12 El corazón más valiente
Rowan se arrastraba con los ojos cerrados. Había descubierto que era mejor así, antes que afrontar la negrura que se extendía ante ellos. Le sangraban las manos, arañadas por la roca. Le dolían las piernas a causa del cansancio. Oía a Jonn el Fuerte detrás, gruñendo debido al esfuerzo, pues las paredes aplastaban sus anchos hombros. Hacía mucho rato que habían dejado de hablar.
El pasaje había descrito círculos y vuelto sobre sí mismo muchas veces. Gateaban y descansaban, gateaban y descansaban, en una pauta de pesadilla que se repetía una y otra vez.
En dos ocasiones, se habían quedado dormidos y despertaron en la oscuridad, gritándose mutuamente, presas del pánico. Ahora ya no sabían cuánto tiempo llevaban en el túnel. Tampoco sabían si era de día o de noche. Solo sabían que iban subiendo. Arriba, siempre arriba.
«Siete corazones partirán de viaje. De siete maneras se romperán los corazones».
Las palabras de Sheba daban vueltas en el cerebro agotado de Rowan. La Montaña había golpeado cinco veces. De cinco maneras diferentes, cinco corazones valientes se habían visto obligados a retroceder, avergonzados, y abandonar su misión. Ellis, Bronden, Val, Allun, Marlie. Todos vencidos. Ahora, solo quedaban él y Jonn. Los últimos dos corazones que la Montaña esperaba romper.
El túnel se estrechó y llegó a otro recodo. Oyó con desesperación el roce de las botas y la ropa de Jonn contra la roca, los jadeos cuando se impulsaba hacia adelante y después se quedaba quieto. Las paredes del túnel dificultaban todos los movimientos de Jonn. Durante todo ese tiempo había sido incapaz de alcanzar su cantimplora, o la de Rowan, para beber. Estaba al borde del agotamiento. Y Rowan también. Si encontraban algún obstáculo (una roca caída, lo que fuera), estarían perdidos. Rowan sabía que no tendría fuerzas para moverse. Y Jonn estaba encajado detrás de él. El pánico se apoderó de él, como tantas veces desde que aquel terrible viaje empezara. Cerró los ojos con más fuerza y respiró profundamente. Hacer eso le ayudaba.
Estrella también colaboraba. Rowan dobló el recodo, pensando en Estrella, el ser más pacífico y cariñoso que conocía. Se imaginó andando a su lado hasta la charca de los bukshah al anochecer, con la mano sobre su crin, la brisa fresca en la cara. El miedo murió en su interior. La imagen adquirió más intensidad. Casi podía ver la charca de los bukshah, y a Estrella inclinando la cabeza para beber. Casi podía oler la hierba pisoteada, los cultivos del huerto. Y casi podía sentir la brisa fresca en la cara. Sonrió en la oscuridad. Era extraordinario. Podía sentir esa brisa. Como si…
Rowan abrió los ojos. Miró, se humedeció los labios y gritó cuando la brisa, la brisa fresca, la brisa helada, le dio de lleno en la cara.
—Jonn —chilló—. ¡Vamos! ¡Ya hemos llegado! ¡Hemos llegado!
Se impulsó hacia adelante, cada vez más deprisa, indiferente a las heridas de sus manos y al dolor de sus piernas entumecidas, hacia el origen de aquel viento gélido y el destello blanco que lo llamaba. Y detrás de él, en un último y desesperado esfuerzo, gateaba Jonn.
Unos agónicos minutos después, estaban tendidos juntos en el suelo de una caverna poco profunda que se abría al aire libre. Hacía mucho frío. El viento aullaba, y veían la nieve iluminada por la luna.
—Agua… —dijo con voz ronca Jonn, silbando entre sus labios agrietados.
Rowan acercó la cantimplora a la boca de Jonn y le miró, aterrado. La roca había desgarrado la ropa de Jonn en muchos lugares, y se veía su piel arañada y ensangrentada. Tenía la cara muy pálida y los ojos cerrados. El agua resbaló de su boca y cayó al suelo. No paraba de temblar.
El viento había arrastrado al interior de la cueva ramitas y hojas secas. Rowan las juntó, localizó las yescas de Jonn y consiguió encender una hoguera.
Proyectaba humo y chisporroteaba, pero al menos les proporcionó un poco de calor.
Jonn el Fuerte estaba inmóvil. Rowan esperó, con las manos enlazadas, angustiado. Al cabo de un rato, un poco de color empezó a extenderse sobre la cara del hombre. Se removió y abrió los ojos.
