¿Cómo sabes que él es un unicornio? —preguntó Molly—. ¿Y por qué te asusta que te toque? Te he visto. Tienes miedo.

—No creo que me apetezca continuar esta conversación —contestó el gato sin resentimiento—. Yo no perdería el tiempo en tonterías semejantes si fuese tú. Considera, en primer lugar, que a ningún gato que haya mudado de pelaje al menos una vez se le puede engañar con apariencias. En eso difieren de los seres humanos, que se dejan arrastrar por ellas. En cuanto a tu segunda pregunta…

Aquí vaciló, y de repente su interés se concentró en su propio aseo; no volvería a hablar hasta haberse lamido a contrapelo y después en sentido contrario. Cuando al fin lo hizo no miró a Molly, sino a sus zarpas.

—Si me hubiese tocado —dijo en voz baja—. Le pertenecería a él y no a mí mismo.

Peter S. Beagle, EL ÚLTIMO UNICORNIO