13 La respuesta
Rowan chilló, a la espera del aliento cálido, las garras y los colmillos que le depararían una muerte horrible. Pero no llegaron. Apartó las manos de los ojos, aterrado. El Dragón estaba muy cerca. Le estaba mirando. Sus ojos de serpiente estaban clavados en los suyos, autoritarios.
—Jonn —dijo Rowan en voz baja, sin desviar la vista—. ¿Jonn el Fuerte?
—Estoy aquí —fue la respuesta—. La cola del animal me tiene aplastado contra la pared. No puedo moverme. Sálvate si puedes, Rowan.
El Dragón gruñó. Volvió la cabeza hacia la voz de Jonn, y después miró a Rowan de nuevo. Balanceó su enorme cuerpo y se rascó la parte blanda del cuello, donde había heridas de muchos días atrás, con costras de sangre seca. Sus ojos eran pozos rojos de ira y… algo más. Rowan lo vio y reconoció asombrado lo que era: el dolor de un animal indefenso.
Se puso en pie poco a poco, sin apartar la mirada en ningún momento.
—¿Qué te pasa? —preguntó en voz baja, con la voz que utilizaba con los bukshah.
El Dragón bajó la cabeza y abrió las mandíbulas. Emitió un profundo gemido gutural. Los dientes afilados como agujas desprendieron sangre aguada que cayó a los pies de Rowan. Un aliento cálido y apestoso azotó su rostro. Rowan se encogió, pero el Dragón tampoco atacó esta vez.
—¡Rowan! —susurró Jonn el Fuerte—. Retrocede muy despacio y vete. Tú llevas el plano y la brújula. Vuelve a casa. Tienes una oportunidad. ¡Aprovéchala!
Rowan apenas le oyó. Estaba mirando las marcas de garras alrededor del cuello del Dragón. De repente, una idea se formó en su mente, clara como el agua. Paseó la vista alrededor de la cueva. Ni huesos, ni carne. Solo nieve fresca.
—No has comido —dijo al Dragón, como si estuviera hablando con Estrella—. No has ido a cazar. Pero mana sangre de tus mandíbulas. —Miró al Dragón a los ojos. Mucho tiempo antes, en un lugar muy diferente, y en un par de ojos muy distintos había visto esa misma mirada. Si pudiera ganarse la confianza de la bestia… Tomó una decisión y respiró hondo—. Creo que sé lo que te pasa. Y puedo ayudarte —dijo—. Soy tu amigo. Amigo.
El Dragón le miró sin parpadear.
—Quédate quieto —dijo Rowan.
Se acercó más. Miró en el interior de la boca roja y goteante, y luego se inclinó más, y más, hasta encontrar lo que buscaba.
«Mira en las feroces fauces del miedo, y verás la respuesta clara y simple».
El hueso era blanco y afilado. Se había encajado entre un diente y la parte posterior de la garganta del Dragón, del mismo modo que le había pasado a Estrella con una ramita. Rowan le había quitado la ramita. Podría sacar este hueso.
Trabajó con delicadeza, consciente de la agonía que sufría la bestia. El Dragón gruñó. Un movimiento en falso, y las terribles mandíbulas se cerrarían al punto. Poco a poco, Rowan aflojó el hueso. Por fin, con un giro delicado, lo liberó. Salió de la boca del Dragón y se volvió hacia Jonn el Fuerte, con el hueso en la mano.
—Bien —dijo en voz baja—, déjanos marchar. Te encuentras bien. Ya puedes cazar. Déjanos…
Los ojos del Dragón centellearon. Se alzó sobre sus patas traseras. Batió sus alas blancas escamosas. Por fin estaba libre del terrible dolor que había acallado su rugido y apagado su fuego durante tantos días. El dolor que le había impedido salir a cazar, volando en el cielo sobre su reino de nubes. Estaba libre… y hambriento.
Rugió, y el sonido fue como un trueno, vibró y resonó en las paredes de la madriguera. Cayeron carámbanos del techo de la cueva, se hicieron astillas en el suelo, y la tierra se estremeció. Rugió de nuevo, y cortinas de fuego brotaron de su boca y de las ventanas de la nariz, fundieron el hielo y la nieve, elevando vapor, que se mezcló con las llamas y el humo asfixiante.
Después, se volvió hacia Jonn. El hambre ardía en sus ojos rojos. Aún no iba a atacar al muchacho que le había curado con sus manos delicadas, pero el hombre era algo muy diferente.
—¡No! —gritó Rowan. Corrió al lado de Jonn, patinando en el suelo helado de la caverna. Se arrojó junto al hombre indefenso y le protegió con su cuerpo.
