ciencia cierta, pero a veces, cuando estaba en la cama de noche, o si un bukshah se extraviaba y tenía que acercarse a la cabaña de Sheba para alcanzarlo, recordaba la historia de los niños, así como la gorda y lenta babosa con la mancha en la frente, y se estremecía.
Oyó voces mientras avanzaba entre las sombras. Jonn el Fuerte y Marlie. Y otra voz, cascada y grave: Sheba.
—El río baja desde la cumbre de la Montaña, por encima de las nubes —estaba diciendo—. Fluye hacia Rin bajo la tierra y la roca. Por eso debéis subir a la Montaña, hasta la misma cumbre, mis buenos amigos. ¡Y nadie conoce el camino secreto, salvo Sheba!
Sonó su risa burlona.
Rowan pensó en dejar los quesos en el peldaño de la puerta y correr hacia casa, pero, cuando avanzó un paso, una ramita crujió bajo su pie.
—¡Por fin! —Jonn el Fuerte asomó la cabeza por la puerta. Apoyó el brazo en la espalda de Rowan y le empujó al interior—. El chico con los quesos. Nuestro regalo para ti, Sheba —dijo efusivamente—. A cambio de que nos reveles el camino.
La mujer sentada junto al fuego olfateó el aire y emitió un sonido de codicia.
—¡Los quesos! —se refociló. Después, frunció el ceño y entornó los ojos—. Tráelos aquí —ordenó—. Más cerca, chico.
Rowan vaciló. Marlie, que estaba a su lado, le propinó un leve empujón. Notaba los pies como si fueran piedras. Los obligó a avanzar paso a paso.
—¿Qué estás escondiendo? —preguntó con brusquedad Sheba, medio levantada de la silla—. ¡He dicho más cerca, chico! Ven aquí y deposita esos famosos quesos en mi regazo. Porque ¿cómo sé que no me estáis engañando, engatusándome con alimentos de segunda clase?
—Son los mejores que tenemos, Sheba —dijo Marlie—. El propio Rowan los eligió de la estantería más alta de la fresquera. Te gustarán.
—Eso dices tú —gruñó Sheba. Encorvó los hombros y miró fijamente a Rowan. Sus ojos parecían rojos a la luz del fuego. Llevaba un trapo púrpura alrededor de la frente, y su pelo colgaba en delgadas trenzas grises en torno a su cara. Olía a ceniza y polvo, hierbas amargas y paño viejo. Rowan llegó a su silla, depositó los redondos quesos amarillos sobre su regazo y retrocedió a toda prisa, para refugiarse de aquellos terribles ojos incandescentes detrás de la alta figura de Marlie. ¿Y si había elegido mal? ¿Y si aquellos quesos no estaban buenos? ¿Y si Sheba pensaba que su intención era engañarla?
La anciana levantó la vista.
—Son buenos —dictaminó—. Tanto como dijiste que serían, Jonn del Huerto.
—Por supuesto.
Jonn el Fuerte le dedicó una reverencia.
—Bien, Sheba —dijo Marlie con firmeza—. ¿Nos dirás lo que deseamos saber?
—¡Ah, valiente Marlie! —Sheba lanzó una risotada desagradable. Sacó algunos leños de una cesta que tenía al lado y los arrojó al fuego. Se reanimó cuando los leños se encendieron, y las sombras bailaron sobre su rostro cuando se volvió hacia los visitantes—. Valiente cuando tejes tu tela en la seguridad de tu casa y sueñas con la gloria. Pero ¿serás valiente en la Montaña? La Montaña sabe cómo domar a chicas valientes como Marlie, si tienen la imprudencia de medir sus fuerzas con ella. Tiene sus recursos…, muchos recursos…, como descubrirás a su debido tiempo, Rowan sintió que Marlie se ponía tensa y sus mejillas se teñían de carmín.
—¡Y Jonn! ¡Jonn el Fuerte, guardián de los árboles! ¡Un hombre alto y apuesto! —se burló la vieja, sin hacer caso de Marlie—. Ahora vienes a pedirme favores, pero ¿qué eras tú hace tiempo, sino un niño pequeño con el trasero al aire que llorabas siempre que Sheba pasaba a tu lado? —Reveló sus largos dientes marrones esbozando una espantosa sonrisa—. La Montaña no pondrá a prueba tu fuerza, Jonn. La destruirá. Como ha destruido la fuerza de hombres dos veces más valientes que tú. Te retorcerás y balbucearás como un niño en las garras de la Montaña. Pero la Montaña no te soltará.
Siguió un momento de silencio. Rowan estaba paralizado de horror.
Jonn el Fuerte rio. Después, plantó las manos en las caderas y habló a la anciana con severidad.
