10 Noche eterna
Estaba oscuro, muy oscuro. Y hacía mucho frío. Marlie levantó la antorcha y Rowan contuvo la respiración, asombrado. Incontables lanzas de piedra irisada colgaban del techo de la caverna. Extrañas sombras achaparradas se elevaban del suelo, formando grupos y líneas. La cueva era enorme. No se veía su final.
Jonn avanzó un paso, echó un vistazo a su brújula y vaciló.
—La aguja de la brújula oscila —dijo—. Algo está interfiriendo en su funcionamiento.
—El metal de la roca, quizá —sugirió Marlie. La luz de la antorcha proyectaba reflejos amarillos sobre su cara. Se removió, inquieta.
—Quizá. En cualquier caso, sería absurdo confiar en ella por completo. Pero sin este aparato, ¿cómo vamos a encontrar el camino que debemos seguir? Sería muy fácil perdernos en este laberinto.
—«… Y tomad el sendero en el que juegan los niños» —recitó Rowan—. Es lo que el plano nos dijo.
—Sería un niño muy valiente el que se aventurara hasta aquí —observó Allun.
Rowan paseó la vista a su alrededor, de puntillas y estirando el cuello, hasta que vio lo que estaba buscando.
—Creo que, quizá… —empezó, y calló. Tal vez se estaba comportando como un idiota. No quería que se extraviaran por su culpa, ni que se rieran de él.
—Habla, Rowan —le apremió Jonn el Fuerte—. No es el momento de que quien tenga un plan en mente se muerda la lengua.
—Puede…, puede que sean las piedras —tartamudeó Rowan. Señaló—. Esas piedras son más pequeñas que las otras. Allí. Hay un espacio entre ellas, como un sendero. Y sus formas…
—¡Por supuesto!
Allun se apoderó de la antorcha de Marlie y los guio hasta el lugar. Dos hileras de piedras extrañas, torcidas y nudosas como niños gateando, se alejaban en la oscuridad. Entre ellas, se abría un sendero arenoso.
—Nos han indicado el camino —dijo Jonn, satisfecho, y guardó la brújula—. Y ahora…
—Buscamos el rostro que respira en un suspiro y tiene ojos relucientes —rio Allun—. Eso pinta interesante.
Los guio por el sendero, con la antorcha delante de él. Rowan miró atrás y vio que la caverna desaparecía en la oscuridad. «Noche eterna». Se estremeció.
Siguieron adelante. Hacia arriba. Siempre hacia arriba. Estaban ascendiendo a través del centro de la Montaña. Rowan procuraba no pensar en las toneladas de roca y tierra que los rodeaban, que ejercían presión, que los aislaban de la luz y el aire. Si se perdían aquí, nadie los encontraría jamás. Vagarían en la noche eterna hasta morir, y la Montaña sería su tumba. Intentó reprimir el temor, pero este aumentó y se instaló en su estómago y su corazón, dificultándole la respiración.
Continuaron ascendiendo, cada vez más alto, atravesando una cámara tras otra. A los costados, los niños petrificados se doblaban en dos y se extendían en un juego infinito. Los viajeros poco decían, porque el sendero era empinado.
El silencio que los rodeaba era tan espeso como la oscuridad. Rowan oía el siseo de la antorcha, de su propia respiración, el jadeo de Marlie detrás de él, y el ruido de las botas de Jonn, que aplastaban arena y daban patadas a las piedras que encontraba por el camino.
—¡Otra caverna! —La voz de Allun resonó en paredes que no podían ver. Oyeron que se precipitaba hacia delante, y la luz de la antorcha desapareció—. ¡El rostro! —exclamó—. El rostro está…
Su voz enmudeció.
—¿Qué pasa, Allun? —gritó Marlie, al tiempo que avanzaba—. ¡Contesta, Allun! Vuelve con la antorcha. ¡No podemos ver!
—El rostro… —llamó. Su voz sonaba extraña, como si se estuviera atragantado—. Está aquí. Venid. Pero despacio.
La luz de la antorcha reapareció, y subieron con cautela hacia ella. Allun estaba parado junto a un amplio hueco abierto en la roca. No sonreía cuando llegaron a su lado, pero introdujo la antorcha en el hueco.
—Vedlo por vosotros mismos —dijo—. Pero os repito que vayáis con cuidado.
Pasaron por la abertura y entraron en la siguiente gruta. Delgadas columnas blancas y amarillas colgaban del techo; pero el suelo negro y reluciente, bajo el saliente en el que se hallaban, era liso como un espejo. Al otro lado, había un muro de roca. Un muro con una protuberancia sobresaliente en el medio. Una protuberancia en forma de cara, que los estaba mirando. Vieron la nariz torcida, las mejillas hinchadas, la boca entreabierta, la barbilla ancha. Y los ojos centelleantes que arrojaban rayos de luz hacia el suelo. «Vuestro camino está indicado por líneas de luz».