El Dragón se retorció y rugió, y Jonn emitió un grito de agonía cuando el movimiento le aplastó todavía más contra la pared de la cueva. Rowan sacó su puñal y acuchilló con desesperación la cola del Dragón, pero la hoja se dobló y partió contra las brillantes escamas blancas. Era inútil. El Dragón emitió un aullido de rabia y escupió una muralla de llamas que chamuscó el pelo y las cejas de Rowan. Una y otra vez las llamas los acosaron. Se acurrucaron juntos.
—Rowan —gimió Jonn—, está intentando asustarte para que te vayas. Solo me quiere a mí. Vete mientras puedas, por el bien de Jiller. Se lo prometí, Rowan. Yo estoy acabado. Te lo suplico. ¡Vete!
Pero Rowan no quería rendirse. Tenía que obligar al Dragón a mover la cola para que Jonn pudiera huir. Tenía que hacerlo antes de que el Dragón perdiera la paciencia y les matara a los dos. Pero carecía de armas.
—¿Qué haré? —gritó—. ¡No sé qué hacer!
«Recuerda bien las palabras que sabes…».
—¿Qué palabras? ¿Qué palabras? —gimoteó Rowan—. Oh, por favor…
—El plano. —Oyó la débil voz de Jonn el Fuerte a su lado—. Rowan…
Rowan, agachado, sacó el plano del cinturón y lo desenrolló.
«Recuerda bien las palabras que conoces».
El último espacio en blanco estaba lleno. Las palabras oscilaron ante sus ojos. Las palabras que sabía, en efecto. Las palabras que había oído por primera vez con un escalofrío de miedo, las palabras que habían invadido sus sueños y atormentado sus pensamientos en los largos días transcurridos desde entonces:
Siete corazones partirán de viaje.
De siete maneras se romperán los corazones.
El corazón más intrépido seguirá adelante,
cuando el sueño sea la muerte y la esperanza
haya desaparecido.
Mira en las feroces fauces del miedo
y verás la respuesta clara y simple,
y luego desecha toda idea de volver al hogar,
porque solo entonces habrá terminado tu búsqueda.
Todas las profecías se habían cumplido, excepto la última. La última, y la más terrible. Y ahora había llegado el momento.
Rowan enrolló el plano y extrajo la brújula de Jonn del bolsillo. Esperó el momento oportuno. «Y luego desecha toda idea de volver al hogar…». El Dragón echó hacia atrás la cabeza y rugió de nuevo, furioso. El suave cuello, arañado y desgarrado por sus propias garras en su esfuerzo por la Montaña. Y con ella cayeron Rowan y Jonn, sin aliento y sorprendidos, sacudidos de un lado a otro como tapones de corcho en la corriente. Rowan contuvo el aliento y trató de ponerse en pie. Estaban bajo tierra. Bajo el hielo. Ya no veía al Dragón. Ya no veía el cielo. El agua le estaba empujando. No podía resistir su fuerza.
Todo era oscuridad y roca pulida como el cristal, agua helada y el estruendo de la corriente. Rowan llamó a Jonn y agarró su mano. Al instante, supo qué había sucedido. Habían descubierto el secreto del río. El agua dulce levantaba espuma a su alrededor, los continuaba empujando. La habían liberado de su prisión de hielo. Ahora podía correr con libertad. Y corría por el largo y empinado túnel que atravesaba el corazón de la Montaña. Y los arrastraba con ella. Hacia el pueblo de Rin.
‡ ‡ ‡
Val y Ellis habían despertado antes del amanecer debido a unos leves golpecitos en la puerta del molino. La habían abierto para encontrarse con una pesadilla: Allun y Marlie, sucios y andrajosos, casi desmayados de agotamiento y sed. Los habían conducido al interior, curado sus heridas y proporcionado comida y agua. Después, habían escuchado el relato del espantoso viaje que los dos habían compartido al volver sobre sus pasos a través del pantano y el bosque, hasta la cumbre del risco, para luego bajar al pie de la Montaña. Intercambiaron miradas graves cuando averiguaron lo sucedido en las cuevas.
—Jonn el Fuerte era un hombre valiente —dijo Val por fin.
—¡Hablas como si estuviera muerto! —exclamó Allun, al tiempo que apartaba su vaso.
—Si no lo está —replicó impasible Val—, pronto lo estará. Y Rin con él. Está en la Montaña, solo. No puede triunfar. Ni sobrevivir.
—No está solo —protestó Marlie—. Rowan le acompaña.
Val y Ellis la miraron como si estuviera loca.
—¿De qué le va a servir a Jonn un alfeñique asustadizo como Rowan? —preguntó Val—. Necesita un compañero fuerte y valiente que…
—Tenía cinco compañeros fuertes y valientes. —Allun levantó la cabeza, y la miró a los ojos—. Y todos salieron huyendo.
