11 La trampa

Las antorchas estaban húmedas, pero al menos consiguieron encender una. El plano, enrollado y envuelto en la ropa de Rowan durante la travesía a nado, había sobrevivido. Jonn y Marlie se acuclillaron al lado de Rowan, mientras este lo desenrollaba y lo extendía sobre sus rodillas.

Las líneas rojas continuaban hacia arriba, daban vueltas y vueltas. En el siguiente espacio en blanco, el poema que Rowan esperaba había aparecido:

Izquierdo o derecho, ¿cuál tomaréis?

Pues ambos os partirán el corazón.

Uno es cruel, el otro leal; uno es un pasaje, el otro una trampa.

Elegid el que oculta la luz,

Y sabréis que vais por el buen camino.

Todos alzaron la vista hacia la enorme pared de piedra. Los ojos centelleantes todavía arrojaban sus reflejos sobre el agua, y ahora que se encontraban debajo de ellos vieron que estaban huecos. Eran entradas. ¿A qué y a dónde? ¿Cuál era la puerta que conducía a la cumbre de la Montaña? Rowan volvió a inclinar la cabeza sobre el plano. El contorno no proporcionaba pistas. No había señales que indicaran pasajes gemelos. Las únicas pistas estaban contenidas en el poema.

—Echaremos un vistazo a los dos y decidiremos —dijo Jonn.

Pero cuando escalaron la pared rocosa y examinaron sus ojos, descubrieron que ambas cuevas eran muy parecidas. Las paredes de las dos brillaban debido a unos extraños hongos blancoazulados. Las dos eran de un tamaño y forma parecidos, aunque la izquierda era un poco más alta, y la derecha, más amplia. De las dos brotaba un sonido que recordaba un suspiro, una respiración.

—¿Qué significa «uno es cruel, el otro leal»? —preguntó Marlie—. ¡Ambas son iguales!

—Quiere decir que deberíamos elegir la que oculta la luz —indicó Rowan—. Tal vez deberíamos probar las dos, para ver en cuál de ellas la antorcha parpadea y se apaga.

Marlie se removió inquieta y se apartó el pelo húmedo de los ojos.

—Estoy de acuerdo —dijo Jonn el Fuerte—. Primero exploraremos la de la derecha. Quién sabe si el último verso del poema dice toda la verdad, tal como sucedió en el pantano. Dice: «Sabréis que vais por el buen camino». Tal vez signifique justo eso.

Alzaron la antorcha hacia Allun. Vieron que levantaba la suya a continuación, y daba media vuelta para iniciar su solitario camino de regreso hacia la entrada de la caverna. Después, se adentraron en el pasaje de la derecha. Se curvó al instante, y luego otra vez, y Rowan no tardó en perder el sentido de la orientación.

Podía caminar erguido, pero Marlie y Jonn tuvieron que agachar la cabeza un poco, porque el techo era bajo. Siguieron adelante, tropezando en el suelo sembrado de rocas, y la llama de la antorcha brillaba con tanta luminosidad como siempre. De pronto, se detuvieron. Delante de ellos, el pasaje se convertía en un estrecho túnel, apenas lo bastante amplio para seguir a gatas.

—Ahí está la respuesta —dijo Marlie, jadeante—. Una verdadera trampa. Ahora probaremos la izquierda. Fuimos unos ingenuos al esperar que Sheba nos diera un buen consejo.

Resultó más fácil entrar en el pasaje de la izquierda. Al principio era recto, y más ancho que el otro, y el suelo de arena era blando. Pero una vez más la llama de la antorcha no parpadeó. Siguieron andando sin cesar, doblando recodo tras recodo, cada vez más perplejos. El plano nunca les había fallado.

El suspiro era más fuerte ahora. Llenaba sus oídos y susurraba a su alrededor. Rowan percibió un olor. Un olor a humedad, a moho, a oscuridad fría y espesa.

Al principio, pensó que eran imaginaciones suyas. O los hongos brillantes de las paredes. Los frotó con las manos y olió. No. Los hongos no olían a nada.

Jonn el Fuerte, que marchaba en cabeza, aminoró la velocidad y se detuvo en la siguiente curva.

—Continúa adelante, Jonn —dijo Marlie, impaciente—. ¡Cuanto más deprisa vayamos, antes saldremos de aquí!

—El túnel está empezando a descender —dijo Jonn—. Las paredes son lisas, sin asideros, y la arena dificultará nuestro avance.

—No me gusta este lugar —murmuró Rowan—. Parece hermoso, como dice el verso, pero presiento peligro.

«Uno es cruel, el otro leal. Uno es un pasaje, el otro una trampa…».