—Estamos sobre la nube, Rowan —murmuró—. Creo que hemos estado bajo tierra una noche, un día y parte de otra noche. A estas alturas, si están a salvo, Allun y Marlie ya habrán regresado a Rin. Y nosotros casi hemos llegado al final del viaje. El plano…
Rowan desenrolló el plano. Siguió con los dedos el sendero que habían tomado, el cual ascendía sobre la nube.
—Casi hemos llegado a la cumbre de la Montaña —dijo poco a poco—. Y cerca de nosotros, muy cerca, tiene que haber otra cueva, o algo por el estilo. Muy grande. Muy profunda. La línea roja termina aquí…
Tragó saliva. Sus ojos se habían desplazado hasta el penúltimo espacio en blanco.
—¿Y el verso? —La voz de Jonn era muy débil—. Lee el verso.
Rowan lo leyó en voz alta, mientras el mapa se agitaba en sus manos temblorosas.
Fuego, agua, tierra y aire,
todos se reúnen en la guarida del Dragón.
Seis corazones valientes han fracasado en la prueba
uno continúa la búsqueda.
Recuerda bien las palabras que conoces
cuando en busca de tu destino vayas.
—Bien —dijo Jonn, y cerró los ojos.
«El corazón más intrépido seguirá…».
—¡Pero Jonn, este verso no dice la verdad! —gritó Rowan—. Somos dos. ¡Dos!
Jonn se humedeció los labios con la lengua.
—No, Rowan. Estoy acabado. Has de dejarme aquí y seguir solo. Tal como Sheba predijo.
Volvió la cabeza.
«Cuando el sueño sea la muerte y la esperanza haya desaparecido».
El fuego osciló por última vez y se apagó.
«El sueño es la muerte…».
—¡Jonn! —chilló Rowan aterrorizado. Sacudió el hombro de Jonn con violencia, de manera que el hombretón se removió y gimió—. ¡No te duermas, Jonn! Hace demasiado frío. ¡Estás demasiado débil! ¡Te congelarás! ¡Morirás! ¡Despierta, Jonn! —Jonn no se movió. Rowan sollozó y golpeó el suelo—. ¡No puedo dejarte solo, Jonn! ¡Sabes que no puedo! ¡Sheba no predijo esto! Sheba dijo que el corazón más intrépido seguiría adelante. Eso dijo. Y yo no soy el corazón más intrépido. ¡Tengo miedo de todo! ¡De todo!
Los labios pálidos de Jonn se curvaron.
—Sí, conejo escuchimizado, sí… —murmuró—. Con miedo, escalaste la Montaña. Con miedo, afrontaste sus peligros. Con miedo, seguiste adelante. Esto es auténtica valentía, Rowan. Solo los locos no tienen miedo. Sheba lo sabía. Sheba lo supo todo desde el primer momento.
Rowan le miró fijamente. Poco a poco, una calma gélida se apoderó de él. Sabía lo que debía hacer.
—Duerme —susurró—. Yo te cuidaré.
Rowan se acercó a la entrada de la cueva. Se quitó la chaqueta y envolvió sus manos con ella. Después, las hundió en la nieve y empezó a erigir una muralla de nieve alrededor de la entrada, llenando el hueco hasta que solo quedó un diminuto agujero para dejar que el aire penetrara. Tardó mucho rato, y, pese a la chaqueta, le dolían las manos de frío cuando al fin se dio por satisfecho.
Jonn el Fuerte yacía hecho un ovillo junto a las cenizas de la hoguera. Ya hacía más calor en la cueva, pero aún no era suficiente para ponerlos a salvo. Rowan se puso la chaqueta. Tambaleante de cansancio, recogió algunas piedras y las puso en las cenizas, y después posó sobre ellas las dos antorchas que Jonn y él habían cargado a través de la Montaña. Encendió las antorchas y vio que prendían, y luego las dejó en el suelo para que ardieran poco a poco. Se tendió al lado de Jonn, para darle el calor de su cuerpo.
Las antorchas calentarían el aire. Calentarían las piedras. Las piedras conservarían el calor después de que el fuego se apagara. «Y la esperanza haya desaparecido…». No, el verso no contaba con él. Aún le quedaba corazón, y esperanza. Ahora, con suerte, la aurora los encontraría vivos. Después, ya verían.
Rowan cerró los ojos por fin y durmió.
Tuvo un sueño profundo y sin pesadillas, y cuando despertó, pensó al principio que el tiempo no había transcurrido. Pero entonces vio la pálida luz que entraba en la cueva a través del agujero del muro de nieve y tomó conciencia del silencio. Estaba amaneciendo, y el viento había amainado.