Marlie sepultó la cara entre las manos.
Ellis habló por fin:
—Pronto amanecerá. Hemos de ir a ver a Jiller —musitó—. Estará en los campos de los bukshah, cuidando de las bestias. Hemos de contarle lo que ha pasado.
Los cuatro salieron del molino con el corazón contrito. El cielo era de un color rojodorado cuando llegaron a la charca seca. Vieron a Jiller con Annad, llevaba el chal bien ceñido alrededor de su cabeza. Estaba mirando la Montaña, temblorosa a causa del viento helado. Después, se volvió y los vio. La tristeza de su rostro se convirtió en terror.
—¡Allun! —gritó—. ¡Marlie! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Rowan? ¿Dónde está Rowan?
Entonces, empezaron a oírse los rugidos procedentes de la cumbre de la Montaña. Y ya no cesaron.
Estrella levantó la cabeza y llamó a Annad y Jiller. Annad no la oyó. Tenía los brazos alrededor de la nueva cría de Aurora, consolándola porque temblaba al oír los rugidos del Dragón. Jiller, con profundas ojeras bajo sus ojos enrojecidos, estaba de pie, muy rígida, entre Allun y Marlie. Solo oía el sonido estremecedor que les llegaba desde la Montaña; solo veía el fuego centelleante que iluminaba el cielo por encima de la nube.
Val y Ellis guardaban silencio. Con ellos estaban Bronden y todos los demás habitantes del pueblo. Todos habían acudido a toda prisa al oír el estruendo. Tenían el rostro levantado, convertido en una máscara de inquietud y pavor. Ninguno prestaba atención a la llamada de Estrella.
Estrella se alejó de la charca seca y empezó a trotar río arriba, siguiendo el lecho seco de la corriente. No sabía qué la atraía hacia allí. Solo sabía que debía ir. Y deprisa.
Una valla le impedía el paso. La apartó a un lado de un empujón, pasó por encima sin prestarle más atención y continuó adelante.
Oyó el grito de Jiller detrás de ella y más voces, pero no miró atrás. La llamada silenciosa era más fuerte ahora. Se puso a correr.
—¡Estrella! ¿Qué pasa?
La estaban persiguiendo. Oyó la voz sollozante de Jiller, y el ruido de muchos pies. Corrió más deprisa.
El lecho del río se veía marrón y vacío a su lado. Había tierra, hierba y flores esparcidas bajo sus cascos.
El molino estaba delante, al otro lado. El alto molino de piedra, con su enorme rueda de madera, silencioso durante tantos días.
Y no obstante… Estrella aguzó el oído. Oyó un sonido. Un crujido. Una corriente. ¡Agua! Su garganta agrietada ansiaba agua. Pero también captó otro sonido. Una voz que conocía.
—¡Estrella! ¡Estrella! ¡Estrella!
Estrella contestó a la llamada. Entró en el lecho seco del río. Se precipitó hacia el lugar de donde procedía el sonido: el canal del molino, donde la gran rueda crujía y se esforzaba. ¡Agua dulce! Sus ollares se impregnaron del olor. Porque el agua estaba llegando, en una ola que se elevaba más a cada segundo que pasaba, que caía entre las orillas del río, empujaba las palas de madera de la rueda del molino y descendía hacia Rin.
Estrella recibió el impacto de la ola. Agitó la cabeza y se abrió paso entre la espuma, sin hacer caso de los fragmentos de madera y las piedras que golpeaban sus patas, sin hacer caso de las ansias de detenerse y saciar su sed. Corrió hasta el canal del molino que había junto al río. Y con un gemido de amor, alivio y placer, llegó a la rueda del molino y empujó el hocico contra la mano del muchacho, que se aferró a ella.
Inclinó la cabeza para recibir el peso, al que guio hasta su ancho lomo, y sintió que unas manos aferraban su crin. Poco a poco, con mucho cuidado, atravesó la corriente espumeante y llegó a la orilla opuesta, sin mirar la gran rueda, que cedió por fin a la presión del agua y empezó a girar, aplastando las ramas y palos atrapados entre sus palas. Salió del agua. Sentía las manos de Rowan aferrando su lana, mientras caminaba dando tumbos a su lado. Oyó la voz de Rowan en su oído.
Le estaba hablando, como siempre hacía. Y estaba hablando al hombre tendido sobre su lomo. Les decía a los dos:
—Todo va bien. Ya estamos a salvo… Ya estamos en casa…
Rowan pasó los dedos entre el pelaje suave y húmedo de Estrella.