—¡Basta de cuentos, Sheba! —dijo—. No los malgastes con Marlie y conmigo. Rowan es el único que les tiene miedo. No deberías pensar que somos lo bastante tontos para seguir su ejemplo. Mira, le has dado un susto de muerte, pobre conejito escuchimizado. ¡Además, te ha elegido unos quesos excelentes! Deberías pedirle perdón.
Sheba continuaba sonriendo, pero había un brillo escarlata en sus ojos.
—Ríete, pues, Jonn —se burló—. Si el chico es el único asustado, es el único con sentido común. ¡Que te guiara él no te haría daño! —Introdujo de nuevo la mano en la cesta—. De modo que es cierto que debo pedirle perdón —rio. Después, veloz como una serpiente, arrojó un leño hacia Marlie, quien gritó y saltó a un lado, asustada, dejando que el leño alcanzara de pleno a Rowan.
Rowan retrocedió y estuvo a punto de caer, con el leño aferrado ahora en la mano. Ya empezaba a manar sangre de una herida en su frente. Jonn el Fuerte lanzó una exclamación de ira y avanzó con los puños apretados.
—Un regalo de Sheba —gruñó la anciana—. Y te pido perdón, Rowan de los Bukshah.
—¡Has ido demasiado lejos, Sheba! —tronó Jonn el Fuerte.
Ella frunció los labios.
—¿De veras? —dijo—. Bien, tal vez deberíamos dar por concluida esta reunión.
—No hasta que nos hayas dicho lo que hemos venido a oír —gritó Marlie, refugiada en las sombras—. ¡Y deprisa! Hay que curar la frente del muchacho.
—Es solo un rasguño —dijo Sheba con placidez—. De todos modos, me estoy cansando. Estoy harta de vuestro infantilismo. Os diré lo que necesitáis saber… en la medida de mis posibilidades. Esperad.
Se reclinó en la silla y entornó los ojos. Acarició con las manos los quesos que descansaban sobre su regazo como si fueran gatos. La hoguera resplandecía. Empezó a hablar y murmurar para sí. Por fin, habló con voz grave:
Siete corazones partirán de viaje.
De siete maneras se romperán los corazones.
El corazón más intrépido seguirá adelante,
cuando el sueño sea la muerte y la esperanza
haya desaparecido.
Mira en las feroces fauces del miedo
y verás la respuesta clara y simple,
y luego desecha toda idea de volver al hogar,
porque solo entonces habrá terminado tu búsqueda.
Los párpados de Sheba aletearon y sus ojos se abrieron. Por un momento miró a Jonn, Marlie y Rowan, como si se preguntara por qué estaban allí, pero después se espabiló y agitó la mano con impaciencia. Ya no parecía una bruja. Tan solo una anciana cansada y hosca.
—Marchaos ya —dijo la mujer—. No os puedo decir nada más.
—El camino, Sheba. El camino que debemos seguir —la apremió Marlie—. ¡No nos has dicho nada!
—¿No? Bien, ya veremos. Tal vez iréis cambiando de opinión. Dejadme en paz.
Sheba apoyó la barbilla sobre el pecho y guardó silencio. Esperaron, pero no volvió a levantar la cabeza. Al cabo de un rato, empezó a roncar.
—Se ha dormido —susurró Rowan.
—O lo finge —contestó Jonn el Fuerte, disgustado—. En cualquier caso, ya no nos queda nada más por hacer aquí. Hemos de regresar. Hace mucho rato que los demás nos esperan.
Salieron de la cabaña y apresuraron el paso en dirección al pueblo.
—Volvemos con las manos vacías —exclamó Marlie—. Y con Rowan sangrando. Rowan, nunca me perdonaré haberme apartado y dejar que te hiriera. Me pilló por sorpresa.
—La vieja bruja quería que Rowan sufriera —dijo Jonn el Fuerte con semblante hosco—. Me estaba castigando por reírme de ella y exigirle que pidiera perdón. La culpa es mía.
Rowan, que trotaba a su lado a través del huerto, se sentía mareado y débil, pero ignoraba si se debía al corte de la frente o al terror que había sentido en la cabaña de Sheba. Las horribles advertencias de la bruja daban vueltas en su cabeza, y tenía la impresión de que su extraño canturreo se le había grabado en la cabeza. No podía olvidarlo.
—Siete corazones partirán de viaje… De siete maneras se romperán los corazones… —Se descubrió repitiendo los versos en voz baja, golpeándose la pierna con el palo que aún sujetaba en la mano para seguir el ritmo de la marcha—. El corazón más intrépido seguirá adelante… Cuando el sueño sea la muerte y la esperanza haya desaparecido…
—Olvídalo, Rowan —dijo Jonn el Fuerte, nervioso—. Mira allí…, las luces del pueblo. Pronto estarás en casa con tu madre. —Intercambió una mirada con Marlie—. Me va a echar un buen rapapolvo por llevarte a casa en este estado… —añadió sin elevar la voz.