También percibieron un sonido. Como un silbido, una respiración.
—Respira —susurró Marlie—. La cara respira, como predecía el poema.
—Un pasaje lateral debe de permitir el paso del aire —exclamó Jonn—. ¡Lo que estamos oyendo es el aire del exterior, Marlie! Hemos ascendido mucho por estas cavernas. Debemos de estar llegando al final de nuestro viaje.
—Temo que, al menos para mí, el viaje ha terminado —dijo Allun, con aquella voz extraña.
Se sostenía con la espalda apoyada contra la pared, y cuando le miraron, resbaló hasta sentarse en el suelo.
—¡Levántate, Allun! —ordenó Marlie—. ¿A qué juegas?
—De haberlo sabido, no habría venido —dijo Allun con voz cansada—. ¿Cómo podía saberlo? ¿Quién podía pensar que era posible?
Se frotó los ojos y sacudió la cabeza.
—¡Allun, no sabemos a qué te refieres! ¡Vamos! Hemos de seguir adelante. —Jonn el Fuerte frunció el ceño y se alejó. Cuando lo hizo, su bota golpeó un guijarro, que cayó al suelo, negro y lustroso.
Se oyó un chapoteo y el guijarro desapareció. Se formaron ondas en la pulida superficie que habían confundido con tierra firme.
—Agua —dijo Allun. Estaba demacrado—. La caverna está llena de agua. Aguas profundas, porque es negra y no se puede ver el fondo.
—¿Y> qué? —preguntó Marlie—. Soportaremos el frío y las atravesaremos a nado.
Allun enarcó las cejas.
—Pero yo no sé nadar, querida Marlie.
—¿Cómo?
Lo miraron boquiabiertos, y él les devolvió la mirada, desafiante.
—Es algo que los Viajeros no te enseñan de pequeño —dijo—. De manera muy sensata, los Viajeros dejan la natación a la gente de Maris. Al fin y al cabo, son los que viven del mar, y tienen manos y pies palmeados para que su desdichado negocio rinda más beneficios. Los Viajeros se niegan a relacionarse con el agua en cantidades superiores a las que pueda contener una bañera.
—Pero en Rin todos aprendemos a nadar —estalló Rowan—. Es obligatorio. Desde que empezamos a andar, como quien dice. Hemos de ir a la costa o al río de la llanura solo para aprender.
Se encogió cuando recordó las lecciones en el río. Al final, había aprendido a nadar, pero no había disfrutado.
Allun sonrió con amargura.
—Ah, sí. En Rin es diferente. En Rin has de dominar todas las habilidades físicas; de lo contrario, te consideran un inútil. Aunque vivas tierra adentro. Aunque tengas que viajar un día y una noche para practicar la natación, y tal vez no nades en un año, o en toda tu vida, pero has de saber nadar. Al igual que has de ser capaz de escalar, pelear, correr, etcétera, etcétera. Esas cosas, en Rin, se consideran importantes.
—Son importantes —gritó Marlie—. Una persona ha de estar preparada para todas las aventuras que se le presenten. ¡Como podemos comprobar en este preciso momento, Allun! —Lo miró, desesperada—. Así que no aprendiste a nadar cuando eras pequeño. Qué desgracia. Pero ¿por qué no aprendiste cuando llegaste a Rin, demonios?
Allun la traspasó con la mirada.
—¿No era ya objeto de befa y mofa? ¿Yo, el niño Viajero enclenque y de aspecto extraño, que nunca llevaba zapatos y no conocía las costumbres de vuestro pueblo? A los diez años, las burlas de los otros niños son difíciles de soportar. Rowan puede decírtelo.
Miró a Rowan, que asintió en silencio. Tenía razón. Allun comprendía cómo se sentía.
Marlie tomó el brazo de Allun.
—Lo entiendo, Allun, pero habrías podido pedir que te enseñaran a nadar…
Allun se revolvió contra ella.
—No, no lo entiendes. ¿Iba a convertirme todavía más en un payaso, iba a permitir que aquellos abusones que se congregaban bajo el Árbol de la Sabiduría conocieran mi debilidad? No podía aprender en secreto. No hay agua en Rin, salvo en el río y en la charca de los bukshah. ¡Habría tenido que pedir que me llevaran al río de la llanura para aprender con los niños de tres años! Cuánto se habría alegrado Ellis.
Se encogió de hombros y convirtió su cara en una máscara cómica.
—Y como puedes comprender, cuanto más esperé, más difícil se me hizo —dijo—. Antes de darme cuenta, yo era algo impensable: un adulto de Rin que no sabía nadar. —Sonrió—. Daba igual, por supuesto —continuó en voz baja—. Daba absolutamente igual. Hasta ahora.
Jonn el Fuerte sacudió la cabeza.