El miedo aleteó en su pecho.

—Paparruchas —dijo Marlie—. No tenemos alternativa. El otro camino está cortado.

—No del todo —dijo Jonn, al tiempo que se volvía hacia ella—. Hay espacio para gatear. Sería una travesía cruel, pero tal vez sea ese el camino, a fin de cuentas. Recuerda que el verso relaciona «leal» con «trampa». Además, estoy de acuerdo con Rowan. Este lugar huele a muerte.

—¡Los dos sois absurdos!

Marlie empujó a un lado a Rowan y avanzó, sofocado. Agarró la antorcha de la mano de Jonn, dio dos pasos y resbaló. Se revolvió en la arena e intentó levantarse, mientras la antorcha escapaba de sus manos y se deslizaba pendiente abajo.

Y entonces la antorcha cayó. Cayó por el terrible precipicio que había al final del túnel. Cayó y cayó, mientras Marlie chillaba. Por fin, tocó fondo, con un impacto estremecedor.

Arrastraron a Marlie mientras salían del túnel, casi corriendo, con el corazón desbocado al pensar en el destino del que acababan de librarse. Un minuto más, medio minuto, y ellos también se habrían precipitado hacia la muerte por la sima subterránea. Doblaron el último recodo y cayeron de rodillas en la entrada del túnel.

Marlie estaba temblando.

—Lo siento. Lo siento —repetía una y otra vez.

Rowan también estaba temblando. El rostro curtido por la intemperie de Jonn el Fuerte se veía demacrado, pero se esforzó por serenarse.

—Si vemos el lado positivo de las cosas, como diría Allun, al menos ahora sabemos que el pasaje de la derecha ha de ser el verdadero camino. —Intentó sonreír—. El túnel es angosto, pero si abandonamos nuestras mochilas y nos llevamos solo lo que cabe en nuestros bolsillos, podremos lograrlo. Tendremos que andar a gatas, y rezar para que no sea demasiado largo.

Rowan tragó saliva cuando pensó en aquel estrecho y oscuro agujero que habían visto en la cueva de la derecha. La idea de internarse en él, sin tener ni idea de adónde conducía ni cuándo terminaría la odisea, era aterradora. La línea roja del plano era larga. Muy larga. Pero no dijo nada. El otro camino sí que había sido una trampa. Casi los había matado. Si querían llegar a la cumbre de la Montaña, tendrían que avanzar a gatas. No había otro remedio.

Encendieron otra antorcha y se encaminaron al pasaje de la derecha. Entraron y siguieron sus curvas, y enseguida perdieron de vista el estanque centelleante. Rowan respiró hondo cuando comprendió la verdad. «Elige el que oculta la luz». Esa era la luz a la que se refería el verso. No la luz de la antorcha, como habían supuesto, sino la luz reflejada en el estanque, oculta a su vista por las revueltas del túnel de la derecha, pero visible durante minutos en el de la izquierda. Habían vuelto a interpretar mal las palabras. «Elige el que oculta la luz, y sabrás que vas por el buen camino». La respuesta estaba allí, dos veces, clara y diáfana. Pero se habían equivocado.

Cuando llegaron al punto en que el pasaje se estrechaba, Jonn, Marlie y Rowan abrieron las mochilas y empezaron a trasladar las posesiones más importantes a sus bolsillos, además de ceñirse la cuerda alrededor de la cintura. Estaba claro que ningún equipaje pasaría por aquel diminuto hueco. De hecho, Jonn el Fuerte y Marlie ocuparían casi por completo el espacio, y el avance sería lento e incómodo, sin posibilidad de volver atrás.

—Antes de empezar, comeremos —dijo Jonn, y señaló la comida que habían desechado—. No sabemos cuándo tendremos otra oportunidad.

Rowan se acuclilló en el suelo y empezó a mordisquear un poco de pan y queso. Tenía el estómago vacío, pero también revuelto por el miedo y el agua amarga que había tragado en el estanque negro. Pensó que nunca había disfrutado menos de una comida.

Marlie se agachó sobre su mochila, con la respiración alterada. Obvió la comida que Jonn le ofrecía. Rowan se preguntó si estaba enferma. No había parecido la misma desde que entraron en las cavernas, salvo durante la breve travesía a nado. Ahora, era evidente que estaba angustiada. El sudor perlaba su frente y se mordió los labios cuando sacó su manta y la apartó con dedos temblorosos.

—Marlie… —Jonn el Fuerte habló en voz baja. Ella se puso rígida, pero no levantó la cabeza—. Marlie —repitió él—. Es el túnel, ¿verdad? Lo que te preocupa es la estrechez del túnel.