—En casa —repitió, y saboreó la palabra en su lengua. Su mente daba vueltas. Todo había sucedido con mucha rapidez. Su viaje desde Rin hasta la guarida del Dragón había durado cuatro largos días, con sus noches. Su regreso, aquel descenso aterrador a través de la corriente subterránea, no se había prolongado más de unos minutos.
Parecía increíble que estuviera aquí, a salvo en el valle, con la hierba bajo sus pies y la brisa de la mañana en la cara. Cerró los ojos con fuerza, de repente temeroso de que fuera un sueño, de que siguiera en la cumbre de la Montaña con el fuego, el hielo, el terror y la desesperación. Pero cuando volvió a abrirlos, los verdes campos de Rin seguían delante de él, y Estrella, y el río burbujeante. Era cierto. Ya estaban en casa. Ya estaban a salvo. El agua había vuelto a Rin. Y ellos con ella.
—¡Rowan! ¡Rowan!
Un gritó vibró en la distancia. Rowan alzó la vista. Una figura corría hacia ellos, junto a la orilla del río. Era Jiller quien le llamaba, con los brazos abiertos. Annad la seguía un poco atrás, y mucho más atrás apareció una multitud. Daba la impresión de que todo el pueblo había ido, de que corría hacia él. Cuando la gente estuvo más cerca, Rowan oyó que vitoreaban, gritaban, reían de alegría. Pero tenía los ojos nublados y no veía bien las caras. Solo vio la de Jiller cuando llegó por fin y le estrechó entre sus brazos, como si nunca lo fuera a soltar.
Rowan se abrazó a ella, escuchó las palabras que le repetía una y otra vez, sintió su alivio abrumador y el agradecimiento que experimentaba por el regreso del hijo al que creía haber perdido, y de su amor, que por fin comprendía. Y en aquel momento, el antiguo y frío dolor de su corazón se fundieron como la nieve delante del fuego, sin dejar el menor rastro.
Juntos levantaron a Jonn del lomo de Estrella y se arrodillaron a su lado.
—Creo que tiene la pierna rota —dijo Rowan en voz baja—. Le duele mucho, pero está vivo.
Jonn abrió los ojos y vio los dos rostros preocupados que le contemplaban. Tan distintos, y al mismo tiempo tan parecidos. Intentó decir algo, hizo un esfuerzo por levantarse y volvió a desplomarse con un gemido.
—Estáte quieto, Jonn —suplicó Jiller—. No intentes hablar. No es necesario.
El hombre herido se humedeció los labios agrietados con la lengua.
—Sí, es necesario —dijo. Rowan se dio cuenta de que cada palabra significaba un esfuerzo para él, pero estaba decidido a continuar—. Hay algo que debo decirte, Jiller. Prometí… Prometí que te devolvería a tu hijo. Pero ha sido Rowan quien me ha devuelto a casa. Me obligó a continuar cuando de buena gana me habría entregado al abrazo de la muerte. Luchó contra el frío y el fuego por mí, cuando habría podido salvarse. Se enfrentó solo al Dragón.
Rowan se agachó sobre la hierba, con una mano en la de Jiller y la otra apoyada sobre el pecho de Jonn. No había oído la llegada de la multitud congregada a su alrededor. No vio las miradas de estupor en sus rostros cuando escucharon las palabras de Jonn. Pero este sí. Alzó la voz al precio de un gran esfuerzo.
—Es gracias a Rowan que el río fluye de nuevo —dijo—. Nunca se rindió. No quiso. El más pequeño y débil de entre nosotros ha demostrado ser, al final, el más fuerte y valiente. Rin estará siempre en deuda con él.
Se hizo el silencio. Un pájaro trinó en un árbol cercano. Y, después, se oyó un gran estrépito. Rowan giró en redondo, sobresaltado. Vio que la gente le aclamaba. Allun y Marlie, con la cara todavía manchada de barro, gritaban y reían, y se daban palmadas en la espalda. Bronden aplaudía, y los molineros, Val y Ellis, se miraban asombrados. Neel, el alfarero, con la boca abierta en una amplia sonrisa, la gente de los jardines, y Timón, el maestro. Y todos los demás.
—¡Rowan, Rowan! —aclamaban—. ¡Rowan de los bukshah! ¡Rowan de Rin!
Jonn sonrió.
—Conejo escuchimizado… —susurró y, satisfecho, vio que Rowan empezaba a reír.
Estrella murmuraba para sí. Se alejó en silencio y avanzó pesadamente hacia el borde del río, ahora lleno de agua dulce y transparente. Escuchó. Alegres bramidos llegaban desde el pueblo. El agua había llegado a la charca de los bukshah.
El rebaño estaba a salvo. Rowan estaba a salvo. El río fluía de nuevo.
Todo era como debía. Estrella bajó la cabeza, y bebió por fin.
FIN