—Tiene que haber una forma —empezó—. Si pudieras…
—Jonn, has de aceptarlo, como yo lo he hecho. No sé nadar. Ni por asomo —dijo Allun con firmeza—. Con lo cual, si estáis pensando en ayudar a este caso perdido, pensadlo dos veces. El agua está helada. Ya os costará bastante manteneros vosotros mismos a flote, para encima tener que ocuparos de que no me ahogue. Las cuerdas no llegarán hasta el otro lado. De modo que quitáoslo de la cabeza.
—Por eso nunca ibas a la costa los días de mercado, Allun. —Jonn le miró con aire pensativo—. Me había preguntado a menudo…
—Bien, ahora tus dudas han llegado a su fin —sonrió Allun. Pero volvió la cabeza.
Marlie se mordió el labio.
—No puedes volver solo a Rin, Allun —estalló por fin—. El pantano significará tu muerte, sobre todo sin nadie que te acompañe.
—Ya lo he pensado. —Allun se sacudió la chaqueta, como si eliminar el barro seco adherido fuera lo más importante para él—. Acamparé junto a la boca de la cueva. Os esperaré allí. —Lanzó una amarga carcajada—. Pensaba que sería el héroe de Rin. Que les demostraría de lo que puede ser capaz un medio Viajero. ¿Quién habría pensado que una debilidad tan ínfima significaría mi perdición? ¿Y que debido a mi estúpido orgullo decepcionaría a mis amigos? —No miraba a Jonn el Fuerte—. Daría cualquier cosa porque no fuera así. Perdonadme.
«Siete corazones partirán de viaje. De siete maneras se romperán los corazones».
Jonn extendió la mano.
—No hay nada que perdonar, viejo amigo. Espera nuestro regreso. Haz más antorchas, si encuentras buena leña. Las necesitaremos. —Titubeó, y después prosiguió en voz baja. Había vuelto la cabeza para que Rowan no le oyera, pero este consiguió captar sus palabras—. Si no regresamos dentro de tres días, Allun, no has de esperar más. Debes regresar a Rin como puedas. Con los que nos quieren. Mejor que sepan lo peor a que no sepan nada. ¿Entendido?
—Entendido.
Allun tomó la mano de Jonn y la estrechó con fuerza.
—Vamos, pues —dijo Marlie. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Rodeó entre sus brazos a Allun—. Volveremos —susurró—. Cuídate.
—Y tú, Marlie.
Jonn, Rowan y Marlie se quitaron las botas, se quedaron en ropa interior y guardaron las demás prendas en las mochilas. Después, temblando, entraron en el agua y se pusieron a nadar.
Estaba muy fría, ciertamente. Tan fría que a Rowan se le erizó la piel, y después empezó a notar que su cuerpo se entumecía. El agua penetró en su boca, áspera y amarga. Atravesaron la charca negra, como cangrejos que siguieran las líneas de luz, nadando con la mano derecha y sujetando en alto la mochila con la izquierda.
Cosas indescriptibles rozaron los pies y piernas de Rowan mientras nadaba. Apretó los dientes al pensar en ellas, pero siguió adelante sirviéndose del brazo derecho, que sentía cada vez más lento y pesado. Pronto se sumió en una horrible agonía, pero peor que el dolor de continuar era la idea de hundirse en aquel agujero negro y silencioso, para no volver a ver jamás la luz y el aire.
Entonces, su mano golpeó una roca, y con una oleada de alivio comprendió que hacía pie. Alzó la vista. La enorme cara de piedra se hallaba sobre él. Marlie ya estaba saliendo de la charca, jadeante y chorreando agua. Detrás de él, Jonn el Fuerte lanzó su mochila cuando llegó a la orilla. Todos se volvieron y llamaron a Allun, que estaba esperando angustiado al otro lado. Se hallaban en la zona de sombras, de manera que no podía verlos, pero levantó la antorcha en respuesta a sus gritos. Al menos, sabía que estaban a salvo.
Marlie se agachó y ofreció la mano a Rowan para izarle a su lado. Sus dientes castañeteaban tanto que no podía hablar. Dio saltitos para calentarse. Marlie, con dedos helados y torpes, abrió su mochila y sacó las ropas de las que Rowan se había despojado para nadar.
—Quítate la ropa interior mojada y ponte esta antes de que mueras congelado —advirtió—. Está un poco húmeda, pero eso es mejor que nada.
Rowan sabía que no podía hacerlo. Delante de Marlie, no. Ya no se desvestía delante de su madre. Vaciló.
—¡Por mi vida, Rowan! —exclamó Marlie, divertida y exasperada a la vez, con su ropa aferrada en los brazos—. Te han atacado arañas gigantes, casi te engulle un pantano, y ahora has estado a punto de ahogarte y congelarte, ¡y te da vergüenza desnudarte delante de mí! ¿No te parece ridículo?
—En absoluto —sonrió Jonn el Fuerte, que estaba detrás de ellos—. Lo entiendo muy bien. Hay cosas que un hombre no puede hacer. Sugiero que te des la vuelta, Marlie. Así conservaremos el recato y entraremos en calor sin más dilación.