—No tengo miedo —dijo Marlie en voz alta, pero no levantó la vista.

—En cuanto empecemos, Marlie, no habrá vuelta atrás —dijo Jonn—. Si crees que no puedes hacerlo, deberías decirlo ahora. Has estado nerviosa desde que entramos en las cavernas. Todos nos hemos dado cuenta. Tienes miedo a los espacios cerrados.

—¡No! No tengo miedo —repitió Marlie, pero lo dijo con voz estrangulada. Echó atrás la cabeza y miró a Jonn a los ojos. Temblaba de miedo y ansiedad—. Estoy dispuesta —dijo—. Empecemos.

Caminó hacia la estrecha abertura y se tiró al suelo. Empezó a internarse poco a poco en el túnel. Vieron que su cabeza y sus hombros desaparecían en la penumbra, después su cuerpo, después sus piernas y pies. Percibieron la agonía de su mente como si fuera algo tangible. Pero lo único que podían hacer era esperar. Solo cuando por fin su ánimo se quebrantó, y empezó a chillar y a jadear, a gritarles y a golpear las paredes de roca, fueron capaces de actuar. Solo entonces pudieron sacarla de la prisión asfixiante que su miedo había erigido, y la ayudaron a respirar de nuevo y a acallar sus sollozos.

—Pensaba que podría superarlo —lloró—. Estaba segura de que esta vez, por una misión tan importante, podría conseguirlo. Pero es superior a mí, Jonn. Siempre lo ha sido.

Sepultó la cabeza entre las manos.

—No pasa nada, Marlie. Tranquila —la calmó Jonn.

—No soporto los lugares cerrados —susurró Marlie—. Pero cuando no puedo levantar la cabeza ni los hombros, cuando no puedo mover los brazos con libertad, es como si no pudiera respirar. Ni siquiera puedo envolverme en una manta, a causa de este temor.

Levantó la cabeza y aspiró una bocanada de aire.

—Eso me pareció anoche —dijo Jonn, sonriente—. Pensé que tal vez eras inmune al frío.

—¡Casi me quedé helada! —Marlie consiguió devolverle la sonrisa—. Lo siento muchísimo, Jonn. Y Rowan… ¿Qué haremos ahora?

—Habrá que hacer lo que se debe —replicó Jonn con sencillez—. Yo seguiré. Tienes una brújula. Rowan tiene el plano. Los dos os reuniréis con Allun, y volveréis juntos a Rin. Si seguís con cautela el camino por el que vinimos y os acordáis…

Marlie le miró horrorizada.

—¡Pero no puedes continuar solo! ¡No puedes, Jonn!

—Debo hacerlo, Marlie. Tú lo sabes.

—¡No! —Rowan oyó su propia voz, que resonaba en la cueva. Notó que le ardía la cara—. No puedes enviarme a casa. Yo tengo el plano. Tú necesitas el plano. Quedan dos espacios en blanco. Y dos versos de advertencia. Has de saber qué son, Jonn el Fuerte. Has de llevarme contigo.

—No puedo hacerlo, Rowan.

Jonn meneó la cabeza.

—No regresaré —gritó Rowan—. No puedes obligarme. —Corrió hacia la entrada del pasaje y se sentó delante—. Debo sostener el plano para que lo examines. Debo encontrar agua para los bukshah. Se lo prometí.

Apretó la mandíbula.

Jonn le miró en un silencio impotente.

Marlie sonrió.

—Parece que has encontrado la horma de tu zapato, Jonn. El hijo es igual que la madre. —Observó a Rowan con curiosidad—. ¿Quién lo habría pensado?

Jonn vaciló y, por fin, se rindió.

—Muy bien —suspiró—. Lo que haya de ser, será, y Sheba se saldrá con la suya. —Apoyó su manaza sobre el hombro de Marlie—. Adiós, Marlie. Buena suerte en tu viaje de vuelta. Recuerda todo lo que hemos aprendido. Esta vez, afrontarás los peligros bien preparada. Sobrevivirás. Dile a Allun que los cuatro volveremos a encontrarnos en Rin. —Se plantó al lado de Rowan en dos zancadas—. Vamos, antes de que alguno de los dos cambie de opinión, conejo escuchimizado. Ve tú primero.

—Id con cuidado —dijo Marlie cuando desaparecieron en el túnel—. Id con cuidado, Jonn el Fuerte y Rowan de los bukshah.

Su voz resonó en la cueva, y después se desvaneció en el silencio.

«Ahora —pensó Rowan en la oscuridad—, somos dos».