Rowan se incorporó y miró a Jonn con el corazón acelerado. Notó su calor y que respiraba.
Rowan sacudió con suavidad su hombro.
—Jonn —susurró—. ¡Jonn! Despierta. Ya ha amanecido. Y hemos de irnos. Juntos.
‡ ‡ ‡
Se abrieron paso a través de la nieve. Jonn el Fuerte se apoyaba en el hombro de Rowan. Sus botas se hundían en la blancura blanda mientras caminaban, abrían agujeros que lanzaban destellos de un azul helado. Las pisadas de animales que buscaban comida en la noche se cruzaban en su camino, pero los animales no se veían por ninguna parte. En una ocasión, Rowan creyó distinguir un hocico afilado que se movía en una madriguera, pero lo que fuera desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Una espesa nube flotaba a su alrededor. Se deshilachaba sobre ellos hasta formar una tenue neblina, y a su través podía verse el cielo. Era de un rosa claro. «Un día estupendo en Rin», pensó Rowan, y miró hacia atrás, aunque sabía que no vería nada. Rin estaba por allí abajo, pero la nube impedía verlo. Palpó la brújula de Jonn en el bolsillo, el plano en el cinturón. «Cueste lo que cueste, volveré con Jonn a Rin. Veré a madre de nuevo, y a Estrella, y la charca de los bukshah al amanecer. ¡Lo haré!».
Forzó la vista, intentando distinguir algo. Jonn le seguía con un gran esfuerzo y respiraba cada vez más deprisa. Se apoyaba con más fuerza en el hombro de Rowan, pero no se quejaba en ningún momento. Rowan sentía una profunda compasión por sus sufrimientos y se maravillaba de su coraje.
—¿Todo bien, Jonn? —preguntó, con la mayor jovialidad posible—. Casi hemos llegado.
Un repentino recuerdo le asaltó. Un eco de la voz de Jonn el Fuerte, diciéndole esas mismas palabras. En el mismo tono, la primera mañana, cuando se alejaban de Rin. Rowan contuvo la respiración. ¿El corazón de Jonn había sufrido por él, como el suyo sufría ahora por Jonn? ¿Y por los mismos motivos? ¿Había estado equivocado sobre Jonn desde el primer momento?
—¡Rowan! —Jonn apretó su hombro—. Creo que veo algo.
Una forma se alzó en el interior de la nube, detrás de una muralla natural de rocas cubiertas de nieve. Era blanca en los bordes y de un azul claro resplandeciente en el centro. Era enorme, alta y ancha. Encima, solo había cielo.
—Hemos llegado a la cumbre —susurró Rowan. Su corazón se aceleró—. Pero…
Se fueron acercando poco a poco. Y al hacerlo, comprendieron. Toda la cumbre de la Montaña estaba hueca, una inmensa caverna de roca, hielo y nieve. Las paredes de la caverna se alzaban hacia el cielo, destellaban bajo la luz del sol naciente como fuego blanco. «Fuego, agua, tierra y aire…». Una gruesa alfombra de nieve en polvo cubría la tierra, desde la entrada hasta la pared de roca donde se encontraban.
Rowan miró fijamente. No había sonidos. Ninguna huella hollaba la lisa alfombra de nieve. Nada había cruzado este lugar desde hacía un día, como mínimo. Tal vez desde hacía muchos días.
Ayudó a Jonn a pasar sobre las rocas, caminaron hacia la entrada de la caverna y escudriñaron con cautela su interior. Blanco. Nada, salvo el blanco cegador y el azul sombrío. Enormes carámbanos adornaban la entrada y el techo. Extrañas formas de hielo cubrían las paredes, se elevaban del suelo. Por todas partes había nieve. Estaban deslumbrados. Avanzaron, parpadeando, subieron sobre los promontorios y ventisqueros que cubrían el suelo, maravillados.
Rowan se volvió hacia Jonn para hablar. Vio que su rostro se demudaba. La mirada de horror…
Y entonces, el suelo estalló bajo sus pies. La nieve se dispersó, y una poderosa cola hendió el aire, derribó a Rowan y envió a Jonn el Fuerte contra la pared. Rowan, chillando, vio que la parte posterior de la cueva cobraba vida, abría sus ojos color sangre y se lanzaba hacia él, mientras se sacudía hielo y nieve de sus brillantes escamas blancas y desnudaba sus dientes goteantes. Enorme. Anciano. Terrible.
El Dragón de la Montaña.